No es posible escribir sin excavar

 

Reflexiones sobre la creación literaria por el periodista y escritor César Bedón, quien junto a Leslie Guevara dicta el taller «Corregir & Editar. Aprende a perfeccionar lo que escribes».

 

 

Por César Bedón*

Sé de una persona que, cuando era una niña, tuvo el siguiente descubrimiento personal: los demás no escuchan mis pensamientos. Fue un acontecimiento importante en su vida. Esta persona pensaba que era transparente al escrutinio del mundo. Sé de otra persona —yo— que pasó gran parte de su pubertad esperando que sus padres le revelaran finalmente que su vida era una farsa. Una farsa necesaria, puesto que él no se encontraba preparado aún. Llegaría el día, quizás sería un cumpleaños suyo: le entregarían una llave, le señalarían una puerta. Él conocería.

Nuestro mundo interior bulle de vergüenzas y contradicciones, y a mí sigue alucinándome este acto de desesperación y belleza llamado escribir, que necesariamente se nutre de ellas. ¿Por qué las personas deseamos escribir, que es una actividad que requiere sacar a la luz aquello que estaba oculto?

Porque esto puede ser afirmado con certeza: no es posible escribir sin excavar.

En un libro hermoso llamado Pájaro a pájaro, algunas instrucciones para escribir y para la vida, la escritora Anne Lamott dice lo siguiente acerca de su proceso de escritura:

Así es como funciona para mí: en las mañanas me siento y releo el trabajo que hice el día anterior. Entonces me pierdo en mis pensamientos, mirando la página en blanco o hacia el espacio. Imagino a mis personajes, y me permito soñar con ellos. Una película empieza a proyectarse en mi cabeza, con emoción pulsando por debajo, y yo la miro en un estado parecido al trance, hasta que las palabras rebotan alrededor y se agrupan en oraciones. Entonces yo hago el trabajo menor de ponerlo en papel, porque soy la mecanógrafa designada, y también soy la persona cuyo trabajo es sostener la linterna mientras el chico excava. ¿Qué es lo que busca el chico cuando excava? Busca la vaina.

 

“The stuff” dice el texto original, que traduzco y tipeo: la vaina. La huevada esa. La cosa. Eso que es el centro de toda escritura conmovedora y que ha sido extraído del inconsciente, y que a mí me gusta llamar “verdad emocional”. Porque quien escribe se pasa la mitad del tiempo esperando a que asome esa verdad, desde algún lugar de su mente. Y cuando asome deberá saber reconocerla. Un escritor necesita un buen detector de mierda, como dijo Hemingway.

Hace medio año escribí un texto para esta web donde mencionaba que escribir tiene que ver con superar la vergüenza. Sigo pensando lo mismo. Y no estoy hablando de convertir la escritura en un ejercicio de exhibicionismo: me refiero sencillamente a superar la vergüenza de ser nosotros mismos. Es decir, exponer nuestra complicada idiosincrasia ante las mentes de los lectores. Porque de eso se trata siempre. Las palabras a las que recurrimos, los asuntos de los que hablamos, las emociones que nos interesan, la manera como usamos la puntuación. Las imágenes que nos enloquecen. Las vivencias que nos persiguen y aquellas que imaginamos,  nuestro corazón. Todo eso tiene que ver con quiénes somos, y por eso la preocupación por el estilo —preocupación que veo en la mayoría de escritores jóvenes— es una preocupación absurda, como toda preocupación. Porque del estilo no puede escaparse: el estilo es uno mismo.

O sea, visto de cierta forma, escribir con autenticidad es superar el desengaño de no ser Shakespeare, no ser Carver, no ser Bukowski, no ser Bolaño, no ser Isabel Allende, no ser quien sea que queramos ser. Solo podemos ser nosotros mismos y asomarnos al mundo así.

De hecho, creo que una pregunta muy útil mientras estamos escribiendo es la siguiente: ¿a quién estoy tratando de parecerme? Especialmente si estamos contentos con nuestra escritura. Especialmente si en nuestra mirada aparece un brillo de satisfacción al completar un párrafo. Porque la idea es parecernos cada vez más a nosotros mismos, pienso. ¿Qué clases de historias contaríamos, cómo las contaríamos, si nosotros fuéramos nuestros únicos lectores?

