Argentina 1978: El Oso (Marcos Calderón)

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Una nueva crónica futbolera del escritor Jorge Cuba-Luque. Esta vez nos recuerda a don Marcos Calderón, director técnico de la selección peruana en el inolvidable Mundial Argentina 78.

 

¿Qué me importan del    mundo sus juicios vanos?

Los Embajadores Criollos

 

Por Jorge Cuba-Luque

Abordó contrariado el Fokker F-27-400M que esperaba en la pista del aeropuerto de Pucallpa —ciudad de la Amazonía peruana— desde hacía más de sesenta minutos con respecto a la hora programada, aunque si el vuelo hubiese despegado puntualmente también se habría contrariado pues él, Marcos Calderón, apodado por muchos el Oso, parecía vivir contrariado. Era el director técnico de Alianza Lima, y, con el equipo, se encontraba en esos parajes desde la mañana, adonde él y su plantel habían llegado en un vuelo chárter de la Marina de Guerra del Perú, que prestaba servicio, para enfrentar a media tarde al club local, al que derrotaron 1-0. Hasta esa fecha, martes 8 de diciembre de 1987, se le consideraba el entrenador peruano con el mejor palmarés, tanto en clubes como al frente de la selección nacional; amante de los valses criollos, casi no escuchaba otro género musical, por eso no le vino a la mente que, exactamente siete años atrás, en Nueva York, el exBeatle e icono mundial, John Lennon, había sido gratuitamente asesinado por un supuesto admirador. Finalmente, ya apoltronado en su asiento, y, una vez que el avión emprendió vuelo rumbo a Lima, cerró los ojos y evocó uno de sus logros más preciados, su presencia en el Mundial de Argentina 78.

Fue Marcos Calderón el coach que clasificó a Perú para el Mundial de Argentina, tras eliminar inobjetablemente a Chile y Ecuador. Su designación, en 1977, suscitó duras críticas a la Federación Peruana de Fútbol pues, a pesar de sus triunfos (el más reciente, la obtención de la Copa América en 1975), al Oso le reprochaban ser un entrenador poco dado a las tácticas sistematizadas. “Tienen razón”, se decía a sí mismo, sabiéndose empírico antes que teórico.

Una ligera mueca de soberbia se dibujaba en su moreno rostro con bigotes la tarde del 3 de junio de 1978, en el estadio de Córdoba, pocos minutos antes del debut de Perú, no obstante tener que vérselas con una de las selecciones que era entonces de las mejores de Europa y que llegaba al Mundial con aspiraciones de finalista, la formidable Escocia entrenada por el connotado “Ally” MacLeod. El entusiasmo de los escoceses era tal que, con kilts y gaitas, habían llegado miles de ellos a Argentina para seguir a su equipo, dado por sentado que con los eficaces delanteros Joe Jordan, Kenny Dalglish y Willie Johnston harían picadillo a los de la Blanquirroja. Subestimaron olímpicamente a los sudamericanos quienes, tras ir perdiendo 0-1 por gol de Jordan, lograron voltear el partido con un juego rápido, vistoso y efectivo, con tres tantos, el primero de César Cueto, los otros dos de Teófilo Cubillas, mientras que el Oso Marcos Calderón no dejaba de arengarlos con sapos y culebras, su forma habitual, desde el foso al lado de la cancha. Ese triunfo no solo puso al representativo peruano en el centro de la atención, sino que también hizo conocida la figura regordeta de Calderón, vestido siempre de buzo rojo que, con letras blancas, llevaba la palabra “PERU”. También se hizo popular su peculiar forma de caminar, como balanceándose, debido a sus piernas arqueadas.

Para el partido siguiente, ante Países Bajos, el Oso presentó la misma formación, ¿para qué cambiar un equipo que gana? La portentosa Naranja Mecánica del Mundial precedente, que disputó la final frente a Alemania, llegó a Argentina sin su estrella máxima, Johan Cruyff, pero con jugadores de polendas, como Johan Neeskens y Rob Resenbrink. Resultó un partido parejo, quizás demasiado, y terminó empatado sin goles. Calderón se sintió satisfecho de haber logrado que su equipo le jugase de igual a igual a la selección que, junto a la de Alemania, era la más prestigiosa del Mundial. Por lo demás, el compromiso siguiente era ante Irán, el cuadro más débil del grupo, país que por entonces vivía una agitación social que meses más tarde culminaría en la revolución de los inquietantes ayatolas.

Como previsto, Perú se impuso a Irán, 4-1, holgado resultado que, sin embargo, mostró a un equipo persa digno y luchador que, a pesar de sus falencias, mostraba tener una idea del fútbol. Con sus dos triunfos y un empate, Perú obtuvo el pase a la siguiente fase del Mundial. Marcos Calderón podía sentirse satisfecho pues los peruanos habían dejado una excelente imagen en lo que iba del campeonato. El segundo puesto fue para Países Bajos.

