Flores nocturnas: la cotidianidad como laboratorio para la creación

 

En los primeros meses de este año fue publicado el libro de Miguel Bances, Flores nocturnas, que se presentó en agosto en la Casa de la Literatura. Bances volvía a publicar tras veinte años de aparecido su primer libro de cuentos, Límites de Eduardo.

 

Por Bruno Ysla Heredia

Debo de saludar la sobriedad y claridad de los cuentos del segundo libro de Miguel Bances (Lima, 1968). Sus textos no requieren de aspavientos, pues, como dijo en la presentación del libro el escritor José Guich, emplean  “las palabras justas e ingeniosas para relatar las historias de personas comunes en situaciones típicas”. Los he leído y disfrutado bastante rápido. No obstante, debido a las situaciones y, sobre todo, a las decisiones que tomaron sus personajes, siempre me propusieron preguntas; de alguna forma, me pidieron involucrarme y estar atento a lo que sucedía, y resultó placentero que lo hagan, puesto que, aunque las historias ocurren en un contexto de cotidianidad, se introducen sutilmente en ellas estos cambios, así que de lo que se trataba era de darme cuenta del momento en que empezó a  producirse el quiebre en esas vidas narradas.

Los personajes de estos cuentos a pesar de estar, en algunos casos, acompañados, son siempre solitarios o viven en un contexto de soledad, que Bances ha sabido construir muy bien. En una entrevista, concedida al escritor Gabriel Espinoza Suárez para su programa En el camino, el autor comentaba que los personajes están a la búsqueda de un refugio. Sin embargo, pienso que, en algunos casos, sobre todo en los primeros cuentos, se alejan de lo que podría serlo o huyen de él, porque no son seres incompletos a la espera o con un ansia de encuentro de algo o alguien más, sino, más bien, revelan una tensión con su entorno, que se construye de manera muy delicada, o un desencuentro  con su realidad. Sea en la historia de la pareja acechada en Números o en aquella apenas mostrada  y, luego, en el yugoslavo que casi monologa de Bar Bora, en la relación del tramitador con la familia Gutiérrez en Documentos o la del hombre absorto con su nueva situación en el relato que da título al libro. De hecho, podría decir que temáticamente el libro se divide en dos, primero están los relatos que he mencionado, en los que esta soledad no es tan aparente, y los siguientes, en los que el desapego de los personajes es más notorio y la búsqueda, o, mejor dicho,  el encuentro del refugio, mencionada por el autor en la entrevista, también.

Esta división no me parece caprichosa, si bien hay otras conexiones temáticas entre los cuentos, por ejemplo, en los contiguos Bar Bora y Documentos, lo que se cuenta ocurre aproximadamente en el mismo momento cronológico, el inicio de la década de 1980, tras 20 años del mundial Chile 62, recordado en el primer cuento, y en los días de uno de los tres combates de boxeo, por la corona de los pesos welter, entre Sugar Ray Leonard y Mano de Piedra Duran, sobre el que gira una parte del segundo; o la atmósfera enrarecida que propicia el yugoslavo en Bar Bora, a la manera del duende del cuento Oshta y el duende de Carlota Carvallo, y el jardinero en el cuento del título; en ambos casos el encantamiento, por así decirlo, de ambos personajes, tiene que ver con el transcurso del tiempo. En la entrevista con Espinoza Suárez, el autor revela que su narrativa es realista pero no estoy seguro de si el jardinero de Flores nocturnas podría calificar de personaje real. El relato me deja con ese misterio y por eso lo considero valioso, de mis favoritos del libro.

Decía que la división no me parecía casual, porque hay una convergencia general hacia el último relato, el largo y celebrado, Los días, el pozo. Pero esta convergencia, fiel al estilo del autor, sucede de manera gradual. José Carlos Yrigoyen, en su reseña del libro, ha señalado que el penúltimo cuento, Persecución, desentona con el resto porque abarca mucho en pocas páginas; es cierto que el relato ofrece más de un cabo que queda suelto, pero también lo es que funciona como una transición entre los cuentos anteriores y el último, pues ambos no sólo ocurren por la misma época y espacio, sino que, aparentemente, el protagonista de las dos historias sería el mismo. Esto último queda como pregunta, también, pero es claro que el protagonista de ambos cuentos es muy amigo del personaje Sebastián, que aparece en las dos historias.

El tiempo y el espacio al que se refieren Persecución y Los días, el pozo es el inicio de la década de 1990 y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, un momento bastante crítico en el Perú y, particularmente, para la primera universidad del país, que se debatía entre el terrorismo y la toma militar de la ciudad universitaria. Bances, que proporciona un marco más amplio de este contexto en su entrevista con Espinoza Suárez, refleja esta crisis de la universidad en el protagonista de ambos relatos, y en el último de ellos, especialmente, da cuenta de cómo en medio de esta realidad muy precaria, el llamado pozo del título, surge la creación. Los días, el pozo es un ejemplo de cómo la realidad cotidiana, aún en sus momentos más desalentadores, es un laboratorio para la creación. También es un interesante planteamiento acerca de lo que percibimos como realidad y cómo ésta es trasladada en el acto no solo creativo sino también de lectura. ¿Hasta qué punto es un texto documental? ¿Podría llamársele, por su contexto, un cuento autobiográfico? ¿En qué medida hacer esto me ayuda en su comprensión? Éstas y varias preguntas más me obsequió su lectura y como siempre es, entre otras cosas, su lenguaje claro y su desarrollo, por ejemplo, lo que le da valor.

