Apuntes sobre “Infancias”, de Bryan Paredes

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Presentamos las apreciaciones del escritor Jhemy Tineo sobre el libro de cuentos “Infancias”, de Bryan Paredes.

 

Por Jhemy Tineo Mulatillo

He tenido la suerte de leer las primeras versiones de algunos de estos relatos. También leí el libro semanas antes de que ingresara a imprenta. Lo volví a leer para esta presentación y mi apreciación, a la que he llegado a partir de estas lecturas, es bastante favorable:  en verdad, Infancias tiene cuentos memorables y la principal virtud de Bryan Paredes es contarnos buenas historias. En estos trece relatos los sucesos aparecen de manera nítida. El lenguaje y el autor mismo están al servicio de la historia y los personajes.  Este detalle implica una madurez narrativa. No hay en Bryan el típico alarde del que empieza a escribir. Tampoco hay esa mirada taimada que consiste en enarbolar banderas o intentar caerle bien a todo el mundo. Infancias ha sabido evadir esas sendas y centrarse en lo principal: narrar.

Lo que resalta en el libro es la naturalidad de la prosa, pero es una naturalidad acompañada de imágenes y escenas bastante potentes. Por ejemplo: la tía impertinente y lengua larga diciéndole al profesor de su sobrino.  “¿Acaso no sabe que él no tiene mamá? ¡Cómo le va a pegar a un huérfano!”. La escena de un cadete policial, observando su primera muerte y comprobando los desperdicios que los hombres llevamos por dentro. En el relato, aparecen los cadáveres de una pareja de motociclistas que habían sido arrollados por un tráiler. Cito:  “Apenas yo levante la manta, empiezas a darle con la pala”… “Y no te demores porque apesta como mierda”. En la primera muerte que observa, el cadete Retamozo comprueba que el cuerpo humano apesta y está hecho de heces.  Solo mencionaré dos imágenes más, las otras podrán ser descubiertas cuando lean el libro. Un niño frágil y víctima de maltrato, alimenta a un ave antes de asfixiarla con una almohada. Cito: “Cuando terminó el último grano, la agarré con menos resistencia y la llevé a la cama, y sin meditarlo la puse debajo de la almohada… pero se movía y bastante y luchaba como si pensara, en su diminuta cabeza, que tenía posibilidades contra mí, como si fuera un animal más grande con garras y dientes”. Aquí se nota cómo el niño víctima se convierte en victimario. Hay una circunstancia que permite este cambio, ya ustedes podrán descubrirla al leer  el libro. Y por último, menciono una escena cargada de humanidad: el hijo diciéndole a su padre, “nunca me dijiste que me querías y hasta ahora me duele”. Y el progenitor reconociendo que ha sido un “papá de mierda”. Escenas como estas tienen la virtud de quedar grabadas en la memoria. Y muestran a un autor con una forma de mirar las cosas. Si bien en la mayoría de estos textos, se nota una vena realista, los cuentos de infancia muestran un realismo lleno de sensaciones y contrastes: lo social y la vida íntima de los personajes se entrecruzan. Podemos identificar en el libro una voz, caracterizada por un manejo depurado del lenguaje, por el empleo de la prosa reflexiva a pequeñas pinceladas y el gusto por hacer que las historias sean traslúcidas. Esta voz, también tiene la particularidad de mostrar relatos que resultan cercanos al lector.  Todos conocemos a niños que crecen con sus abuelos. Nos atañe esa realidad donde los hogares son multifamiliares. Nadie es ajeno al abuso de autoridad, a la corrupción, a la muerte, a la pérdida de la inocencia y, en estos últimos días, a la inteligencia artificial. Sinceramente, lo que ha hecho Bryan es contar historias que se prestan para  ser narradas oralmente, estas bien podrían narrarse a los patas, porque hay en ellas, bastante humanidad y crítica a la realidad en que vivimos.  Las escenas logradas, el manejo mesurado del lenguaje y las buenas historias, nos revelan a Infancias como un  libro de cuentos  bastante logrado.

El trabajo de Dendro es de igual modo destacable. Menciono este detalle a causa de una fijación personal que tengo: me obsesiona ese arte que consiste en asignarle un rostro a aquello que en manos del autor es únicamente un manuscrito. Dendro ha acertado: Infancias es una bella y bien cuidada edición. La portada ha sido el secreto mejor guardado de Fran. Algún día contaré todas las amenazas que le hice al editor para que me adelantara la ilustración de la carátula. Por su puesto, él nunca me reveló nada.

