Mito y utopía en La sinfonía de la destrucción

 

El crítico francés Roland Forgues analiza la novela «La sinfonía de la destrucción», de Pedro Novoa.

 

Por Roland Forgues

Siempre que el pensamiento choca contra un círculo, es que llega  a una cosa original de la cual parte y no puede dejar atrás sino para volver a ella […] El escritor es entonces aquel que escribe para poder morir y es aquel  que tiene su poder de escribir de una relación anticipada con la muerte.

                          Maurice Blanchot.

 

UNO

Desde mi primera lectura de Canto de sirena de Gregorio Martínez en 1978, no hay novela cuya lectura haya suscitado en mi tanto interés como lector común y corriente, ni agilizado tanto mi mente de crítico literario para tratar de penetrar en los arcanos de su creación y en simbolismo de su significación como La sinfonía de la destrucción de Pedro Novoa (Planeta, 2017).

Para definir la estructura global de esta novela singular, en la que el lenguaje desempeña un papel esencial por su “pasmosa naturalidad”, como se lo podría definir, nada más apropiado que recurrir a las categorías lingüísticas determinadas por Ferdinand de Saussure. Ellas nos permiten captar en su globalidad la obra concebida, como expresión y recreación de una realidad grabada en una laptop robada que contiene videos, informes y mucha información comprometedora.

Dicha realidad encuentra su máxima expresión en la representación de una sobre realidad ficticia que de alguna manera constituye la propia utopía del creador. Ella se va expresando bajo la forma de una epopeya a través del canto y la poesía.

El autor lo va aclarando en persona con un afectuoso guiño a  Vargas Llosa  en este post de Mr. Floro. Hablo tan sólo de “afectuoso guiño” pues el escenario del barrio y del colegio “El Muladar Bentín” donde transcurre la novela de Novoa es el exacto contrapunto del colegio “Champagnat” de Los cachorros  y del “Leoncio Prado” de  La ciudad y los perros:

La idea que me propuse fue contundente: escribir la épica de unos personajes destruido por el puñetazo bastardo de la contemporaneidad. Estoy a la mitad de mi perro y su ladrido final ya lo he visto como en una revelación. Y saben una cosa, está rabioso y potente. No me iré sino diciéndoles gracias por su complicidad, por estar allí entre esos comentarios, por ser aunque ustedes no lo crean también personajes de mis ficciones. El lugar donde me encuentro es la verdad poco menos que una ratonera infernal, por eso creo que estoy dejando la vida aquí en estos días. Ya no tengo deseos, solo heridas que traslado al papel; no tengo personajes, sino cómplices o salvajes acosadores; no hay trama en lo que voy escribiendo, hay estruendo de una colectividad destruida. Dentro de unos meses pare la perra y lanzo al ruedo al cachorro. Espero que lo quieran tanto como yo a él. Va mi ladrido, querida  jauría (p.143).

Todo está dicho o casi todo de las intenciones del propio Pedro Novoa. La utopía se va armando en la novela a través de un manejo sofisticado de la técnica narrativa y del arte de contar que involucran en el relato al narrador y sus personajes reales y ficticios a la vez, al lado del propio personaje-autor, alter ego del escritor real, quien está cumpliendo una triple función: la de autor de la novela, la de actor protagonista, y la de narrador testigo a la vez que intérprete de los hechos relatados.

En su elaboración formal, Pedro Novoa va utilizando las formas más recientes de la comunicación escrita y oral que están anclando la novela en los tiempos actuales de Internet, del celular, del smartphone y de las redes sociales: mails, mensajes de texto, posts de facebook, llamadas telefónicas. Sin descuidar no obstante las formas tradicionales que permiten dar rienda suelta a la intimidad de los protagonistas, a sus secretas apetencias: la carta, el monólogo interior, el monólogo teatral cantado y bailado, los discursos  verbosos y seudocientíficos del charlatán dirigidos al público.

Así la obra se presenta como una indisoluble totalidad como bien subraya la forma circular de su organización interna con un final  que reanuda con el inicio, mediante la imagen del “estado de gracia”, la descripción  del personaje autor que está mirando a un escarabajo aplastado en la ventana de su despacho, y tecleando en la computadora su propia historia y la del Monarca, su pata de juventud, recogida bajo la forma de una entrevista confesión.

La novela se abre y se cierra inclusive con las mismas frases repetidas.

El rizo se ha rizado. Vale decir que se acaba el ciclo de la destrucción para dar origen al ciclo de la reconstrucción. Una reconstrucción que será cualitativa y cuantitativamente diferente como en la concepción del tiempo y de la historia de la América precolombina.

