Audacias novelísticas: «Ismandro», de Enrique Pinilla

 

Presentamos el siguiente comentario a “Ismandro”, una novela inédita del compositor musical Enrique ‘Paco’ Pinilla. En una carta, Julio Ramón Ribeyro calificó a la obra como demasiado moderna y audaz para la década de 1950.

 

Por Marlon Aquino Ramírez

Enrique Pinilla (1927-1989) ocupa un sitial destacado en la historia de la música peruana contemporánea. Como compositor, creó obras para orquesta, obras corales y de música de cámara, así como música electrónica y bandas sonoras para películas entre las que destacan En la selva no hay estrellas (1967) y La muralla verde (1970) de Armando Robles Godoy. Además de haber sido director de orquesta, se dedicó a la docencia universitaria (fue primer director de la Escuela de Cine y Televisión de la Universidad de Lima) e incursionó en el periodismo escribiendo críticas musicales en los diarios El Comercio y Expreso.

Pero la inquietud creativa de Pinilla, como acabamos de enterarnos con la publicación de su novela póstuma Ismandro (Fondo Editorial de la Universidad de Lima, 2019), se extendió también al terreno literario. Esto no extraña tanto teniendo en cuenta la cercanía del compositor con los escritores de la Generación del 50. Así, Emilio Bustamante recuerda que Julio Ramón Ribeyro, en una carta a su hermano Juan Antonio –escrita en 1956– se refiere de esta manera a Ismandro: “La novela de Pinilla que he leído, releído, aconsejado, es bastante buena. Quizá demasiado moderna, demasiado audaz para nuestro medio”. Agudo como siempre, Ribeyro da en clavo, pues identifica el ADN de esta obra: la audacia.

“No he pretendido hacer una obra literaria” declara el autor en la “Advertencia” de la novela. Pienso, no obstante, que sí quiso hacer una obra literaria, solo que decidió transitar caminos menos convencionales. Esto, por cierto, no tenía nada de raro en 1954 (fecha en la que Pinilla firma el manuscrito de este libro) cuando en el Perú y el mundo aparecían diversas narraciones que apostaban por bombardear la linealidad espacio-temporal, el enfoque en la anécdota y la dictadura del narrador omnisciente. Por ello, no pretenda ningún lector encontrar en Ismandro un texto de fácil lectura. Prepárese, por el contrario, para recibir en las manos una catarata de fichas con las cuales debe tratar de armar un complejo rompecabezas. Y es que esa audacia señalada por Ribeyro sigue vigente, representando un desafío de lectura que depara no poca gratificación a quien lo supere.

La anécdota que subyace en Ismandro tiene como línea principal la preparación, ejecución y consecuencias del estallido de un puente fronterizo a manos de un grupo comunista del cual forma parte el joven griego Ismandro. Todo ello desarrollado en un espacio geográfico difuso, pero en un tiempo inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial. Una atmósfera de desolación, muerte y nostalgia tiñe de gris numerosas escenas del libro. También las voces de los personajes traslucen angustia frente a un mundo que, como aquel puente, se ha hecho pedazos, pero aun así se busca reconstruir a través del compromiso político y el amor. Diestro en el manejo de la variedad melódica, Pinilla llevó esta misma técnica a su novela y construyó un laberinto de voces y perspectivas que se mezclan, a veces con trágica belleza y otras con premeditado desorden.

Los riesgos de una novela así son grandes. Hay capítulos demasiado oscuros donde la ilegibilidad del lenguaje y el borroso argumento podrían hacer encallar al lector más ducho. Existen también diálogos cuya artificialidad o su dificultad para ser asociados a personaje alguno crean un prolongado desconcierto. Sin embargo, hay momentos en que este cielo encapotado se despeja y asoman escenas de una claridad lingüística, de un magnetismo argumental y de una vitalidad tan intensa que hacen olvidar aquellas imperfecciones. Esto ocurre con el capítulo IV, fascinante y desgarrador relato en primera persona del viejo capitán Hopkins que, a la manera del Moby Dick de Melville, sumerge al lector o lectora en una serie de aventuras por las agitadas aguas del Atlántico que prueban los límites del espíritu humano. El capítulo final, en el que Ismandro se ve enfrentado a las consecuencias de sus actos, es también una de las mejores secciones del libro.

¿Seguirá siendo Ismandro una novela demasiado audaz para nuestro medio?

 

Enrique Pinilla fue amigo del escritor Julio Ramón Ribeyro.