«El espía del inca», una historia camuflada de sí misma

 

En mayo de este 2018, y luego en julio en la FIL, se presentó la versión impresa de la novela  de Rafael Dumett “El espía del inca”, editada por Lluvia, después de seis años de aparecida su versión digital, en 2012, por el portal La Mula.

 

Por Bruno Ysla Heredia

Aunque El espía del inca, una colosal novela de más de 700 páginas, en su versión impresa, y de 800, en la digital, ha sido presentada por su autor como una novela de espionaje, es, más bien, una novela de novelas: además de espionaje o de intriga, diría yo, es una novela histórica, una novela de guerra, de aventuras, de aprendizaje, una novela total o polifónica y más. Cuenta la historia de Yunpacha, también conocido, en distintos momentos de la historia, como Canchis, Oscollo Huaraca o Salango, entre otros nombres. Un nativo chanca que, a partir de un accidente que le otorgará un don que cambiará su destino, pasará a servir al gobierno inca hasta convertirse en el espía del título.

La historia principal es el intento de rescate del inca Atahualpa, que se encuentra prisionero de los conquistadores españoles, por parte de un grupo de servidores del inca. Para ello, Salango, quien para entonces, tras la muerte de su familia por la epidemia de viruela en el norte, traída por los conquistadores, aparentemente estaba retirado del servicio, debe lograr infiltrarse y acercarse al inca y comunicarle la intención de ponerlo a salvo. Pero la novela no solo cuenta su historia, narrada en capítulos alternados entre el pasado y el presente de la novela, en un estilo que en nuestro país es muy conocido por el uso que hace de él Mario Vargas Llosa, sino también la de otros personajes como Felipillo, Challco Chima, Quispe Sisa y Cusi Yupanqui.

Esto último es una de las razones por las que lo narrado tiene bastante dinamismo y se pueda leer la extensa novela con mucho interés. Para lograr esto, el autor ha sido muy coherente con su historia y sus temas: Si el protagonista es un especialista en hacer y descifrar quipus, la novela se cuenta a través de ellos, cada uno con sus cuerdas que funcionan como acápites que pueden hablar de las peripecias de Yunpacha o Salango o de alguno de los otros personajes mencionados; si uno de los temas de la novela es la dualidad, representada por el yanantin, surgido desde sus días en el yachayhuasi, entre Oscollo Huaraca y Cusi Yupanqui, aparecen muchas otras dualidades durante toda la novela, no todas armoniosas necesariamente: Salango y Calanga (que tienen dos hijos mellizos), Yunpacha y Anccu, Yunpacha y Usco Huaraca, Martinillo y Felipillo, Juanillo y Felipillo, Huascar y Atahualpa, Francisco y Hernando Pizarro, Atahualpa y Hernando de Soto, Quispe Sisa e Inti Palla, Challco Chima y Rumi Ñahui, Francisco Pizarro y Diego de Almagro, Rampac y Asto Condori, y un largo etc.

Es más, en la misma narración ocurre esta dualidad, no sólo por los capítulos alternados sino también por el lenguaje usado en ellos y que, en general, el autor domina muy bien: En castellano actual, pero incorporando expresiones y formas gramaticales andinas, para representar la cosmovisión de lo nativo (en la que los días se reconocen por los movimientos del sol, las semanas por atados y los meses por las fases de la luna) y en castellano antiguo para dar cuenta de la cosmovisión de lo extranjero y de la ensoñación de Felipillo, que en el tiempo que estuvo en España, llevado por los conquistadores, oyó relatos de caballería y de Las mil y una noches contados por Bartolomé Ruíz. La novela es coherente también respecto a que nos cuenta una historia cuyo final ya es conocido, por eso en varias oportunidades, se narra en retrospectiva, se dice primero lo que ha pasado y luego se cuenta el cómo.

