Noraya Ccoyure: «Todo aquello que me haga sentir libre, es donde yo voy a estar»

Noraya Ccoyure

En esta nueva entrega de nuestro ciclo de entrevistas a autoras de poesía, Ana Rodríguez conversa con la poeta y dramaturga Noraya Ccoyure. Este ciclo es posible gracias a Lexitrans Perú.

 

Por Ana Rodríguez
Crédito de foto: Archivo de la autora

«Antes de ser escritora he sido lectora. Debo confesar que «robé» libros de una manera muy simpática. Mi padre es un jardinero jubilado, mi madre es ama de casa. A una vecina su padre le compraba muchos libros, tenía una biblioteca supersurtida y yo siempre la miraba con admiración. Así como el cuento de Clarice Lispector, en el que el padre le da una lección a la niña, el padre de mi amiga me dijo «llévate los libros que quieras». Y yo a los nueve o diez años, me llevé todos los libros que pude. Tomé prestado El caballero Carmelo, Vallejo, todos los clásicos, en ediciones antiguas, bonitas. Empecé a escribir porque fui lectora de niña, de adolescente. La poesía vino como un acto natural, después de haber pasado mucho tiempo leyendo».

 

Úrsula Alvarado escribió sobre tu poemario: «Así como las ballenas que, tras largos períodos de inmersión, se ven obligadas a subir a la superficie a respirar aire fresco, el yo poético de este libro ha emprendido la dura, pero necesaria travesía por las aguas profundas de su memoria para desatar los nudos, descubrir de dónde viene y quién finalmente es». La nostalgia envuelve a Canto de ballena negra y hay una atmósfera no necesariamente marina, pero sí acuática.
Es muy nostálgico. Como el último oleaje del día, un último viaje. Es nostálgico porque es un recuento de años, es un collage: la familia, yo misma, la ciudad de Lima. No es una composición marina, pero el agua parece ir de aquí a allá; son pequeños elementos, no es el mar entero. Sobre los desengranajes que me comentabas, intenté hacerlo, pero en este libro nada está construido: todo se intenta y se deshace.

 

¿Quién es la ballena?
En mi primer año en San Marcos, viajaba desde Huarochirí. Y era un viaje larguísimo. Veía hileras de postes. Me obsesioné con una imagen: los postes de luz que son como hombres mirando al suelo. Siempre vi así a la gente de Lima. Incapaces de mirar al cielo. Imaginé que había una ballena que cae en medio y lo remece todo. Entonces, los postes se elevaban y se iban como bandadas de pájaros.

La ballena es algo vivo, que remece, remueve. La ballena es la poesía, la vida misma.

 

Te vi actuar en Los justos en el 2018 y transmites una gran fuerza. Los procesos creativos del teatro, la poesía, el cine son muy distintos. ¿Cómo transitas entre uno y otro trabajo creativo?
Con Llaqta llevo siete años, soy directora fundadora con Fernando López. Mi tránsito ha sido alucinante porque empecé con la poesía, la abandoné muchos años, me adentré en el teatro de lleno (en ese tránsito también hice cine) y luego me asumí como poeta. Logré entender que son disciplinas muy distintas, pero tienen algo en común: hacerme sentir libre. Todo aquello que me haga sentir libre, es donde yo voy a estar. La felicidad que siento en el teatro no es la felicidad que siento en la poesía ni en el cine: son tres maneras muy distintas. Soy de imágenes y sensaciones. Imágenes por el cine y sensaciones por el teatro. Lo curioso es que el teatro es colectivo y la poesía es la más extrema soledad. No hay cosa más deliciosa que quedarte todo el día tú y tu texto.

Yo había descartado mucho a la Noraya poeta por miedo, por prejuicios, por timidez, baja autoestima. Depende en qué estadio de tu alma te encuentras para poder asumirte como poeta. El teatro empuja en mí la poesía que tengo dentro. No hay disciplina artística como el teatro. Yo lo veo como una guerra: estás ahí con tu cuerpo luchando. El cine está inmerso en todo, lo que hago es escribir lo que voy a dirigir. Son tres Norayas que gravitan en mí. También hago danza, la practico, porque ya no me alcanza la vida. Un teatrero siempre tiene que estar en training.

 

En tu trabajo siempre va a estar lo social. Tu segundo poemario surge a raíz de la experiencia de la Universidad de Texas.
Mi segundo poemario destroza, es casi una tormenta. Cuando lo terminé, me di cuenta que el primero tendría que estar naciendo. El segundo libro impulsó al primero.

Yo tuve un curso que se llama Poesía y écfrasis, que tiene una mirada más específica, aplicada a los fotogramas familiares. A partir de entrevistas y fotos familiares empecé construir el pasado de mis padres antes que naciera (mi familia es de Apurímac). Se pueden desatar nudos, no verdades. Un padre te cuenta desde su dolor, su perspectiva. También entendí cómo desatar los nudos sin hacer daño porque… es complicado escribir sobre la familia. ¿Cómo llenas huecos en la memoria? Me he llenado de imágenes poéticas, epígrafes, sensaciones (aleteos, una vibración). Para ese poemario necesité cubrirme, tener algo con qué ir.

