Evelyn García: “Quiero mostrar el habla fluida y divertida propia del pueblo peruano”

 

Conversamos con Evelyn García Tirado con motivo de la publicación de su novela Génesis. Crónica de una familia (Arkabas, 2018), una historia de romances, hechizos, milagros, ángeles y demonios que transcurre en Cajamarca de 1872 a 1942.

 

Por Marlon Aquino Ramírez *
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Evelyn, han transcurrido siete años desde la publicación de tu última novela, La casa del sol naciente (Premio Luces 2011). ¿Estuviste todo ese tiempo dedicada solo a Génesis?
Sí, empecé a recopilar información para mi novela Génesis desde el año 2005. Aproveché que viví desde ese año hasta el 2007 con la tía de Cajamarca que me crio a la muerte de mi madre, ella me narró al detalle sucesos sobre mi familia que desconocía. De eso trata la obra: es la historia de mi familia cajamarquina a lo largo de tres generaciones. 

¿Cómo fue el proceso de investigación?
El 2008 pasé todo el verano en Cajamarca, hablé con muchos parientes y conocí los lugares donde se iba a situar mi obra, hice acopio de mapas, muestras de flora y de artesanías, recopilé términos que se usan en la zona, pues para mí es muy importante reflejar el habla propia del lugar que vas a representar, ya que eso le da una tercera dimensión a tu relato. Aprendí las tareas propias del campo: ordeñar, cocinar con leña, acarrear agua desde el río, conseguir leña en el bosque, montar a caballo, arrear a los bueyes y a las ovejas, darles de beber, cortar la hierba, en fin, y también aprendí los bailes de la zona, las coplas y gocé mucho en sus fiestas.

¿Y el proceso de escritura?
En julio de 2012 empiezo a escribir el libro, día tras día. Escribí sin concederme ningún tipo de descanso hasta febrero de 2014 en que sufro una especie de desgaste mental que no me permitía escribir una sola frase más. Pensé que mi carrera como escritora había terminado y que debía dedicarme a otra cosa. Fue muy duro para mí, porque desde que tengo uso de razón lo único que he querido en este mundo es escribir. Pero como también tenía una fuerte inclinación religiosa que me llevaba a pensar en ingresar a una orden, postulé a las Misioneras de la Caridad, de la Madre Teresa de Calcuta, donde me facilitaron un libro: Ocho días de Ejercicios. Según el método de San Ignacio de Loyola, del jesuita Florencio Segura. El libro decía que los pequeños dones con los que uno cuenta nunca desaparecen, que solo cambia nuestra actitud, nuestro estado de ánimo, es decir, si estás deprimido o angustiado, creerás que tu habilidad para tocar el piano o para diseñar casas ha desaparecido, pero no es así. Ese libro fue providencial, me ayudó a entender muchas cosas en una etapa en la que la vida casi había perdido todo su sentido para mí. Me ayudó a comprender que podía retomar mi labor como escritora una vez que estuviese más calmada, y eso fue lo que hice. El 2015 y el 2016 los dediqué a corregir el libro, y el 2017 encontré una editorial, mientras escribía en diversos medios católicos.

Creo que dos son los grandes temas de esta novela: la fe y el amor. Hablando del primero, ¿podrías contarnos un poco más sobre esta relación entre religión y literatura?
Desde la edad de siete años me plantee la posibilidad de entrar a una orden religiosa, ya que me sentía muy atraída por la vida de santa Rosa de Lima y por las privaciones por las que ella pasaba voluntariamente en honor a Cristo. Intenté ingresar a un convento carmelita a la edad de 16 años, pero la educación en el convento era demasiado costosa y mi familia no podía apoyarme en ese sentido. Así que ingresé a estudiar Arte y Literatura en la universidad, con la idea de que al terminar mi carrera podría volver a presentarme a una orden. Y eso hice en diciembre de 2008, cuando me presenté a la orden de La Merced. Fui aspirante de la orden mercedaria durante el año 2009, y estuve preparándome en la Escuela de Catequistas, de la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar, en San Isidro. Ahí me enamoré de un condiscípulo, sentí al ver a ese muchacho que lo conocía desde hacía mucho. Fue por él que abandoné el aspirantado, y escribí nuestra historia en mi segunda novela La casa del sol naciente.