Pero este entramado a la manera de quipus no sólo está en la estructura de la novela sino también en la forma en la que Dumett cuenta la historia: en la que distiende, a través de descripciones o de la enumeración de acciones, por ejemplo, y, luego, tensa su relato, por medio de diálogos, para crear los nudos en su narración. Rafael Dumett hace esto con maestría, en varios momentos revela su gran talento para el giro argumentativo (plot twist) y la frase final. Una buena muestra de ello es el inicio de la novela, la primera cuerda, que se desarrolla de manera magistral. En poco más de cinco páginas, Dumett ofrece una descripción muy vívida de la desolación ocasionada por la epidemia de la viruela, por ejemplo, a la vez que una rápida demostración de los talentos de Salango. Este inicio ciertamente atrapa.  De la misma manera, crea personajes con una gran densidad y complejidad humana, como Felipillo y Challco Chima. Dumett los dota de mucha dignidad, que va más allá de los grandes defectos que tuvieron, y los hace inolvidables. Lo mismo puede decirse de otros personajes como Osco Huaraca, Quispe Sisa, Rampac o Calanga. A pesar de que tienen menos páginas, no dejan de estar vivos y de vibrar cada vez que aparecen. Incluso, de un personaje que es casi un extra en la novela, como el gigante Pedro de Candia, el autor se las arregla para decir mucho. Solo por todo lo dicho, ya hay un extraordinario libro.

Sin embargo, además, el autor ha elegido narrar, o fue escogido para hacerlo, y en serio es lo que he sentido, uno de los momentos más traumáticos de nuestra historia. Se demoró más de diez años en terminar de escribir este libro y eso se nota, pues no parece haber dejado nada al azar: El momento elegido, un tiempo de tribulación entre el final de una era y el inicio de otra; el origen chanca de su protagonista (Apcara, hoy llamada Aucará se encuentra en Ayacucho), que termina siendo servidor del estado enemigo de su pueblo, los incas; los pueblos que visita con la comitiva del quipucamayoc, en la que lleva a cabo su primer servicio para el estado inca: Acos Vinchos, Cayara, Chuschi, Totos, y más. En esos pasajes la novela se sirve del pasado para hablar de la violencia del presente, del pasado actual. Tampoco resulta casual que sea Soccos el pueblo donde se deja sentir el draconiano dominio inca contra quienes no sirven a su guerra.

La novela, por otro lado, es muy clara en demostrar que los conquistadores no encontraron aquí a un pueblo único  sino a varios sometidos a un dominio abusador; de manera que la llegada de los extranjeros fue percibida, erróneamente, como la fuerza que acabaría con esos abusos. En esto último no hubo error en realidad, lo que no se supo es que esa fuerza sería mucho más avasalladora. La novela desbarata, para quienes no estaban enterados, el mito del pequeño ejército que derrotó a la multitud; lo que es cierto, y esto no lo niega la novela, es que la tecnología traída por los conquistadores era superior, pero también lo es que ellos recibieron el apoyo de los pueblos sometidos por el gobierno inca, hartos de su abuso, y que, otro factor para su caída, fueron las malas decisiones de sus gobernantes y de quienes los rodeaban. La novela sabe mostrar que los vencedores suelen fabricar mitos maravillosos acerca de sus logros, el del ejército de pocos hombres o el de piedras de Pachacutec que derrotó a los chancas, y que no son más que eso, mitos.Dumett también da cuenta de que el desprecio del hombre contra el hombre, y también de la mujer contra la mujer, no llegó a esta tierra con los conquistadores sino que ya existía.  Claro que la conquista y la colonia lo sistematizó.  Por momentos, pareciera que el autor no contara un momento específico de nuestra historia sino toda ella, por lo que la novela podría servir de molde para cualquier época, la guerra con Chile, por ejemplo. La historia es, pues, la misma.

Con todo esto, se tendría una obra maestra y lo es hasta la mitad del libro, más de 300 páginas, y eso no es poco. Pero a partir de allí empecé a percibir los problemas. Justamente, en el capítulo más largo, de casi cien páginas, uno de los que habla del pasado, en el que el autor acomete el riesgo de tomar demasiado espacio para distenderse. El problema ocurre porque, a diferencia de los capítulos del presente de la historia, en los del pasado, los puntos de vista se reducen a uno o dos, lo que les quita dinamismo. El relato del rito del huarachico, que se cuenta allí, termina por ser un verdadero tour de force y el giro argumental con el que concluye es uno de los menos interesantes, por lo que la novela se resiente.  Sin embargo, con los posteriores momentos culminantes de los pasajes dedicados a Felipillo y Challco Chima y, en menor medida, a Calanga y Rampac, la novela remonta pero ello no es suficiente para enfrentar lo que termina por ser, creo yo, su mayor problema: El personaje de Salango no tiene, ni el de su doble Cusi Yupanqui, la densidad de esos otros personajes.

