«Los sacrificios de Jesús», cuento de Jhemy Tineo Mulatillo

Portada Los sacrificios de la carne

En circunstancias aciagas para un pueblo, ¿qué ocurre con la vida privada de la gente? ¿las personas dejan de amar? ¿las ambiciones personales cesan? “Los sacrificios de Jesús” es una exploración a partir de este tipo de interrogantes.

El cuento que leeremos pertenece a Los sacrificios de la carne, libro que obtuvo el  Premio José Watanabe Varas de Cuento, que se presentará el sábado 30 de julio, a las 7:00 p.m., en el auditorio Clorinda Matto de Turner, de la Feria Internacional del Libro de Lima. Junto al autor estará el escritor Alonso Cueto.

 

 

LOS SACRIFICIOS DE JESÚS

 

Por Jhemy Tineo Mulatillo*

 

 Buenas noches, cumpitas.

El saludo surgía en la sala, el dormitorio, el patio o en cualquier lugar de la casa; luego aparecían los Pelones.

Buenas noches, cumpitas.

Los pobladores de Zapote caían de rodillas:

¡Bendito seas, Señor!

Las familias oraban. Algunas ancianas hablaban en lenguas. Los que tenían una Biblia en sus manos, la besaban o elevaban al cielo. Arrodillados y con la frente en la tierra, esperaban que Dios o algún ángel enviado por él los llevara al Paraíso.

¿Qué hacen, cumpitas? ¡Pónganse de pie!

 

Durante el trayecto a la plaza, volvió a oírse el saludo.

Los pobladores cruzaban el umbral de sus puertas y allí estaban, de inmediato, el “Buenas noches, cumpitas” y el cabello largo de los Pelones que la gente aún no alcanzaba a distinguir en la oscuridad.

 

Don Shego iba montado en un caballo blanco. Jesús y Sonia, la hija de don Shego, caminaban a un costado del caballo; ambos, un rato cada uno, cargaban a Jesús, un bebé de tres meses que los había obligado a convivir como marido y mujer.

¡Soo, caballo Blanco, espera!

Al sentir que Jesús le pasaba el bebé a su hija, don Shego retuvo el caballo brevemente.

Yerno, no es como estar leyendo poemas…

Buenas noches, cumpitas.

Yerno, no es como coger el lapicero.

Buenas noches, cumpitas.

Los Pelones formaban una fila, a lo largo del camino que llevaba a la plaza de Zapote.

Buenas noches, cumpitas.

Buenas noches.

Las familias caminaban a oscuras: no había luna y los Pelones habían prohibido las linternas.

Buenas noches, cumpitas.

Los Pelones saludaban guiándose por el tropel de los pobladores.

Yerno, no es como los poemas o el lapicero.

Buenas noches, cumpitas.

No es como leer libros, ¡yernito!

En vez de contestar, Jesús recordó la mesita de plástico y el tronco de madera donde se sienta a leer después de que el bebé se queda dormido.

 

¿Te ayudo, Sonia? Lo cargo.

Ya. Ayúdame.

Don Shego retiene el caballo hasta que Jesús recibe al bebé.

No es como leer libros, ¡yerno!

La oscuridad no deja ver la exagerada sonrisa de don Shego.

No solo leo, le gustaría responder a Jesús.

Lo que también hacía era mirar el certificado de estudios que guardaba entre las hojas del cuaderno de Literatura. 15 en Lenguaje, 16 en Literatura, 13 en Matemática, 12 en Religión…

Ante el cambio de brazos, el bebé llora brevemente.

¡Cógelo con cuidado, Jesús!

Jesús calcula el peso del pequeño. ¿7, 8, 9 kilos? La nariz se le llena de olor a leche materna. Lo acaricia mientras sigue caminando. Ahora que no estás enfermo, ahora que no lloras tanto, voy a empezar a quererte, Jesús. ¡Discúlpame, pequeño! Pega sus ojos a la colcha, no como un gesto de caricia, sino para cerrarlos intensamente y volverlos a abrir. No me hagas caso, hijo. El sueño me hace decir tonterías.

