Una radiografía del plagio

Algunos escritores en lengua inglesa como J.K. Rowling y Dan Brown y españoles como Camilo José Cela fueron acusados –con o sin fundamento- de haber plagiado otras obras. En el Perú es conocido el caso de Alfredo Bryce Echenique, acusado de plagiar 16 artículos periodísticos a los que apenas cambió algunas palabras y justificó su acción al considerarlo como un homenaje. ¿Pero cuál es el origen del plagio? ¿Qué otros célebres escritores del pasado fueron acusados de cometerlo? En El pequeño libro del plagio, del juez estadounidense Richard Posner, encontramos unas reflexiones sobre el viejo ‘arte’ del copy and paste.

 

Por Richard Posner*

Aunque también es práctica frecuente entre famosos, quienes plagian suelen ser gente común. La mayoría son, de hecho, estudiantes: se estima que un tercio de los alumnos de instituto y universidad han cometido, si no plagio, sí alguna clase parecida de fraude académico, como presentar un trabajo que, en lugar de escribir, han comprado. Aun así, entre los plagiarios confesos (o destapados) también se cuentan figuras célebres, incluso eminentes, como por ejemplo –además de Laurence Sterne, Jonathan Swift, Samuel Coleridge e innumerables autores literarios más- Martin Luther King (hijo), Joseph Biden y Vladimir Putin. Se acusó de plagio también a otro Vladimir –Nabokov-, pero esa fue una acusación injusta.

El plagio va acaparando cada vez más atención, aunque entre sus muchos aspectos en los que habría que indagar está si eso se debe a que su práctica esté en expansión, o al carácter difuso y controvertido que están adquiriendo sus límites, o a que esté detectándose con más frecuencia (el soporte digital facilita lo mismo cometerlo que detectarlo). Lo que hace del plagio un asunto fascinante es lo ambiguo del concepto, sus complejas relaciones con otras formas de copia también mal vistas –violación de derechos de autor incluida-, su casuística variopinta, su percepción diversa según la época y cultura, la comprensible ausencia de legislación al respecto, las razones misteriosas y excusas peregrinas de quienes lo cometen, los medios de detectarlo, y las formas de condena y absolución.

 

 

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Lo primero que necesitamos es una definición, pero definir “plagio” no es tan fácil. Una definición frecuente en los diccionarios (“robo literario”) es incompleta: aunque por lo general presupondremos que el plagiario escribe, plagio puede darse no solo de palabras sino también de música, cuadros o ideas. Peca, además, esta definición de inexactitud: después veremos que puede haber plagio sin robo. Y es imprecisa, porque no queda claro en qué consiste el “robo” cuando nadie está sustrayendo nada a nadie sino que se limita a sacar una copia. A diferencia de cuando se roba un coche, cuando se “roba” un pasaje de un libro el autor y sus lectores siguen teniéndolo. Así que emplear palabras como robo y piratería para describir la copia no autorizada da lugar a malentendidos. Ahora bien: “tomar prestado” –así prefieren decir los defensores del plagio (que los hay)- es una expresión igual de inapropiada, si tenemos en cuenta que lo “tomado en préstamo” nunca se devuelve.

Lógicamente, no siempre que se copia se está plagiando; ni siquiera siempre que se copia ilegalmente, es decir, cuando se violan derechos de autor. El plagio y la violación de derechos de autor en buena medida se solapan, pero el plagio no necesariamente entraña violación de derechos de autor, y la violación de derechos de autor no necesariamente entraña plagio.

LoCopiarYpegarCitass derechos de autor tienen una duración determinada; una vez expiran, la obra en cuestión pasa al dominio público y cualquiera puede copiarla sin incurrir en delito. (…) Por otra parte, la ley de la propiedad intelectual no prohíbe copiar ideas o hechos, entendiendo “ideas” de forma lo bastante laxa para, exceptuando las palabras literales u otros detalles de estilo, sí incluir numerosos aspectos de una creación: género literario, estructura narrativa básica, tema o mensaje, etc. Lo único que se protege es la forma como las ideas o los hechos que se expresan. Así, cuando los escritores de un libro anterior acusaron de violar sus derechos de autor a Dan Brown –el creador de El código Da Vinci– aduciendo que les había robado la idea de Jesucristo casado con María Magdalena con quien tiene varios hijos, Dan Brown ganó el pleito.

