El escritor Omar Guerrero nos presenta un testimonio sobre el proceso creativo de su más reciente libro de cuentos, Literatura anónima (Colmillo Blanco, 2022). La presentación de esta obra será el sábado 9 de julio, a las 6:30 p.m., en la librería La Rebelde (Batalla de Junín 260, Barranco).
Por Omar Guerrero
Antecedentes
La primera versión de este libro se terminó de escribir en el año 2005. Yo aún trabajaba como encargado en una conocida librería desde el 2001. En esta misma librería, que en ese tiempo solo tenía una sucursal en el otro extremo de la ciudad, vi por primera vez los libros de Thomas Pynchon traducidos al español en las ediciones de Tusquets. Me llamó poderosamente la atención el grosor de la novela Mason y Dixon. La tomé para leer la sinopsis de la contratapa y sorprenderme con su hilarante contenido. Luego abrí la cubierta para leer la solapa de la biografía solo para conocer al autor que había escrito semejante libro de casi mil páginas. Grande fue mi sorpresa encontrar en la parte de la foto una X que cubría el recuadro donde debía ir la imagen del autor. Detrás de esta X había un enorme vacío. Fue la primera vez que era testigo de un escritor que no se quería mostrar. Era la primera vez que estaba ante el libro de un escritor anónimo.
Por eso mismos años, leía fervientemente al escritor catalán Enrique Vila-Matas, quien había ganado el Premio Rómulo Gallegos en el 2001 con su novela El viaje vertical. Aunque debo reconocer, que disfruté mucho más su siguiente libro: Bartleby y compañía, publicado en el 2000 y distribuida en Perú desde el 2001, y cuyo argumento gira en torno a escritores que habían dejado de escribir. Cuando la leí, sentí (e imaginé) que debía escribir otra versión similar que tengan que ver sobre escritores. Con estas dos novelas, Mason y Dixon y Bartleby y compañía empezó a gestarse la primera idea de Literatura anónima.
Al mismo tiempo que leía a Vila-Matas se fueron sumando otros autores que, curiosamente, incluían escritores y más literatura en sus obras. Uno de ellos era el chileno Roberto Bolaño y el otro era el argentino Rodrigo Fresán, que solo mi amigo y compañero librero Miguel Murillo (aka Miki, aka Martín Mantra) ya había leído, precisamente Mantra. Los libros de Bolaño llegaban por Anagrama, sobre todo después de su muerte en el 2003. Los de Fresán no existían en Lima. Mi antiguo jefe argentino, Carlos Rossemblum (maestro Jedi de los libros de muchas personas que ahora trabajamos en este rubro: nuestro Obi Wan Kenobi, y a quien le sigo debiendo terminar de escribir una novela sobre libreros), me trajo de uno de sus viajes a Buenos Aires Historia argentina, el primer libro de cuentos de Rodrigo Fresán. Cuando lo leí, supe que Fresán era “el otro elegido”.
Mayor sorpresa fue cuando me enteré de que Fresán se había ido a vivir a Barcelona donde empezó a frecuentar a Vila-Matas. Se sumaban otras amistades como Bolaño, Cercas y Villoro, además del crítico Ignacio Echevarría y el editor Claudio López Lamadrid. A este último, lo conocería muchos años después. Durante sus años en Barcelona (que van hasta ahora), Fresán ha publicado una serie de libros, que, al mismo estilo de Thomas Pynchon, sorprenden por sus ocurrencias y anécdotas. Por ahí algún crítico ha dicho que, si Pynchon y Borges caen de un bote, sería Fresán quien emergería de las aguas. No lo dudo.
Pero volvamos a Vila-Matas. Después de leer buena parte de sus libros en Anagrama, me atreví a escribir un cuento donde él aparece como personaje. El detonante para este cuento fue el Premio Nobel de Literatura 2002 otorgado al húngaro Imre Kertész. En ese momento nadie había leído al húngaro. Es más, escuché muchos comentarios que colocaban a la literatura húngara en la actualidad tan igual como ocurrió con la literatura francesa y rusa en los siglos pasados. Fue entonces que decidí averiguar qué otros escritores húngaros existían, imaginando que Vila-Matas de seguro ya los había leído, pues vivía en Barcelona, centro de las ediciones en español. El resultado fue un cuento que mis amigos de El Hablador, revista virtual de literatura recién estrenada en el 2003, acogieron con mucho entusiasmo. La subieron a la web y al poco tiempo recibí, como sorpresa, un correo del mismo Vila-Matas que me decía que había leído mi cuento, pero que no recordaba que él y yo fuéramos amigos, tal como lo menciono en mi cuento. En ese preciso instante, empezó mi rebeldía metaliteraria.
