Patricia Martín Rivas: «La lectura y la escritura que sean lo más comunitarias posibles»

FOTO PATRICIA

Seguimos con el ciclo de entrevistas a autoras de poesía. Presentamos nuestra charla con la escritora y traductora española Patricia Martín Rivas. Este ciclo es posible gracias a Lexitrans Perú.

 

Por Ana Rodríguez
Crédito de la foto: Mónica Martín Rivas.

Patricia Martín Rivas es escritora de nacimiento, traductora de profesión y nómada irreparable. Lleva toda la vida escribiendo. Su gran interés por viajar, por el arte y por los idiomas configuran su estilo de vida y su obra literaria. Le gusta jugar con los géneros, las palabras y los formatos. Pertenece a varios colectivos internacionales y lee ficciones en público. Concedió esta entrevista a Lee por gusto desde Palo Alto (California).

 

Hay una frase de Irene Vallejo que me recordó tu búsqueda de palabras intraducibles: «Todos los lectores llevamos dentro íntimas bibliotecas clandestinas de palabras que nos han dejado huella». ¿Tus viajes han inspirado esta búsqueda?
Mis viajes, mi interés por los idiomas… Tengo una lista de casi 400 palabras intraducibles. Se les llama así porque son propias de una cultura en concreto; se refieren a los sentimientos y emociones, además de a objetos y costumbres. Por ejemplo, en checo la palabra «litost» que está en Saudade, describe un tipo de angustia en concreto, una angustia existencialista que está en la cultura checa. En España hay una palabra que estoy segura que no se utiliza en Latinoamérica porque es una palabra gallega: «morriña», una nostalgia de la patria.

 

Te dicen algo de la comunidad lingüística que las emplea. «Komorebi», que es la luz que se filtra entre las hojas de los árboles, va con la contemplación japonesa.
Japón tiene un sentido estético muy marcado. Estuve tres meses en Japón y me encantaron los detalles, lo visual es muy importante.

 

¿Cómo surgió tu interés por la minificción?
Creo que nació de tener poco tiempo. Saudade lo escribí cuando vivía en Berlín y estaba trabajando a tiempo completo en una empresa como traductora y me apetecía escribir, pero me pasaba todo el día delante del ordenador. Empecé a escribir en una servilleta, en un ticket de la compra y cosas así. Años antes descubrí a Galeano. El libro de los abrazos es mi libro de referencia, fue la primera vez que leí minificción. Ahora mismo no lo tengo conmigo. Mi posesión más preciada son mis libros, los tengo todos en Madrid en casa de mis padres.

En la minificción y en la poesía las palabras son clave. Una novela se centra más en la estructura. En la minificción hay que escoger las palabras, hay que darles muchas vueltas, amasar mucho el texto hasta tener las palabras precisas. Y ese ejercicio me gusta mucho. Es un arte distinto dentro de la escritura.

 

¿Consideras que para traducir poesía hay que ser poeta?
Sí, respuesta corta. No, respuesta larga. Sí hay que ser sensible con el lenguaje. Hay que tener una sensibilidad poética y una sensibilidad lingüística. Yo saboreo las palabras. Ser poeta a lo mejor no hace falta, pero la poesía requiere mucho estudio, sentarse a estudiar la métrica, así como se estudia para ejercer la traducción técnica. Me gusta mucho traducir poesía y los retos lingüísticos me atraen. En la poesía siempre hay que intentar respetar la rima y la extensión, pero se puede crear una estructura gramatical distinta. Creo que hay que respetar siempre al poeta o la poeta. Si la forma es lo más importante, habrá que sacrificar el contenido un poco. Si el contenido es más importante, entonces primará sobre la forma. Me estoy perdiendo literatura increíble de muchos países, puesto que casi no leo nada traducido (me refiero a la prosa). En el caso del cine, poder ver una película en versión original es un privilegio. A mí me gustan las películas así por quien soy y mis circunstancias, pero si vas a pasar películas a niños, a gente que no puede leer los subtítulos tan rápido, tienen que estar dobladas. El acceso a la cultura siempre está por encima de todo. Estoy a favor de que el arte sea accesible, gratuito, sino se convierte en una actividad clasista.