Al igual que en el Mundial de Alemania 74, en el del 78 los cuartos de final se disputaron en dos grupos de cuatro selecciones cada uno. A los neerlandeses les tocó enfrentar rivales europeos, dos de ellos campeones mundiales, Alemania e Italia, además de la siempre empeñosa Austria. Perú, a Brasil y Argentina, además de Polonia. Marcos Calderón se sintió aliviado de que Perú no tuviera que enfrentar a Alemania ni a Italia, pero le preocupó saber que su equipo tuviera que jugar contra el tricampeón y el dueño de casa, y también contra Polonia, siempre un hueso duro de roer.

La brillante imagen que la selección peruana exhibió en la primera ronda empezó a opacarse desde el partido inicial de la segunda, frente a Brasil, ante el que el equipo inca cayó mansamente por 0-3. Esa derrota fue seguida por otra, menos aparatosa, 0-1 ante Polonia, durante el que los dirigidos por el Oso mostraron garrafales errores defensivos. Las cosas iban mal para Perú, pero aún faltaba lo peor.

Lo peor llegó la noche del solsticio austral, el 21 de junio, en el estadio del club Rosario Central, durante el encuentro Argentina-Perú. A pesar de unos minutos iniciales particularmente ofensivos, el equipo de Calderón empezó a naufragar en sus constantes desatinos y yerros, empujados sin descanso por once argentinos frenéticos por lograr el triunfo. La victoria por 6-0 de los rioplatenses motivó las iras de Brasil, que acusó a Perú de haberse dejado ganar, por dinero o por lo que fuera. Propios y extraños trataban de explicar el anómalo marcador hablando  de soborno, de presión política, de pánico escénico, de amenazas, de intercambios comerciales, de consumo de drogas, de arreglos de gobierno a gobierno, de acoso psicológico, de haber arrojado demasiados papelitos a la cancha que dificultaban la visibilidad, de haber cambiado la hora del partido, de repentinas y exorbitantes donaciones de trigo, de la aplicación en el fútbol de la Operación Cóndor que ejecutaban los dictadores sudamericanos para afianzarse en el poder. Algunos rumores implican directamente al Oso que, sin razón aparente, excluyó al potente delantero Guillermo La Rosa y al referente histórico Hugo Sotil, o que mantuvo en la portería peruana al guardameta Ramón Quiroga, de origen argentino. El abultado score permitió a Argentina pasar a disputar la final frente a Países Bajos. Marcos Calderón optó por el silencio, nunca se pronunció sobre esa abultada derrota.

Tras el Mundial, Calderón retomó su labor de entrenador de clubes, peruanos y extranjeros. A comienzo de 1987 toma las riendas de Alianza Lima, tradicional club de la capital que, aquel año, ostentaba una joven generación que parecía llamada a renovar con brillo el perfil del fútbol del país. En diciembre de 1987 se encontraba entre los tres que disputaban la punta del torneo nacional, el Descentralizado. Un retraso en la programación de los partidos motivó que Alianza Lima tuviera que viajar a la Amazonía para enfrentar a Deportivo Pucallpa, equipo de media tabla que, gracias a su localía, solía tener a su favor la humedad y la alta temperatura pero que, ese 8 de diciembre, no lo ayudaron.

Tras el partido, la delegación fue a su hotel a fin de asearse e ir luego al aeropuerto para abordar la misma aeronave en la que había llegado, el Fokker F-27-400M. Ya instalados en el avión, alguien de la tripulación notó que uno de los pasajeros que figuraba en la lista, dirigente del club, no se encontraba a bordo; lo esperaron hasta que llegó, casi una hora después. Sería un retraso fatal pues el vuelo, previsto para aterrizar en Lima a las 18h30, cuando había aún luz solar, llegaría a las 20h00, ya de noche, y los pilotos carecían de experiencia en vuelos nocturnos.

Durante el viaje, apoltronado en su asiento con los ojos cerrados, Marcos Calderón recordó con la conciencia tranquila el Mundial del 78, y hasta sonrió para sí mismo del hecho de que nadie le reprochara que había tenido dos fracasos como entrenador de la selección, en las remotas eliminatorias para Chile 62 e Inglaterra 66. La evocación de los triunfos ante Escocia e Irán, el empate ante Países Bajos, lo hicieron sentirse un triunfador; las derrotas que llegaron luego, no le importaron. El comandante del Fokker F-27-400M anunció que en pocos minutos llegarían a Lima, exclamaciones de alivio inundaron la cabina de pasajeros. Entonces el avión voló en círculo un par de veces, se zarandeó bruscamente en dos o tres oportunidades, subió, bajó, las luces de emergencia se encendieron, el aparato empezó a perder altura de manera drástica e inexorable, envuelto en la oscuridad, sobre el océano Pacífico; el pánico cundió. Pero el Oso no se inmutó, permaneció en su ensueño, feliz, arraigado para siempre en sus recuerdos.



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