Lo que ocurrió después fue la creación de una serie de cuentos donde todos los personajes eran escritores. Si Vila-Matas había escrito sobre escritores que habían dejado de escribir, yo escribiría sobre escritores que preferían mantenerse ocultos o en el anonimato. Se sumó la lectura previa de J.D Salinger que mi amigo Mario Granda me recomendó en la universidad, pero que recién leí cuando trabajé en una primera librería junto con mi amigo Miguel Murillo (Miki, otra vez), también literato de San Marcos, quien me ordenó que debía leer a Salinger. Entonces sumé el antecedente Salingeriano a mis cuentos junto con la imagen anónima de Thomas Pynchon y de otros más que me tuve que inventar.
Cuando terminé de escribir estos cuentos, envié el manuscrito a una importante editorial con sede en Perú que actualmente ya no existe. Esta editorial había publicado en el 2003 a un escritor peruano poco conocido llamado Santiago del Prado, que curiosamente tampoco daba la cara y era bastante esquivo. Es decir, también era anónimo. El manuscrito que envié tuvo la recomendación y apoyo de amiga Myriam Vergara (Titi para los amigos), quien en ese momento era la gerenta de marketing de la enorme librería que luego se convertiría en la más importante cadena en la actualidad. La recomendación iba dirigida al gerente de esta editorial, amigo cercano de Titi. El sobre con mi manuscrito pasó de las manos de Titi a las manos del gerente y finalmente a las manos del jefe editor, quien meses después devolvió el sobre con las mismas grapas (tengo la manía de engrapar de manera particular). Adjunto no había ningún informe, ni recomendación ni mensaje sobre mis cuentos. Simplemente no se habían aceptado. Con esta respuesta, guardé el manuscrito en un cajón pensando que mis cuentos no eran buenos. Gracias a mis amigos de El Hablador, en los siguientes años fui dándole libertad a algunos de estos cuentos que ellos leyeron y aceptaron publicar en su web. Para ese momento, ya había decidido incursionar en la novela. Muchos años después, precisamente antes de la pandemia, nos juntamos con mis amigos literatos de San Marcos quienes me preguntaron qué estaba escribiendo. Les comenté del drama para publicar una novela que tiene más 350 páginas y que me costó ocho años escribirla. Trata sobre la vida y obra del poeta Carlos Oquendo de Amat, aún inédita. Mi editor de mi primera novela la presentó a distintos concursos para financiar su impresión, pero no tuvimos suerte. Y mientras seguíamos tentando esta suerte tan esquiva e imposible, mis amigos literatos de San Marcos me recomendaron que insistiera en publicar los cuentos sobre escritores anónimos. Con esa recomendación me quedó la idea de darles otra oportunidad. Esta oportunidad llegó con la pandemia. Desempolvé el manuscrito, empecé a corregirlos, reescribí varios cuentos, otros los eliminé con la consigna de escribir cuentos nuevos, inserté a Fresán y a otros más como personajes tan igual como hice con Vila-Matas. Este manuscrito fue el que presenté en el segundo año de pandemia a los chicos de Colmillo Blanco, a quienes empecé a seguir al ver que estaban haciendo cosas y publicando en plena pandemia. Ellos respondieron mi primer correo anónimo donde preguntaba tímidamente si recibían manuscritos. Pidieron que se los enviara. Así lo hice. Lo leyeron y a las semanas me llamaron para decirme que querían publicarme sin saber que yo trabajo (desde el 2014, año de inicio de operaciones en Perú) en una importante editorial grande. En resumen: este libro que acaba de salir es el resultado de esa pequeña iniciativa y recomendación de muchos amigos y conocidos de seguir dándole una nueva oportunidad a los cuentos.

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