Es por eso que una bella trampa aguarda a la persona que aspira a escribir con honestidad. Puesto que la escritura es un proceso de investigación en torno a sí mismo, puesto que escribir bien es alejarse del lugar común y representarse cada vez mejor, quien escribe termina descubriendo —un poco— cuál es su esencia. Y eso es hermoso. Pero también asusta.

Como lo veo yo, la persona que escribe traspasa o no cierta línea, y esa línea tiene que ver con la vergüenza. Quien decide no traspasarla —decisión legítima después de todo— logrará siempre una escritura un tanto genérica, un tanto correcta. Quien la traspasa, colmado por la incertidumbre, enrumbará su escritura —se enrumbará a sí mismo— en una dirección más conveniente. Más expresiva. Me parece.

“El miedo es la raíz de toda mala escritura”, dijo Stephen King.

En su libro On writing well, el escritor William Zinsser apunta la siguiente frase, que igualmente traduzco y tipeo:

Quizás el estilo no se solidificará por años como tu estilo, tu voz. Así como toma tiempo encontrarte a ti mismo como persona, toma tiempo encontrarte como estilista, e incluso entonces tu estilo cambiará conforme te hagas mayor.

 

Leo este artículo que estoy escribiendo y observo que estas palabras se repiten: traduzco y tipeo. Es curioso, se me ocurre que traducir y tipear es otra manera de entender el trabajo del escritor. Las personas no pensamos en palabras, difícilmente hay locución en off en estas vidas que vivimos: lo que sí hay es una corriente de imágenes y sensaciones atravesándonos, mientras nosotros creemos estar en control. Las personas pensamos de maneras que no tienen equivalente en el lenguaje: quien escribe, pues, deberá traducir a su idioma aquello que está más allá del lenguaje. Es un proceso de prueba y error. Y, como sabemos, existen las traducciones excelentes y las traducciones muy malas.

Parte del trabajo del escritor, entonces, será el necesario proceso de edición. Editar permite que esa masa informe llamada borrador —el vómito, si el lector simpatiza con la referencia escatológica— sea pulida y perfeccionada, alejada de lo común… Lo que se busca es bastante sencillo: autenticidad.

Porque escribir bien no es muy complicado.

Quizás la complicación real sea que escribir bien demanda mucha edición —edición mental y ante el procesador de textos— y la edición demanda siempre paciencia, y cierta frialdad. Y quien realmente desea plasmar algo por escrito está poseído por una evidente desesperación. Puede que eso sea lo difícil.

Pero quien esté dispuesto a sentarse día tras día a leer lo que ha escrito el día anterior, y a tratar de entender si eso es lo que quiere decir realmente, y además averiguar si quiere decirlo para obtener alguna clase de aprobación o desaprobación del resto del mundo, o más bien para incursionar en una región poco explorada de su mente y enviarse luego una carta a sí mismo, y si está dispuesto a investigar qué tan indispensable le resulta escribir esa carta, si es tan urgente como para matarlo de tristeza la noticia hipotética de que jamás podrá ver esa carta escrita, porque de repente la carta que debe escribir es otra, y además si se sienta día tras día a tratar de entender si esas palabras que ha escogido realmente describen con precisión esto que está sintiendo detrás de la lengua… Si su texto es un buen mapa de su mente, digamos. Quien esté dispuesto a escribir una y otra vez una misma línea, muchas veces ignorando qué es lo que busca obtener, acometiendo día tras día estas tareas que nadie le está pidiendo, con fe, porque sin fe no se logra nada, sentado tras una pantalla mientras afuera vidas reales están siendo vividas… Quien se encuentre dispuesto a estas cosas estará de acuerdo conmigo: escribir bien no es muy complicado.

Debemos, pues, aspirar a la sencillez.

Un abrazo con todos las personas que escriben, estamos todos dando saltos en el mismo charco.

 

 

*César Bedón ha recibido la beca Unesco-Aschberg para escritores y ha publicado el libro Un sol que en invierno. Ha sido conductor radial durante quince años. Fue editor de cultura en la revista Velaverde. Dicta talleres de escritura junto con Leslie Guevara a través de su compañía, Machucabotones. El domingo 18 de octubre empieza su taller de edición, Corregir & Editar. Más información en www.machucabotones.com

 

CorregirYEditarTaller