Eleodoro Vargas Vicuña: Confesiones en voz alta

 

El escritor peruano Eleodoro Vargas Vicuña (1924-1997) dio este testimonio ante su amiga Esperanza Ruiz el 14 de febrero de 1997, quien grabó estas confesiones y las compartió luego de la muerte del autor de “Ñahuín”, ocurrida el 11 de abril de ese año. Este texto apareció originalmente publicado en la revista La casa de cartón, número 13.

 

Por Eleodoro Vargas Vicuña

La familia                                   

Hay un alto porcentaje de mi vida que pertenece a la vida de la comunidad. A través de los ojos, oídos y voz de mi abuela aprendí muchas cosas. Ella personifica los ojos, los oídos y la voz de todo un pueblo. Otra parte importante de mi existencia es el hecho de haber aprendido a leer cuando niño, asunto que con los años se convirtió en una carga por la importancia que tuvo para mi acercamiento a la literatura. Por entonces, yo no me percataba que lo que leía era literatura, para mí todo lo que pasaba por mis ojos se constituía en lectura normal y corriente. A los seis años de edad, por ejemplo, escuché recitar a mi hermano Víctor Vargas Vicuña, un hermoso poema de José Santos Chocano cuyos versos a lo lejos vienen a mi memoria: «Indio que asomas a la puerta de esa tu rústica mansión… ». Todas estas cosas a mí me conmovían profundamente.

Hay algo paradójico en mi existencia que no sé por qué razón siempre la asocio a un árbol, con la diferencia de que yo me he movido y un árbol no se mueve. Tengo la impresión de que todo lo que me ha sucedido, ha pasado por encima de mí, junto a mí, como los vientos, como los aires, como el aliento de la gente. Siempre me he sentido un hombre fantasmado —como un hombre que no tenía existencia. Lo que realmente sustenta esta condición fantasmal, o de fantasía de la vida que he vivido, es que nunca he tenido una ambición definida, nunca he tenido la potencia ni la fuerza necesarias para imponerme una conducta y llevada hasta las últimas consecuencias. Por ejemplo, a mí me gustaba la guitarra y por eso me matriculaba en cursos, pero apenas me percataba que los profesores no tenían ninguna atención para mí o no tenían el método necesario para enseñar, de inmediato me retiraba de las clases. Me matriculaba en infinidad de cursos, me matriculaba por ejemplo en cursillos de idiomas, en inglés; mi madre siempre estaba presta en apoyar mis inquietudes y ella luego me preguntaba pero yo nunca le di cuenta de lo que hacía. Luego ingresé a la universidad, porque es costumbre ingresar a la universidad, pero entré sin ningún proyecto definido. Pude haber estudiado entonces Medicina o Psicología o Ingeniería o sabe Dios qué. Pero como ahí estaba la Facultad de Educación, por alguna razón que yo desconozco ingresé a San Marcos para estudiar Educación; o tal vez porque cuando fui a matricularme para prepararme a la universidad seguramente el que decidió allí que estudiara Educación fue, posiblemente, el director de esa academia, el profesor Mayaute.

 

La universidad

EleodorVargasVicunaLPGpost2Estudié en la universidad pero a ciencia cierta yo no tenía muy en claro lo que iba hacer como profesor. Nunca, jamás, durante ese tiempo se me ocurrió leer un libro sobre mi especialidad o desarrollar, investigar y escribir un tema sobre pedagogía. Eso es lo que se llama hacer una carrera y yo no la hice. Lo que sí sé a la perfección es que me pasé exactamente cuatro años de mi vida en San Marcos leyendo. Cuatro años exactos leyendo en la Biblioteca Nacional, en la Biblioteca de San Marcos y en la Biblioteca del Congreso. En esta última, los libros que ponían a disposición del público lector eran los de reciente edición; era algo increíble para mí. Todo lo máximo de la literatura internacional inmediatamente llegaba a la Biblioteca del Congreso, ahí leí por ejemplo a muchos escritores norteamericanos.

