No ficción: Una novela con las manos vacías

 

Comentamos la más reciente novela del escritor chileno Alberto Fuguet, la cual en su país ha generado críticas divididas: aquellas que la aclaman y otros que la consideran su peor novela.

 

Por Alberto Rincón Effio

El arranque de No Ficción puede convencer a cualquiera de que las siguientes 160 páginas serán un verdadero home run. “—Voy a escribir de ti, hueón”.  Sin embargo, es el primer strike de toda la obra. Recordé aquel “Yo no quería escribir este libro”, de El impostor de Javier Cercas, que (supongo) también abrió los ojos de sus seguidores más de la cuenta. Este arranque de Fuguet me trajo una expectativa temprana, pero común, entre algunos amigos que (incluso) sólo habían leído esa línea: Fuguet haría una doble historia. Escribiría sobre la conversación entre Álex y Renzo y, además, pensé, alternaría con la novela que finalmente escribió luego de esa conversación. Genial, me dije, una novela sobre literatura donde se revele el ejercicio literario. La realidad y la ficción contrastada.

Pero no. Ninguna.

“—Pero, ¿es necesario, Álex? ¿La dura? ¿Para ti, digo? ¿Y para los demás? O sea, para los lectores. ¿Alguien querrá leer esto?
—Espero. Pero uno no escribe sólo para que te lean, eso es extra.
—¿Escribes para vengarte?
—No necesito vengarme. Es ordenar. Es entender. Es contarme lo que pasó. Eso es todo.”

 

Recién en la página 68 Álex se atreve a leerle a Renzo algunos esbozos de su novela. ¡En la página 68! Sin embargo, esta escena no pasa a mayores. No se vuelve a leer nada de la supuesta novela que escribe. El protagonista vuelve a la carga –con una insistencia adolescente– por insinuarle a Renzo que quiere acostarse con él. Y de eso se tratará la mayor parte de lo que viene. El segundo strike es ese: la escritura reiterativa. Primero Álex dice que quiere pedirle permiso para escribir su historia, luego que quiere hablar de ciertos detalles, etc. Sí, ‘etc.’, no nos agotemos.  Álex no sabe bien qué quiere de Renzo. Renzo tampoco. Los lectores, menos. Todo se confunde e, incluso, luego de acabada la novela y revelado el secreto de Renzo, a pesar de un desenlace corriente pero previsible, ya no interesa tanto lo que pasó con la novela que Álex escribía. No Ficción. No Nada.

 

NO FICCIÓN, NO FRICCIÓN       

 Ahora, ¿el libro gira en torno a la homosexualidad? No. ¿Es una novela gay? Tampoco. ¿Es una novela sobre literatura? En parte sí. Pero más que por convicción, por descarte.

Por supuesto que existen virtudes en esta novela de Fuguet. Por ejemplo, a medida que avanza el diálogo, Álex y Renzo se emborrachan, se sirven uno, otro y otro vaso, la conversación se ensucia, parece que están a punto de reventarse un vaso en la cabeza. Y lo parece tanto que la novela gusta más en ese momento. El trabajo de Fuguet para que el diálogo se empiece a torcer con los ánimos de los protagonistas, es decir, para que ambos se enreden en un diálogo violento, lúdico o misógino, con esa sensación palpable de que realmente se están embriagando, es lo único sobresaliente.

 “—Ahora entiendo que no tenías miedo de que te atropellaran o estallara una bomba justo donde tú estabas, sino que a la larga siempre has querido que escriba de ti. Siempre. Tienes una extraña manera de coquetear, Renzo. Lo patético es que funcionaba. Conmigo. Dudo que con otro…porque con otras claramente no.
—…
—¿Samuel sabe todo de nosotros? ¿De mí?
—Sabe que ya no nos juntamos. Que cortamos.
—Cortamos.
—Que no quisiste juntarte más conmigo. Y no, no le dije y no preguntó. Siempre supo que había fricción entre nosotros…
—¿Fricción? No fricción, más bien…”

 

La tensión narrativa se sostiene en la expectativa del lector por saber si al final Álex y Renzo se acostarán juntos. Una expectativa morbosa. Sí. Pero Fuguet nos tenía acostumbrados al ‘as bajo la manga’ que esta vez olvidó. ‘Algo’ tenía que pasar. Ese ‘algo’ que ya no importa cuando el libro se acaba y, por fin, se entiende que los dos protagonistas ebrios están a punto de resolver sus diferencias, hacer las paces, aunque tarde, porque el libro se ha acabado, y hay que irse con las manos vacías a casa.

Hay libros que sirven más al escritor que al lector. Pienso en uno actual –si hablamos de la la autoficción– en También esto pasará de Milena Busquets. Libro egoísta, sí, porque sirve principalmente para que la autora resuelva asuntos consigo misma “Por alguna extraña razón, nunca pensé que llegaría a los cuarenta años”, pasé la página del trauma de perder a su madre “Me duelen todos los caminos recorridos con mi madre; la muerte, tan cabrona, nos expulsa de todas partes” y se exorcice de algunas culpas “La última noche la pasaste sola”. Un libro que necesita de un desprendimiento íntimo para revelar lo que cuenta aunque muchos señalaron de light. ¿Es Milena Busquets una mala hija? No interesa, y el libro está por encima de ese asunto. ¿Es Alberto Fuguet gay? Tampoco. Sin embargo, y me temo, que esta última pregunta sea la que acapare la atención de los lectores.

No ficción es un libro necesario para Fuguet pero no para nosotros.