Juan Villoro: “La literatura existe porque necesitamos compensar este mundo”

 

Les compartimos nuestra charla con el periodista y escritor mexicano Juan Villoro. Su agenda estaba tan ajustada que pudimos lograr conversar con él durante un viaje en taxi, un espacio —según dice— donde se suelen escuchar “historias nómadas”.

 

Por Jaime Cabrera Junco

Ya había contado antes que visitó por primera vez el Perú en 1974 y que no pudo resistir la curiosidad de conocer el Colegio Militar Leoncio Prado. Pero lo que no había dicho fue que Manuel Scorza fue pretendiente de su madre durante los años del exilio del autor peruano en México. “Ella conserva las cartas”, asegura Juan Villoro, quien durante una charla en la Casa de la Literatura recordó que su generación leyó a César Vallejo, Emilio Adolfo Westphalen, Martín Adán, José María Arguedas y Mario Vargas Llosa. Y que incluso en una próxima novela que publicará, una pareja se conoce precisamente porque recitaban versos de poetas peruanos.

Nacido en Ciudad de México en 1956, Villoro es conocido fundamentalmente como autor de crónicas, a esta las llamó “el ornitorrinco de los géneros”, pero además es autor de libros de ficción. Ha ganado el Premio Herralde con la novela El testigo en 2004, ha escrito obras de literatura infantil, siendo además un autor de muy agudos ensayos literarios. Le gusta tanto el fútbol que dice sentirse como niño en juguetería dentro de un estadio. Ha escrito crónicas futbolísticas, pero con una mirada que va más allá del terreno de juego. Es muy amable y conversador. Tiene la elocuencia de los que saben mucho, pero la humildad del aprendiz. Aceptó más entrevistas de las que podía dar así como eventos que le propusieron sobre la marcha. Más que no saber decir no parece que lo suyo es la curiosidad, el conocer gente y dejarse llevar. Como en esta charla inusual en un taxi.

 

Con usted se puede hablar de distintos temas: de literatura, de política, de fútbol… en fin, de muchos más ¿pero de qué le apasiona hablar?
Bueno, a mí lo que más me apasiona es hablar de la gente y hablar de lo que la gente siente. Yo creo que nunca me cansaré de escuchar a una persona hablar de sí misma. Eso es lo que más me apasiona. Soy un cazador de historias a través de lo que dicen las personas, por eso me da mucho gusto estar aquí en un taxi, y creo que en las ciudades del mundo hay historias nómadas e historias sedentarias. Las historias nómadas se suelen escuchar muchas veces en los taxis y las historias sedentarias en las peluquerías.

En distintas oportunidades ha hablado sobre la lectura y siempre resalta la importancia de «leer por gusto» y que el lector ideal es aquel que todavía no ha descubierto el gusto por la lectura. ¿No le parece que ahora, en estos tiempos, a muy pocos les interesa mucho la lectura y la literatura?
Mira, siempre nos quejamos de que hay pocos lectores. En todas las épocas ha sido así. En los tiempos de Shakespeare no mucha gente leía y ya había quejas de que la gente no se toma en serio la literatura. En tiempos de Cervantes ha sido igual. Siempre ha habido una minoría que lee. Yo creo que debemos de luchar por ampliar esta minoría, por hacer accesibles los libros, por despertar el gusto de la lectura hasta donde sea posible. Pero siempre va a haber degustadores de libros. Creo que no debemos claudicar para ampliar el círculo de lectores, pero tampoco debemos deprimirnos porque no todo el mundo lee, eso nunca va a suceder. Hay gente perezosa y hay gente masoquista que no quiere disfrutar, que no quiere interesarse en la lectura.

Si alguien no lee no se muere, pero ¿de qué se pierden estas personas?
Bueno, la lectura te expande el mundo y tienes la posibilidad de vivir en la realidad donde ocurren los hechos, pero también de vivir en una realidad imaginaria que mejora el mundo. Si el mundo fuera perfecto y tuviéramos gratificaciones todo el tiempo, no necesitaríamos leer. La literatura existe porque necesitamos compensar este mundo, completarlo de manera imaginaria, del mismo modo que necesitamos soñar, que necesitamos ilusionarnos, tener esperanza, enamorarnos, entonces, hay complementos ilusorios para una realidad incompleta y eso es lo que logra la literatura.