Sin embargo, la linde entre idea y expresión a menudo es lábil. ¿Hasta dónde puede ajustarse a su original una paráfrasis sin violar la ley, o sin que pueda decirse que ya no es paráfrasis sino plagio? Copiar de un novelista un argumento genérico o un personaje típico –o de un historiador hechos históricos- no implica violar sus derechos de autor. Pero copiar pormenores de tramas –como es razonable sostener que hizo Dan Brown- y de personajes bien podría suponerlo. Si, con todo, no cabe duda de que la trama es genérica, el personaje un personaje típico, los hechos históricos ya conocidos, la disposición de libro consabida o inevitable (como en un relato histórico ordenado cronológicamente) y toda idea científica o abstracta expuesta familiar para el lector al que se apunta, entonces no cabría hablar de violación de derechos.

También puede haber plagio cuando, independientemente de estar la propiedad intelectual de una obra registrada o no, aspectos suyos no susceptibles de registro legal se copian sin reconocerlo, dando pie a que los lectores piensen que son invento o hallazgo del plagiario. Y esta clase de plagio puede revestir formas bien sutiles. Por ejemplo: un historiador cita una fuente primaria que, en lugar de haber encontrado o leído él mismo, ha sacado de otra fuente secundaria; si no lo aclara, implícitamente está atribuyéndose un descubrimiento que es del autor de la obra secundaria.

Para que el plagio sea tal, quien lo comete debe querer ocultarlo. Pero mucho cuidado al definir “ocultar”, porque no es simplemente no decir que algo es copiado: a menudo no se dice porque se espera que el lector lo sepa. En una parodia es normal citar recurrentemente de la obra parodiada, o copiarle al menos rasgos de estilo y temática, pero rara vez se la nombra de manera explícita. Y, sin embargo, el parodista va dejando tantas pistas, y tan obvias, que el lector por fuerza entiende; de no ser así, la parodia no se identifica y el parodista ve frustradas sus intenciones. Igual de normal es que obras no paródicas aludan a obras anteriores, y que consista la alusión en una cita literal sin comillas. La alusión no es plagio: el lector se espera que la identifique.

¿Debería estar tipificado el plagio? No. En relación al gasto tremendo de dinero y energías que supone un pleito, el daño que provoca es insignificante. Y el plagiario rara vez tiene activos suficientes para que merezca la pena demandarlo aun si el perjuicio que causa pudiera traducirse a dinero, como suele ser el caso. Resulta, así, el plagio la clase de fechoría que mejor dejar que castigue la justicia privada, informal.

 

 

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Si decimos que plagiar es copiar de modo fraudulento y que fraude implica expectativas, podemos figurarnos la variabilidad enorme de la idea de plagio en épocas y culturas diversas, y su variabilidad, de hecho, incluso en un mismo ámbito histórico y cultural. Hoy en día, en Estados Unidos la publicación de una sentencia judicial con el nombre de un juez que no la ha escrito no es plagio, pero que un profesor publique un artículo que en realidad ha escrito su becario, sí.

LibroPlagioRichardPosnerA menudo se cree que la idea de plagio es moderna, producto del culto romántico a la originalidad; pero no es exactamente así. Aunque no era idéntica a la nuestra, los antiguos tenían su idea de plagio. La voz latina plagiaruis –de donde vienen el español plagiario o el inglés plagiarist-, en un sentido comparable al actual está atestiguada por primera vez (pudo haberse usado mucho antes) en el siglo I d.C., en versos de Marcial. Plagiarius era quien robaba a otro un esclavo o esclavizaba a un hombre libre. En su epigrama 52, Marcial aplica el término metafóricamente a otro poeta al que acusa de reivindicar para sí la autoría de unos versos que había escrito él, pero no está claro si se refería a que había presentado los versos de Marcial como suyos o a que había reivindicado para sí su propiedad exclusiva (los versos eran sus esclavos), impidiendo a Marcial reivindicar para sí la autoría. Mucho más explícito es el epigrama 53, donde a quien hoy diríamos plagiario lo llama no plagiarius sino ladrón (fur). La idea romana de plagio o robo literario parece que se limitaba, sin embargo, a la copia literal sin pretensión creativa. De ahí ese llamativo género literario romano (originalmente griego) del centón, poema compuesto íntegramente con frases de otros poetas, pero reorganizadas de tal forma que transmitan un sentido nuevo. Eso no se consideraba plagio.