¿El deseo de ser religiosa forma parte de ti?
Siento que el deseo de ser religiosa nace de mí pero no forma parte de mi destino, es como querer actuar o como tener ganas de tocar el piano, pero sin tener las herramientas innatas que se necesitan para llevarlo a cabo. Deseo mucho entrar a una orden pero no es lo que Dios ha elegido para mí, porque siempre que lo intento algo me obstruye el camino. A pesar de todo lo intenté nuevamente este mismo año, postulé a la orden carmelita otra vez, pero ha sido en vano.

Además de testimonios orales, ¿a qué otras fuentes has recurrido para escribir tu libro?
He consultado los dieciséis libros del archivo parroquial, del pueblo de San Marcos. Esto me sirvió mucho para reconstruir mi historia familiar, ya que además de fechas de bautizos y de defunciones, tuve conocimiento de la fecha en que nacieron diversos parientes, y hasta de la raza a la que perteneció cada uno. Esta información que conseguí en el archivo parroquial la complementé visitando el cementerio de Huayanay. Tuve que saltar el muro, porque el portón estaba cerrado. Salté el muro posterior y me dirigí a las tumbas que se encontraban cerca de la entrada, donde están enterrados los pobladores más antiguos del caserío, allí encontré las tumbas de mi bisabuelo Antonio Tirado (o Tadeo en el libro) y la de mi abuela Mavila Cerdán (Corán en la novela). Limpié sus lápidas y permanecí observándolas largos minutos pues había oído hablar toda mi vida de ellos y por fin podía tenerlos cerca. Es como si algo volviera a formar parte de ti, como si algo se reintegrara a tu ser. No quise irme de ahí ni cuando empezó a caer el aguacero, que siempre era de lo más inoportuno. Llegar a Huayanay para mí fue como volver a casa después de años de ausencia, la misma sensación de descanso y tranquilidad.

Fue una investigación profunda.
Sí. Además del archivo parroquial, tuve acceso a las tesis sobre la historia de San Marcos, del Instituto Superior Pedagógico Público. A los mapas de Shitamalca que elaboraba el ingeniero Napoleón Machuca Vílchez, del Centro Ideas, del pueblo de San Marcos. El teniente gobernador de Huayanay, Celestino Machuca Salirrosas, me dio el mapa del caserío, y visité el Jardín Botánico de San Marcos para estudiar la flora del lugar.  También fui al comedor de madres de esa población para ver cómo las campesinas utilizaban los tintes vegetales en diversos tejidos y hasta les encargué algunos morrales con el color de las bayas silvestres.

Decías en otra entrevista que con esta novela querías rescatar tus raíces. ¿El título Génesis tiene que ver con esta búsqueda de tus orígenes o alude a algo más?
Sí, claro, tiene que ver con esta búsqueda de los orígenes de mi familia, pero también con la búsqueda de quién soy yo como persona, conociendo a mis antepasados he logrado conocerme a mí misma de una manera más cabal. También veo el libro como una lucha entre el bien y el mal, por eso la portada, o mejor: entre la tentación del caos y la tranquilidad de tener una vida en orden. En la portada aparece Eva, la primera mujer, por cuya desobediencia entró la muerte y la enfermedad en nuestro mundo, pero también está María de Nazaret… Gracias a su dignidad y pureza la muerte fue derrotada por medio de Cristo. Y gracias a Él tenemos la esperanza de una vida mucho más plena que esta, de un Paraíso en el que veremos a todos nuestros seres queridos, a toda nuestra familia completa, en medio de un día dichoso y sin fin.

