Karl Ove Knausgård: vivir para recordarlo todo

 

El primer tomo de Mi Lucha, proyecto literario del escritor noruego Karl Ove Knausgård, nos lleva a acercarnos a una obra en la que la vida del autor es el material principal de la historia. ¿Qué mérito tiene un autor que se canibaliza a sí mismo?

 

Por Jaime Cabrera Junco

Ambicioso proyecto literario el que trae bajo el brazo el noruego Karl Ove Knausgård, quien se ha zurrado en aquellos que se preguntan si es válido contar con total impudicia las intimidades de la familia. Actualmente  nos encontramos ante una preeminencia de lo autorreferencial en la literatura. En el Perú, basta fijarse en las más recientes publicaciones narrativas para evidenciarlo, aunque el nudo de las historias está centrado más en la figura del padre. Se habla de una literatura del yo o intimista, en la que el autor se canibaliza a sí mismo y echa mano de todo lo que está a su alrededor.  A lo kamikaze, sin control de daños que valga. El libro es más importante que la opinión del resto.

El proyecto de Knausgård se denomina Mi Lucha –una alusión provocadora al libro de Hitler-, e incluye seis volúmenes en el que aborda diversos periodos de su vida. En esta ocasión quiero detenerme en el primero de ellos, La muerte del padre (Anagrama, 2012), que acabo de leer como un viaje a la compleja y contradictoria existencia humana sin importar que vivamos en Escandinavia o Sudamérica.

Si uno pasara a limpio sus recuerdos probablemente obtendría una versión aséptica de su vida. Es decir, como suele ocurrir en las conversaciones cotidianas, no contamos aquellas cosas que nos dejan mal parados, o situaciones en las que emergen nuestras miserias. Pues bien, Karl Ove Knausgård nos presenta una versión probablemente sin editar de su existencia, incluyendo en ella sus pensamientos. ¿Quién es capaz de decir con desparpajo que siempre deseó la muerte de su padre? Este y otros deseos ocultos los visualiza este autor noruego, quien nos presenta una historia en la que acción y reflexión se combinan, en la que nos hace presenciar lo que sucede y al mismo tiempo nos interna en sus pensamientos, muchos de ellos, como he señalado, no siempre dignos de elogios.

La historia comienza con una reflexión a partir del fallecimiento del padre del autor, quien aparece con su nombre completo al igual que cada miembro de su familia. En lo extraliterario esto le ha traído problemas a Knausgård: su familia paterna se ha distanciado de él, su exesposa le respondió públicamente y su actual cónyuge sufrió una profunda depresión luego de leer lo que escribió este narrador con pinta de rockero. Hay conflictos que son universales, que considero se deben a que ahora estamos más interconectados que nunca, pero que –paradójicamente- nos ha llevado a dialogar menos, sobre todo con nosotros mismos. Este mundo posmoderno que nos vende la idea de ser felices y que hay que escaparse de la rutinaria existencia a través de la diversión. No te deprimas pensando en lo que haces, parece ser el mensaje.

Tengo que advertirles a los lectores que La muerte del padre no es de esas lecturas en la que te lo pasas bien todo el rato. Aunque podría argumentarse que el autor pudo haberle restado páginas, habría un contrasentido, porque los recuerdos son así. Un pensamiento nos lleva a otro y la divagación nos hace detenernos en minucias, como por ejemplo, dedicarle 36 páginas al recuerdo de la frustrada fiesta de Año Nuevo de su adolescencia y de la travesía para llegar desde su casa hasta el punto de reunión. Lo mismo en los detalles familiares sobre la vida de su padre y sus abuelos. Sin embargo, esto, en el contexto del libro, es válido y nutren el impacto que uno siente en el clímax de esta historia que ocurre cuando Karl Ove y su hermano Yngve tienen que hacerse cargo de las exequias de su padre fallecido producto del alcoholismo y depresión de sus últimos años.

El proyecto de Knausgård implica una reflexión sobre la existencia, tal como encontramos en párrafos como este:

Lo único que me ha enseñado la vida es a soportarla, nunca a cuestionarla, y a quemar en la escritura los deseos generados. No tengo ni idea de dónde viene ese ideal, y cuando ahora lo veo escrito, negro sobre blanco, delante de mí, parece casi perverso: ¿por qué la obligación antes que la felicidad? La cuestión sobre la felicidad es banal, pero no lo es la siguiente pregunta, la que trata del sentido. Se me saltan las lágrimas cuando veo una hermosa pintura, pero no cuando miro a mis hijos. Eso no significa que no los quiera, porque sí los quiero, con todo mi corazón, sólo significa que el sentido que proporcionan no puede llenar una vida. Al menos no la mía. Pronto cumpliré cuarenta años, luego cincuenta. Cuando tenga cincuenta faltará poco para los sesenta. Cuando tenga sesenta casi setenta. Y ya está. Así puede sonar la frase de mi lápida: Aquí reposa uno que aguantó. Lo que al final acabó con él.  (p. 47)

 

Como también alguna reflexión sobre la escritura y su sentido:

Llevaba varios años intentando escribir sobre mi padre, aunque sin lograrlo, seguramente porque ese tema se encontraba demasiado cerca de mi vida, y por eso no se dejaba introducir de una forma distinta, lo que es en sí la condición de literatura. Es su única ley; todo tiene que someterse a la forma. Si alguno de los demás elementos de la literatura, como el estilo, la intriga, la temática, son más fuertes que la forma, o someten a la forma el resultado será flojo. Por esa razón los escritores con un estilo fuerte escriben a menudo libros flojos. También por esa razón los escritores con una temática fuerte escriben tan a menudo libros flojos. La fuerza de la temática y del estilo ha de ser abatida antes de que pueda surgir la literatura. Es esta desintegración lo que llamamos ‘escribir’. Escribir trata más de destruir que de crear. (p. 226)

 

Cada lector lee aquello que le dice algo o porque sintoniza con su sensibilidad y preocupaciones internas. Seguramente muchos han oído hablar de Karl Ove Knausgård y lo consideren como el autor de moda. Esta novela y este proyecto que, como dije, incluye seis volúmenes, nos lleva a internarnos en las intimidades de un sujeto que al borde de los 40 años empieza a desencadenar una mirada hacia sí mismo a partir de una crisis personal generada tras la muerte de su padre. Esta novela tiene todos los ingredientes para llevarnos a reflexionar sobre nuestra existencia que, como diría el español Jorge Manrique, son los ríos que van a dar a la mar que es el morir. La pregunta es si valió realmente la pena hacer ese viaje.