Félix Bruzzone: “Todo lo que no hago en mi vida explota en la escritura”

 

Conversamos con el escritor argentino Félix Bruzzone a propósito de la edición peruana de su novela Los topos (Editorial Santuario ). ¿Cómo influye la escritura en un hijo de padres desaparecidos por la dictadura militar? Los invitamos a leer la entrevista.

 

Por Jaime Cabrera Junco
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Indudablemente las dictaduras dejan huellas individuales. Aun cuando eso no suele verse porque se toma en cuenta al conjunto -se habla de víctimas en plural-, cada persona tiene su propia mirada sobre un periodo como este: oscuro y de horror. Félix Bruzzone (Buenos Aires, 1976) ha sido una de esas víctimas que desde la literatura aborda un tema incómodo desde una mirada también incómoda e irreverente de las consecuencias de la dictadura en los hijos de los desaparecidos o secuestrados. Lejos de ser una literatura militante, la suya, como nos dice en esta entrevista, interpela a la militancia.

Al referirnos a los temas recurrentes de un escritor se suele hablar de «demonios», para decirlo al estilo Vargas Llosa. Sabato hablaba de «fantasmas». En tu caso están presentes los desaparecidos, la familia, los secuestrados. ¿Estos vendrían a ser tus fantasmas?
Más que fantasmas diría que siempre trabajo con los mismos materiales y con determinadas manías. Estas manías están relacionadas más a la práctica misma de la escritura, donde está la parte enferma en mí (ríe), esa cosa obsesiva o traumática que podría asociarse a los fantasmas o demonios. Estos materiales son para mí recurrentes y tiene que ver con la forma en que cambian las relaciones entre las personas, por eso en mi escritura aparecen problemas familiares y de secuestro porque tiene que ver con eso, con la manera en que se van moviendo los cuerpos en esas dinámicas más bien cerradas que suelen ser las familias y los pequeños núcleos donde estas interactúan.

Es decir, no es que seas consciente sobre estos temas o materiales, como les acabas de llamar,pero siempre tienen que estar
No, no es consciente sino que en algún momento tomo conciencia de que empecé a trabajar sobre estos materiales otra vez y, bueno, intento ver de qué manera se puede reelaborar de otra forma. Cuando detecto que estoy trabajando un tópico parecido trato de salir de ahí e irme por otro camino. Ese es un mecanismo de seguir trabajando ese tópico, desviándolo y viendo para dónde podría derivar.

tapa_76_bruzzone-260x396Naciste en 1976, tu libro de cuentos se titula 76, en ese mismo año desaparecieron tus padres en plena dictadura militar, lo cual, supongo, ha dejado una huella muy profunda en lo personal, como en lo histórico para Argentina
Personalmente, sin duda, y conforme pasan los años uno va tomando conciencia hasta dónde cala todo eso. Aunque lo esperable es pensar que ese momento se aleja cada vez más, lo que suele suceder es que uno empieza a ver más cosas, especialmente en lo que hacemos y en lo que nos rodea, las cuales se encuentran un poco minadas por ese trauma, por esa tragedia. Aunque no lo veamos, esa época todavía está presente en nosotros. Se dice que es la tragedia mayor que hemos vivido y creo que es así realmente. Lo que pasa es que en ese momento no se percibió y después, incluso hasta hoy, se negó. En cuanto a la literatura, ella tiene que dar cuenta de eso de un modo explícito pero menos directo o intentando, en todo caso, no ver estrictamente lo que sucedió ni abordar directamente los testimonios. Debe fijarse en los pequeños detalles que de alguna manera conducen a zonas más interesantes y menos esperables, donde se deja de hablar de esto en cierto sentido. Cuando publiqué 76, que es mi primer libro, la primera lectura que se hizo fue que eran relatos de orfandad. Evidentemente estaba el problema de la desaparición de personas y de la dictadura, pero cada personaje tenía una visión muy particular de eso, había como una búsqueda muy propia, una búsqueda como la que hace un huérfano, independientemente de que sus padres hayan desaparecido producto de la violencia de estado o de lo que fuera.

