Ernest Hemingway: “Escribir, en el mejor caso, es una vida solitaria”

 

Compartimos estas reflexiones del maestro Ernest Hemingway sobre el oficio de escribir.

 

Por Ernest Hemingway

Los buenos libros se parecen en que son más ciertos que si hubiesen sucedido de verdad y en que, cuando terminas de leerlos, sientes que todo te sucedió y después, que todo te pertenece: lo bueno y lo malo, el éxtasis, el remordimiento y el dolor, la gente y los lugares y cómo estaba el tiempo.

Cuando empiezas a escribir en primera persona, si lo haces de manera tan real que la gente lo cree, entonces los lectores piensan casi siempre que tus historias te sucedieron de verdad. Eso es natural porque, mientras elaborabas, tuviste que hacer que le sucedieran a la persona que las contaba. Si lo haces bien, logras que la persona que las lee, crea que las cosas le sucedieron a ella también. Si puedes hacerlo, empiezas a conseguir lo que pretendías, que es hacer la historia tan real, más allá de cualquier realidad, que llegue a ser parte de la experiencia del lector y parte de su memoria. Habrá cosas que no registró al leer la historia o la novela; que, sin que se diera cuenta, entraron en su memoria y experiencia; de modo que forman parte de su vida. Lograrlo no es sencillo.

[ … ] seriedad absoluta en lo que se escribe, es una de las dos necesidades categóricas. La otra, por desgracia, es el talento.

Creo que uno escribe básicamente para dos personas: para uno mismo, tratando de hacerlo absolutamente perfecto; o si no, maravilloso. Después uno escribe para la persona a quien ama, lo mismo si ella puede o no puede leer o escribir, y si está viva o muerta.

Tengo que escribir para ser feliz, me paguen o no por ello. Pero es una enfermedad infernal haber nacido así. Me gusta hacerlo. Lo cual es aún peor. Eso convierte a la enfermedad en un vicio. Además, quiero hacerlo mejor que nadie lo haya hecho, lo cual lo convierte en una obsesión. Una obsesión es terrible.

No hay reglas sobre en qué consiste escribir. A veces llega fácil y perfectamente. En otras ocasiones, es como perforar roca y después hacerla volar con cargas.

La cosa más difícil de hacer en el mundo es escribir prosa del todo honesta sobre seres humanos. Primero, hay que conocer el tema; después, hay que saber escribir. Ambas cosas toman una vida para aprenderlas…

Cuando la gente hable, escucha absolutamente todo. No estés pensando en qué es lo que vas a decir. La mayoría de la gente nunca escucha. Ni observa. Tienes que entrar en una habitación y, al salir, saber todo lo que viste allí y no sólo eso. Si esa habitación te produjo cualquier sentimiento debes saber exactamente qué fue lo que te lo produjo. Inténtalo como práctica. Cuando estés en la ciudad, sitúate afuera del teatro y contempla cómo difieren las personas por la manera en que salen de los taxis o automóviles. Hay miles de maneras de practicar. Y piensa siempre en la gente.

Desde que empecé a romper todos mis escritos, y a salir de todo facilismo e intentar crear en lugar de describir, escribir fue maravilloso. Pero también fue muy difícil, y no sabía cómo escribir algo tan largo como una novela. Con frecuencia me tomaba toda una mañana de trabajo escribir un párrafo.

Mi actitud hacia la puntuación es que debe ser tan convencional como sea posible. El juego de golf perdería mucho si se permitiesen los mazos de críquet y los tacos de billar en el putting green. Debes demostrar que puedes hacerlo mucho mejor que nadie con las herramientas normales, antes de conseguir la licencia para incorporar tus propias mejoras

Después de un libro, me siento emocionalmente exhausto. Si no lo estás es porque no has transferido del todo la emoción al lector. En fin, eso es lo que me sucede a mí.

Detente siempre mientras vayas bien y no pienses más ni te preocupes por lo que estás haciendo, hasta que empieces a escribir al día siguiente. De esa manera, tu subconsciente trabajará todo el tiempo. Pero, si conscientemente piensas en ello o te preocupas, lo aniquilarás y tu cerebro estará cansado antes de empezar. Una vez que estás dentro de la novela, es tan cobarde preocuparse por poder continuar al otro día como preocuparse de tener que entrar en una acción inevitable. Debes continuar. Por lo tanto, no tiene sentido preocuparse. Hay que aprender eso para escribir una novela. Lo difícil de una novela es terminarla.