¿Cómo podríamos motivar a los jóvenes a leer? A veces se utilizan lemas que más bien parecen ahuyentar el interés: como “leer es bueno”, “leer te hace mejor persona”
Bueno, todo lo que se impone es negativo. La manera de promover la lectura es contagiarla. Entonces, si tú tienes una pasión y la transmites y la compartes, pero una de las grandes tragedias es que muchos maestros no tienen pasión por la lectura, entonces cómo van a contagiar algo que para ellos no es importante, valioso. Entonces, es muy significativo que alguien al que le gusta la lectura sea quien la transmita.

 

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El padre de Juan Villoro fue el filósofo español Luis Villoro, un intelectual de prestigio y que trabajó una propuesta pluricultural para México y unas reflexiones sobre el país frente al levantamiento del Ejército Zapatista en 1994. Contrariamente a lo que podríamos suponer no fue este padre intelectual ni su generosa biblioteca lo que le hizo acercarse a la lectura. Si bien don Luis había hecho una traducción al español de El Principito, no le compartía muchas historias. Aún no había libros especialmente para niños y lo que hacía su padre era contarle en versión sintetizada obras como La Iliada o La Odisea. Recién a los 15 años descubrió la literatura. Un amigo le prestó una novela titulada De perfil, del escritor José Agustín, y Juan sentía que ese libro le hablaba a él. “El protagonista tenía mi misma edad, vivía en una colonia de clase media de la Ciudad de México, sus padres se estaban divorciando —mis padres se habían divorciado—. En fin, entendí que un entorno como el mío que hasta entonces no me parecía meritorio de la literatura, que no me parecía nada espectacular, podía incluso ser materia narrativa. Me entusiasmó la posibilidad de entender mi vida de esa manera y a partir de entonces seguí leyendo y empecé a escribir”.

 

¿Cómo fue definiendo los temas que le interesan más escribir?
Los temas que me interesan tienen que ver con las personas y con los chismes. Es decir, yo creo que oír historias de los demás es ya una vocación narrativa.

Una de las pasiones de Villoro es el fútbol.

 

Villoro recuerda que en secundaria, a los 14 años, fundó, junto a un grupo de amigos, un periódico escolar llamado La tropa loca. Allí se encargaba de la sección de chismes. “Empecé haciendo periodismo rosa”, ríe. Escribía sobre los romances del salón de clase, sobre qué profesor era el más popular o a cuál le tenían miedo. “Las historias surgen de esta manera, de interesarte por lo que le suceden a los otros u de tratar de entender sus vidas a partir de una historia”, añade.

 

¿Y cómo explica esta vocación o acaso de necesidad de escribir?
La literatura le otorga un sentido al mundo. Cuando tú vas al médico y te dice que tienes una enfermedad grave, de inmediato empiezas a contarte una historia a ti mismo. Empiezas a decir cómo le voy a decir esto a mi mujer, cómo se lo voy a decir a mis hijos, qué voy a hacer de ahora en adelante, qué cosas debo arreglar, qué probabilidades tengo de sobrevivir o no. Es decir, empiezas a crear una narrativa para soportar la noticia que has recibido. Esto es absolutamente claro. O por ejemplo, cuando sobrevives a un accidente de tráfico, de inmediato hablas del accidente, de las circunstancias que te llevaron al accidente, de lo que pasó, de lo que sentiste, de lo que pudo haber ocurrido. Nadie sobrevive en silencio. Necesitamos historias para explicarnos, y así es como surge la literatura.

¿Qué hace usted en un día libre cuando no tiene la obligación de escribir?
Bueno, para mí escribir no tiene que ver con un trabajo de oficina. En realidad, un día libre es un día en el que puedo escribir. Más bien los días que no son libres son días como estos, en los que tengo actividades, entrevistas, cosas que me alejan de la escritura. Para mí la escritura es equivalente a la libertad.

 

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Le gusta ir a conciertos, especialmente de rock. Una de las bandas de las que más se ha ocupado es Los Rolling Stones. “En 1966 escuché Paint it black por primera vez. Tenía 10 años y un amigo me dijo: ‘Los Beatles le gustan a las mujeres; los Rolling, a los hombres’». Contaría en una de sus crónicas. Villoro va a conciertos con su hija de 17 años, quien le ha heredado el gusto por el rock. Va también a exposiciones, y claro está, a ver fútbol. Su mayor extravagancia como aficionado es haber ido a finales, y él estuvo en la que disputaron recientemente el Real Madrid y Juventus en la ciudad de Cardiff (Gales).