En Inglaterra, las primeras quejas por lo que pronto se iba a conocer como plagiarism (el término se extendió en el siglo XVII) datan de tiempos de Shakespeare. Al propio Shakespeare, de hecho, en los principios de su carrera puede que lo acusara de plagio Robert Greene, aunque si así fue (que no está claro) la acusación no prosperó. De todas formas, según los cánones modernos, ¿Shakespeare no era un plagiario? Miles de líneas de sus obras las sacó de fuentes diversas –reproducidas solo o ligeramente retocadas-, haciendo otro tanto con títulos y tramas, y sin aclararlo nunca; y la mayor parte de público no advertiría este apropiarse de materiales de otros escritores.

Un ejemplo espléndido de “plagio” shakespeariano es, en Antonio y Cleopatra, la descripción de Cleopatra en su barcaza. Es una paráfrasis en verso blanco de la descripción en la traducción inglesa de sir Thomas North de la Vida de Marco Antonio de Plutarco (circunstancia que Shakespeare no aclara). Así dice North:

No tuvo a bien emprender la marcha sino tomando su barcaza en el río Cidno; la popa de la cual era de oro, las velas de púrpura y los remos de plata, marcando estos los golpes de su bogar según el sonido de la música que flautas, oboes, cítaras, violas y otros tales instrumentos en la barcaza tocaban. Y en cuanto a la persona de ella misma, estaba yaciente bajo un dosel de tela de hilo de oro, ataviada y compuesta como la diosa Venus es uso representar pintada; y a su vera, a ambos lados suyos, hermosos jóvenes rubios ataviados como los pintores muestran al dios Cupido, con pequeños abanicos en las manos con los cuales hacia ella abanicaban.

 

Y así Shakespeare:

La barcaza en que iba, como un trono bruñido
Ardía en el agua. La popa era oro forjado,
Púrpura las velas, y tan perfumadas que
Los vientos enfermaban de amor por ellas, Los remos
Eran plata,
Que al son de flautas marcaban sus golpes y hacía
Al agua que azotaban correr más rápido,
Como prendada de sus golpes. Para su propia persona,
Pobre cualquier descripción, que yacía
En su dosel –tela de hilo de oro-
Superando a esa Venus pintada en la que vemos
Elaborado artificio naturaleza. A cada lado suyo
Estaban hermosos jóvenes en hoyuelos, como Cupidos
Sonrientes,
Con abigarrados abanicos cuya brisa parecía
Que encendiese las suaves mejillas que refrescaban
Y lo que deshacían hiciese.

 

ShakespearePlagioPostSi esto es plagio, lo que hace falta es plagiar más. Suele decirse que no se trata de plagio porque en tiempos de Shakespeare, a diferencia de hoy, por creatividad se entendía, más que originalidad, mejora de lo precedente –imitación creativa-. Milton decía que, “entre autores buenos, tomar algo” de otro autor “se considera plagio” únicamente “si el que lo toma no lo vuelve mejor”. Harold Ogden White habla de “la doctrina clásica de que a la verdadera originalidad se llega por una imitación que escoge sus modelos cuidadosamente, los reinterpreta de forma personal y porfía por ser émulo suyo glorioso”. El imitador creativo tocaba variaciones sobre un tema preexistente que no intentaba disfrazar; quien conociese a Plutarco (que no eran todos), lo reconocería en la escena de la barcaza de Antonio y Cleopatra.

Pero tampoco es cierto que la imitación creativa ya no se acepte como forma de creatividad y se tache a sus cultores de plagiarios. Tristram Shandy, escrito siglo y medio después de Shakespeare –cuando la idea actual de plagio estaba fraguándose-, copia ampliamente de la Anatomía de la melancolía de Robert Burton sin aclaración. Pocos lectores de Sterne detectarían el “robo”, pero Tristram Shandy sigue siendo una novela única.

Una de las mayores obras de la literatura del siglo XX, el extenso poema Tierra baldía, de T.S. Eliot, es un entramado de citas (sin entrecomillar) de literatura anterior –las notas que Eliot añadió a la obra lo aclaran solo parcialmente-, y entre esos “préstamos” (él hablaría de “robos”) tenemos la apertura de la escena de la barcaza de Plutarco-North-Shakespeare:

La silla que ocupaba, como un trono bruñido
Relumbraba en el mármol, donde el espejo
De pilares labrados con parras fructuosas
Entre las que atistaba un Cupido de oro
(otro escondía los ojos tras el ala)
Repetía las llamas de candelabros de siete brazos
Arrojando luz sobre la mesa mientras
El brillo de sus joyas subía a su encuentro.