¿Y dirías que esta circunstancia personal fue la que te llevó a escribir?
Esta circunstancia y muchas otras fueron las que me llevaron a escribir. Probablemente otras circunstancias me habrían llevado a la militancia. Evidentemente esta circunstancia (la desaparición de sus padres) es bastante radical, determina muchas cosas,pero a nosotros, los hijos de desaparecidos, esta experiencia nos llevó por distintos lugares y nos permitió tener diferentes percepciones. Nos fuimos como imantando de otras cosas de alguna forma.

Y es que, se suele decir también, la ficción más que responder preguntas busca propiciarlas y en este periodo de violencia en Argentina han quedado muchas preguntas por contestar. Hay personas que no han encontrado a sus padres y no han podido enterrar a sus víctimas
Justamente eso que vos mencionás es muy interesante porque tampoco resulta gratuito para la literatura o para una concepción que uno pueda tener de ella precisamente esto: la literatura más bien plantea preguntas antes que respuestas. Es evidente que el problema de la desaparición de personas y todo lo que sucedió en la dictadura argentina viene como anillo al dedo como zona a narrar, pues hay muchas cosas que no se saben y no se van a saber más. A pesar de todos los procesos que hay en marcha para que se sepan cada vez más cosas, la realidad es que el mayor volumen de información sigue sin conocerse.

En tu cuenta de Twitter escribiste «extraño mucho cuando me decían qué vas a ser de grande. Si me preguntan no me ofendo», ¿qué respondías a esa pregunta cuando eras niño?
(Ríe) No me acuerdo…lo que sí me acuerdo es que tenía más un destino de ciencias duras. Era bastante bueno para la matemática y esas cosas, y todo cambió. Tenía un tío abuelo que había sido marino que también era físico y me motivaba un montón. Todo eso cambió cuando tuvimos un profesor de física en cuarto año de secundario que era muy malo, entonces me desanimé. Y en paralelo ese año tuvimos un profesor de literatura muy bueno, que era evidente que no estaba siguiendo el programa nunca, que siempre nos daba libros que no eran exactamente los que estaban en la currícula y que tenía un trato con nosotros bastante bueno a pesar de que era un profesor distante, era un tipo que nos ayudaba mucho. El destino (ríe) me llevó para ese lado.

Bruzzone¿Y el escritor cómo afloró?
El escritor fue surgiendo de a poco desde que aprendí a escribir prácticamente. De alguna manera fui obligado por mi abuela que me crió a escribirle cartas a mi otra abuela que vivía muy lejos. Todas las semanas o cada 15 días le escribía una carta a mi abuela de San Luis y mantenía esa relación epistolar con ella porque en esa época no se podía hablar por teléfono ni había Internet ni demás. Desde ese momento empezó una relación con la escritura y con la necesidad de contar cosas de mi propia vida. Independientemente de eso siempre estuvo como esa chispita de querer escribir, así que creo que este es como un punto muy primigenio en mi relación con la escritura, y después mi relación con la lectura pasó por distintos momentos. Tuve un primer momento que fue muy lúdico, como todos los chicos que leen libros de aventuras, en mi caso eran los libros de Elige tu propia aventura. Después tuve una etapa de entender la literatura como una cosa muy importante, que era una especie monumento y eso lo creí durante mucho tiempo. Cuando logré sacarme esa idea recién allí pude empezar a leer y escribir mucho mejor. Cuando uno ve los libros como algo lejano o escritos por dioses o semidioses o genios uno se queda afuera, cuando más bien hay que ver la forma en la que uno está dentro y no afuera.

¿Y quiénes estaban en esas divinidades literarias?
Los que leía en mi adolescencia: Vargas Llosa, Cortázar, quienes por otro lado eran escritores que combatieron todo eso. Empecé a leer en los años 90 y ellos formaban parte de esos monumentos, Sabato también. Alguien que estuvo en la bisagra y que hasta ahora leo con mucho cariño es Ray Bradbury. Notaba en sus obras ciertos juegos, lo tenía mucho más cercano por su escritura cristalina y lúdica.