En tu novela son varios personajes los que van contando su propia historia. Se forma un coro de voces a lo largo de todo el libro. ¿Qué tan difícil fue para ti manejar tantas perspectivas y darles su propio estilo?
Hice un archivo llamado “Caracterización y esencia” en el que describía a cada uno de los personajes. Cada uno aparecía con sus apodos y características físicas, morales, emocionales, espirituales, intelectuales y hasta de índole paranormal. También su modo de hablar, sus frases favoritas, si utilizaban interjecciones, apócopes, adjetivos de pertenencia, sufijos aumentativos o diminutivos, si alargaban las vocales, y también el ritmo que utilizaban al hablar, si eran coherentes o saltaban de una  idea a otra de manera brusca, si tenían una voz hermosa, áspera o potente. Su modo de vestir también era tenido en cuenta, así como los accesorios que llevaban y su modo de bailar o caminar. Qué oficio tenían y cuál era su posición social. Quiénes eran sus amigos y quiénes sus enemigos. Por eso, cada vez que iba a hablar de tal o cual personaje revisaba su “ficha técnica” para tener una línea de trabajo precisa.

 

Evelyn García Tirado ha hecho una investigación histórica para esta novela ambientada en Cajamarca, de donde es su familia. (Foto: Carlos Rosales Purizaca)

 

Al final de la novela hay un diccionario de topónimos, palabras en quechua, cajamarquismos y coloquialismos. ¿Por qué consideraste necesaria su inclusión? ¿Fue idea tuya o de la editorial?
Cuando presenté el libro a la editorial Arkabas ya estaba del todo concluido, ellos no han agregado nada. Me gusta entregar el producto ya listo para publicar. Tengo esa inclinación a estudiar la estructura, la sintaxis, la morfología del español y del quechua. Me pareció que la gente de la costa iba a estar perdida si leía el libro, pues si bien hay términos que Cajamarca comparte con Piura o Lambayeque, los lectores de otras provincias o países quizás iban a estar muy desorientados con este tipo de lenguaje. Me recreé mucho elaborando el diccionario. Para mí es vital poder retratar el habla de la zona en la que se ubica mi historia, la oralidad es una parte esencial de mi trabajo. Quiero mostrar el habla fluida y divertida propia del pueblo peruano, nuestro modo de hablar es bastante rico y un escritor tiene mucho pan qué rebanar si le dedica cierta atención. Mi profesor Alonso Cueto decía que el oído musical era la principal herramienta de un escritor.

Dijiste en una entrevista que José María Arguedas representa todo lo que quieres llegar a ser como escritora. ¿Qué tanto te has acercado a ese objetivo con esta novela?
Lo que más admiro en la obra de Arguedas es cómo él pone en evidencia esa sensación que muchos tenemos en medio de la naturaleza: las cuevas, las piedras, los árboles, las montañas, los ríos, todo parece tener vida o estar resguardado por algo. Puedes sentir la energía expectante de esos lugares y la forma cómo influyen en tu ánimo. Me maravilló cómo Arguedas podía describir tan bien esa sensación en Los ríos profundos, que compré justo cuando visitaba la ciudad de Cajamarca y leí en el mismo Huayanay. Frente a la obra de Arguedas lo que yo escribo es nada. Arguedas y Juan Rulfo son mis maestros, pero no soy yo una alumna aplicada. En ambos hay un sufrimiento que se derrama constantemente en sus páginas y que te obliga a llorar. Admiro a Arguedas por su sensibilidad, en Los ríos profundos dice, por ejemplo que su protagonista, Ernesto, corre a despedirse de un árbol de cedrón, cuando está a punto de irse del Cusco. Es esa sensibilidad ante los seres más pequeños y ante las cosas más nimias pero hermosas, lo que le hace grande, como persona y como autor. 

