William Ospina: “Es lícito jugar a confundir los géneros”

 

Compartimos una entrevista con el escritor y periodista colombiano William Ospina.

 

Por: Alberto Rincón Effio

Es difícil catalogar al escritor colombiano William Ospina, pero si la literatura fuese una gran farmacia, Ospina podría ser recetado para acabar tanto con la tos como con la alopecia. Es verdad, los artistas no pueden enfrascarse o etiquetarse, siempre se reinventan, pero hay quienes encuentran su lugar seguro y lo explotan toda una vida; otros, como el colombiano, han viajado por la poesía, la crónica y la literatura sin muestras de estar descubriendo un mundo nuevo, sino, con la pericia de ser su fundador. Su novela Ursúa (2005) le trajo los elogios del mismo Gabriel García Márquez que la catalogó como “el mejor libro del año” y en 2009 con El país de la canela ganó el premio Rómulo Gallegos. Antes, mucho antes, ya había ganado tanto el Premio Nacional de Ensayo (1982), como el de Poesía (1992) y hoy en día lleva más de una veintena de libros. A autores como este se puede entrar por todas sus puertas, pero, ¿se puede salir?

 

¿Cómo ve el panorama actual de América Latina y de Colombia, en particular, hay más de resistencia que de apoyo en sus políticos?
Siempre la gente está votando contra algo. Todavía no ha vuelto a aparecer un gran factor de esperanza. Ahora, hay una ilusión de paz que ojalá se concrete (nota: la entrevista se realizó antes de la firma de paz entre el gobierno colombiano y las FARC) y esto despierta una ilusión aunque en general la gente es muy escéptica. La mayor parte de las personas tienen la razón de ser escépticas en Colombia porque han sido demasiadas las promesas incumplidas y las ilusiones rotas.

Colombia y Perú tienen muchos puntos concordantes en la historia…
Colombia es un país cuyas dirigencias no ha estimulado el conocimiento de los vecinos, ha habido un culto ciego por el norte, con los Estados Unidos y Europa, y cierta actitud de negligencia no solo por cómo se forma la gente en relación a los países vecinos, sino, en la propia relación administrativa. Los lazos entre Colombia y Perú, Ecuador, Venezuela o Panamá deberían ser mucho más fuertes. Los viajes de los ciudadanos de un país a otro deberían ser más visibles y notables. Todo joven debería tener amigos en todos los países vecinos. Eso ha empezado a ocurrir en la historia, pero no por una iniciativa estatal, sino, porque la historia y la globalización nos mueve en esa dirección aunque no existe una voluntad de propiciarlo.

¿Cree que las cosas en América Latina, casi siempre, ocurren solas, nadie las propicia?
Exactamente. Lo que sí ha ocurrido es que, como sí tenemos una cultura continental, mientras que la política y la economía conspira para separarnos, la cultura hace todo lo posible por unirnos. Entonces nuestras literaturas están muy cercanas, nuestras músicas están muy cercanas y, digamos, ‘los ríos profundos’ de la lengua, la historia y la memoria ayudan a que esos acercamientos se den. Los gobiernos casi siempre están allí para impedirlos.

enbuscabolivar-ospinaUsted dijo que los latinoamericanos “pensamos como europeos, hablamos como indígenas y bailamos como africanos”, ¿a qué se refería?
Es muy importante verlo. Tanto en el Perú como en Colombia, existe la tendencia a pensar que cuando uno reivindica el mundo indígena, quiere revivir una utopía indigenista, arcaica, o llamar al mundo a reconstruir un mundo rudimentario y atrasado. La verdad es que la valoración indígena americana y las revalorizaciones indígenas, tanto de sus mitologías y lenguas, no tiene por qué ser contraria o incompatible con nuestro pasado europeo, nuestra lengua europea, de nuestras filosofías y tradiciones, ni con el hecho de que también ya tenemos participación en la memoria del mundo entero. El llamado no es para reconstruir ninguna arcadia de ningún género, pero sí a ser conscientes de la pluralidad de nuestros orígenes y su posición cultural. Nuestra historia no empieza hace cinco siglos.

Ha pasado de la poesía al ensayo y del periodismo a la ficción, ¿ya puede dar un repaso de su obra?
Siempre trato de tener en cuenta lo que he escrito, pero siempre me propongo algo nuevo y distinto. Por supuesto, sigo escribiendo poesía pero cada vez tengo menos afán o urgencia de publicarla. Más bien, considero la poesía como un refugio privado donde no hay urgencia. Muy a menudo los ensayos y las novelas tienen un plazo, pero la poesía es un espacio de libertad y, si se quiere, de capricho y arbitrariedad, algo que se necesita mucho en el mundo del arte. El haber escrito poemas, ensayos y novelas o incursionado en la crónica y las columnas de opinión también me dan la ilusión de fusionar todo eso. De no pensar que la poesía es exclusivamente el verso o la narración excluye al verso o al pensamiento. Me gusta que la poesía sea el clima común donde ocurren todas estas cosas. Vivimos en una época donde es lícito jugar a confundir los géneros.

