Para escribir hay que hacerse amigos de la vergüenza

«¿Para qué escribir, después de todo, si no es para dejar testimonio de aquellas cosas urgentes que no tendríamos el valor de decirle a nadie cara a cara? Escribir es un trabajo muy duro que nadie te ha pedido que hagas». Compartimos a continuación algunas reflexiones sobre el acto de escritura. Es el testimonio a partir de la experiencia en talleres donde se comparte esta inquietud con otras personas que también aspiran a escribir.

 

Por César Bedón*

Hay que hacerse amigos de la vergüenza. Esta es una frase que suelo repetir en los talleres de escritura que dicto desde hace un año. Me gusta pensar que cuando estamos sentados frente al teclado intentando que salga algo y de repente, en medio de la desesperación o del aburrimiento aparece un fogonazo de idea o una imagen que nos paraliza, algo que sentimos claramente que puede ser tomado por la cola, y ese algo es una posibilidad para nuestro texto que nos avergüenza… ese es un momento de realidad, pienso. Y cuando nos sentamos a escribir –a estar solos con nuestra mente– de algún modo estamos sentándonos a ejercitar la pesca de esos momentos. Aunque es cierto que puede escribirse muchísimo fuera de casa y sin mover las manos: de hecho, recomiendo la caminata como método para planear lo que va a escribirse en el día e imaginar frases. Yo mismo estoy escribiendo un libro mientras corro a media mañana con mi perra. De cualquier manera, dudo que escribir sea como cazar, aunque yo nunca haya cazado. Me parece que escribir se parece más a pescar. Aunque yo nunca haya pescado, tampoco.

¿Se dice así, haya pescado?

Las palabras son absurdas. Leí alguna vez que Vallejo se ejercitaba repitiendo palabras, buscando hallar en ellas cierto sentido final: por ejemplo zapato, zapato, zapato, zapato, zapato zapato, zapato, zapato. Se entiende la idea. César Vallejo fue un genio, y cualquier palabra repetida ad nauseam se revelará siempre como sonido puro, sin asidero en la realidad. Aunque la realidad es siempre según uno, y no hay pruebas de que todo esto que nos sucede no sea más que un sueño, incluidas estas palabras que tú estás leyendo y que yo he entregado a la web Lee por gusto con algo de inquietud. Esa es una de las tantas muestras de cuán complicado puede resultar escribir, que es un poco como querer armar un rompecabezas mientras uno mismo va construyendo las piezas. Me parece. En un precioso libro llamado Still writing, la escritora Dani Shapiro cuenta que mientras luchaba con su segunda novela le comentó a un amigo: “Me siento como si estuviera en un bote en medio del océano”. “Claro”, le respondió él. “Y estás construyendo el bote”.

Pero no quiero ir por ese camino. Me parece que se ha escrito demasiado sobre las dificultades de la escritura, y escribir es también –sobre todo– un placer. Así que regresemos a la vergüenza. Cuando estamos en medio de la escritura de algo y se nos ocurre una posibilidad que nos avergüenza es porque nuestro propio inconsciente está expresándose, y durante un segundo nos muestra una verdad emocional, algo que es profundamente humano. Creo que debemos hacerle honor a esa verdad emocional. Los escritores deberíamos ocuparnos de lo humano, pero vemos demasiada televisión y buscamos la compañía de otros escritores, y hemos dejado de ejercitar nuestra observación y nuestro asombro. ¿Cómo escribir sobre emociones –¿cómo emocionar a otros?– si yo mismo no soy capaz de observar adecuadamente dentro de mí? Philip Roth dice esto: “La vergüenza no es para los escritores”. ¿Para qué escribir, después de todo, si no es para dejar testimonio de aquellas cosas urgentes que no tendríamos el valor de decirle a nadie cara a cara? Escribir es un trabajo muy duro que nadie te ha pedido que hagas. Tus padres van a felicitarte cuando les digas que abandonas la escritura.

No estoy hablando de exhibicionismo. Estoy hablando de la verdad, y me parece que cualquier escritor al que se le pregunte sobre su oficio dirá en algún momento esa palabra: verdad. Una de las razones por las cuales hablo con convicción sobre estas cosas –espero– es porque yo mismo he aprendido mucho en este tiempo de dictar talleres: como lo dirá cualquier persona que haya enseñado alguna vez, cuando eso que va a ser enseñado se verbaliza y se expone, es aprendido de una forma distinta. Uno de los lemas de nuestros talleres es que todos nos reunimos porque deseamos aprender, incluido yo mismo, desde luego. O sea que soy una especie de egoísta, y estoy agradecido. En este año he visto sobre todo rostros: rostros jóvenes y muy jóvenes, rostros mayores que me observan. En varios de esos rostros he visto a veces una gran apertura, e incluso he presenciado aquel momento en que se confirma una sospecha interna: el momento en que el alumno grita en su interior “¡Por supuesto, siempre lo supe!”. Es invaluable. Siento que hay muchísimas personas con deseos de contar su historia, de señalar con el dedo algo que late en su interior y declarar esto es importante porque lo he sentido yo.

Escribimos y leemos, estamos tratando de lograr algo, muchas gracias.

 

 

*César Bedón ha recibido la beca Unesco-Aschberg para escritores y ha publicado el libro Un sol que en invierno. Ha sido conductor radial durante quince años. Fue editor de cultura en la revista Velaverde. Su compañía se llama Machucabotones, y desde su página de Facebook puedes encontrar mayor información sobre sus talleres de escritura.

 

 



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