 

¿Qué poesía has traducido?
El año pasado, estuve trabajando con mi hermana Mónica para un proyecto increíble llamado Author Clock, un reloj que da la hora con citas literarias. Tradujimos más de 10 000 citas, algunas de ellas fragmentos de poemas. Además, traduzco a artistas visuales y a veces sus caminos se cruzan con la poesía. Por ejemplo, he traducido unos poemas para un libro-arte del griego Petros Koublis del inglés al español y una obra de videoarte de la española Irene de Andrés, titulada La Isla. A través del cauce. En esta pieza, aparecen textos de grandes escritores españoles, como Francisco de Quevedo, Miguel Hernández y Ramón Gómez de la Serna, que traduje al inglés junto con mi suegro. La traducción también puede llegar a ser muy solitaria y, como con la literatura, me gusta hacerla comunitaria. Con mi pareja, hemos traducido algunos de mis cuentos y microcuentos y estos últimos requieren un ejercicio poético a la hora de pasarlos al inglés.

 

¿Cómo va tu búsqueda personal de optar por un estilo de vida distinto al convencional?
Soy de Madrid y cuando era pequeña no había gente de todo el mundo. En nuestra infancia no había globalización. La primera vez que salí de España tenía 17 años. No tuve una infancia viajera ni por asomo. Con 17 años, en el instituto, surgió la oportunidad de hacer un intercambio a París. Ya me gustaban los idiomas. Fue una experiencia a nivel sensorial: desde probar cosas nuevas a oír el susurro francés (¡en España somos muy gritones!). En francés dicen «chuchoter» (susurrar). Hablan muy bajito, es un idioma mucho más silbadito.

Luego viajé a Estados Unidos, donde conocí a quien es mi pareja y resulta que él también es una persona muy curiosa. No viajaba tanto como yo, pero sí viajó desde pequeño. Y nos juntamos dos que nos encanta la aventura. Sin él, seguiría siendo viajera, pero no tan nómada. Hemos construido un estilo de vida. Las circunstancias, la curiosidad y la profesión nos han llevado a serlo. Yo soy traductora y puedo trabajar desde casa. Traduzco español, inglés, francés e italiano. Sé un poco de alemán (me puedo desenvolver) y me he quedado a medio camino de estudiar varios idiomas. Entiendo catalán, portugués, gallego. Para mí el francés y el griego (moderno) son los más bonitos. Desde el 2016 me hice autónoma (freelance). Es una mezcla de querer hacerlo y tener la suerte y el privilegio también. Mis abuelos apenas salieron de España y apenas pudieron hacer nada, apenas tuvieron estudios. Solo dos generaciones después, la vida es completamente distinta.

 

Me habías mencionado que participabas en micros abiertos y colectivos…
Estuve tres meses en Chile, donde me pilló la pandemia. Me interesé por las ficciones en público cuando fui a un micro abierto, donde podías leer lo que quisieras. No me pude apuntar porque no había plazas cuando me enteré. Para mi sorpresa, en el micro abierto llamaron a una tal «Patricia Rivas», pero no era yo. Cuando bajó del escenario, me acerqué a hablar con ella y luego me invitó a un grupo de minificción durante la pandemia en el que estuve un par de años. También he estado colaborando en la Red de Escritoras de Microficción (REM).

Pertenezco a un grupo cerrado de cinco en el que nos pasamos textos y nos hacemos comentarios y proponemos dónde editar. Y eso me está gustando mucho porque en mi literatura juego con las variedades del español. De hecho, con una de las personas que conforman este grupo, Julieta Mateos, he escrito Escala en Dallas, una novela epistolar sobre dos mujeres, una española y una argentina, que viajan por el mundo y se van mandando cartas. Jugamos mucho con el lenguaje en este libro. Fue precioso trabajar juntas en algo tan riguroso y exigente como la escritura de una novela.

En Nueva York tuve un grupo de micro abierto, que se celebraba una vez al mes. Conocí gente leyendo en un escenario muy bonito, nos apoyábamos unos a otros y así hice muchos amigos. Para mí es la ciudad culturalmente más potente, la ciudad más internacional del mundo. Hay gente muy creativa y te encuentras con mundos infinitos. Es donde más amigos escritores en español he tenido: hombres y mujeres de todas las edades, de todos los orígenes posibles. Me hice amiga de la escritora mexicana Jacqueline Loweree en ese micro abierto en Nueva York porque me fascinó su poesía. Por lo general, me gusta más la rima del inglés, pero la poeta española Gloria Fuertes fue mi primera escritora favorita. Escribía literatura infantil y además era lesbiana y reivindicativa, una adelantada para su época. Escribió: «Fui al metro decidida a matarme. Pero al ir a sacar el billete ligué y, en vez de tirarme al tren, me tiré a la taquillera».