Lo ideal es leer todo, desde el principio, corrigiendo a medida que avanzas; después, continúas donde te detuviste el día anterior. Cuando [el texto] se ha vuelto tan largo que no puedes hacer eso, regresas cada día a los dos o tres últimos capítulos; luego, cada semana lo lees todo desde el principio. Así consigues que el conjunto salga de una pieza.

En general, nunca leo nada antes de escribir por la mañana, para intentarlo solo y morderme la vieja uña sin ninguna ayuda, sin ninguna influencia y sin nadie dándote un ejemplo maravilloso o mirándote por encima del hombro.

Es muy duro hablar o escribir de lo propio, porque si es bueno tú mismo sabes qué tan bueno es —pero si te lo dices a ti mismo, te sientes como una mierda.

Si escribes a mano, tendrás oportunidad de darle [al manuscrito] tres miradas distintas, para comprobar si el lector está captando lo que pretendes. Primero, cuando lo lees; luego al mecanografiarlo, hay otra oportunidad de mejorarlo, y otra vez, en la prueba. Escribir primero a mano te da un tercio más de posibilidad de mejorarlo. Es decir, 0.333, que es un muy buen promedio para marcar aciertos. También lo mantiene fluyendo durante más tiempo, de modo que se puede mejorar más fácilmente.

Despierto alrededor de las siete y media, desayuno, y a las nueve estoy trabajando; y en general, trabajo sin parar hasta las dos de la tarde. Después, hasta la hora de trabajar al día siguiente, es como vivir en el vacío.

Cuando escribo, tengo que moderarme haciendo el amor, pues las dos cosas marchan con el mismo motor.

No te preocupes por las palabras. Lo hago desde 1921. Siempre las cuento cuando termino y bebo el primer whisky con soda. Supongo que adquirí el hábito escribiendo despachos. Solía enviarlos desde lugares donde la palabra costaba un dólar y cuarto, y tenía que hacerlos muy interesantes por ese precio o era despedido.

Mi entrenamiento consistía en no beber jamás después de la cena, ni antes de escribir, ni mientras escribía.

He bebido desde que tenía quince años y pocas cosas me han dado más placer. Cuando trabajas duro todo el día con la cabeza y sabes que debes volver a hacerlo al día siguiente, ¿qué otra cosa mejor que el whisky puede cambiar tus ideas y hacer que continúen en otro nivel?

Escribir, en el mejor caso, es una vida solitaria. Las organizaciones para escritores son un paliativo para la soledad del escritor, pero dudo que mejoren sus escritos. El escritor crece en estatura pública a medida que derrama su soledad, y con frecuencia, su trabajo se deteriora. Para hacer su trabajo a solas y si es un escritor lo bastante bueno, debe enfrentar la eternidad, o la carencia de ella, cada día.

La prosa es literatura, no decoración de interiores, y el barroco ya es anticuado. Un escritor que pone en la boca de personajes construidos artificialmente sus propias reflexiones intelectuales, mismas que podría vender a bajo precio como ensayos aunque son más remuneradoras cuando aparecen como gente en una novela, quizás hace un buen negocio, pero no hace literatura. Las personas de una novela, no los personajes construidos con habilidad, deben ser proyectadas desde la experiencia del escritor, desde su conocimiento, desde su cabeza, desde su corazón y desde todo lo suyo. Si tiene tanto suerte como seriedad y las resuelve por completo, las personas tendrán más de una dimensión y perdurarán por mucho tiempo.

[… ] Revisé toda la Biblia, [para conseguir un título] en una impresión bastante buena y al encontrar ese gran libro que es el Eclesiástico, lo leí en voz alta a todo el que quisiera escuchar. Pronto me quedé solo y empecé a maldecir la dichosa Biblia porque no tenía títulos —aunque hallé la fuente de casi todos los buenos títulos que se escuchan. Pero los muchachos, principalmente Kipling, habían estado allí antes que yo y se llevaron todos los buenos, así que llamé al libro Hombres sin mujeres esperando que tenga buena venta entre los maricones y las muchachas del Vassar.

La mayoría de los escritores vivos no existen. Su fama la crean los críticos que siempre necesitan un genio de temporada, alguien a quien comprenden del todo y a quien alaban sintiéndose seguros; pero cuando estos genios fabricados mueran ya no existirán.

Siempre, toda mi vida he esperado una crítica sensata, inteligente, ya que escribir es la más solitaria de todas las ocupaciones.

 

*Texto tomado del libro Ernest Hemingway, sobre el oficio de escribir. Traducción de María Alfageme Ramírez. Publigrafics, 1989.