La fiesta del humo, de Luis Hernán Castañeda

 

Compartimos una reseña sobre una de las novelas que más destacaron el año que pasó: La fiesta del humo, de Luis Hernán Castañeda.

 

Por Félix Terrones

En el año 2004, Luis Hernán Castañeda publicó Casa de Islandia, su primera novela. Ya en ese primer libro se manifestarían los elementos que, con cada nueva entrega, caracterizarían a su literatura: la reflexión y el diálogo literarios; lo transgresor como inquietud temática, aunque también estética; el erotismo y la sexualidad; la necesidad de desentrañar un misterio a la vez elusivo y fascinante. Sin duda, el valor de Casa de Islandia no se restringe a lo que, de manera retrospectiva y caprichosa, podemos reconocer como auroral frente a lo que vendría después. Si bien algunos aspectos demuestran un desfase entre la ambición y los medios con que se contó para ejecutarla, Casa de Islandia es sobre todo una aventura del lenguaje que mima, parodia e ironiza sin descanso, con desparpajo y mucho virtuosismo. Ahora, más de una década y varias publicaciones después, Luis Hernán Castañeda publica La fiesta del humo (2016, PEISA) novela en la que afirma el hecho de ser uno de los autores referentes en la escena peruana y latinoamericana.

Lo primero que puedo decir de La fiesta del humo es que se trata de un texto arriesgado y lleno de equilibrio, muy contemporáneo, pero a la vez bastante clásico. No sé hasta qué punto lo contemporáneo sea consciente o más bien consecuencia del panorama literario en el que aparece la novela. De un tiempo a esta parte, la constante de las ficciones publicadas es una narración lineal, de lenguaje estándar que apenas propone a lo largo de sus páginas la mínima variación, por no decir el menor experimento. En otras palabras, son lecturas que plantean una lectura en las antípodas de La fiesta del humo, donde se exige la atención del lector, junto con su incuestionable colaboración. En cuanto a lo clásico; por favor, no se entienda que considero clásico a uno de esos textos que deben más su valor al hecho de integrar un panteón que a cuánto de vida hay en ellos. Lo clásico en La fiesta del humo es el lenguaje cuidado con el que está escrito, un lenguaje delicado, consciente de sí mismo; por lo tanto, sin ningún desliz de sentido pues cada palabra está en su lugar. En Luis Hernán Castañeda encontramos gestos clásicos como lo son las historias dentro de historias, a la manera de Potocki, donde se privilegia antes que nada el contarnos algo, el darle libre curso a relatos que se suceden sin descanso.

Con todo, no adelantemos. Recordemos que La fiesta del humo es una novela compuesta de dos secuencias básicas, en las que una supone a la otra. La primera es el relato de la vida Benjamin, joven exiliado y soltero, en Greentown, quien acude con regularidad al consultorio de Clara, su psicoanalista. Los encuentros entre ambos son la ocasión para que Benjamín —o Benji— aborde su pasado. La segunda secuencia de la novela es, precisamente, El kayak rojo, la novela que Benji escribe para dilucidar y mistificar, por partes iguales, sus años pasados en su patria, Perú. En la medida en que la segunda parte abordaría, mediante el dispositivo ficcional, el pasado de Benji, el lector se encontraría en el mismo nivel de la psicoanalista, acaso en mejor posición, pues ésta no lee El kayak rojo. Así, le toca al lector atar cabos, pero no a partir de un testimonio o crónica, sino desde el texto de carácter ficcional que Benjamín propone. La ficción se propone como único medio para desentrañar, nunca conocer, la verdad. En este sentido, el lector completa con su imaginación ya no tanto el carácter de verdad de lo leído como la imposible coherencia que corresponde al acto de memoria que inventa y reinventa sin descanso. En un período en el que se subraya lo verdadero en la ficción, pues sólo éste es garantía de la “honestidad” perdida, Luis Hernán Castañeda nos recuerda lo propio de la ficción, la posibilidad que ésta tiene de reinventar la vida y, en ello, de darle un espesor que el simple relato autobiográfico de nuestros días no posee.

El lenguaje en La fiesta del humo es cuidado, no chirría en ningún momento. Es un lenguaje al servicio de la historia, que avanza con ella, enfatizando las necesidades dramáticas de la historia. Un ejemplo: el breve segmento con el que se abre el libro. Escrito en primera persona del plural, no sólo presenta al café sino también al dependiente peruano, nadie menos que Benjamín, que trabaja en él. Cuando el lector termina de leer el segmento se queda con la intriga acerca del personaje y el misterio que lo envuelve. Todo esto gracias a las preguntas que se avanza —“¿Qué lo retiene en Greentown, entonces?”—, la manera en que se marca su singularidad —“Si es miembro de una secta budista, no tenemos la menor idea”, incluso las falsas pistas que se siembran. A la manera de Anselmo, recién llegado a Piura en La casa verde, el extraño manifiesta los contornos de lo inextricable que, más adelante, tomará forma.

En el panorama literario nacional, donde prolifera el registro realista, hace mucho bien encontrar una ficción de propuesta estética tan divergente como lograda. Desde luego, no quiero decir que debamos considerar a la literatura de Luis Hernán Castañeda como precursora, cuando desde sus inicios rinde homenaje, a la vez que se enriquece, de modelos distinguibles. En sus primeros textos se nota el ascendiente de la literatura de Iván Thays, quien formó a toda una generación de autores, en la lectura y escritura. Luego viene la sintonía, con la literatura de Mario Bellatín y Enrique Prochazka, quizá los escritores más radicales del nuevo milenio. Así, debemos considerar las publicaciones de Castañeda dentro de una línea, si bien menos explorada, existente en nuestra literatura. Lo interesante y lo que le singulariza, entre muchos otros aspectos, es el lugar que le deja a lo onírico en sus ficciones. Estas pueden, más o menos, seguir las convenciones del realismo, pero siempre regresan a las pulsiones, los excesos y entredichos que alimentan las zonas de sombra en la literatura. Del mismo modo en que en apariencia Benjamín entrega El kayak rojo a su psicoanalista para que esta lo entienda, Castañeda hace de nosotros sus lectores los depositarios de un secreto. A diferencia de la psicoanalista, quien desiste de leerlo, el lector que se encuentra con sus libros devela una luz opaca, indecible, pero no por eso menos intensa. Estoy seguro de que esa luz no se apagará, sino que seguirá deslumbrando. Para bien de nosotros, sus lectores.