En las narraciones de Miguel Bances, no es nuevo el tema de San Marcos a principios de la década de 1990, ya que varios de los cuentos de su primer libro, Limites de Eduardo (1998), tienen como protagonistas a estudiantes de una universidad que se trataría de la primera universidad nacional, y alguno de esos cuentos, El retorno, en parte transcurre en la ciudad universitaria. Sin embargo, un cuento en particular, Flashback, justamente el penúltimo del libro, tal como Persecución en Flores nocturnas, habla directamente de la universidad y de sus problemas a principios de aquella década.

Pensé que con los veinte años de diferencia entre los dos libros de Miguel Bances no hallaría puntos de contacto entre ambos, pero para mi sorpresa sí los hay; no en el estilo narrativo, más difícil y notoriamente experimental en el primer libro, tampoco en la evidente unidad temática de éste,  que se manifiesta en la presencia de los mismos personajes en casi todos los cuentos.  En Flores nocturnas esta unidad es más difusa pero sí está presente en algunas partes del libro, que ya he mencionado, y es más clara, precisamente, en los dos cuentos que tienen a San Marcos como parte de su escenario.

Aparte del tema sanmarquino, una de las coincidencias más evidentes ocurre en los cuentos Visiones de Heidelberg, del primer libro, y el que da título al segundo. Éste, en mi opinión, se trataría de una reescritura o variación de áquel, que sucede casi absolutamente en una clínica, donde el protagonista Martín se pone a dar vueltas, mientras su padre es operado, en medio de un ambiente surrealista. En el cuento Flores nocturnas, este episodio es solo una parte algo confusa del cuento. Soy un lector distraído y aún me pregunto ¿por qué al protagonista de pronto se le ocurre ir al piso cinco? En el cuento original, donde Martín erraba por todo el hospital y encontraba visiones cada vez más raras, una decisión así no resultaba inverosímil.

Pero el mayor punto común entre los dos libros está en la convergencia de todos los cuentos en el relato final, aunque en el caso de Los días, el pozo no sólo de los cuentos del mismo libro sino también del anterior, porque la escritura en forma de fragmentos o retazos, mencionada en el texto, hace referencia a la manera en que fueron escritos algunos de los cuentos de Límites de Eduardo. De hecho, hay uno de ellos que lleva ese título, Retazos; también hay un guiño en uno de los recuerdos del protagonista de Los días, el pozo: “Varazos en las piernas y la piedra en la mano”, es lo que ocurre en el relato Flashback. Incluso una de las porciones del texto, narrada en párrafos yuxtapuestos, pareciera referir a un relato del primer libro que hacía uso de esta técnica y se llamaba precisamente así, Yuxtaposición.  Para mí, lejos de ser una muestra de falta de ideas, esto es, más bien, la prueba de alguien que a pesar de los años mantiene su fe en esas ideas, en su escritura y su creatividad.

Además de aquel primer libro, por el que quedó finalista en el IV Concurso nacional de cuento de la Asociación Peruano Japonesa en 1997, Miguel Bances, junto con los escritores Selenco Vega y el desaparecido tempranamente Carlos García Miranda, lanzó la revista literaria Dedo crítico en 1995. A pesar de la que la UNMSM aún estaba intervenida, con Dedo crítico se inició un importante ciclo de revistas literarias aparecidas en la primera universidad, pues le seguirían, ya en 1998, More ferarum, que dedicó en sus primeros números comentarios y artículos a Límites de Eduardo, y Ajos & zafiros. No obstante ninguna de estas revistas se publica actualmente, su sobriedad y seriedad dejó huella y sus responsables se han destacado en la creación crítica y ensayística (Agustín Prado, Marcel Velásquez, José Ignacio Padilla, por ejemplo) y en la de ficciones (Selenco Vega ha sido galardonado en concursos de poesía y narrativa, Carlos García Miranda también lo fue en vida). Y si bien Dedo crítico ya no existe como revista, como editorial sigue en la brega y uno de sus últimos lanzamientos ha sido este libro que he comentado aquí,  que aunque no está exento de algún defecto, Los días, el pozo decae a la mitad, el afán de hacerlo un aleph del resto del libro se torna un poco forzado; igual, eso es algo mínimo en comparación a sus virtudes, por lo que me parece un libro bastante recomendable, ojalá que sea la señal de que su autor se dejará ver más seguido.