 

 

CUESTIONAR LA MILITANCIA DESDE LA LITERATURA

Mi abuela Lela siempre dijo que mamá, durante el cautiverio en la ESMA, había tenido otro hijo. Varias veces la oí discutir del tema con mi abuelo. Ellos se iban al fondo, al zapallar, y hablaban de todo lo que yo no tenía que saber. Pero a veces me escondía entre las hojas de los zapallos, que para mí eran un lugar de juego, yo soldado, refugiado vietnamita, yarará, zapallo, la fuerza de las plantas crecía a mi alrededor, explosión lenta y duradera, y cuando mis abuelos llegaban para hablar los escuchaba. Hasta que un día me descubrieron, qué hacés allí, dijo mi abuelo —él decía «allí»—, la voz ronca de enojo, una de las cosas que más me acuerdo de él, y como no dije nada se fueron a seguir a otra parte. Desde esa vez, aunque sabía lo que tenía que saber, se cuidaron de volver a hablar entre los zapallos.

Mi abuelo murió sin nunca darle importancia a lo que decía mi abuela sobre mi supuesto hermano nacido en cautiverio. Pero ella siempre insistió, sola, y supongo que ya en el velorio de mi abuelo pensaba en salir a buscarlo. Era como si todas las cosas de nuestra familia, que desde ese momento éramos ella y yo, dependieran de la necesidad de encontrar a mi hermano. De hecho, ella no tardó en vender la casa de Moreno y pedirles a unos amigos dedicados al negocio del remate de propiedades que le consiguieran un departamento en Núñez lo más cerca de la ESMA que fuera posible. Íbamos a vivir de la pensión de mi abuelo, de la pequeña renta que nos dejara la diferencia por las operaciones inmobiliarias y de los trabajos de repostera que Lela pudiera hacer para confiterías de la zona.

Así, cuando nos instalamos en el departamento, a una cuadra de Libertador, piso ocho, perfecta vista a la ESMA, lo primero que dijo Lela fue que ahora sí íbamos a estar cerca del último lugar donde había estado mamá y de donde había nacido su otro nietito. Dijo así, «nietito», y se puso a llorar.

(Inicio de Los topos).

Hablemos de tu novela Los topos, publicada inicialmente en 2008 y reeditada en el Perú por Santuario. Al leerla me da la impresión que lejos de ser una novela que refleje el dolor tiene una visión escéptica e irreverente sobre las desapariciones y los secuestros, algo de lo que hablábamos hace un rato. ¿Cómo surgió este libro?
Surgió porque quería escribir un cuento más de mi primer libro,76,y cuando llegué a lo que pensaba era el final del relato vi que quedaban un montón de posibilidades todavía por desarrollar, entonces decidí continuar algunas de estas posibilidades. En un momento detecté cuál podría ser el final de esa novela, detecté que por debajo de ella había como una figura de un padre ausente —en este caso desaparecido— incluso más fuerte que la figura de la madre. Para el narrador la figura de la madre, que también está desaparecida, es una figura mucho más cercana, sin embargo el padre es una figura ausente de la cual no se habla o se habla mal, sobre quien hay hipótesis horrendas, entonces ahí me pareció que estaba el núcleo de esta novela: la búsqueda que hace este personaje de una forma, como vos decías, bastante irreverente y extraña y en un punto poco feliz.

Cuando se habla de la literatura que aborda la violencia o la memoria a veces se politiza el asunto. ¿Qué opinas de eso?
La idea con esta novela era un poco jugar con temas relacionados con las políticas del momento como los derechos humanos y de memoria que hay en Argentina. Empiezo a ver que también existe la posibilidad de jugar con eso y estirarlo a ver qué más se le puede sacar. Cuando me preguntan si mi novela es militante o sobre la relación de mi literatura con la militancia, creo que si bien todo lo digo a través de un juego o estiramiento, lo mío pasa a ser como una especie de pregunta a la militancia sobre lo que hace, es como una suerte de inconsciente de la militancia que está allí funcionando. Para mí desarrollar esta historia es preguntarle cosas a la militancia.