Aquí debo de decir que el escritor Jorge Frisancho en la presentación del libro en mayo de este año, planteó  un punto de vista favorable al personaje principal, que me parece muy atendible. Lo que yo más bien pienso es que Salango es un personaje al que le pasan cosas, que se deja llevar por ellas, pero él, usando un cliché viejo, nunca pasa por esas cosas; tras su llegada al yachayhuasi, como si se tratara de un antiguo niño prodigio deja de ser interesante, y allí, otra vez, pierde por comparación: en una atmósfera de abuso hacia él, que remite a los internados de Los ríos profundos y La ciudad y los perros, novelas emblemáticas de la literatura, no solo peruana, nunca se revelan del todo las emociones del personaje al respecto y eso lo sentí frío. Esto quizás se habría resuelto con un contrapeso emocional, pero Cusi Yupanqui no lo es, ciertamente, pues resulta un personaje creado a grandes trazos, casi esquemático. La relación entre Oscollo y Cusi, poco a poco se va desnudando y lo que se ve es que no es lo profunda que podría parecer en principio. No es claro qué es lo que mueve al mismo Oscollo o Salango, o por qué hace lo que hace, por ejemplo ¿qué es lo que realmente siente o piensa sobre su maestro Chimpu Shankutu, el fértil en argucias? El penúltimo capítulo, que es el último sobre su pasado, lo sentí más como un lastre y solo se me hace interesante por lo que ocurre con Calanga y la desolación que se origina con la epidemia de viruela en el norte.

Hay otros cabos sueltos o problemas en la novela, que no por menores dejan de serlo, por ejemplo, la forzada similitud del encuentro de Inti Palla con Atahualpa, con uno de Scherezade y Shahriar. Quizás sea un ejemplo de que este tipo de relatos ocurren en todos lados (a la manera de aquel del diluvio, que está en todas las culturas), pero para mí resulta ruido; también el falso señuelo de Cusi Rimay, la hermana de Cusi Yupanqui, que se resuelve expeditivamente. El final presenta más problemas pero no puedo hablar de eso, porque revelaría cosas a quienes no han gozado aún de la novela; pero sí decir que ocurre de manera apresurada y sin la tensión que esperaba. Al cerrar el libro, lo que siento es que algunas malas decisiones del autor desbaratan lo que debió ser uno de los mejores libros que he leído y que no solo oculta al personaje principal de los que lo rodean, para no ser descubierto, sino también de nosotros, los lectores.

A pesar de lo dicho en los últimos párrafos, el balance de la novela es muy positivo, o más que eso, dice bastante de la calidad autoral de Rafael Dumett. Calificarlo de autor con talento sería muy poco. No solo porque ha acometido una novela extensa, y por todos los elementos que ha puesto en ella, y he mencionado, sino también por hacerlo en un mercado, sí, sí, dominado por el presente, lo urbano y realista. Arrinconar este libro dentro del rubro de narrativa histórica y dejarlo allí sería mezquino. En los mejores momentos de la lectura me preguntaba por qué no había oído antes de esta novela si ya tiene seis años de haber aparecido por primera vez (me enteré de su existencia a pocos días de la presentación de la versión impresa). El espía del inca es una novela que debe de ser leída y, más que eso, discutida ampliamente. Aquí debo señalar que Lluvia (y antes La Mula), en la persona de su director Esteban Quiroz, ha hecho una jugada maestra al publicarla, y al hacerlo ha puesto, merecidamente, a su autor en la misma galería selecta donde están Carmen Ollé, Enrique Verástegui, Oscar Colchado Lucio, Siu Kam Wen y otros autores que han publicado sus grandes obras en esta editorial. Ok, se llevaron el oro y la plata, no se ganó el mundial, no se ganó la olimpiada ni la maratón, pero el horizonte que se vislumbra sobre el novelista Rafael Dumett, es más que una promesa, es una realidad que espero ansiosamente se confirme en la novela sobre Eudocio Ravines que ha dicho está preparando.