 

DOS

En su forma significante la  novela se presenta como las piezas de un puzle que el lector debe recomponer. Cada capitulillo, cada escena, cada descripción o evocación de sucesos son otras tantas piezas del puzle, cuidadosamente dibujadas de tal modo que se inserten en el conjunto gracias a algunos indicios aparentemente sin importancia en lo narrado y pueden fácilmente pasar por desapercibidos en una primera lectura, pero absolutamente necesarios para enlazar las piezas unas con otras, para dilucidar en especial las múltiples voces de la narración y los distintos lazos que unen a los personajes.

Así se juega hábilmente con la técnica de la ambigüedad, del misterio y encubrimiento parcial para picar la atención del lector mantener el suspenso dramático y provocar interrogantes. Pues lo que se juega es un drama de verdad: el drama de la miseria y degradación humanas aunadas a la miseria y degradación sociales en un mundo “hecho una mierda”, como se va repitiendo incansablemente a lo largo del relato.

En el enmarañamiento de los personajes, de los encuentros y desencuentros, hundidos en un ambiente de absoluta sordidez, los indicios dados nos permiten determinar con certeza los vínculos que unen a los distintos protagonistas los unos con los otros.

Tanto los protagonistas principales como los comparsas: Cartavio, el padre; Maidita, la madre; Cerebrito y Pepe, los hijos; la Champosa,  la madrastra ex prostituta del Troca; y su hijita Magnolia de apenas once años; Chabuca, última esposa de Cartavio; la tullida a quien éste atropelló y abandonó a su suerte sin socorro a pesar de los ruegos de Maidita en las primeras páginas de la novela; Mr Floro, el gordo  redactor de la novela; doña Clementina, la partera, considerada  como la madre de todo el barrio y su hijo Tavito que padece el síndrome de Down; los Reyezuelos capitaneados por el Monarca (Cerebrito);  y Dulce Inés, la deslumbrante y provocadora secretaria del colegio; el Especialista, profesor supervisor, “experto en culología”;  el corrupto alcalde Carhuamás y su compinche Chacaltana; y algunos otros que aparecen fugazmente en la narración.

Todos estos personajes de alguna manera conforman una especie de clan endogámico de un submundo urbano donde prevalece la miseria humana y sexual que los destruye desde el interior. Todos pertenecen a la categoría de los perdedores, por no decir a “esa doble clase de perdedores que fracasa simultáneamente en la vocación y el amor”  como afirma el narrador hablando de Cartavio.

Todo ello está puesto en relación con las estructuras patriarcales de poder donde la mujer no pasa de ser víctima, objeto de placer de los varones: “Este mundo es de los culos aunque gobiernen las pichulas”, aunque como ser perteneciente a la especie humana, la mujer no deje de tener también sus propias debilidades y perversiones.

Como se observará, dichas estructuras de poder van ellas mismas reproducidas en el propio lenguaje y escritura. Lo cual destaca la estrecha relación existente entre poder y cultura. De aquí la advertencia del narrador: “Controla la lengua como si fuera tu pinga”.

Bien lo demuestra la larga lista de  palabras y expresiones utilizadas por el macho para referirse al cache, y listadas  por el Especialista como perito  en “Potología y otras Ciencias Culeables”  al final de la novela.

 

TRES

La forma significada de la novela se articula en torno a la expresión musical de una sinfonía con la expresión de una multiplicidad de voces que están cantando sus miserias y convergen hacia la unidad del desenlace donde se confunden y se funden vida y escritura,  realidad y ficción:

El verdadero arte siempre está entre la demolición y su reconstrucción. El problema radica en confundir el orden. Escribe. Resuelve ser más cruel con su historia, no mostrarla en general, sino irse directo a las tripas, jalarle los nervios desde la raíz. Ya no importa nada, piensa mientras va destruyendo entre línea y línea a su padre, a su madre, a su hermano, a él mismo. Traerse abajo ese  mundo que él también construyó, dinamitarlo desde dentro. (p.196)

A través de la generalización del proceso destrucción-reconstrucción, Pedro Novoa establece una estrecha correlación entre vida y escritura, confirmando de esta manera que para él la literatura es vida, como afirmara Mario Vargas Llosa.