 

La migración lingüística suele despertar la creatividad…
La maestría en Escritura Creativa en El Paso fue una experiencia alucinante. Yo estaba en una situación de frontera. Podía caminar media hora bajo un sol terrible y llegaba a la frontera. Estaba oscilando siempre. La mitad de profes latinos, la mitad de profes gringos. Los profes valoraban mucho que uno escribiera en su lengua materna, pero podías experimentar en inglés si querías. Había muchos mexicanos, latinos. Era un coro de voces y maneras de hablar, una polifonía. Y yo trataba de recordar cómo hablaba mi madre con mis tías en quechua. Fue una época muy efervescente.

Asistí a Tim Hernández, un chicano que trabaja la poesía documental y apoyé a la profesora colombiana Andrea Cote (que está trabajando su poesía en inglés). Cuando en el gobierno de Trump nos querían botar, los profesores hicieron una cadena que impidió que nos botaran a Juárez y no había vacunas en ese momento. En la burbuja académica todo es lindo, pero sabíamos que no éramos bienvenidos en la época de Trump.

 

Hablando de lo académico, ¿por qué decidiste hacer tu tesis de licenciatura sobre «Poemas bajo tierra», con el que César Calvo ganó el Premio Poeta Joven del Perú?
Lo admiro mucho como poeta. Él hizo algo que hice al inicio: contemplar mucho. Cualquier persona con un poquito de sensibilidad contempla el mundo. Calvo inicia su periplo como poeta, sube a la azotea y ve a su abuelo y lo ve anciano y eso lo conmueve y empieza a escribir. En El tiempo vivencial en «Poemas bajo tierra», de César Calvo, cuando digo «tiempo vivencial» es estar ahí. La potencia que tiene cualquier arte de recrear a través de la composición, algo que tú como lector o espectador lo estás viviendo.

Calvo me enseñó a ver de dónde eres, a dónde vuelves. Calvo tiene poemas con palabras en quechua. Recién en la universidad empecé a valorar mis orígenes quechuas, a tratar de comprender el porqué de mi padre, el porqué de mi madre, por qué son tan silenciosos y tristes, de dónde venía todo eso. Calvo escribe un Nocturno de Vermont y luego te pone un vals. Esa combinación de lo cosmopolita con algo propio, también lo tiene Vallejo, pero Calvo es dulce, tierno.

El profesor Mauro Mamani, que tú lo debes conocer, nos hizo un ejercicio que me caló mucho. Nos mandó a entrevistar a los padres sobre los orígenes. Yo no hablaba con mi papá, con mi mamá sí hablaba mucho siempre. Con una grabadora, quince años atrás, mi padre me contó su historia. Y ahí tengo el poema Carta para un pelícano. Supe por qué era tan rabioso, tan pedante, tan opresor, machista. A través de ese ejercicio comprendí muchas cosas. También me di cuenta que mi padre había anulado el quechua en su vida, mientras mi madre, cuando se exasperaba o se enojaba o se sentía muy contenta, sí decía cosas en quechua. Pensé «acá hay un mundo que me estoy perdiendo sin saberlo».

 

¿Crees en una escritura terapéutica?
No, no lo creo. La gente cree que hacer teatro, que escribir un libro de poemas es sencillo. Esto es un oficio por el cual la gente se desvive y trabaja mucho. El arte es un oficio en el que hay que marcar tarjeta sí o sí. Y qué delicioso marcar tarjeta. Más que terapéutico es una constante frustración y saber luchar con esa frustración.

El poema lo escribes, lo editas, cortas, corriges, sumas, restas, editas, lees. Un poeta también es un investigador, una persona curiosa, alguien que estudia lo que está haciendo. Si buscas el arte para sanarte, creo que tendrías que tener mecanismos para poder llegar a esa versión.

 

¿Poesía femenina o poesía escrita por mujeres?
Yo quisiera que fuera poesía nada más. A veces he leído textos y no he pensado en si es hombre o mujer. Yo leo a Gelman y me derrito. Blanca Varela tiene una fuerza increíble en Canto villano, que por momentos deja de ser femenina. La poesía la veo por intensidad: Gelman, Varela, Watanabe. Qué femenino Watanabe (¡qué sutileza para escribir!), qué potente que es Pimentel, Pizarnik a veces no es femenina (¡qué furia tiene!). El bailarín, el escritor, el actor, lo que intenta es recrear la vida. Y la vida tiene distintos oleajes.

Me voy por la poesía escrita por mujeres. Comprendo que esta generación nuestra, de mujeres tan talentosas, tiene más espacio. Es una generación que está creando sus propios espacios.

 

Sobre la autora

Noraya Ccoyure (Lima, 1986) es licenciada en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y máster en Escritura Creativa por la Universidad de Texas (El Paso). Desde el 2016 dirige el grupo de teatro Llaqta que ha puesto en escena las obras Nuestra señora de las nubes, Los justos, Abelardo y Eloísa en el infierno, Oshta y el duende y El último acto. Canto de ballena negra es su primer poemario.

 

 

Los cinco libros favoritos de Noraya Ccoyure

  1. Arte de navegar, de Juan Ojeda.
  2. El barón rampante, de Italo Calvino.
  3. Mi planta de naranja-lima, de José Mauro de Vasconcelos.
  4. Canto villano, de Blanca Varela.
  5. The Father, de Sharon Olds.

 



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