«Braineater», cuento de Salvador Luis Raggio

Segundo cofrecillo

Presentamos el relato «Braineater», del escritor Salvador Luis, incluido en el libro Segundo cofrecillo (2023), de editorial Casatomada.

  

Por Salvador Luis*

No finjas que no sabes de qué va esto.

Chuck Palahniuk

 

 

Lago Table Rock, Misuri, 1:00 PM de un día sábado. Agua dulce y templada. La etiología es más simple de lo que crees. Bastó con un ingenuo chapuzón. Sumergirse a la hora correcta para que un ameboide tropiece contigo. Fue así de simple, Pat. Un microorganismo de agua dulce que, por coincidencia o destino marcado, fijó la dirección de su ruta de vida hacia la tenebrosidad de tus fosas nasales. Misuri en realidad no te era desconocido. Ya habías venido antes. Otras vacaciones de verano con Astrid y Anika. Las habías tomado dos o tres veces porque te gustaba esa parte del país. La meseta de los montes Ozark. Pero es cierto que no todas las vacaciones suscitan la misma comodidad, no todas tienen un ánimo idéntico ni luminoso. Algunas vacaciones cambian nuestras perspectivas, y algo tan espontáneo y creíble como un chapuzón puede por consiguiente separarte de los tuyos sin mediar ninguna advertencia. Una pequeña célula eucariota, por ejemplo, puede entrar en ti, autónoma y libérrima, como sucedió el día martes, y reproducirse abundantemente dentro de tu mucosa olfatoria. Es la forma en que este tipo de cosas suceden, no se necesitan más elementos, la verdad. A través de unas rendijas en la parte baja de la nariz, el ameboide flota en el agua y se acomoda. Es una invasión discreta, seguida de una exuberante liberación de enzimas y de fiebres. Tan solo hablamos de un microorganismo que busca sobrevivir en un mundo que es igual de despiadado para todos. Tú lo sabes, Pat. Tú también has intentado sobrevivir en ese mismo mundo. Has sido despiadado cuando te ha tocado serlo. Pero en tu caso —un estudio de caso humano— lo sueles llamar acomodo, rectificación de las circunstancias, gajes del oficio. Sueles hacer uso de un ramillete de eufemismos para representarte lo mejor posible. Es parte del papel que debes encarnar. Es parte del ciclo de la «adaptación». Al igual que el ameboide que hospedas en tu cuerpo, eres una criatura más en este juego universal llamado existencia. Una colección de membranas plasmáticas y orgánulos recubierta de pieles y vellosidades. Una criatura en transición. Y te movilizas, como es lógico, de acuerdo con los principios que te sirven y te perpetúan. Primero, naturalmente, manejado por la naturaleza y el instinto, después, conforme la vida se expande y se desencadena lo decisivo, haciendo uso de la astucia, el aprendizaje y la previsión. Es cierto que escogemos cierta ética para vivir entre los demás. Es cierto que plantamos árboles de moralidad que nos sustentan. Y que con esas éticas y esas morales arbitrarias trazamos una línea de comportamiento, una identidad aclaratoria. Vivir así, de hecho, es lo que nos descubre y lo que nos convierte en seres ceñidos al ambiente social. La farsa en realidad es mostramos como un grupo de animales pensantes, seres superiores y constructores, criaturas con un discurso de predominio. Humanos, a fin de cuentas. Así nos gusta definirnos, separando nuestras vidas del trayecto paralelo de los ameboides. Cuando lo innegable es que el tan mentado concepto de predominio humano no opera a nuestra usanza en el universo de la existencia absoluta. Donde todo es solamente incertidumbre y encrucijada. Donde no tienen cabida la inferioridad ni la superioridad. Donde lo que es concebido como perjudicial es al mismo tiempo provechoso. Esa sorpresiva torcedura del horizonte que desfigura para siempre la historia de una vida es, en otro momento, la misma linealidad que pinta la fábula épica de algo que ya existe o está por nacer. ¿Me oyes, Pat? Solamente se trata de un ameboide de agua dulce, de una pequeña célula eucariota que pretende crecer y reproducirse. Otra criatura perdida que desea ser fecunda en este extenso universo de posibilidades y riesgos. Abórdalo desde este nuevo ángulo: lo que es un parásito asesino para ti, es en verdad, para el microorganismo que albergas en tu carne invadida, un ameboide triunfante, una fuerza de la madre naturaleza, otra expresión y otra modalidad de un universo en metamorfosis. Está claro. Pues atacar el sistema nervioso de su huésped y más tarde engendrar destrucción dentro de él es solamente pulsión vital y función biológica ataviada de infortunio. Es solamente eso, Pat. Aunque aún no te quede claro. Aunque aún te resistas a la fiebre. Ten en cuenta que las náuseas serán un segundo gran signo de lo que se vislumbra. Y que pronto empezarás a advertirlas. Porque la invasión motivada por el primer ameboide avanza poco a poco. Tres días serán suficientes para que lo comprendas en su plenitud. 