Rusia 2018: Contigo Perú

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Ya está por comenzar la ‘fiesta del fútbol mundial’ y aquí les presentamos un nuevo artículo de Jorge Cuba-Luque que nos remonta a la participación blanquirroja en el Mundial de Rusia 2018 y al yerro de Christian Cueva.

 

 

Todo hombre que sufre se vuelve observador, y  Roberto siguió yendo a la plaza en los años siguientes pero su mirada había perdido toda inocencia.

J.R. Ribeyro

 

 

Por Jorge Cuba-Luque

Cuando Christian Cueva nació, en 1991, habían pasado nueve años desde la última participación de Perú en un Mundial, y habrían de pasar veintisiete más antes de que la Blanquirroja volviera a participar en la mayor justa futbolística internacional. En un país donde el fútbol está hondamente impregnado de amor a la patria, o a la idea que muchos peruanos tienen del amor y de la patria, la larga ausencia de la selección en los Mundiales era inevitablemente asociada a los mayores fracasos y traumas nacionales. De alguna manera, el anhelo más profundo de todo peruano no era que el IDH (Índice de Desarrollo Humano) de su pueblo alcanzara un día a figurar  entre los más elevados del planeta o que alguna universidad del país se codeara con las más prestigiosas de Europa, no, nada de eso; su desideratum máximo era no morir sin ver antes a Perú de vuelta en la Copa del Mundo. El 16 de junio de 2018, por la tarde, en la cancha del modernísimo estadio Mordovia Arena, en la ciudad de Saransk, Rusia, por fin Perú, entrenado por el argentino Ricardo Gareca, volvió a un Mundial. Christian Cueva no solo estaba viendo cómo aquel antiguo deseo se hacía realidad, sino que formaba parte del mismo pues era uno de los once integrantes del seleccionado inca que estaba por enfrentar a Dinamarca. En la ceremonia de los himnos, se le ve cantando el “Somos libres”, embargado por una profunda emoción, como sus diez otros compañeros; su fibra patriótica lo llevó sin duda, por unos segundos, al villorrio del norte peruano donde nació, creció y se hizo futbolista, donde forjó su carácter díscolo y tenaz al mismo tiempo.

Christian Cueva posiblemente ignoraba que, a pocos kilómetros de Saransk, la ciudad donde se encontraba, había tenido lugar una de las más cruentas batallas de la Segunda Guerra Mundial, ni que Saransk había salido milagrosamente indemne del asedio a Moscú que la Whermacht perpetró con afán nihilista; de Rusia había escuchado vagamente el nombre de Rasputín, aunque sin saber bien quién había sido. Quizá ignoraba también que Dinamarca, ella sí, figuraba entre los diez países con elevado IDH, y que en su capital, Copenhague, estaba una de las universidades públicas más prestigiosas del Viejo Continente. Seguro que Christian Cueva conocía la célebre frase “Ser o no ser, es el dilema”, pero no que quien la pronunció, Hamlet, personaje de la pieza epónima de William Shakespeare, era “príncipe de Dinamarca”, y es probable que, de niño, hubiera leído los cuentos infantiles El soldadito de plomo o El patito feo, de Hans Christian Andersen, danés universal, aunque ya hubiera olvidado al autor. Pero ¿puede esto importarle a un peruano, a pocos minutos de debutar en un Mundial?

El partido fue desde el primer momento intenso, rápido; los daneses impusieron un ritmo de juego que buscaba la eficacia antes que cualquier lucimiento. Los dirigidos por Gareca sorprendieron con un toque igualmente rápido, con avances laterales y centros al área. Christian Cueva aparecía como uno de los atacantes más incisivos, en juego individual y colectivo; hacia al final del primer tiempo recuperó un balón cerca del área danesa, vio por la derecha a Luis Advíncula bien ubicado, siguió avanzando, le pasó la pelota y, en una pared como la de los mejores momentos del fútbol peruano, Advíncula se la devolvió. Christian Cueva ya en el área rival, avanzó aún más y se aprestó a disparar cuando fue enganchado por Yussuf Poulsen, centro delantero multioficios que en la cancha se le veía por todas partes. El partido continuó unos segundos, hasta que Bakary Gassama, el árbitro, fue requerido por los oficiales de la FIFA para que consultara el VAR, el dispositivo de video asistencia al referee, empleado en 2018 por vez primera en un Mundial. Tras visionar la jugada, Gassama decreta penal; el mismo Christian Cueva lo ejecutará.