¿Qué es lo que más has disfrutado al escribir esta novela?
Sé que los lectores han disfrutado del segundo capítulo del libro, donde hablo de cómo una jovencita llamada Toribia, que fue mi tatarabuela, cae hechizada por medio de una comida. Yo escribí esta escena la noche de un sábado de Semana Santa y amanecí escribiendo hasta las cuatro de la madrugada del Domingo de Pascua, de 2013. La disfruté también, sobre todo, cuando Toribia es invitada a un delicioso almuerzo en la casa de su vecina, y devora muchísima carne asada picante y bebe chicha, ante el asombro de los demás comensales. Otro capítulo que disfruté enormemente fue el número cuatro, pues narro cómo ocurrió parte de la Guerra del Pacífico, para lo que tuve que estudiar los primeros tomos de la Historia general del ejército peruano. Y en el capítulo nueve narro el sueño más largo y maravilloso que he tenido en toda mi vida, así que también fue un placer escribirlo.

¿Qué es la escritura literaria para ti?
Yo sin la literatura no soy nadie, lo tengo muy claro. Cuando no puedo escribir me siento el más miserable de los mortales. 

¿Cuál es tu próximo proyecto?
Mi próximo proyecto se llama Babilonia, y la historia va a transcurrir en Lima, en las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta. Me estoy divirtiendo mucho mientras la escribo. Lanzo carcajadas interminables. Tiene también un lenguaje conversacional y mucha jerga estudiantil y juvenil.

¿Puedes recomendar cinco libros a nuestros seguidores?
Claro, cómo no. Recomendaría la novela de Charles Dickens David Copperfield, pues siempre me ha impresionado el modo cómo su autor narra las escenas más terribles con un humor sutil y hasta con ironía. La forma cómo habla de hechos tristes con una ternura infinita. Me parece que Dickens conservó siempre la frescura y la percepción de un niño.

Cuarenta y nueve cuentos de Ernest Hemingway, porque otra de las herramientas importantes en un escritor es su capacidad de observación. Hemingway con pocos trazos nos entrega descripciones magistrales de emociones o personas, pero no recurriendo a características manidas sino a detalles que hacen a sus personajes y a sus situaciones inolvidables. Sus oraciones son breves pero tienen vida, algo que se echa mucho de menos entre sus imitadores, y es precisamente porque su mirada ha calado hondo en los objetos que representa y no recurre a lugares comunes.

La Ilíada, de Homero, es como escuchar una orquesta sinfónica, su fuerza es incomparable, y es curioso cómo con esa potencia logra también consignar detalles muy humanos y cotidianos. 

Otra vuelta de tuerca, de Henry James, pues no muestra las escenas de terror de una manera directa, nos enteramos de la existencia de seres fantasmales por medio del testimonio de los protagonistas o de sus reacciones, a veces los personajes solo muestran su miedo o su pasmo ante algo que no quieren decir qué es, y el lector tiene que completar la escena en su imaginación. Quizás ese sea el truco de esta gran obra porque, como decía el realizador Alfred Hitchcock, cuando el público debe completar una escena ambigua en su mente es cuando nunca la olvida, y el efecto de terror es mucho mayor. Lo mismo se podría aplicar en una escena de amor.

Junto a Los hermanos Karamazov, Alicia en el país de las maravillas se encuentra entre mis obras favoritas, principalmente por sus maravillosos diálogos, parecen ser caóticos pero en realdad reina en ellos una lógica matemática muy divertida. Quizás el autor quiso representar la lógica infalible y el buen sentido de los niños frente a los incomprensibles actos y actitudes de la gran mayoría de los adultos.

 

(Nota: todos los libros de la autora se pueden encontrar de manera gratuita en Internet en este link: https://www.wattpad.com/user/EvelynGarcaTirado)

 

* Marlon Aquino Ramírez es Doctor en Literatura Latinoamericana por Northwestern University (Chicago). Estudió literatura en la UNMSM y ha publicado la novela Las tristezas fugitivas y la colección Cuentos infantiles regionales. Su cuento “El caso del Doctor Escorpio” fue antologado en Arriba las manos: muestra del relato policial en el Perú. Y su relato “París en Washington” forma parte de la antología Pertenencia: narradores sudamericanos en Estados Unidos. Mención honrosa en el concurso El Cuento de las 1000 palabras de la revista Caretas en 2016.