Michèle Petit: “Necesitamos sintonizar con lo que nos rodea de manera poética”

 

Con motivo de su libro Leer el mundo. Experiencias actuales de transmisión cultural (Fondo de Cultura Económica, 2015) conversamos con Michèle Petit, antropóloga francesa y una de las investigadoras más importantes del campo de la lectura.

 

Por Jaime Cabrera Junco

Más que una motivadora del gusto por la lectura es una de sus investigadoras contemporáneas más importantes. Michèle Petit es una antropóloga francesa, quien en la década del 80 estudió el fenómeno de las diásporas chinas y griegas para luego virar hacia la investigación que la ha llevado a publicar artículos y libros de gran utilidad para maestros y mediadores culturales. Su punto de referencia inicial fue la lectura y su relación en personas de ámbitos rurales y de barrios marginales. Cuando tenía 13 años vivió en Colombia y fue allí donde tuvo un primer contacto con el mundo del libro y las bibliotecas. A esto se debe también su familiaridad con la lengua española y sus visitas para dictar conferencias en Colombia, Argentina y México.

Michèle Petit acaba de publicar Leer el mundo. Experiencias actuales de transmisión cultural (Fondo de Cultura Económica, 2015), un texto en el que nos muestra las claves de la lectura para comprender su importancia cultural en nuestra sociedad. Por esta razón y a través del correo electrónico la contactamos para hablar de la lectura, un tema que hace juego con el nombre de nuestra página.

leer el mundoPortadaEn el prólogo de Leer el mundo. Experiencias actuales de transmisión cultural usted señala que este libro es una respuesta a esta exigencia económica que se le hace a prácticamente a todas las actividades humanas. ¿Cree que la lectura es percibida en estos tiempos como una actividad ‘improductiva’?
De una cierta manera, no se trata de algo nuevo. Por ejemplo, cuando empecé a trabajar sobre la lectura, realicé entrevistas en el medio rural, en Francia. En los pueblos que visité, había gente que solía esconderse para leer porque la utilidad de esta actividad no estaba bien definida. Se condenaba el ocio, se le daba valor más alto al trabajo, el cual fue durante siglos garantía de supervivencia. Se fomentaba siempre “lo útil”. Una mujer hacía notar, por ejemplo, que cuando se bailaba era para algo muy útil: aplanar la tierra. Sin embargo, notemos de paso que uno hubiera podido aplanar la tierra sin bailar, sin este placer del cuerpo, sin esta alegría compartida. O sea que incluso en una sociedad en la que lo útil era tan apremiante, se necesitaba una otra dimensión, lúdica, estética, artística. Y narrativa: leer era difícil pero se contaban historias.

En nuestra época en que la “razón” económica -o mejor dicho la locura financiera- y la rentabilidad a corto plazo prevalecen sobre todo lo demás, estoy cansada de demostrar sin cesar que la lectura es útil para todo tipo de cosas: para el rendimiento escolar, para el devenir profesional, para el ejercicio de la ciudadanía, para el desarrollo cognitivo, etcétera. Sí, la verdad, lo es, en una buena medida. Pero lo que está en juego no es sólo esto. No somos tan sólo variables económicas más o menos ajustadas a un universo productivista. Somos seres que necesitamos sintonizar con lo que nos rodea de manera poética. Explorar su experiencia, simbolizarla, compartirla. Necesitamos el juego, el arte, la poesía, la narración, una estética de lo cotidiano. Desde hace milenios, se adornan los recipientes en los que se conserva la comida, se decoran las paredes de la casa, se pinta o se escarifica el rostro o el cuerpo, y se cuentan historias. Lo utilitario no nos basta.

Se habla de que últimamente se lee menos libros de manera tradicional y en Leer el mundo… nos muestra algunas investigaciones que así lo evidencian ¿Esta disminución tiene que ver con cambios en estilos de vida? En el siglo XIX el único entretenimiento eran los libros, ahora estamos en tiempos de Internet, de teléfonos inteligentes.
En muchos países el retroceso de la lectura regular de libros es anterior a la llegada de Internet. Pero ese movimiento se acelera con la revolución digital y la presencia creciente de las pantallas en nuestras vidas cotidianas. ¡Quizá nunca se haya leído tanto, si se toma en cuenta todo lo que se lee sobre estas pantallas! Lo que me parece preocupante es lo siguiente: las clases acomodadas asocian una utilización importante de estas pantallas a un nivel alto de lectura de libros impresos, y a un consumo regular de bienes y espacios culturales. Y transmiten esta actitud acumulativa a sus hijos. Por el contrario, los jóvenes de sectores populares, sobre todo si se trata de varones, están hoy absorbidos sólo por las pantallas.

Muchos profesores en el Perú -pero supongo también que en otros países- preguntan mucho a especialistas sobre la mejor estrategia para motivar a sus estudiantes en el hábito de la lectura. ¿Qué les responde a ellos cuando le piden este tipo de consejos?
Ante todo, recuerdo que la angustia de los adultos tiene efectos perversos ya que contribuye a convertir aun más la lectura en una carga a la que hay que someterse. Se pone mucha presión en los jóvenes, en los estudiantes. Animo a los mediadores y a los padres para que cuestionen su propia relación con la cultura escrita, para que entiendan mejor sus propios miedos, sus propias ambivalencias y su voluntad de controlar. Y les cuento de profesionales que inventaron unos caminos un poco diferentes y facilitaron la apropiación de lo escrito.

