La crisis económica y los libros en Argentina

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Algunas impresiones luego de comprender mejor la situación de un país al que la inflación ha golpeado los bolsillos de sus ciudadanos. A pesar de todo esto, la Feria del Libro de Buenos Aires sigue convocando a muchísima gente y se espera que supere sin problemas el millón de visitantes de hace un año.

 

Por Jaime Cabrera Junco, desde Buenos Aires
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Ya instalado unos días, luego de recorrer la feria con más calma, de conversar con algunos porteños  –ciudadanos de a pie, libreros y personas vinculadas al ámbito cultural–, he podido entender algo que había pasado por alto debido a la emoción de llegar a una ciudad tan vinculada con los libros. Me refiero a la situación económica. Tres años después de haber visitado Buenos Aires he comprendido cómo la inflación -–que se estima es de 30% anual— ha afectado la vida cotidiana de los argentinos y en consecuencia al mercado editorial.

Si bien dicen que nunca hay que creerle a los diarios –-el panorama que pintan Clarín y La Nación es que se vive un desastre económico–, la crisis ha afectado el precio de venta de los libros, que si bien para los peruanos nos siguen pareciendo baratos, antes lo estuvieron mucho más. Esto lo comprobé al recorrer la feria y al darme cuenta de que no sentía la voracidad de hace tres años, la cual que me hacía querer llevar muchos libros aun a riesgo de reventar la maleta de viaje. Aunque hay una variedad de libros no lo hay tanto como aquella vez, especialmente aquellos libros que intuyo difícil de conseguir en Lima y a un precio cuya diferencia podría llegar a ser entre 50% y 60% más baratos. No encontraba, por ejemplo, aquella colección de Cátedra que hace un tiempo conseguí a precio de ganga. Hay mucha producción local, pero los libros que vienen de España, México o Colombia casi no se ven.

Quien me dio más luces de lo que ocurre con el mercado del libro es Pablo Pazos, librero y propietario de la librería Arcadia –ubicada en la calle Marcelo T. de Alvear 1548-, quien sostiene que las restricciones a las importaciones de libros han complicado el negocio. “Antes me pedían un libro que se conseguía en España, mandaba un correo y ya me lo estaban trayendo. Eso ya no ocurre”, afirma. Además, a eso se le debe sumar el cepo impuesto al acceso a los dólares, y la inflación antes mencionada que hace que los libros se sigan comprando, pero no con la avidez de antes. Digamos que es la fuerza de la tradición la que mueve el mercado y hace que la feria del libro siga teniendo el mismo impacto de siempre. De eso no queda duda alguna. La gente va a la feria, la recorre con sus hijos, participa de las actividades –hubo una cola enorme para ver al escritor español Arturo Pérez-Reverte-, aunque ya no salen llevando consigo varias bolsas, como veía hace tres años en mi primera visita a la ciudad con más librerías del mundo.

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Arcadia es una librería de referencia en Buenos Aires, y Pablo Pazos, un librero muy respetado.

 

El último sábado me encontré con José Donayre, un joven peruano que estudió en la Universidad del Cine, de Buenos Aires, y que reside aquí desde hace siete años. En 2008, afirma, era una locura comprar libros debido al precio bajísimo que tenían. Actualmente, con el incremento de los gastos –-alquiler, transporte, comida y otros–, él compra apenas dos libros al mes. La situación para el visitante extranjero puede llegar a ser peculiar, pues si bien en el aeropuerto no queda más remedio que acceder a pesos con el cambio oficial –a 8.67 pesos por dólar-, en el mercado informal se puede cambiar pesos a 12.5 por cada dólar. Y hasta hace unos seis meses la diferencia fue mayor, pues el ‘Dólar Blue’ –como llaman al dólar paralelo- se conseguía a 15 pesos por dólar. Y es peculiar porque al momento de llevar la cuenta de lo gastado no se sabe a qué tipo de cambio hacerle caso. Es mejor evitarlo para no hacerse bolas. Sin embargo, es inevitable cuando se piensa que un bife de lomo más una limonada puede costar 153 pesos -12 dólares, según el cambio informal- y un libro, como el más reciente de la antropóloga francesa Michèle Petit, cuesta 155 pesos, es decir unos 13 dólares.

El precio también se siente en el caso de los periódicos. Hace tres años, en un domingo, compré los tres principales diarios argentinos: Clarín, La Nación y Página/12. Recuerdo que entre los tres gasté como máximo unos 25 pesos. Esta vez comprarlos me costó 76 pesos (unos 6 dólares). Sobre esto es necesario recordar las restricciones impuestas por el Gobierno a la importación del papel para la impresión de los diarios, una medida que marcó un episodio importante en las relaciones tensas entre el régimen y el Grupo Clarín, el conglomerado mediático con más peso en Argentina. No llama la atención, por eso mismo, que en las páginas de Clarín y La Nación la cuestión económica se abordada por articulistas y columnistas, quienes ya hacen un balance de la situación del país que dejará Cristina Fernández a pocos meses de los comicios presidenciales de octubre.

LibrosArticuloArge ntVolviendo a los libros, la revista Ñ –el más importante medio cultural local- daba cuenta de la problemática del mercado editorial argentino y recogía el comentario de algunos editores. Por ejemplo, Alejandro Archain, gerente de la filial argentina del Fondo de Cultura Económica (FCE), señala que trabajar en un contexto de alta inflación, con un constante aumento de los costos fijos, termina afectando la rentabilidad. Pero no todo es sombra. “En la Argentina, históricamente, el Estado no ha sido un comprador importante. Sin embargo, en los últimos años, el Gobierno ha invertido mucho dinero en compra de libros y lo ha hecho con dos rasgos destacables: transparencia y diversidad, porque le ha comprado a editoriales pequeñas y medianas. Para una editorial muy pequeña que le compren 10 mil ejemplares de un libro apuntala su crecimiento”, afirma Archain. En 2014, según la Cámara Argentina del Libro (CAL), se produjeron 128 millones 929 mil 260 libros, de los cuales 24 millones 89 mil 511 pertenecen a editoriales que distribuyen sus productos en el circuito comercial.

Según el estudio World Cities Culture Forum 2014, Buenos Aires es la ciudad en el mundo con más cantidad de librerías por habitante. Según esta encuesta habría 467 librerías solo en la capital federal. Cuando le comento esto a Pablo Pazos, el librero de Arcadia, de inmediato responde que es una exageración. “Noooo…”, dice con su acento porteño y extendiendo los brazos. “Debe haber unas 200. Lo que pasa es que en el conteo se consideró las librerías que venden textos escolares. Con eso sí llegamos. En este barrio (Recoleta), dicen que somos 40, pero en total somos 16. Nos conocemos entre todos”, me dice.

Lo cierto es que aun así son muchas librerías, por lo cual Argentina está a la par con España o cualquier país europeo. En esto, debo remarcarlo, hay un largo trecho recorrido, una tradición que viene desde hace más de un siglo, y que ha convertido a Buenos Aires en el centro de las actividades culturales de Latinoamérica. Y esto que no estamos considerando los otros eventos que ocurren aquí, como el festival de cine BAFICI, la Bienal de Performance, las exposiciones de arte y la actividad teatral que aquí es muy intensa en las salas de la avenida Corrientes. Es la fuerza de la tradición que hace que la crisis golpee, pero no destruya la oferta cultural. Una ventaja de los porteños que cualquier país sudamericano quisiera tener.

 

 

 



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