 

Me gusta como lees. La hija de don Shego le tocaba el hombro.

Jesús metía el certificado de estudios en el cuaderno de Literatura y lo dejaba en la repisa, donde la pareja también guardaba los cepillos y la pasta dental.

¿Me dejas ver tu cuaderno?

Sonia cogía el cuaderno de la repisa.

Bonita letra tienes. La mía era horrible, por eso rompí mis cuadernos al acabar el cole.

Yo también los rompí, pero guardé este.

¿Son poemas?

Sí.

Con razón te decían poeta en el colegio.

Son poemas, pero no los escribí yo.

Y para que la hija de don Shego no continuara preguntando, Jesús la acariciaba.

 

Buenas noches, cumpitas.

Mis senos se están llenando, Jesús…

Buenas noches, cumpitas.

Mis senos se están llenando, debe tener hambre.

El bebé buscó instintivamente con la boca abierta; sus encías fueron el pellizco de dos dedos mojados en la quijada de su padre.

Está tranquilo. Si llora, te lo paso.

Jesús, mis senos se están llenando, ¡te digo!

Te lo paso cuando llore, Sonia.

 

A las ocho en punto de la noche, los pobladores llegaron a la plaza donde una petromax, por fin, dejaba ver las mochilas en las espaldas y el cabello largo de los Pelones desparramado a la altura de los hombros.

Buenas noches, cumpitas.

Los recibió El Más Pelón de los Pelones.

Hombres, mujeres y niños armaron un semicírculo.

Buenas noches, cumpitas. El Más Pelón de los Pelones saludaba a niños y adultos.

Pelones alrededor de la plaza, cortinas de cabellos tapándoles las orejas y parte de los cachetes, fusiles en las manos, aparecían y desaparecían según el parpadeo de la petromax.

El Más Pelón de Los Pelones era alto como una planta de zapote. Pese a sus cuarenta y cinco años, tenía la cara de un muchacho de veinte. Polo negro. Borceguís negros. El cabello le cubría las orejas y la frente. Y sus piernas daban la impresión de ser más largas que el torso.

Hizo que hombres, mujeres y niños se sentaran en semicírculo.

Solo Jesús y un grupo de mujeres, que también tenían un bebé en sus brazos, permanecieron de pie.

 

Antes de hablar, El Más Pelón de los Pelones dejó de quitarse las manchas de barro del pantalón.

Cumpas… cumpas, alzó la voz y hasta los bebés guardaron silencio. Cambió el fusil de su mano derecha a la izquierda. Cumpitas… cumpitas, sus palabras eran pausadas y reflexivas. Dejó el arma en el piso. Cumpitas, prosiguió hablando…

Tras la colcha, el bebé seguía prendido en la quijada de su padre. Olor a ropa y piel de recién nacido. El cuerpo del pequeño a la altura del cuello de Jesús. El bebé empezó a “buscar”. No vayas a llorar, hijito. Jesús dejó que su labio inferior se convirtiera en biberón.

La población creyó en El Más Pelón de los Pelones no por lo que les dijo, sino por los gestos que hizo con la mano izquierda. Una sola mención a Dios y las ancianas hubieran caído de rodillas.

Las encías del pequeño no soltaban el labio inferior de Jesús. Sabor a leche materna. Tragó saliva. Quiso estrecharlo fuerte, pero temió hacerle daño.

Cuando El Más Pelón de los Pelones terminó de hablar, la mayoría de los varones del pueblo aceptó unirse a los Pelones.

¿Y los que no creyeron el discurso?

¿Y los que no entendieron?

¿Y los indiferentes?

A ellos se los llevaron a la mala.

 

¿Por qué no vienes con nosotros?, le preguntaron los Pelones a Jesús.

En vez de contestar, Jesús se aferró al bebé.

Es sordomudo, intervino don Shego, Y también es viudo y huérfano, añadió.

¿Es su hijo?

Sí, es de él.