Luego me fui a la Universidad de Arequipa, donde me pasé la vida leyendo entre la Biblioteca del Ateneo que pertenece al municipio y la Biblioteca de la Universidad. Ahí sí comencé ir a clases y dar examen. Te confieso que jamás estudié una letra para dar un examen; nunca tuve ni un libro ni un cuaderno ni una copia de apuntes de los cursos. Yo iba, daba el examen, aprobaba y pasaba de año. Lo que yo te estoy tratando de decir ahora es que mi vida había sido, en resumen, la vida de un poeta; y yo no lo sabía hasta el momento de hacer esta suerte de balance que te cuento. El Dios que regía esa vida de poeta, a través del cristianismo o a través del budismo o hinduísmo que yo desde temprano leí, o a través de los textos de Rabindranat Tagore, Gitanjali, El anillo satunjala, es decir toda la literatura oriental que leía por entonces, hicieron de mí una persona que vivía entre todos esos personajes. Yo no soñaba porque apenas leía todo se me olvidaba, tampoco comentaba con nadie mis lecturas. Cuando fui a Arequipa los alumnos de la universidad me eligieron su representante estudiantil, durante los cuatro años que pasé ahí.

De repente me vine a Lima, hacia 1947, y comencé a escribir los primeros cuentos de Ñahuín. Desde el 27 de junio de 1947 empecé a escribir esos cuentos, el primero de ellos se llamó «El traslado». Lo escribí y lo dejé, siempre he escrito y he dejado las cosas así, un poco sueltas. Hasta que hubo un concurso de cuentos, allá en Arequipa, y yo presenté «El traslado». Otro participante obtuvo el primer premio con un relato llamado «El viaje». Te cuento todo esto como un recuerdo precioso de aquellos años. Yo estaba entre los que seguían la literatura de José María Arguedas y de Ciro Alegría y no entre aquellos que seguían lo que podríamos llamar la literatura académica en cuanto utilizan correctamente las palabras. Algunas palabras que se hablan así, de manera particular, en la sierra, yo las puse en mi cuento tal cual se pronuncian, como un signo de identidad de esa cultura en donde yo había vivido. Todo esto fue estupendo para mí. Yo siempre releo a Rulfo y en sus cuentos he encontrado la confirmación de que lo que hice estaba bien. Mi relato —que perdió el concurso— fue descalificado porque en lugar de poner «acomedieron» puse «se acomidieron». Un catedrático me dijo que si yo estaba estudiando literatura y gramática, y más tarde iba a ser profesor, no debía escribir así. Hace unos días estaba releyendo a Rulfo y detecté que él pone en uno de sus cuentos exactamente igual a lo que yo puse: «se acomidieron». La gran lección de Rulfo radica en el hecho de haber escrito las palabras tal como suenan al oído y tal como debe sonar un cuento de esa naturaleza en señal de identidad cultural.

Indirectamente, a mí la literatura me ha estado enseñando. Luego de esa experiencia jamás volví a escribir de la manera como se habla comúnmente, opté por escribir respetando las normas de la gramática. Eso fue un salto entre la prosa de Arguedas, que escribe y siente en quechua, y luego traduce al español, y la prosa de Ciro Alegría que es neutra y académica, vale decir, escribía de manera correcta pero cuando le da voz propia a sus personajes éstos hablan como suele expresarse la gente del campo. En ese contexto, diría que mi escritura sufrió una evolución en el lenguaje. Diría, asimismo, que mi producción literaria contribuye, creo yo, más que en el campo temático o en el nivel técnico, en el retrato de un modo de vida, en la construcción de una atmósfera.

 

Lima

NahuinEVVCuando regresé de Arequipa a Lima y me instalé acá, nunca pensé irme a ninguna parte. En ese transcurrir escribí la mayoría de mis cuentos. Comencé a trabajar por aquí y por allá pero sin ningún sentido de hacer, como se dice, una carrera. Y me quedé así, con toda tranquilidad pero siempre afectivo con las nuevas amistades que iba ganando. En Lima se vivía una vida paradisiaca, me refiero a los años cincuenta y sesenta; había una elegancia sin igual, la gente se comportaba con una conducta muy noble, muy amable; las calles eran un escaparate de exhibición de cómo la gente se vestía, de cómo caminaba, de cómo saludaba; hasta cuando se comportaban mal lo hacían elegantemente. Yo no sé por qué te estoy hablando de esta manera cuando en realidad quisiera decirte otras cosas, probablemente más interesantes. Te repito, mi querida Esperanza, que yo nunca tuve un proyecto de vida para llegar a hacer algo o alguien.