Colocó el balón en el punto de penalti. El corazón le latía con fuerza, recordó quién era: Christian Cueva, un muchacho de origen modesto, nacido en una ciudad del norte peruano y que creció en un pueblo humilde, Huamachuco, y que, gracias al fútbol, había podido elevarse socialmente y ayudar a los suyos; era uno de esos peruanos de piel mate y cabello negro, no muy alto, de esos a los que en el Perú la sociedad suele escatimar oportunidades para una alcanzar una vida mejor. Pero también era un creyente en Cristo, estaba convencido de que había sido Él quien lo había puesto en la senda del fútbol. Desde chiquito empezó a mostrar que el balompié era lo suyo, parte de su naturaleza. Su padre, ex futbolista, lo comprendió, lo estimuló, lo llevó a los estadios; Christian Cueva fue mostrando a todos al futbolista que llevaba dentro; frecuentaba un club local, el Racing de Huamachuco, en el que, ya adolescente, destacó por encima de sus compañeros. Andaba por los dieciséis años cuando por esos pagos llegó de Lima, en gira, el club de primera división Universidad San Martín, y jugó un partido amistoso con los locales. Tan amistoso que tras marcar un par de goles para el Racing de Huamachuco, en el segundo tiempo jugó para los visitantes y marcó dos goles más. Su acordado transfuguismo no pudo ser más oportuno: impactó a los directivos limeños que, vivitos y acomedidos, intuyeron su potencial y le propusieron firmar un contrato. Al año siguiente, 2008, debutó en el fútbol profesional peruano. Su vida empezó a cambiar.

Sonó un silbido agudo y enérgico. La vistosa camiseta amarilla del árbitro, que le señalaba el punto de penal lo volvió a Saransk. Christian Cueva escuchó entonces el rugir de la numerosísima barra blanquirroja, ampliamente mayoritaria en el estadio. Se sintió más peruano que nunca, tal vez se dijo “Estoy contigo, Perú” rememorando un vals criollo de tenor patriótico.

En poco tiempo Christian Cueva se afirmó como una de las estrellas de la nueva hornada, destacando por su dominio del balón, su rapidez, su ahínco, su eficacia para el gol. La senda de su estrellato como futbolista se hizo evidente, los clubes nacionales y extranjeros lo reclamaron: Unión Española, de Chile; Alianza Lima, Deportivo Toluca; Sao Paulo…Entre tanto, había ya integrado la selección Sub-20; en 2015 Ricardo Gareca asume la dirección técnica del seleccionado con miras a la clasificación para el Mundial de Rusia.

De pronto le pareció estar en otro mundo, ya no escuchó los cantos de la barra peruana, se vio solo en el universo, en el espacio sideral, ese lugar que no es ningún lugar, donde no hay tiempo y todo flota. Un nuevo pitazo de Bakary Gassama lo volvió a la realidad. Miró al frente y observó al rubicundo Kasper Schmeichel, que a su vez lo miraba desde su 1,90 m. bajo el arco danés.

Acaso por su fe en Cristo, por llamarse Christian, es decir, cristiano, era permanentemente acechado por el Diablo para alejarlo de la virtud. Lo supo desde muy joven cuando se dio cuenta de que el Malo lo inducía por el camino del vicio. Por eso su tendencia a las francachelas, a las trifulcas, a los malos amigos, a las mujeres de mal vivir, todo facilitado por el importante dinero que empezó a ganar como futbolista. Christian Cueva luchó, salió adelante; su fe lo ayudó a encontrar el amor, decidió fundar una familia.

Volvió a mirar a Schmeichel, que lo esperaba. Tomó viada, avanzó, frenó, dio unos pasitos sobre su sitio, avanzó de nuevo, disparó con el pie derecho, el balón pasó por encima del arco danés. Una profunda desolación desdibujó su rostro. El primer tiempo terminó poco después.

Nadie le reprochó nunca nada, el público peruano no lo pifió, sus compañeros lo abrazaron para reconfortarlo. En el segundo tiempo siguió jugando con brío, estuvo incluso en un par de jugadas que pudieron ser gol, pero quien sí concretó un gol fue Yussuf Poulsen, el mejor hombre del partido y el que concretó la victoria danesa por 1-0 . La Blanquirroja cumplió, hizo lo mejor de lo suyo en los 90 minutos. Cumpliría también en el partido siguiente, ante Francia, a pesar de la derrota 0-1.  Perú se despidió del Mundial con un triunfo 2-0 ante Australia.

Christian Cueva dejó Rusia si no feliz, por lo menos con la conciencia tranquila por haber cumplido su deber con entereza y la voluntad de hacer lo mejor. A ningún hincha peruano se le ocurrió perdonarle por haber errado el penal pues no había nada que perdonar, esos yerros son parte del fútbol. Es posible que nunca olvide a Yussuf Poulsen, pero un día leerá al excelso Søren Kierkergaard, danés y filósofo cristiano: “Se trata de encontrar una verdad que sea mi verdad, de encontrar la idea por la cual quiero vivir y morir”, y recordará la tarde de Saransk con una sonrisa.

 

 



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