El Más Pelón de los Pelones confirmó que el rostro del bebé era idéntico al de su padre.

Mudo, huérfano y viudo. ¡Déjenlo!, ordenó El Más Pelón de los Pelones.

 

Los Pelones apagaron la petromax y desaparecieron llevándose a todos los varones del pueblo, menos a Jesús y a los ancianos.

Esa noche, Sonia fue la única mujer joven del pueblo que se quedó con marido.

 

La población regresa a sus casas. Las madres hacen cantar a sus hijos pequeños para que estos no pregunten por sus padres. Algunos ancianos lloran en lenguas por la partida de sus retoños, y los que no se lamentan aprovechan para arrancar las malas hierbas que amenazan con borrar la trocha y avenida principal de Zapote.

Don Meco, montado en su caballo Blanco, carga la petromax en la mano.

Sonia también ora y canta, pero lo hace en silencio por temor a gritar de alegría. Y, quizás, por hacerlo de ese modo, le llegan malos pensamientos que la hacen abrazarse a Jesús.

¡Te salvé, yerno!

¡Gracias, don Shego!

A mí no, yerno. A tu pequeñín agradécele.

Jesús, que continúa cargando a su hijo, rozó su cara en la cabeza del pequeño.

Agradécele a tu esposa.

Sonia no escucha lo que Jesús y su padre conversan. En la mente de ella, aparece Jesús haciéndola dormir con un café bien cargado. Imagina a las mujeres sacando citas para encontrarse con su marido, el único hombre del pueblo. Ve a un centenar de niños a los que llama entenados. En realidad, el café no hará efecto, se dice. Yo tendré que hacerme la dormida para que Jesús pueda salir a encontrarse con ellas.

Agradécele a tu esposa, repite don Shego. Si tu esposa no fuera mi hija, no se me hubiera ocurrido salvarte.

 

El bebé empieza a berrear y lo primero que hace Sonia es darse cuenta de que tiene la blusa mojada con leche materna.

¡Púchica! ¡Dámelo!

Jesús besó a su hijo antes de entregárselo a Sonia.

 

Aquí nos quedamos, dijo don Shego y entregó la petromax a los que vivían más lejos del pueblo.

Jesús entró a su casa y sacó una linterna.

¡Aquí te quedas, Blanco!. Don Shego amarró el caballo a una planta de zapote que había en la cerca.

Blanco, le das mis saludos al que pasa.

Buenas noches, hijo. Jesús no sabe si el “hijo” de don Shego está dirigido a él o al caballo.

Buenas noches, contesta Jesús por si las dudas.

Buenas noches, papá.

Buenas noches, hija.

 

La casa de don Shego compartía pared con la casa del yerno y su hija.

Jesús prendió el mechero y lo dejó en un banco de madera que hacía de velador en el dormitorio.

Quiero ir al baño, pero este bebe no suelta la teta.

La hija de don Shego se acostó sin despegar al bebé del seno. Jesús permaneció mirando los movimientos del nene al lactar. Un minuto más tarde, intentó quitarle el pezón de la boca.

¡Déjalo! Aún no se duerme.

Jesús insistió. El bebé lloró.

¡Ya ves! Llora. ¡Espera a que duerma bien!

Jesús no se dio por vencido. Tocó el seno libre de Sonia. Ella estiró el cuello y las piernas al sentir la cara de su esposo debajo de la falda.

Olisqueas. Pareces cerdo. ¿Dónde aprendiste eso?

En un libro.

Jesús hizo una pausa antes de añadir: un libro que se me cayó al río.

¿Estás seguro? ¿No lo tendrás por allí escondido?

La respuesta de Jesús fue hundir más la nariz en Sonia.

No sigas, que me hago pichi.

Él continuó. Dos bocas formaron una cruz debajo de la enagua.

¡Jesús, se me sale la orina!

Sonia cogió las manos de Jesús y las guió hacia su trasero:

¡Aquí sí puedes hozar!

Ella puso sus nalgas en punta. Él hundió las manos allí y jaló como quien raja un zapote.