Durante mucho tiempo pensé que había escrito muy pocos poemas en mi vida y que sólo se habían salvado apenas unos doce o quince; sin embargo, durante buen tiempo solía escribir algunos versos aislados, en un cuaderno que tenía siempre a la mano. Un buen día se presentó por casa mi amigo Mendizábal y le mostré el cuaderno, entusiasmado se lo llevó y quién te dice que con una inmensa paciencia los pone en orden y los transcribe a máquina. No contento con eso, los presenta a un concurso y gana el premio. Todo esto sin que yo sepa nada, hasta que no le quedó otra que informarme que yo había sido merecedor de un premio de poesía, casualmente por esos textos. El destino de ese libro era perderse para siempre, pero los libros como las personas a veces toman otro camino. Algunos textos de ese conjunto habían aparecido en El Dominical de El Comercio gracias a la generosidad de nuestro amigo Hugo Bravo. Esos poemas los escribí, en el fondo, durante toda la vida desde cuando estaba en Arequipa. Hay uno de esos textos, casi como un soneto, que se publicó en la revista Trilce que dirigía el poeta Gibson, que fue una de las personas más estupendas que yo haya conocido en Lima. Pero, volvamos a la travesura de Mendizábal quien junta mis poemas, los ordena y hace un libro. Luego de toda esta peripecia he revisado los textos, restituyéndole algunas palabras que taché en la versión original o limpiándolos para bien. Pero al margen del libro, yo sé conscientemente que todo eso que está escrito allí ha sido mi vida. Yo me levantaba a las tres de la mañana y corregía. Cuando estaba en el Cusco, hace muchos años, escribí un poema exactamente igual al último que escribí, son como poemas gemelos. Uno es a una cosa y otro es a una persona. Incluso, Francisco Carrillo ha prometido publicar algunos poemas míos en su prestigiosa revista Haraui.

 

La vida

EleodoroVVicunaPost4Tú sabes que yo desde los quince años de edad leía mucho, sobre todo cosas relacionadas con la psicología, el hipnotismo, la sugestión y la autosugestión; y más o menos a los diecisiete años a una prima mía, de manera especial, la hipnotizaba. Después en Arequipa hacía todo tipo de trabajos, a una señora por ejemplo que yo atendí dio a luz sin dolor. Aunque no me creas, yo atendí el parto, tuve que cortar el cordón umbilical, le quité la plascenta y le entregué a su niña. Tenía una cantidad de habilidades que las hacía, así, al aire, así de por sí. Sin duda, que yo aprendí todas estas cosas a través de mis lecturas. En la Biblioteca de Arequipa había leído un libro reciente, por entonces, de cómo se debía cortar el cordón umbilical y todas aquellas técnicas modernas relacionadas al parto. Como ves, toda mi vida ha sido más bien la búsqueda de otra persona con quien comunicarme, con quien conversar. Casi siempre conversaba de poesía, aunque las otras personas entendieran por poesía algo totalmente distinto a lo que yo percibía como tal. Pero lo máximo que me pudo haber pasado es haber conocido a los escritores de toda nuestra generación, a quienes yo quiero mucho y admiro. Siempre ha sido en mí natural quererlos, con una gran ternura.

A estas alturas de mi vida recién me percato que yo no llegué, de ninguna manera, a configurar una personalidad profesional, una personalidad literaria en el sentido de que me sintiera responsable de esas «obras», por decirlo así un poco entre comillas, un poco irónicamente. Cuando vi, por ejemplo, la edición de mis cuentos completos editados por Milla Batres me gustó porque sentía que todo aquello era parte de mi trabajo; sin embargo, me pareció exagerado en esa edición el hecho de colocarle tantas fotos. Eso me molestó mucho. A pesar de aquello, yo le guardo una inmensa gratitud a Milla Batres por haber elegido mi obra y editarla con un cariño estupendo y tan formidable.

Ahora —me parece que lo voy a repetir por segunda vez— creo que yo he sido un poeta. Sobre todo, en el sentido de cómo vive un poeta, cómo ha vivido un poeta y cómo debe vivir un poeta. Al respecto, no hace mucho encontré un documento de una charla que di en la Universidad Federico Villarreal, en una de esas hojas había anotado lo siguiente: «nosotros hemos elegido la pobreza», esto me conmovió mucho. Por ejemplo, el filósofo Kant que fue un hombre muy pobre, sus amigos tuvieron que conseguirle un terno para ponérselo, eso a mí conmovía demasiado, como si yo fuera Kant. Cada persona que vivía de esa manera me parecía que era mi antecesora y que yo estaba en el camino de ellos. Pero, la ironía consiste en esto: el hecho de ser pobre a mí me calificaba como poeta, cuando lo que debía calificarme como poeta debía haber sido la escritura de la poesía, la búsqueda de la poesía a través de diversos caminos o vías o creencias. Pero lo cierto es que nunca atendí a toda la cantidad de escritura que había producido. Así que ahora estoy leyendo mis textos y tú no te imaginas la gracia que tienen algunos de ellos. El 70 por ciento puede ser que los queme, pero si se pierde el treinta por ciento restante sería de una gran pena porque hay una atención muy especial sobre los datos de la vida, de una vida que se confiesa. En el fondo, se trata de una confesión muy bella. A veces, hablo de algunos personajes, algunas anécdotas que he escuchado. Pero en general, esos textos tienen el propósito de expresar algo que he visto; pero por otro lado, tienen también el propósito legítimo de expresar algo con corrección y acercarme a esa corrección.