Su adhesión al Necaxa más que una afición directa al fútbol tuvo que ver con la pertenencia a un grupo de amigos. Ese equipo le hizo sentirse parte de la Ciudad de México y, actualmente, por esas cosas raras, el club juega en la ciudad de Aguas Calientes, donde hay una numerosa colonia japonesa.

Se dice que lo único bueno de sumar años es que los problemas de antes se resuelven más rápido. En el caso de la escritura, ¿qué certezas ha encontrado?
Bueno, yo no nunca dejaré de sur un principiante y creo que cada vez que empiezo un texto es como si comenzara de nuevo y no quiero tener una certeza. Creo que es mucho mejor escribir desde la duda. Siempre he sido aficionado al teatro y cuando era adolescente participé en varias obras, pero comencé a escribir teatro muy tarde y una de las ventajas de empezar a escribir teatro tan tarde es la oportunidad de ser un autor aprendiz, de empezar de nuevo en un género y eso me parece muy significativo. O sea, en el momento en que dices “ya sé escribir”, creo que estás muerto como autor. Nadie sabe escribir, todo el mundo está aprendiendo continuamente.

Pero sí se resuelven cuestiones técnicas, de método
Mira, cuestiones de técnica se resuelven, pero no necesariamente para bien, pues digamos la espontaneidad que puedes tener como escritor que recién está escribiendo estas cosas, se pierde. Entonces, en ocasiones seguir escribiendo es una dificultad adquirida, o sea no necesariamente te convierte esto en un escritor más avezado. Es más, yo me atrevo a decir que grandes escritores agotan su fuente bastante rápido, entonces escriben muy buenas novelas en el primer tramo de su trayectoria y luego se empiezan a adelgazar y se vuelven malos discípulos de sí mismos. Eso ha pasado con muchos escritores. Entonces, no necesariamente la madurez es un camino de superación. Por supuesto, hay escritores como Borges que siempre son geniales, pero hay muy pocos que son como Borges.

Cuando usted hablaba de estas primeras obras, se me vino a la mente Vargas Llosa, quien ya no puede transitar por la ciudad como una persona común y corriente. Contradictoriamente el éxito literario parece que impide al escritor de mirar la realidad como los demás
Claro, cuando un escritor se vuelve en una figura pública, difícilmente puede pasar inadvertido. Allí cada escritor tiene estrategias, muchas veces vivir en el extranjero, irse a lugares remotos para preservar un anonimato. Creo que eso puede ser importante para un autor. Cada quien encuentra su manera de seguir escribiendo.

¿Y eso también lo hizo usted al irse a Barcelona?
Sí, para mí la posibilidad de vivir fuera de México me dio, por un lado, el placer de cultivar mi nostalgia. Hay cosas de tu país que ves mejor a la distancia. Hay cosas que te afectan mucho y que en el fondo son intrascendentes, cuando estás fuera dejas de pensar en ellas, te concentras en otras cosas. Entonces, tener perspectiva para ver tu propia realidad es muy importante y para eso me sirvió mucho vivir en Barcelona y luego pasar temporadas allí, pero también la posibilidad de aislamiento. En México la vida literaria exige no solamente escribir sino representarte a ti mismo como escritor. Es un país con tantas carencias, con tantas dificultades que los escritores, afortunadamente, tratamos de participar en cosas: fundar una biblioteca, participar en una feria del libro, hacer promoción de la lectura, ir a escuelas y conversar con los niños, entonces tenemos una actividad social —no todos— y eso es muy importante, pero también te distrae mucho de tu verdadero oficio que es leer y escribir. Entonces, necesitas áreas de aislamiento.

 

LOS CINCO LIBROS FAVORITOS DE JUAN VILLORO

  1. El Quijote, de Miguel de Cervantes Saavedra.
  2. Pedro Páramo, de Juan Rulfo.
  3. Ficciones, de Jorge Luis Borges.
  4. Lolita, de Vladimir Nabokov.
  5. La suave patria, de Ramón López Velarde.

 

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