La amistad real y la ficcional

Texto leído por el escritor y periodista Joe Iljimae en la presentación de su libro de cuentos Los Buguis (Paracaídas Editores, 2015), realizada en la Feria del Libro Ricardo Palma. Estas reflexiones son una suerte de hermenéutica de la amistad real y ficcional.

 

Por Joe Iljimae

Siempre tuve un serio problema para definir la palabra amistad. Un problema por lo demás estúpido y banal, fruto de mis pesquisas en el universo existencial de mi vida, cosecha de mis horas muertas en las que me pregunté cuál sería el verdadero vínculo que me unía a todos mis amigos, a todos ustedes.

Amistad, extraña palabra que me remite a grandes modelos de compañerismo o hermandad entre figuras señeras de la historia universal. Rápidamente pienso en Lennon y McCartney, en Bill Gates y Paul Allen, en Sigmund Freud y Carl Jung, o en Borges y Bioy Casares. Pero también pienso en personajes de ficción (tal vez los más vívidos y reales) que se nos presentan con mayor fuerza en nuestras mentes: Don Quijote y Sancho Panza, Batman y Robin, David y Jonathan, Bart Simpson y Milhouse, ET y Elliot, Pedro Picapiedra y Pablo Mármol, Bouvard y Pécuchet, Walter White y Jesse Pinkman, Rick Grimes y Shane Walsh. Muchas veces he tenido la maligna idea de creer que estos personajes inventados son más ciertos que las personas de carne y hueso que pueblan este mundo. Nunca me he sentido tan cerca, tan emparentado, tan próximo, a los personajes reales como a los de ficción. Siempre he creído que estos tienen una fuerza especial que los vuelve mucho más tangibles, más ciertos, más verosímiles, que cualquier ser viviente. Y  puede sonar escalofriante, distópico si quieren, pero, inevitablemente, es así.

A lo largo de mi vida he olvidado muchos rostros, sonrisas, besos, caricias, palabras de cariño que el tiempo parece haber tragado con violencia. Algunos son rostros que jamás volveré a reconocer o caricias en la oscuridad que jamás se volverán a repetir. Y eso es triste, pero no es mi culpa. Tampoco es la de ustedes. Yo más bien echaría la culpa a la dosis de ficción que consumimos a diario, esa ficción que, con el pasar del tiempo, se vuelve en una realidad más viva que la que sobrellevamos día a día y que devora nuestro pasado. ¿Quién no siente cercano a don Quijote a pesar de no haber leído nunca  a Cervantes? ¿Quién no conoce a Darth Vader a pesar de no haber visto jamás la saga de Star Wars? ¿Quién no ha imitado alguna vez a Superman o a Sailor Moon? Como ven, existen personajes de ficción que se quedan en nosotros de forma más tangible, más potente, más sentimental que en el caso de un anodino ser real.

Joe Iljimae, escritor y periodista. Dirige el blog Cronopios y Famas en rpp.pe.

Joe Iljimae, escritor y periodista. Dirige el blog Cronopios y Famas en rpp.pe.

Pero me estoy yendo por las ramas y espero que disculpen esta atropellada introducción. Lo que yo estoy a punto de decir, la verdad, no tiene ni el más ligero aroma a valentía, sino todo lo contrario, tiene mucho sabor a cobardía.  Pero vayamos por partes. Yo quiero hablarles acerca de lo que pienso de la amistad y he terminado hablando sobre la valía de los personajes de ficción en nuestra vida. Y eso está bien, pues todo lo que diré más adelante empieza por ahí.

Decía entonces que los personajes de mentira son muchas veces más reales que los personajes de verdad. Recordemos que los mundos y mentiras que crea el arte son una realidad que está encima de nosotros, gobernándonos,  poseyéndonos, convenciéndonos con sus ficciones. Naturalmente, esta realidad ficcional no tiene la misma consistencia que la realidad objetiva que conocemos, y,  sin embargo, personajes como Jean Valjean, Homero Simpson, Rodion Raskolnikov, Obi Wan Kenobi, Condorito, existen, viven, caminan o vuelan, y nosotros podemos acceder a ellos y a sus universos cuando nos cansemos del nuestro.

¿Pero qué es lo que hace a estos personajes de ficción tan reales y vívidos? ¿Por qué cobran tanta relevancia en nuestras vidas? La verdad, no hay que pensar mucho para responder estas preguntas. Estos personajes son reales y existen porque están construidos sobre la base de nosotros mismos. Ellos, en dos palabras, son todos nosotros. Están inspirados e imaginados en nosotros.  Su comportamiento, sus acciones, sus traumas, alegrías o tristezas son jirones de nuestras emociones o maneras de movernos por el mundo. Por eso, los sentimos cerca y creemos en ellos; por eso, nos identificamos y gozamos con ellos. Recuerdo claramente la frase que Flaubert le dice a Louise Colet en una de sus febriles cartas de amor: “Emma Bovary soy yo”.   

Entonces, partiendo de este punto, puedo empezar a hablar de las grandes amistades que se han creado en la ficción para comprender lo que podría ser la amistad en nuestra realidad. Tengo la ligera sensación de que la amistad  no es lo que nos han hecho creer desde que íbamos al nido. ¿Acaso nos han querido tomar el pelo para evadir o esconder  una verdad que podría incomodarnos? ¿Acaso nos han cegado para defender lo que se conoce como moralidad? Yo, por mi parte, rechazo la idea de que la amistad solo es amor por el prójimo, confianza entre personas, lealtad, desinterés, consuelo, respeto, sinceridad, etc. Yo creo que la amistad es todo eso y más. Y cuando digo “más”, me refiero a que la amistad también puede estar compuesta por odio, por envidia, por un trágico espíritu de vileza, por ingratitud, por rencor, por desprecio, por lascivia, por asco y por toda la antítesis de aquella bondad que los estereotipos nos han querido imponer. Todas estas abyecciones, aunque no lo crean, también forman parte de lo que hasta ahora conocíamos como amistad. Y aquí regreso nuevamente al primer punto, al punto de los grandes personajes de ficción que están construidos sobre la base de nuestra realidad, sobre la base de nosotros mismos.