Todo ello va ritmado por el tema “La sinfonía de la destrucción” de Megadeth,  convertido en obsesivo estribillo que se repite a lo largo del relato dando la pauta del avance del deterioro en los protagonistas y de sus resistencias a morir: “Había comprobado que la mejor forma de sobrevivir a una inminente destrucción no era evitándola, sino escuchando su secreta sinfonía”. En varios fragmentos de la novela convergen y se entrecruzan voces narrativas  distintas que a veces se van destacando del conjunto sinfónico.

Así, por ejemplo, en las páginas 204-205, se distinguen sucesivamente tres voces narrativas: la de Dulce Inés, secretaria del colegio, que va a encontrarse con su noviecito, el Monarca; la de la Champosa que se prepara para hacer sus mañoserías con el joven Pepe; y la voz del cirujano que debe amputar al sobreviviente del terremoto, amigo del alcalde. Lo mismo ocurre en las páginas 208-210, donde se mezclan varias voces narrativas como en una suerte de ceremonial de exorcismo.

La impresión de caos que surge del conjunto de esta concentración de voces narrativas se ve, de algún modo, atenuada por la presencia de aquellas voces identificables que se elevan por encima de las demás;  dejando oír su existencia propia como forma última de resistencia y preservación de su identidad.

 

CUATRO

La significación de la novela que surge de la relación significante significado tiende simplemente a ilustrar la idea de la destrucción como forma de redención. Esta idea se convierte en leitmotiv a lo largo de todo el relato como si Pedro Novoa quisiera convencernos y convencerse a sí mismo de su realidad.

Pues envuelve todo el relato una bruma de tinieblas que opaca la tímida luz de esperanza que aparece al final:

Siente un ruido líquido subiendo y bajando por su espina dorsal, sonidos angulosos y filudos ensanchándole el cuello. ‘Detrás de las sucias ventanas está a punto de amanecer’, digita con la sensación de que está rehaciendo algo que se le ha borrado y que, de alguna forma lo ha eliminado a él también. Tendrá que rehacerse, no le importa, colocar el inicio en el final, la cabeza en el culo o el culo encima del cuello; lo que salga será él o lo que mereció ser él: You try to take its pulse, /before the head explodes. / Explodes… Se le clausuran por momentos los ojos. Sólo le quedan estos últimos impulsos dactilares y la furia pura, intacta, en el espíritu, para asegurar que desaparecidos por completo o no siempre escucharemos la sinfonía redentora de nuestra propia destrucción” (p.221).

Este ambiente oscuro, aumentado por la música lúgubre y chirriante a la vez, repetitiva e inquietante como procedente del big bang primitivo, de la sinfonía de Megadeth que aparece como telón de fondo y va resonando en el oído del lector como en el de los personajes que la están escuchando, se manifiesta en distintos momentos en la atmósfera del relato. Así como en las reflexiones del autor, especialmente las finales, dándole al contenido de la novela un innegable toque de pesimismo:

Centra su atención en el escarabajo aplastado. El insecto está hecho una costra, al parecer desde hace tiempo. Le gusta fantasear con esa destrucción, se le ocurre musical, sinfónica. Alucina el ruido aumentado de su aplastamiento, imagina que, desde la perspectiva del bicho, el universo se destruía con su himno. Una suerte de estado de gracia parecido a una redención. Porque de alguna manera personal y ególatra, cuando uno muere, la historia universal muere con nosotros. Su mayor vanidad consiste en pensar un destino parecido para él (p.220).

La imagen del escarabajo aplastado que aparece al inicio y al final del relato, con el paralelismo que Pedro Novoa establece entre el hombre y el animal, más allá de un probable guiño a Oswaldo Reynoso y su Escarabajo y el hombre, es también en el caso presente una manera de concebir la vida del universo como una indisoluble totalidad. Lo confirma de algún modo el fenómeno natural del terremoto que viene a destruir no solamente los elementos del cosmos, sino también físicamente a los seres  humanos ya destruidos en su dimensión puramente espiritual y mental.

De modo que la utopía que se expresa de manera directa en esta advertencia final del autor protagonista: “En el fondo, todos buscamos que nuestra destrucción sea un luminoso estado de gracia, o no sea nada”  no resulta simplemente una utopía individual, sino colectiva en el marco de una transformación total y radical del mundo.

 

CINCO

Si el barrio y el distrito son el núcleo central del relato, éste se ensancha también al país entero y sus males endémicos: pobreza, corrupción, violencia, delincuencia, robos, crímenes y asesinatos, droga, prostitución, etc. con una virulenta denuncia de la incuria o inexistencia del Estado, de sus políticos corruptos y de sus educadores perversos.

