Renato Cisneros: La muerte del padre, el nacimiento del novelista

 

La más reciente novela del periodista y escritor Renato Cisneros es una indagación emocional sobre la vida de su padre, un general del Ejército controversial, a través de la cual descubre el peso que el recuerdo de él tiene en su vida y de la cual busca desprenderse para construir su propia identidad.

 

Por Jaime Cabrera Junco

Leí por obligación su novela Raro en 2012, libro que literaria y físicamente ha quedado para mí en el olvido. Se trataba de un divertimento, una obra bastante ingenua, un arrastre de su exitosa temporada de blogstar con Busco novia.  Ahora, al terminar de leer su novela La distancia que nos separa (Planeta, 2015), diría que Renato Cisneros (Lima, 1976)  nos presenta una novela con mayúsculas, que sin ser una obra maestra evidencia una necesidad por narrar, por volcar sentimientos –tanto positivos como negativos– sobre su padre, el general de división del Ejército Luis Cisneros Vizquerra (1926-1995). Hay allí un elemento adicional, pues no estamos ante una historia sobre cualquier personaje, ya que a través de esta obra nos acercamos  –desde los afectos y perplejidades del autor–  a una figura polémica en nuestra historia, esto debido a su papel como ministro de las carteras del Interior (1976-1978) y de Guerra (1981-1983), así también por sus controvertidos puntos de vista sobre la lucha contra la subversión.

Aunque el autor lo ha dicho en repetidas oportunidades, La distancia que nos separa no es una biografía novelada del general Cisneros Vizquerra –apodado ‘El Gaucho’–, sino una novela de autoficción. Allí quisiera detenerme un momento, pues quizás este sea el parteaguas para comprender este libro. “No es el propósito del autor que los hechos aquí narrados, así como los personajes descritos a continuación, sean juzgados fuera de la literatura”, se lee a manera de advertencia en la página 7. Esta novela es una indagación sentimental sobre la historia del padre del autor. En ese sentido, es mucho más cercana a La invención de la soledad, de Paul Auster, que a La muerte del padre, de Karl Ove Knausgård, quien no se guardó nada trayéndole esto más de un problema. Cisneros se cuida de hacer esto –cambia muchos nombres reales–, pero nos presenta una historia en la que nos muestra que escribir este libro era una necesidad y un tema pendiente para definir su identidad y también para desligarse del yugo de la influencia de su padre. En suma, debemos concentrarnos en los elementos literarios de esta novela y obviar los extraliterarios que asoman y han sido observados por algunos lectores –incluso familiares del autor, según lo ha revelado él en sus columnas del diario La República–: el morbo que puede causar contar intimidades de un general tristemente célebre por sus declaraciones, el afán de figuración del autor por colgarse de un personaje controversial, entre otros que me parece no vienen al caso. La historia es válida aun si se tratase de un personaje sin ninguna notoriedad.

elgauchocaretasSi nos ceñimos al libro debemos decir que La distancia que nos separa presenta la historia de un hijo que busca conocer detalles de la vida personal de su padre, un militar hermético al que casi no conoció debido a su intensa actividad política y cuya muerte cuando él tenía 18 años ha dejado una huella que permanece latente y que se reaviva debido a una crisis personal. En esta investigación, a través de entrevistas a personas que lo conocieron y recopilación de material de archivo, el narrador va delineando la figura de ese otro lado que ignoraba: un hombre con vicisitudes y flancos emocionales que jamás reveló, así como una circunstancia clave en su vida sentimental que marcaría su vínculo con las mujeres, más precisamente con su primera esposa y luego con la madre del autor-narrador, quien en un primer momento fue su amante. Palabra esta que resuena y golpea en la mente del escritor cuando la escucha de boca de su hermana mayor por parte de padre. Esto no se deduce sino que el propio autor describe sus impresiones a medida que halla alguna información que no conocía.

Uno de los méritos de esta novela radica en que su autor sabe utilizar los matices para tomar de las solapas al lector y engancharlo con su historia. A ello se suma el hábil manejo del tiempo, de tal manera que del presente nos lleva a un pasado remoto –sobre los orígenes de su familia– y salta otro más próximo cuando su padre ya es un militar influyente en los años de la dictadura de Morales Bermúdez coincidiendo con su nacimiento en 1976. Si bien este libro está hecho desde los afectos, por momentos se evidencia un desapego cuando Cisneros, periodista al fin y al cabo, nos presenta el resultado de la recopilación de material de prensa, donde ‘El Gaucho’ aparece en su etapa de apogeo, en su “momento más canalla”. El tratamiento en esta parte es casi del reportero que nos presenta un artículo sobre un personaje del que se distancia por momentos completamente. El narrador-hijo desaparece para dar paso al narrador-periodista. Aunque su juicio no es severo, sí nos transmite su asombro por descubrir esta faceta oculta de su padre, incluso cuando llega a la conclusión de que pudo haber ordenado matar a otras personas, o también al revisar las fotografías y documentos que muestran su cercanía a los jerarcas de la dictadura militar argentina con quienes se formó de joven en Buenos Aires. Quizá aquí se lo podrá reprochar un deslinde o una crítica severa, pero al tratarse de una novela no de un documento periodístico esta es una exigencia cuestionable.

Aunque me he referido con acidez a su anterior novela, creo que incluso en ella como en Nunca confíes en mí (2010) y, cómo no, en su popular blog Busco novia, estábamos frente a un narrador cuya prosa lo hace todo fácil. De tal manera que en esta novela uno más que sumergirse navega velozmente en esta historia. Sin embargo, en La distancia que nos separa, a diferencia de los anteriores textos, el autor pone más de sí en juego. Como se dice coloquialmente pone la carne en el asador. La expresividad alcanza un pico máximo en las últimas 30 páginas, donde hay líneas emotivas, pero sobre todo reflexivas. Aunque el lenguaje y figuras literarias a los lectores más exigentes les resultarán muy poco elaboradas, estas no invalidan la expresividad ni la honestidad de esta historia. No estamos ante un ajuste de cuentas ni ante un testimonio de un huérfano que veinte años después decide exhumar figurativamente a su padre muerto. Estamos ante una novela en la que el autor se da cuenta de que la ausencia de la figura paterna es clave para definir su propia identidad, para liberarse del peso de sus recuerdos y emprender su propio camino. Camino que parece, ya fuera del libro, ha decidido emprender con su viaje a España, donde Cisneros –según ha dicho– va a intentar probarse como escritor e iniciar una nueva vida con su futura esposa.