Para esto, voy a dar un par de ejemplos que grafiquen mejor esta especulación personal.  Pensemos en la amistad de Sancho Panza y don Quijote. ¿Qué une a estos dos individuos disímiles entre sí a parte de la locura? ¿Qué sentimientos solidifica su desproporcionada amistad? Recordemos que don Quijote desprecia muchas veces a Sancho por su exacerbada vulgaridad y por sus constantes derrapes de villano inculto. Pero el desprecio no solo se queda ahí, sino que explota por medio de la ira en sonoros insultos como: “Traidor, bergante, descompuesto, canalla,  socarrón, hediondo”.  Estos insultos, como es obvio, operan en un desprecio de menor escala. ¿Pero qué pasa cuando don Quijote le dice: monstruo de la naturaleza, silo de bellaquerías, maldito de Dios y de todos los santos, pan mal empleado, publicador de sandeces, almario de embustes?  Como es natural, el desprecio por su amigo se siente de manera desbocada e inconsciente.  Pobre Sancho, tan insultado el gordo que hasta llega a decirse a sí mismo: “¡Oxte puto!”.

LosBuguisPortadaOtros personajes que me gustaría sacar a cuento son Bart Simpson y Milhouse. La amistad de estos dos niños está sujeta por la admiración, la confianza y los intereses generacionales. Sin embargo, también está cargada de oportunismo, de odios velados y de deseos de venganza. ¿Recuerdan el episodio cuando Bart se derrumba al enterarse de que Milhouse no le ha invitado a su fiesta de cumpleaños? ¿O tienen alguna idea de las veces que Bart humilla a Milhouse en público y delante de Lisa? Yo creo que Milhouse se junta con Bart por dos simples razones. La primera, porque lo admira. Y la segunda, porque busca una oportunidad para estar al lado de Lisa. En muchos episodios podemos apreciar el rencor adoquinado de Milhouse o las pequeñas venganzas que trama contra Bart. Del mismo modo, Bart busca siempre pisotear a su amigo o aprovecharse de él para logar hacer una payasada.

Ahora, buscando otros ejemplos, recordemos las veces que Pedro Picapiedra traiciona a conciencia a su fiel amigo Pablo Mármol. O también, veamos la interesada y polémica amistad bíblica entre David y Jonathan (aclarando, desde luego, que David deseaba el trono de Saúl, el padre de su amigo). O las fieras disputas intelectuales y casi criminales entre Bouvard  y Pecuchet. O la tremenda bofetada que le da Batman a Robin, espetándole: “No me digas que me equivoco, mocoso”. También, podría citar la envidia y rencor que Vegeta guarda contra Gokú o el asco que le tiene Bulma a Ulong y al maestro Roshi. O bien podría exponer la biliosa amistad entre Sherk y el burro o la pedantesca relación entre Sherlock Holmes y John Watson. ¿Alguien se acuerda de la amistad de amor-odio entre Walter White y Jesse Pinkman en Breaking Bad? ¿O de la enfermiza y rota amistad entre Rick Grimes y Shane Walsh en The Walking Dead?

Como ven, en todas las grandes novelas, caricaturas, series de televisión, cine o historietas juveniles, la amistad se representa de manera cruenta y con matices infamantes. Sin embargo, estos siempre están escondidos bajo un manto de pureza o una máscara de hipocresía como  suele suceder en nuestra realidad.

Es así, la amistad se compone de todas esas abyecciones y no es tan pura y blanda y divina como se la cree. Todas las bajas pasiones forman parte de ella y hasta las ideas criminales la llegan a consolidar.  Y la prueba de ello son los ejemplos de estos personajes de ficción que están hechos a base de nuestras emociones y conductas humanas. No nos engañemos. Solo las malas obras de arte muestran arquetipos de amistad realmente honestos e inmaculados y por eso mismo fracasan. ¿Y a qué se debe ese fracaso? A que nosotros nos sentimos engañados, caricaturizados, falseados por ficciones de medio pelo que nos entregan un mundo borroso, deshumanizado, totalmente fraudulento. Por eso no las aceptamos y buscamos nuevas ficciones, nuevas formas de mentiras en la que podamos reconocernos y admirarnos.

Entonces, conociendo todo esto, podemos decir que la amistad es mucho más compleja de lo que creemos y que tiene diversas formas de representarse.  Ahora mismo, algunos de ustedes pueden estar teniendo un ataque de optimismo y condenándome  a lo más profundo del infierno.  Eso estaría muy bien, ¿saben? Pues de esa forma también sentiría su amistad y comprendería con mayor lucidez esta modesta idea que acabo de exponer.

Para terminar, quiero decir que la amistad puede demostrarse de diversas formas: desde un golpe violento en el rostro hasta un abrazo en el momento más difícil, desde la ingratitud más inconsciente hasta el apoyo más venal. Pero también puede demostrarse por medio de la literatura y la autoconfesión. Y yo, por eso, quiero demostrarles mi amistad por medio de este libro titulado  Los Buguis, porque la amistad, según lo percibo, es como un puñal atravesado en la garganta. Nadie, absolutamente nadie, sale ileso de ella, y mucho menos, un aspirante a escritor.

Muchas gracias.