 

Gratitudes

TaitaCristoEVVTe confieso, mi querida Esperanza, que ahora estoy algo caído de energía, me parece que la voz está saliendo muy débil. Sin embargo, quiero señalar —para terminar— la gratitud que tengo para con Andrés Mendizábal a quien conocí cuando él era muy jovencito, por entonces era estudiante del colegio Melitón Carbajal, y en cuanto me conoció me hizo una entrevista, lo cual demostraba su interés por las letras. Con el tiempo, Andrés Mendizábal se ha convertido hasta ahora en una especie de hermano menor con quien he conversado, he viajado, he caminado; él ha madurado bastante y tiene un sentido práctico y objetivo de la vida. Mendizábal tiene la ternura, la elegancia, ese sentido antiguo de la amistad, esa manera que todavía está en algunos lugares del Perú, donde hay personas que te hablan con amor y se dirigen a ti con ternura; y que te escuchan y que te oyen con atención.

Otra persona a quien guardo mucha gratitud es a Oswaldo Reynoso. A ti también, querida Esperanza, te guardo mucho cariño. Una cosa que tú no sabes es el hecho de que te escribí una carta desde Trujillo y no te la envié, es una carta de enamorado, aunque no aparezca tu nombre, esa carta es para ti. Todo esto quiere decir que yo he tenido miedo a entregarme a las otras personas. Ese miedo me ha dejado a medio camino de todas las cosas que pude haber hecho. En uno de mis poemas de Zora, imagen de la poesía escribo: «La eternidad está en su mirada». Entonces, la eternidad está en un verso. «No está la eternidad en una lágrima», digo en otro de mis poemas. Entonces, si la eternidad no se siente como el tiempo o el espacio sino como un sentimiento del tiempo y del espacio. Así que cuando tú tienes un sentimiento del infinito has tocado el infinito, cuando tú tienes un sentimiento de la divinidad has tocado la divinidad. Allí no hay ninguna contradicción lógica. Al darme cuenta de todo esto me siento bien. Dentro de todo este contexto, me parece que soy un hombre feliz, porque esto me permite a mí demostrar toda mi hombría. Y la hombría no consiste en soportar la vida ni en resignarse a la vida, sino a aceptar la realidad. Aceptar esta realidad supone resistir al máximo. Eso que se ha llamado una pelea, una lucha frontal frente a eso que llaman muerte, sin desesperación, con toda tranquilidad. Yo no he elegido a una persona, a un libro, a un autor. Yo no he elegido la vida que he llevado, a mí me ha sucedido todo esto. Sin embargo, las cosas que estuvieron en mis manos y junto a mí han sido legítimas. Creo que el poeta Eielson no se equivocaba cuando decía: «Yo buscaba a un dios personal y lo encontré en Rilke», tremenda frase que me emocionó mucho. Sin saberlo, yo había leído la poesía de Rilke de rodillas, como quien ora. Quiere decir que eso me pasaba a mí pero no me daba cuenta, no sabía que me estaba pasando eso. Tengo, pues, gratitud por la vida. Gratitud a esa vida que no es de uno solo porque cuando uno nace, nacen miles, nace una sociedad, nace una cultura. Y uno es todo eso. Hasta cuando uno está en el vientre de la madre, uno ya va siendo los otros. Los otros te están haciendo a ti, te están siendo ser. Desde cuando uno sale a la luz del mundo y empieza a hablar ya está más allá de todo el camino de la vida porque estás en un mundo donde te ha recibido la Vida, pero la Vida no como una cosa biológica sino como una cosa cultural, como una cosa del espíritu. Los filósofos griegos Sócrates, Platón, Aristóteles y todos sus antecesores fueron los que a mí me dieron una visión particular de la vida. Una cosa que me impresionó mucho fue la afirmación del filósofo quien decía que con solo mirar la extensión del cielo supo que la divinidad era una. El hombre es siempre uno, la humanidad siempre es una. Todo lo que acabo de decirte está dicho, de alguna manera, en esos cuarenta o cincuenta poemas míos que andan por ahí.