Cuando publicaste Las Chanchas, una novela ambientada en Marte, y que decías era una suerte de tributo a Crónicas marcianas, de Ray Bradury, te hacían un paralelo con César Aira y tú decías que no lo has leído prácticamente
Sí, no he leído mucho a Aira, aunque sí lo que hay en mi generación fundamentalmente —quizás en la generación de Aira también— hay un clima airiano que aunque uno no haya leído a Aira se huele, se respira un poco y de alguna forma contagia. Asumo que hay conexiones posibles por el tipo de estructuras a nivel de superficies que manejo en todo lo que escribo básicamente. Igual, de todos modos, por mis lecturas no lo asocio tan a Aira sino a uno de mis escritores favoritos que es Martín Rejtman, pero entiendo que se pueda leer esto. Lo que pasa es que considero que eso pasa en el plano superficial. Cuando se lee mis novelas y se ve la asociación de hechos que se van dando dicen «ah, parece una novela de Aira». Pero me preocupo que por debajo de eso haya una estructura quizás hasta demasiado clásica de la novela. En Las Chanchas es clarísimo eso, aunque en Los Topos está un poco más difuminado porque el personaje en un momento se dispara completamente.

Un escritor de cierta forma es heredero de su tradición, en tu caso, en la literatura argentina, ¿qué influencia o presencia reconoces en ti?
En realidad las influencias son para cada libro puntual y eso puede venir de cualquier lado no necesariamente de la literatura argentina. Porque si hay algo que caracteriza un poco las escrituras que se producen hoy en Argentina es que no están tan pegadas a ninguna tradición particular. Y, en todo caso, si la mencionan o si se pegan ellas es para unirse a otras, no hay algo demasiado estricto en ese sentido. También hay otras escrituras que sí están pegadas a determinada tradición. Si hay algo que marca nuestra generación de escritores es esta relación como que más indirecta con lo que se llama la tradición.

¿Cómo escribes? ¿De golpe y luego vas corrigiendo o párrafo por párrafo?
Bueno, para escribir normalmente me siento y escribo bastante a mano por un periodo corto de tiempo, y después lo vuelvo a elaborar. Tengo tres momentos: uno de elaboración mental, otro de sentarme a escribir como en momentos breves como si fueran raptos, y eso suele ser a mano. Y luego después un trabajo más dedicado, sentarme y pasarlo, de volver a reelaborarlo y demás. Aunque pueda darse que me sienta a escribir directamente a la computadora, pero trato de no hacerlo. Cuando no escribo ficción me siento en la computadora y escribo.

¿Limpiar piscinas ha sido un oficio realmente o un buen pretexto para sumergirse en casas y conocer personas?
Sí, yo podría decir que ser limpiador de piletas es como una especie de experimento para conocer gente, un ambiente para el cual no estaba preparado. Pero la realidad es que en un momento empecé a trabajar en eso para sobrevivir y son casi 13 años que lo hago. Es mi trabajo y trato de aprovecharlo como cualquier otra experiencia. Mi escritura tiene una fuerte impronta que proviene de la experiencia, una de ellas es la del trabajo. De hecho en mi novela hay un personaje que se dedica a limpiar piscinas. Además, estoy escribiendo una serie de crónicas sobre ese trabajo, así que aprovecho cualquier experiencia para llevarla a la escritura.

¿Qué es para ti la escritura? ¿Cómo es tu relación con ella?
Bueno, la escritura es una manía porque es claramente el lugar donde llevo adelante todo aquello que no hago en mi vida. Todo lo que no hago en mi vida explota en la escritura. Es como un lugar para los reprimidos, seguramente. Y después de a pocos se va convirtiendo en un oficio, lo cual no quita que siga habiendo marcas muy primigenias todo el tiempo. Uno tiene que estar siguiéndole la huella. Creo que la escritura es como conseguir convertir la experiencia en una nueva experiencia que no siempre sucede. Hay que estar como muy atento para detectar eso y tratar de sostenerlo el mayor tiempo posible como si fuera un orgasmo, sabiendo que irremediablemente se va a acabar.

 

LOS CINCO LIBROS FAVORITOS DE FÉLIX BRUZZONE

  1. Crónicas marcianas, de RayBradbury.
  2. Rapado, de Martin Rejtman
  3. El terrorista, de Daniel Guebel.
  4. Morirás lejos, de José Emilio Pacheco.
  5. El loro que podía adivinar el futuro, de Luciano Lamberti.