¿Me vas a morder la cola? ¡Chancho!

Jesús sintió el chiquero en su hocico.

 

Ya se durmió. Acompáñame a hacer pichi, después continuamos.

Los dos salieron a la huerta.

Jesús se quedó parado con la linterna prendida. Sonia caminó unos metros más e ingresó al silo.

¿Qué hubieras hecho si me llevaban los Pelones?

Ponerme a cantar, orar y hablar en lenguas.

¿Y después?

Lo mismo que hubieras hecho tú.

¿Qué cosa hubiera hecho yo?

Ya sabes. Hacer tu vida.

¡Te equivocas! Yo me hubiera quedado viudo para siempre.

¡Mentiroso!

Jesús se queda oyendo el sonido que hace su mujer al miccionar.

¡Di algo!

¿Qué digo?

Algo para que no me oigas defecar… ¿Te gusta ser el único hombre en el pueblo?

No soy el único…

Jesús, los ancianos no cuentan.

Sí cuentan para seguir poblando Zapote; un hombre puede tener hijos hasta que se muera.

No te vayas por las ramas. Debes estar pensando en lo afortunado que eres.

¡Ni se me había ocurrido!

Se te van a insinuar.

Entonces tendré que sacrificarme para que la selva no nos devore por falta de descendencia.

¡Graciosito! Te capo si me entero que te estás sacrificando.

 

¿Te acuerdas que te acompañaba? ¡Miedoso!

Me acuerdo. Me daba miedo dormir solo en el cuarto donde mi padre y yo habíamos vivido.

Por eso te aprovechaste de mí.

¡No me aproveché, Sonia! ¡Tú dijiste que dormirías conmigo para que no me espantara el fantasma de mi viejo! Me gustaba tu compañía… Me hiciste dejar el luto en menos de un día.

Te gustaba, pero cuando quedé en “cinta” empezaste a hacerte el loco.

¡Exageras!

¿Si no quedaba en cinta, si no te amenazaba mi papá, no hubieras venido con nosotros a la selva. ¡Ya terminé! ¡Volvamos a la casa!

 

El cuerpo desnudo de Sonia sabe a orina.

No te muevas tanto, lo podemos despertar.

Jesús empuja al bebé al rincón de la cama.

El olor a pichi se pega al sudor de los cuerpos desnudos.

Jesús cae rendido sobre los ojos cerrados de la hija de don Shego.

 

¿Quieres que te acompañe?

Ella coge su prenda interior que estaba en los pies de la cama.

No te preocupes, Sonia. Estoy un poco mal del estómago; me da vergüenza que escuches rugir a mis tripas.

Mientras se viste, Jesús le da un beso al bebé.

¡Quédate desnuda! Le quita la prenda interior de las manos y la pone como almohada.

Allí está el papel higiénico. Ella señala hacia una mesita que hay en el dormitorio.

No hace falta, Sonia. Usaré las hojas de mi cuaderno.

¿Estás seguro?

Sí.

¿Y eso?

Ya me cansé de leer lo mismo.

No lo hagas por ahorrar papel higiénico.

 

Un plástico divide el dormitorio de la sala. La escasa luz del mechero le permite a Jesús tantear en la repisa. Mete el cuaderno en la cintura. Mira hacia el dormitorio antes de cerrar la puerta. Ya en la huerta, en vez de dirigirse al baño, sale a la calle abriendo un hueco en la cerca de flores rojas y enredaderas.

¡Salúdame, Blanco!

El caballo se limita a espantarse los zancudos con el rabo.

Jesús coge la soga. Hace un bozal.

Lo siento, Blanco. No podrás despedirte de tu dueño. El animal mata con el rabo los mosquitos de su panza.

Monta a pelo. Se aleja de la casa. El caballo es una mancha blanca en la noche, pero la figura de Jesús no se ve.

 

Jhemy Tineo Mulatillo (Moyobamba, 1986) es licenciado en Lengua y Literatura. Además, cuenta con una Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

 

 



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