 

Aprovecho mi amistad con el autor para mencionar algunos detalles que están detrás del libro. Bryan es periodista, lector compulsivo, irremediable merodeador de librerías, reseñista, temerario comprador de libros, consumidor asiduo de series y películas, cronista. Es de los pocos que se pueden dar el lujo de vivir en torno a la literatura y, sobre todo, de hacerla.  Aún hay algunos aspectos más que debo señalar. He visto al autor de estos trece cuentos coquetear con la escritura de textos teatrales, la poesía y el armado de guiones cinematográficos. Imposible no mencionar las largas jornadas de destrucción de textos a los que Bryan se ha sometido. Para que algo sobreviva hay que estar dispuestos a destruirlo, cuantas veces sean necesarias. Con toda esta pasión, experiencia y estudio, Bryan nos está hablando de respeto por la escritura. Escribir no es un ejercicio sencillo. Muchos podrían pensar que para concretar una historia basta una hoja en blanco y un lapicero  o prender la computadora. No es así. Escribir es una manera de arriesgarse a ser devorados. Todo es incierto cuando se trata de plasmar una historia. Hay que ser conscientes de que ningún saber, lectura o experiencia son suficientes para crear ficciones. La incertidumbre es la única  compañera para el que osa escribir. Ante esto, lo que ha hecho el autor de Infancias es premunirse de recursos literarios y pulir una forma de mirar antes de atreverse a publicar. El trabajo y la inquietud por aprender mientras nos lanzamos a la piscina tampoco aseguran la escritura de un buen libro. Pero cuando el resultado de dicho esfuerzo es un libro como Infancias, hay que elogiar lo atinado que resulta trabajar con calma los textos.

Los trece cuentos aparecen uno tras otro, sin divisiones, pero ha sido inevitable: mientras leía los he ido agrupando en tres bloques. Hay un bloque al que podríamos llamar relatos distópicos. Estas historias, a pesar de jugar con la inteligencia artificial y mostrar un mundo invadido por la tecnología, muestran rasgos existencialistas. La vida, la soledad, la muerte, no pueden ser domesticadas por el desarrollo tecnológico. Hay otro grupo de textos protagonizados por personajes adultos. «Tinta seca», «Mariela», «Todos saben, Retomozo» y «Entrevista a Paul Auster». En todos estos relatos hay una manera de mostrar la vida a partir de situaciones angustiantes.

En particular, junto a «Entrevista a Paul Auster», «Retamozo», «Tinta seca» y «Todos saben», debo confesar  que me han gustado bastante los relatos que tienen como protagonistas a personajes infantiles. Estas historias  sobre la infancia son cinco y pueden leerse como distintos episodios sobre el aprendizaje de la violencia o la pérdida de la inocencia. Este conjunto, tiene en común al personaje infantil de padres ausentes. Aquí la infancia está despojada de conceptos que generalmente se asocian a ella, esto es, la inocencia, la ternura, la falta de malicia, la protección. Todo lo contrario, lo que ha hecho Bryan es, desternurizar el mundo infantil. Pondré como ejemplo un pasaje del cuento “La infancia es una paloma muerta entre tus manos”: Un niño obliga a su primo a ver cómo las “ratitas” revientan debajo de las llantas de un “Tico amarillo”.Cito:

“El sonido de un cuerpo reventado debe ser la comunicación más perfecta de lo que es toda esta realidad. Es la canción por la que nacemos. Aunque las ratas y nosotros no lo entendamos, siempre brota la sospecha de que en esos quiebres de huesos, órganos y sangre, está la clave de lo que somos todos. Entonces, nos acercamos para seguir descubriendo el milagro de la muerte”.

Los niños de Infancias viven en hogares multifamiliares. Son huérfanos o tienen a sus progenitores viviendo lejos de ellos. Y como si el abandono no fuera suficiente, estos, carecen de refugio. La escuela aparece como un lugar adverso: a cada grado académico superior le corresponde una fuerza de mayor violencia. Precisa el cuento «La teoría de las reglas»:

“El grosor de cada [regla] aumentaba de acuerdo a los años. La de primero era delgada pero larguísima”.

“La regla de segundo era más corta y un poco abultada”.

Nos enteramos que las reglas de cuarto y quinto, eran las más temidas.  Esos dos años (cuarto y quinto)  estudiaban en un mismo salón multigrado. Así como hay hogares multifamiliares, también hay educación multigrado. Estos dos detalles son una crítica a la realidad de nuestro país. Así pues, estos cinco relatos de los que estoy hablando nos dan a entender que el primer hogar, la casa; y el denominado segundo hogar, la escuela, son igual de precarios.

La calle también aparece como un lugar de riesgos, sobre este detalle los invito a leer los cuentos «Ofrecer» y «El Hueco». Ambos textos dan cuenta de los diferentes embustes mediante los cuales se puede llegar a la agresión.

Si la calle y la escuela no son refugio, el hogar multifamiliar  tampoco lo es. Cito:

“Volver a casa era el peor de los suplicios, con las tías y la abuela y las tías otra vez jodiendo, que por qué no te quejas, que por qué no te defiendes, cuándo vas a reaccionar, ahuevado de mierda. Y yo callaba, se me salían las lágrimas, qué podía hacer. No hay niño más solo en el mundo que la víctima de la recriminación de quienes no son sus padres”.

Definitivamente, estas líneas muestran una imagen de desolación absoluta. Y  en general, este es uno de los temas centrales del libro. El hombre atrapado en las miserias sociales e individuales. Bryan Paredes se ha enfrentado a temas complejos y ha salido bien librado. Ojalá, Infancias pueda ser leído y valorado por muchos lectores. Se lo merece.

Muchas gracias.

 



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