Este ensanchamiento se extiende a la vallejiana “madre España”, adonde ha ido Maidita, enfermera de profesión, para armar su lucrativo comercio de acompañamiento de la gente por el camino de la muerte. Aquí se fija la imagen simbólica contrastada de la sociedad occidental y su preocupación por las formas de morir, cuando en la sociedad peruana la preocupación central sigue siendo la forma de sobrevivir.

Las herramientas formales cuyo uso es determinante en la novela son indudablemente el lenguaje popular urbano y el humor negro como acompañantes del sexo captado en sus manifestaciones más violentas de la horda primitiva, en sus prácticas más sórdidas y degradantes del trato social: pedofilia (de varones y hembras), prostitución, agresiones, violaciones, abandonos, abortos, voyeurismo, sadismo, masoquismo y otros desarreglos y enfermedades mentales derivados del sexo.

Pero desde ahora conviene señalar que en la descripción o evocación de lo sórdido, Pedro Novoa logra la proeza técnica de no caer jamás en lo vulgar ni lo trivial, pues maneja con una habilidad incuestionable –cuyas primicias ya aparecían en sus narraciones anteriores, especialmente en la novela corta Maestra vida, ganadora del Premio Internacional Mario Vargas Llosa en el 2012-  los distintos registros de la lengua. Los va usando con propiedad y justeza, como hace Gregorio Martínez en su Canto de sirena con el lenguaje rural del Sur Chico, dándole así al lenguaje urbano popular un estatuto de lenguaje literario.

Aquello es probablemente lo que le da a la narración su mayor autenticidad, subrayada por el uso de algunos términos de la jerga infantil del momento (causa, brother,  droguer, alucinar, etc.) que anclan la novela en la actualidad inmediata.

Una autenticidad que se revela más aún en aquello que yo llamaría la cruda naturalidad de las palabras usadas tanto en los diálogos, como en las descripciones y que con el ambiente algo brumoso de varios pasajes al que ya me referí, no es sin recordar la novela Viaje al fin de la noche del escritor francés Louis Ferdinand Céline. Una novela de la cual el autor reconocerá en distintas oportunidades que lo ha marcado profundamente; lo mismo que La Odisea de Homero; El Quijote de Cervantes; Crimen y castigo de Dostoiesvski; Madame Bovary de Flaubert; el Ulises de Joyce; y el ¡Absalón, Absalón! de Faulkner; entre otras muchas, que tienen que ver también directa o indirectamente, consciente o inconscientemente con La sinfonía de la destrucción.

Ello ilustra hasta qué punto Pedro Novoa ha logrado impregnarse de una técnica escritural que da cuenta de la realidad mejor que la propia realidad. Asimilarla para convertirla en elemento central de su arte de narrar.

Uno de los ejemplos más relevantes referente a Céline, por ejemplo, es probablemente el episodio donde el escritor describe al perverso Especialista  dando rienda suelta a su sadomasoquismo al practicar una serie de actos sexuales anales y orales con la niña Magnolia, prostituida por su propia madre, teniendo conciencia de que es un perverso y de que la va a hacer sufrir. La  niña aguanta estoicamente el dolor de la penetración anal y el asco de la felación que le da ganas de vomitar cuando “recibe la descarga láctea esparciéndose entre los dientes, el paladar, la lengua y el vacío que dejaban las ideas”.

Además del realismo crudo de la descripción, el lector conocedor del escritor francés, podrá reconocer en los onomatopéyicos “cof, cof, cof “de la niña  los famosos  “glou, glou, glou” producidos por la sangre chorreando de los cuerpos de los heridos y muertos en Viaje al fin de la noche.

SEIS

Bien mirado todo, yo diría que en este relato escrito con la impecable pulcritud de una biblia literaria, todo ocurre como si los personajes principales: Cartavio,  el padre; Maidita, la madre; y sus substitutos encarnadas en las demás mujeres, Cerebrito y Pepe los hijos, quienes  a imagen y semejanza de los dos muchachos que mueren juntos y abrazados en el terremoto que asola la ciudad, son una sola y misma carne; todo ocurre, digo, como si estos personajes fueran los protagonistas de una redención humana traspuesta del campo de lo sagrado al campo de lo profano.

Los demás protagonistas son los comparsas que convergen hacia la escenificación final de la destrucción, concretada por el terremoto, condición necesaria para la reconstrucción, o sea el Pachacuti andino, el otro lado de la historia americana:

El cataclismo será mañana (…). Esta casa caerá, este distrito degradado se vendrá abajo, todo lo que merezca derrumbarse se irá al suelo sin pena ni gloria como lo que es, como lo que siempre fue: roña. Luego vendrán otros tiempos que estos ojos ya no podrán ver, pero que de alguna manera intuyen. Una nueva época que surgirá a partir de la miseria (p.215).