Por supuesto que no existen recetas. Lo que sí existe es un arte de hacer, desarrollado por unos mediadores, cada uno con su genio, su estilo propio, que conciben día tras día maneras de compartir lo que les apasionan. Un arte que es ante todo el de la atención cálida y respetuosa, la disponibilidad, la hospitalidad, una vitalidad. El conocimiento de las obras y a la vez la intuición. Un arte que a menudo permite reencontrar, bajo un texto, unas sensaciones, un movimiento, un ritmo, reintroducir el cuerpo. Lo señalé en Leer el mundo: “De la Patagonia a la India o a los barrios populares de las grandes metrópolis europeas, en lugares donde el acceso a lo escrito no está ‘dado’ por transmisión familiar, muchos mediadores descubren la necesidad de reintroducir el cuerpo sensible, jugando o bailando.” A menudo conjugan las vías complementarias con que contamos para simbolizar nuestras experiencias y transformarlas: el cuerpo (con el teatro o la danza), las imágenes (con las artes gráficas o la escritura audiovisual), y el lenguaje verbal.

MichelePetiFoto2Hace poco se hablaba que el libro de papel podría desaparecer o convertirse en un objeto de colección como los discos de vinilo. ¿Qué opina usted?
No sé, pensaría que ambos van a coexistir. Como dice Michel Melot, ¿por qué privarse de sus respectivas virtudes?

¿Cuán importante es para usted la lectura?
Durante un largo tiempo no pensaba en cuán importante era para mí. «Uno no habla de lo que es evidente, del aire que respira, del rostro de sus amigos», decía en mi libro Una infancia en el país de los libros (donde narraba mis recuerdos de lecturas de infancia y adolescencia). A lo largo de mi vida, los libros y los periódicos fueron una evidencia, el aire que se respira, los amigos que me acompañaron día tras día. ¡Lo que no significa que me haya encerrado en ellos! Aclaro que me encanta deambular horas por las calles, escuchar música, ver pinturas o imágenes, la amistad, el amor. Pero no puedo pasar una semana sin visitar una librería en busca de algo inesperado, de una sorpresa que va a despertar en mí una curiosidad, unas asociaciones, una ensoñación. Aquí de nuevo se trata de la felicidad de los encuentros.

En mi infancia, yo era hija única, mis padres tenían la cabeza en otro mundo, me encontraba a menudo sola. Y la vida en los años 1950 no era muy alegre, se sentía todavía el peso de la guerra. Pero en la casa había libros por todas partes, álbumes, historietas. Fue una gran suerte. Y lo sigue siendo.

¿En qué momentos lee?
Para mis estudios, todo el día, cuando no escribo. Necesito leer diferentes tipos de escritos para relanzar las ideas, las asociaciones, nutrir mi pensamiento. De noche, leo siempre un poco de literatura antes de dormir, como mucha gente. Existe una relación entre lectura y noche, lectura y sueño, y lo comentaron muchos escritores tal como Marguerite Duras, quien decía: «La lectura es del orden de la oscuridad de la noche. Incluso cuando se lee en pleno día, al exterior, la noche se instala alrededor del libro.» O Michel de Certeau cuando escribía que leer era “crear rincones de sombra y de noche en una existencia sometida a la transparencia tecnocrática…”

ArteLecturaMichelePetitLeo mucho cuando estoy de vacaciones, particularmente en Grecia. Llevo en mi maleta unos libros pesados y entre ellos siempre hay uno o dos “clásicos” que no he podido leer. Pero nunca leo en una playa: y es que paso el tiempo contemplando el paisaje o los peces debajo del agua, o voy en busca de unos pedazos de ánforas (de nuevo el placer del hallazgo). Sin embargo, una parte de mis ensoñaciones en las playas tienen su fuente en mis lecturas: los grandes poetas griegos leídos en mi juventud, Seferis, Elytis, Ritsos… así como Homero, hablaron de las islas del mar Egeo de una manera tan bella que se convirtieron en unos lugares maravillosamente habitables. Sus poesías y sus mitos me presentaron al mar, al cielo, a los olivos, a las cuevas marinas con sus focos, y ahora las islas me cuentan historias. Ésta es una de las grandes funciones de la literatura: interponer palabras e imágenes entre nosotros y el mundo para que éste sea acogedor, habitable -para retomar un tema que desarrollé en Leer el mundo.

En todo este tiempo de estudio, ¿qué ha sido lo que le ha dado más satisfacción?
Lo que me ha dado mucha satisfacción, durante estos veinticuatro años, ha sido precisamente el encuentro. El encuentro con los lectores, pero aun más con gente comprometida en inventar formas de compartir libros y, de una manera más amplia, bienes culturales. Trabajar sobre la lectura me ha brindado la oportunidad de encontrar a muchos hombres y mujeres con los cuales siento una profunda complicidad, una alegría en los intercambios –gente fina, poética, con quien nos volvimos amigos. Ahora bien, muchos de ellos son latinoamericanos. Aquí llegamos a lo esencial: lo que me ha dado más satisfacción, de manera completamente imprevista, fue que mis estudios me permitieran reencontrar la América Latina en la que había vivido en mi adolescencia y a la que nunca pensaba volver. Es una bella historia de amor.

¿De no haber sido antropóloga le hubiera gustado ser escritora? Tengo entendido que había escrito una novela que nunca publicó.
Más que escritora, me hubiera gustado ser escenógrafa teatral. No está tan lejos. Ambas son empresas de fantasmagorías.

 

 

LOS CINCO LIBROS FAVORITOS DE MICHÈLE PETIT

  1. En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust.
  2. Vida y destino, de Vasili Grossman.
  3. Cuadernillos, de Marina Tsvetaieva.
  4. Correspondencia, de Rainer Maria Rilke.
  5. Los hundidos, de Daniel Mendelsohn.