¿Cree que existe un hilo en todo lo que ha escrito?
Sí, creo que hay un hilo, a veces visible, a veces secreto porque yo nunca tengo que dedicarme a pensar qué quiero escribir en adelante. De lo que escribo nace lo que quiero escribir después. A veces vivo las mismas preocupaciones en distintos lenguajes. Por ejemplo, un libro mío de poemas El país del viento, me llevó a escribir mi trilogía sobre el Amazonas. Fue un libro que escribí hace veinte años, Es tarde para el hombre, una reflexión sobre la sociedad contemporánea y sus desafíos lo que ha movido buena parte de mis reflexiones recientes sobre la historia, América Latina, el mundo contemporáneo. Unas cosas salen de otras y yo sí siento que giro alrededor de los mismos temas, que son temas que admiten diferentes variaciones. Y, por supuesto, que uno no podría abarcar todo eso. Es como si estuviera un poco navegando en la oscuridad y descubriendo un mundo.

¿Cree que siempre hay un punto ciego en la literatura?
En mi caso es lo contrario. Siempre hay un punto al que llego pero soy ciego a todos los demás. Es decir, me parece que la literatura no es tanto abarcar un mundo con unos tantos puntos de ceguera, sino, alcanzar a ver unos puntos en un mundo que no se abarca pero se está explorando. Vivimos en el presente pero parece que lo vemos por el hecho de que físicamente lo vemos, pero buena parte de lo que ocurre no es visible.

wospina2Usted dijo: “en el año 67 tuvo que aparecer un escritor y contarnos todo lo que había ocurrido con nosotros, con Cien años de soledad”, ¿Cincuenta años después necesitamos alguien que vuelva a contarnos nuestra historia?
Creo que sí, es un fenómeno cíclico. Cada cierto tiempo la labor de un montón de seres humanos y escritores y artistas encuentra una síntesis. Dante, Shakespeare, Cervantes y Flaubert fueron una gran síntesis de su época. América Latina ha tenido el privilegio de producir una serie de grandes síntesis. Cuando surgió Rubén Darío a fines del siglo XIX, él fue la síntesis de búsqueda de América Latina y España. Cuando surgió Neruda, condensó la búsqueda, tentativas y experimentos y las conquistas de muchos poetas del mundo. Estas síntesis necesitan la labor de mucha gente y el trabajo de exploración de muchas sensibilidades. También tienden a desaparecer las biografías de los autores y quedan los nombres, estos nombres ya no hablan tanto de un personaje sino de una época. En América Latina con nuestros Rulfos, Nerudas, García Márquez y Borges hemos condensado las épocas. Cesar Vallejo no solo condensa una época, sino, abre las puertas de otra edad.

Particularmente, ¿quién influyó más en su obra?
Para mí los más grandes autores latinoamericanos del siglo XX son fundamentales, porque para mí fueron fuerzas ejemplares. Descubrir a García Márquez, Neruda, Rulfo, Borges, me dio mucho aliento para intentar a hacer lo que trato de hacer. Al mismo tiempo hubo muchos autores que fueron un alimento continuo. Algunos poetas a los que frecuento mucho como Friedrich Holderlin, Rainer María Rilke o Arthur Rimbaud. Algunos narradores como Thomas De Quincey, Marcel Schowb y G.K. Chesterton.

Ser colombiano, sus raíces, su historia, ¿cuánto ha sido determinante en su obra?
Para mí sería difícil concebir lo que escribo fuera del hecho de ser colombiano y estar tratando de interrogar qué significa eso. Yo aspiro a que las cosas que escribo respondan a las necesidades de ser colombiano de hoy, también a que se sienta en ellos algunas preguntas de lo que somos como latinoamericanos y de lo que somos como seres humanos de esta época. Para mí eso es importante. Sentir el presente, los desafíos y las preguntas de esta época es apasionante. Qué es lo que nos atormenta, inquieta, amenaza y qué tanto puede ayudar la literatura a esas preguntas.

¿Las preguntas han sido las mismas todo este tiempo o han ido cambiando?
Son las mismas, pero la historia las formula de una forma más angustiosa.

Y, ¿cuál cree que sería la pregunta de Cien años de soledad?
Es el secreto de la memoria de América Latina y qué ríos profundos confluyen en la formación de esa memoria latinoamericana. Para Gabo la memoria es algo fundamental, la personal y colectiva; él hizo un esfuerzo muy grande en convertir la memoria personal en una colectiva. Esos cruces de razas, tradiciones y mitos que él maneja con tanta libertad y el modo como él logra, a punta de imaginación, reconstruir con nitidez los hechos históricos.

¿Qué se le ha escapado a usted como autor?
Trato de responder a todo lo que me estimula, claro, no puedo seguirle el ritmo a la imaginación con toda fidelidad. Yo diría que para el ser humano es más fácil ver lo distante que lo cercano, lo que hay alrededor que lo que hay en sí mismo, y nada más difícil que hablar de su propia historia.

 

LOS CINCO LIBROS FAVORITOS DE WILLIAM OSPINA

  1. La Odisea, Homero y Ulises, James Joyce.
  2. La divina comedia, Dante Aligheri.
  3. Obra completa, Jorge Luis Borges.
  4. Juana de Arco, Thomas de Quincey
  5. El reino, Emanuele Carrére.