Una década de “El cerco de Lima”, de Óscar Colchado Lucio

Portada de El cerco de Lima

La novela del laureado narrador Óscar Colchado Lucio, quien falleció el 20 de enero pasado, aborda e interroga uno de los periodos más violentos del país.

 

Por Stefanno Placencia

El 3 de junio de 1989, miembros del grupo terrorista Sendero Luminoso estallaron una carga de dinamita debajo del ómnibus que trasladaba a la escolta presidencial Húsares de Junín hacia Palacio de Gobierno. El atentado causó «muertos como cancha. Cuerpos despedazados. Sangre por todos lados» (p. 11). Tras ello, los terroristas huyeron y comenzó la persecución. Este suceso es el punto de partida de la novela corta El cerco de Lima, escrita por el narrador y poeta ancashino Óscar Colchado Lucio, quien falleció hace un mes, el 20 de enero.

Aparecida en 2013, la obra se divide en cuatro partes: un texto preliminar, dos capítulos y un epílogo. En el texto se aborda e interroga las formas de violencia que se llevaron a cabo en el denominado conflicto armado interno a través de múltiples voces: Nito, un agente de inteligencia policial; Alcides, un senderista que sobrevivió a la matanza del penal El Frontón, y el Predicador, una especie de profeta que habla de la llegada del juicio final. Estos personajes comparten, sin tapujos, sus temores, deseos, pesares, perspectivas de lo que ocurría en el país a finales de los ochenta.

Los fragmentos que corresponden a cada protagonista alternan y se caracterizan por su brevedad y sus formas discursivas. En cuanto al Predicador, se transcriben los discursos que este brinda en espacios radiales sobre las enseñanzas de la Divina Revelación Nueva Era. En el caso de Alcides, se implementa un diario, en el que anota las estrategias de Sendero Luminoso y su adhesión al partido, los recuerdos de sus camaradas sanguinarios y de un viejo romance —«Mariela Salina fue mi primer amor» (p. 64)— y su nuevo amorío con una subversiva llamada Natia. El amor no solo alcanza a Alcides, cuyo nombre real es Manuel Rojas, sino también al agente Nito, quien, al intentar caerle a su compañera la Flaca Mireya, es rechazado: «Como intentes acercarte a mi cama, te meto un balazo» (p. 72). No obstante, estos hombres anteponen sus objetivos colectivos a sus sentimientos.

El primer capítulo del libro retrata los años previos del atentado a la escolta presidencial. Allí se cuentan las actividades de inteligencia que realizan Nito Espinoza y sus compañeros de la Dirección Contra el Terrorismo (Dircote) para capturar a los terroristas que se organizan para tomar la capital, se infiltran en la agrupación y consiguen información que les permite ir tras el responsable de elaborar la toma de Lima: un tal Alberto. En tanto, el Predicador se dedica a criticar a los falsos creyentes y charla sobre el poder de Dios en emisiones radiales y espacios públicos.

En la segunda parte, la más extensa, se recrean algunos hechos reales como la matanza de terroristas senderistas recluidos en El Frontón durante el primer gobierno de Alan García, en 1986, o el mitin de Mario Vargas Llosa contra la estatización de la banca al año siguiente. Asimismo, la violencia se agudiza en la capital, a las acciones terroristas de Sendero, se suman las del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Son unos testigos quienes se incorporan al relato y reseñan este escenario macabro. Los subversivos asesinan policías o a todo aquel que se les oponga, dinamitan sus cuerpos y dejan sus pintas luego de perpetrar el crimen: «Así mueren los asesinos del pueblo» (p. 135). El capítulo se cierra cuando Nito, gracias al dato de un infiltrado, lograr enterarse del lugar exacto en que los senderistas atacarán a la escolta presidencial. A su vez, el Predicador vaticina que se aproxima «el gobierno de ese chino sonriente. Por lo visto, ese hombre representa el nuevo rostro de la Bestia» (p. 158). El religioso alude al exdictador Alberto Fujimori.

El epílogo reproduce la confrontación a disparos, en el cerro El Pino, entre los senderistas (Alcides, Alberto, Daniel y Natia) que atentaron contra la escolta presidencial y los policías que han llegado a ese lugar gracias al aviso de un taxista que le había hecho la carrera a los extremistas luego de huir del centro de Lima. El Predicador aparece en medio de la pugna e intenta actuar como intermediario apenas se entera de que solo falta atrapar a Alcides: «Sea como sea, no pueden matarlo. Para eso está la justicia, para juzgarlo» (p. 168). En las últimas líneas, Alcides describe el supuesto triunfo del cerco a Lima con el ingreso del líder terrorista Abimael Guzmán a ese territorio. Su evocación fantasiosa prosigue hasta que un policía le da el tiro de gracia y lo cargan a una ambulancia.

Aunque en el título es claro en señalar el lugar donde transcurren las principales acciones de la trama, también se presta a interpretaciones en cuanto al uso de la palabra “cerco” (‘aquello que ciñe o rodea’ o ‘asedio que pone un ejército, rodeando una plaza o ciudad para combatirla’, según la primera y cuarta acepciones del Diccionario de la Lengua Española, respectivamente). Mientras Sendero prepara «la fiesta del cerco a Lima» (p. 56), la Policía busca la forma de cercar a los cabecillas que planean tomar la capital desde la periferia.

En el ensayo “La ciudad en los márgenes sociopolíticos: El cerco de Lima de Óscar Colchado Lucio”, el investigador Félix Terrones apunta que el término “cerco” es muy connotado en la historiografía peruana. Ahonda en su reflexión así: «Nos referimos al episodio del cerco de Lima efectuado por Manco Inca, quien rodeó a los españoles acantonados en la recién fundada Ciudad de los Reyes… Si consideramos este enfrentamiento entre españoles, por un lado, e indígenas, por el otro, no podemos más que subrayar el diálogo con otro “cerco”, el de los años ochenta y noventa, que el autor busca reforzar desde el título. Lo que nos interesa destacar es que se trata de una palabra que sugiere el enfrentamiento entre dos sociedades culturalmente diferentes, sugerencia que el autor recuerda y actualiza con las herramientas de la ficción» (p. 2).

El tratamiento ficcional que ofrece El cerco de Lima a este periodo de violencia desatado por las organizaciones terroristas no cae en el lugar común del enfrentamiento entre los buenos y los malos, tampoco los condena o absuelve. Dicho de otra manera, Óscar Colchado propone una forma objetiva de reflexionar y releer algunos de los tantos pasajes más truculentos y violentos de nuestra historia con la realización de un relato que, además de despertar interés por el delicado tema que trata, manifiesta una compleja trama que jamás se enreda pese a sus variados elementos literarios.



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