La idea de ciclo que surge de este vaticinio es también la que ilustra la tía Chabuca que no es “ella solamente” sino  “todas las repeticiones fluctuantes que han tenido que ensayar en cada fracción de segundo”.

Consciente o inconscientemente, Pedro Novoa va incluyendo la presencia de lo sagrado y de la trinidad judeocristiana en la misma organización interna de su novela dividida en tres partes, en algunos episodios agrupados de tres en tres, como, por ejemplo los tres “prodigios”: El Cometa de Halley, Picasso, y la Paja de David, ejecutados en el bulín el Babilonia respectivamente por el Chancadito, Gato Flaco, y el Monarca, quienes terminan fracasando en sus retos pornográficos en medio de la confusión general.

Asimismo, en las clasificaciones de Cartavio -hombre significativamente vinculado a tres mujeres, recordémoslo-  quien en el universo de la charlatanería en el que está ejerciendo sus tramposas habilidades de orador y poeta, los actores están separados en tres categorías:

La estafa, el ardid fácil y los trucos sucios se habían convertido en moneda corriente. Un tipo de cambio donde las acciones se expresaban en términos de timo, ventaja y pendejada. Dentro de esta lógica, distinguía tres clases de personas: los vivos, los recontravivos y los idiotas (p.156).

Notaremos en esta cita las agrupaciones tríadicas (estafa-ardid-truco, timo-ventaja-pendejada) que son frecuentes a lo largo de la novela tanto en su forma nominal y adjetival como verbal, dándole al relato un ritmo que lo acerca a la poesía.

Esto es también una manera de ilustrar de parte de Pedro Novoa lo importante que constituye la poesía en su obra. Destruidos por insatisfactorios por el mismo autor que se la da de poeta, los versos de Cartavio resucitan bajo la forma del largo poema épico que constituye la novela como nueva odisea de  la “era excrementicia” en que estamos viviendo.

Uno de los mejores ejemplos de lo dicho en estas líneas, lo encontramos ciertamente en el hip hop, el canto danza de Pepe y sus tres estados: líquido, gaseoso y sólido donde predomina el ritmo de un baile redentor.

 

SIETE

En  resumidas cuentas, La sinfonía de la destrucción confirma a Pedro Novoa como una de las voces más poderosas de la narrativa peruana actual. Una voz novedosa, menos por la temática tratada que, en última instancia, remite al viejo tópico de la miseria y tragedia de la condición humana por la que se han preocupado tantos intelectuales y escritores desde que el mundo es mundo. Entre los compatriotas más recientes de Pedro Novoa recordaré de paso los nombres de Vallejo, Arguedas, Vargas Llosa, Alonso Cueto y Carlos Garayar por tan sólo citar a quienes me vienen a la memoria en estos momentos.

Menos por la temática tratada, digo, o por el escenario y la ambientación de la novela, que por el estilo, por su ritmo poético, la manera de presentar a los personajes social y culturalmente en la naturalidad de su medio ambiente, de describir los hechos sin exagerarlos en exceso para que parezcan reales, de interpretar las situaciones sin dilucidarlas completamente -tarea que le compete al lector cómplice-, en el marco de una construcción narrativa donde se establece una justa adecuación entre fondo y forma mediante un acucioso trabajo sobre el lenguaje popular urbano, soporte de la narración.

Un lenguaje surgido de la realidad misma, pero reelaborado y recreado en el marco de la ficción para convertirse en lenguaje literario sin perder nada de su humor ni truculencia originales, de su espontaneidad comunicativa, de su prolongada inocencia adolescentica a lo Reynoso, ni de su provocador sabor de la calle y del barrio, de los bares y cantinas, de los bulines y prostíbulos; el famoso “recuteco” como diría el  poeta del pueblo Leoncio Bueno, que ha hecho la fama literaria de la “Casa Verde” de Piura , de la “Casa Rosada” de Nazca,  del “Trocadero” del Callao, y otros antros de la concupiscencia como los llama Gregorio Martínez.

Así Pedro Novoa le va ofreciendo al lector atento las claves de una interpretación simbólica de la novela que supera ampliamente el primer nivel de una lectura puramente realista. Y, a través de ellas, las claves secretas de su mito interior y de su propia utopía.

 

[Couyou, Francia, mayo del 2018]