72 horas. La congestión nasal, insistente y fatigosa, se presentará sin demora como otra banderola de anunciación. Una sinusitis que tratará de no resbalarse, que se afianzará con dientes y uñas a las paredes de tus malares y al centro de tu rostro. La indisposición se prenderá a ti, Pat. Insensiblemente, hora tras hora, los ameboides multiplicados producirán la degeneración de los tejidos internos de tus mucosas y de tus bulbos olfatorios. Experimentarás, al mismo tiempo, una detestable inflamación, y la confundirás equivocadamente con el peor catarro de tu adultez. La sensación de náusea, entretanto, se transformará en la evacuación abrupta de una sustancia ácida, en un cocido de vómitos que te hará sentir extenuado y simplemente desierto. Verás, apaleado por ráfagas de alucinaciones y confabulaciones lumínicas, despojos tuyos que a primera vista te serán irreconocibles, piezas amorfas de tu interior enfermo que te remitirán de inmediato a esas películas de terror que tanto le gustaban a tu primo Charlie. El baño del hotel se convertirá durante tu última mañana en Misuri en un establo de secreciones y humores corrompidos. Te costará higienizar el área del retrete, pero impulsado por las ganas de volver a casa darás un largo sorbo de la botella de antiácido cuanto antes y le pedirás ayuda a Astrid para el aseo del servicio, pensando, a la par que aspiras y desdeñas aire con consternación, que la milanesa de pollo del restaurante Bellamy’s se hallaba en mal estado. Ella se preocupará. Tú minimizarás el asunto alegando que durante la juventud sobreviviste a decenas de indigestiones y borracheras universitarias. No imaginarás, en ese momento, que lo que te pone de rodillas es en realidad un anticipo de la creciente agitación meníngea, una consecuencia irreversible de la reproducción microbiana de un pequeño comecerebros de agua dulce. En la carretera, ya pasadas las 6:45, Astrid te preguntará si te sientes bien (ella no te ve bien, Pat), y te ofrecerá tomar el control del volante. Querrá también conducirte a la primera atención de urgencias que señale su teléfono, porque ha observado que transpiras más allá de lo normal y que además se te dificulta orientar el automóvil, sobre todo desde que se encendieron los postes de alumbrado. Para ese momento, tu camiseta de Blues Traveler estará efectivamente empapada, y los fluidos salados de la hiperhidrosis corporal llegarán en abundancia hasta la zona de tu entrepierna. A pesar del tráfico y del malestar ótico que te causará el volumen de la película que Anika ve en el asiento trasero (la aventura de un oso micronauta que ha viajado al interior de un gato doméstico en busca de una sortija de oro), tu familia llegará a casa sin mayores inconvenientes. Habrán dado exactamente las ocho en punto, Pat. Esa noche, tu cabeza no hará implosión de golpe: la rotura hacia dentro será progresiva; sin embargo, las alteraciones sensoriales y la fotofobia te pondrán de pésimo humor. Astrid y la niña preferirán callarse, mimetizarse con las paredes y los muebles. Tú, en cambio, te encerrarás en el cuarto de música, perderás el equilibrio junto a vinilos de A Tribe Called Quest y Bikini Kill y nadie sabrá de ti hasta la siguiente mañana. La anosmia llegará mientras duermes, al igual que el paro cardíaco. Y vislumbrarás en tu último sueño una fracción del más allá de los mundos, pero no la alcanzarás. En realidad, de ahora en adelante nunca alcanzarás ninguno de tus sueños. Con una amargura creciente, hacia las 4:44 AM, abrirás un ojo y constatarás que ya nada es igual que ayer. La madrugada será violeta y algo nuevo se alzará enfurecido e insaciable al otro lado de los lagos y las arboledas de Misuri. En el corazón de los suburbios. Dentro de ti.

 

Cuento tomado del libro Segundo cofrecillo (Ed. Casatomada, 2023)

 

 

*Salvador Luis Raggio Miranda (Lima, 1978). Se licenció en dirección de cine y literatura y es doctor en Lenguas Romances (University of Miami). Ha publicado varias colecciones de cuentos y novelas cortas, y participado en antologías nacionales e internacionales. En la actualidad, parte de su obra publicada en el extranjero está siendo recopilada en el Perú por Editorial Casatomada a través de los volúmenes Cofrecillo (2021) y Segundo cofrecillo (2023). Se desempeña también como catedrático de humanidades en los Estados Unidos y dirige la revista de ficción insólita Cósmica Calavera. Sitio web: www.salvadorluis.net



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