He creado clubes de lectura. Uno se mantiene en Berlín hace ocho años. Con la pandemia se digitalizó y ahora tiene formato dual (presencial y virtual). En Palo Alto he cocreado un club de lectura para mujeres hispanohablantes. En la próxima sesión comentaremos La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero. La literatura es muy solitaria, pero no tiene por qué serlo. Irene Vallejo, en El infinito en un junco, menciona que antiguamente la literatura era muy oral, todo el mundo leía en voz alta. Me gusta hacer comunidad alrededor de la literatura. Lo de leer en voz alta lo llevo del ámbito de lo doméstico hasta los escenarios. Con mi pareja, siempre tenemos un libro que leemos juntos y ahora estamos leyendo Retrato de casada, de Maggie O’Farrell, y nos lo leemos en voz alta. Me parece superbonito. Así él aprendió a leer español. Esto empezó en el Perú, el país que nos dio la oportunidad de vivir juntos. Empezamos a leer en voz alta Mafalda y desde ahí seguimos leyéndonos en voz alta. La lectura y la escritura que sean lo más comunitarias posibles.

 

¿Por qué leer poesía hoy?
Porque queremos belleza. Estamos en un mundo en el que parece que leer poesía no sirve de nada porque no es productivo. Para que en el mundo haya más humanidad, se debería leer más poesía, mirar más a las flores, sentarnos a no hacer nada, estar con nosotras mismas, soñar. ¿Por qué leer poesía? Para hacernos más felices y llenarnos el alma. Te diría que leer poesía es un acto anticapitalista. La poesía es algo puramente humano y al capitalismo le dan igual los seres humanos.

 

¿Tienes fe en la humanidad?
Soy muy optimista y filántropa, en el sentido que amo a los seres humanos. Y me parece que todo el mundo tiene belleza. Hay seres infames en la historia de la humanidad y en el presente, pero por lo general encuentro la belleza en todas las personas y cuando no la encuentro, la intento encontrar. El capitalismo me parece que está destruyendo el mundo y te lo digo desde el país más capitalista que hay. En Estados Unidos hay cientos de miles de personas sin hogar. La principal causa de bancarrota en Estados Unidos es enfermar, es tan cara la sanidad que hay gente que se arruina por enfermar y pierde todo lo que tiene. El capitalismo es un sistema antihumano.

Los países necesitan sistemas sociales que piensen en sus habitantes. La vida se hace más fácil en un lugar con estado de bienestar. Si alguien tiene la mala suerte de no tener familia, pareja, amigos, por lo menos que tenga un sistema que lo respalde y le asegure sanidad pública y gratuita.

 

Sobre la autora

Patricia Martín Rivas (Madrid, 1986) es licenciada en Traducción e Interpretación (Universidad Complutense de Madrid) y en Comunicación Audiovisual (Universidad Carlos III de Madrid). Asimismo, es máster en Historia del Arte Contemporáneo y Cultura Visual (Museo Reina Sofía de Madrid). Se desempeña como traductora freelance y escribe minificciones con prosa poética. Ha publicado Saudade, un libro de cuentos breves basados en palabras intraducibles, y Kawara, un ensayo sobre arte contemporáneo. Está buscando editorial para su novela epistolar Escala en Dallas (escrita a cuatro manos junto con Julieta Mateos), su colección de cuentos sobre la pandemia El amor en los tiempos del coronavirus y su novela feminista y experimental basada en el Perú Uña y mugre.

 

 

Los cinco libros favoritos de Patricia Martín Rivas

1.El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger.

2. La casa encantada y otros cuentos, de Virginia Woolf.

3. Las primas, de Aurora Venturini.

4. El libro de los abrazos, de Eduardo Galeano.

5. Insolación, de Emilia Pardo Bazán.

 



No hay comentarios

Añadir más