Enrique Vila-Matas: el club de los escritores rechazados

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Reciente ganador del Premio Feria del Libro de Guadalajara en reconocimiento de su obra, el escritor español Enrique Vila-Matas es un autor que goza de la admiración de muchos lectores. A contracorriente del buen momento que vive él, compartimos este texto donde el narrador reflexiona sobre la actitud frente al rechazo editorial.

 

 

Por Enrique Vila-Matas

¿Es usted escritor o ha intentado serlo? Tanto si lo es como si ha querido serlo, usted ha tenido que conocer en algún momento de su vida el rechazo. Es posible que alguien desde alguna editorial le haya escrito alguna vez una carta donde muy educadamente le han dicho: “Estimado señor, nos ha causado una agradable impresión su manuscrito, pero…”

El rechazo es una amarga realidad de la profesión de escritor. A mí, en cierta ocasión, me devolvieron uno de mis primeros manuscritos con las mejores metáforas de mi novela tachadas con un rotulador y devueltas meticulosamente cambiadas, convertidas en las metáforas que proponía el anónimo responsable del informe de lectura. Un rechazo así no se olvida. Cada día hay cientos de personas deprimidas porque les han devuelto un manuscrito. Y eso que hay mil tácticas para intentar remontar el efecto rechazo. Una de ellas consiste en repasar las más famosas injusticias en esta materia. El famoso rechazo de André Gide al manuscrito de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, por ejemplo. O bien recordando que Dublineses de Joyce fue rechazado por veintidós editoriales. O pensando en la breve carta de rechazo que recibió Oscar Wilde por El abanico de Lady Windermere: “Mi estimado señor, he leído su manuscrito. Ay, mi estimado señor”.

El rechazo editorial ha creado la carta estándar de negativa, todo un género nuevo. No todas esas cartas estándar que circulan por ahí son educadas. Tengo noticia de algunas cartas de rechazo absolutamente maliciosas. Cuenta el joven escritor canadiense Kevin Chong (experto él mismo en recibir cartas de rechazo) que a veces puede lograrse una negativa malvada sin una sola palabra, y cita el caso de una amiga suya que envió un poema a la revista The New Yorker y éste le fue devuelto roto en pedazos, hecho trizas. En un reciente viaje al país de sus antepasados, el propio Chong encontró a un amigo desolado por la carta de rechazo que le habían enviado de una revista china de economía: “Hemos leído con indescriptible entusiasmo su manuscrito. Si lo publicamos, será imposible para nosotros publicar cualquier trabajo de menor nivel. Y como es impensable que en los próximos mil años veamos algo que supere al suyo, nos vemos obligados, para nuestra desgracia, a devolverle su divina composición, y a rogarle mil veces que pase por alto nuestra miopía y timidez”.

Muchos escritores rechazados creen que los que publican libros viven felices lejos del rechazo. Y, sin embargo, no es así, pues no hay un solo escritor reconocido que no sea cosido a rechazos a lo largo de su carrera. Son rechazos distintos a los de la carta educada o malvada, pero son también rechazos duros. Y es que por lo general un escritor serio no se cierra nunca puertas, aspira a gustar a todo el mundo, al mundo entero. Por lo tanto, cualquiera de sus éxitos parciales lo vive como algo muy relativo. Pero, en cambio, cualquier mínimo rechazo a su obra lo ve como una gran afrenta, un rechazo a la totalidad. Sólo así se explica entonces la desesperación y el llanto desconsolado, por ejemplo, de Pier Paolo Pasolini por una crítica negativa en la hoja parroquial de un pueblo italiano de mala muerte. Y es que una crítica en contra (aunque el crítico sea un famoso idiota), ese premio insignificante pero que sin embargo no le han dado, ese suplemento cultural en el que no le nombran y encima dedican tres páginas a un mamarracho, todo eso para el escritor reconocido son rechazos que le impiden vivir en paz.

Así que el rechazo persigue a escritores publicados y a escritores inéditos. Se sabe o debería saberse que unos y otros conviven en la eternidad en una especie de Club de los Rechazados en cuya secreta sede social se oyen por las noches voces espectrales que arrastran cadenas y dicen: “Ay, mi estimado señor.” Ahí, por ejemplo, puede verse en las noches de luna llena a Gide y Proust, todavía discutiendo sobre la valía real de un manuscrito rechazado.

 

 

Texto publicado por Enrique Vila-Matas en 2013 con el título «Ay, mi estimado señor» en la web www.enriquevilamatas.com