 

Este apropiarse del material ajeno –estas alusiones, si el lector entiende (y la alusión es una técnica de imitación creativa)- en la poesía moderna abunda. Como explicaba Eliot en un ensayo sobre el dramaturgo inglés de época jacobina Philip Massinger que diseccionar su propio proceder en Tierra baldía y otras obras,

Los poetas inmaduros imitan; los poetas maduros roban; los poetas malos desfiguran lo que cogen, y los poetas buenos lo convierten en algo mejor, o al menos distinto. El poeta bueno integra su robo en una bola de emoción que es única, totalmente distinta de aquella de que lo desgajó; el poeta malo lo echa en medio de algo que no tiene cohesión. Un poeta bueno normalmente recurrirá a autores remotos en el tiempo, o de sermo distinto, o de intereses otros.

La poesía de Eliot debe mucho a poetas como Browning, a quien despreció en favor de poetas clásicos y metafísicos a quien señaló como modelos para extravío del lector.

Y esto no solo se da en la literatura. Los compositores de música clásica “plagian” melodías populares (piénsese en Dvorak, Bartók o Copland), y no es raro que “citen” (así dicen ellos) de obras anteriores, pero nadie los acusa de plagio. Las variaciones sobre temas de compositores anteriores son un ejemplo más de imitación creativa, si bien en el título se suele mencionar el modelo (como en las “Variaciones sobre un tema de Haydn” de Brahms). También los raperos insertan en sus temas sin decirlo fragmentos de canciones anteriores, si bien la mayoría de aficionados al rap identificará la cita.

PlagioMissLa pintura más famosa de Édouard Manet, Merienda campestre, es indiscutible copia de pinturas anteriores de Rafael, Tiziano y Courbet; pero esto tampoco se considera plagio aun si solo un experto vería en ello no copia sino alusión. (Su segunda obra más famosa, Olimpia, convierte a la Venus de Urbino de Tiziano en prostituta francesa).

En el caso de Shakespeare concurría un factor adicional: que, simplemente, no tenía forma de indicar al público sus fuentes. Al no haberse publicado sus obras sino una vez muerto él, una aclaración en los textos publicados no habría llegado a sus espectadores. E imaginémonos la situación: un actor que sale a escena antes de comenzar la obra y lee una lista con las líneas que el dramaturgo ha copiado de otros escritores.

A ese engorro del dato innecesario puede que se deba que no hablemos de plagio cuando un autor usa una expresión copiada como título: Fiesta (en inglés original The Sun Also Rises), El ruido y la furia, Por quién doblan las campanas, etc. Porque habrá, sí, muchos lectores a quienes escape la alusión, pero deber aclarar en la página del título que el título es una cita estropearía la atmósfera que el autor intenta crear. Más aún: cuando, como en los ejemplos que he dado, la mayoría de lectores conoce la expresión citada, mencionar la fuente podría quedar paternalista.

Como antes vimos, la imitación creativa aún abunda, y acaso fuera aún más frecuente de no ser por el auge de los derechos de autor. (Digo acaso porque, sin ley de la propiedad intelectual, puede que hubiese menos libros y, por tanto, menos que copiar). Con los derechos de autor, la mayor parte de imitación creativa de obras registradas pasa a implicar perjuicio para los titulares de los derechos de las obras. De haber existido derechos de un autor en época de Shakespeare, su copia al detalle de tramas de otros escritores lo habría convertido en infractor. El imitador puede expoliar legalmente el dominio público –obras cuyos derechos ya hayan expirado o no hayan nunca existido-; pero, al restringir el ámbito de la imitación creativa, los derechos de autor es posible que hayan sido, en vez de mero reflejo, catalizador más bien de esa creencia en alza de que la literatura, el arte y cualquier producto intelectual solo son realmente “creativos” si son “originales”. Esta creencia reposa en la idea absurda de que “copiar” de entrada es malo (valga de ejemplo la palabra inglesa peyorativa copycat, referida a la repetición por parte de un gatito de lo que ve a su mamá, que lógicamente no constituye plagio). Y, sin embargo, ha tenido parte en la idea de plagio moderna.

 

 

 

*Richard Posner es juez en el Séptimo Circuito de la Cámara de Apelaciones de Estados Unidos y profesor en la Universidad de Chicago. Posner es autor de numerosos libro sobre política, filosofía y derecho. Sobre El pequeño libro del plagio The New York Times dijo: “Una excelente, concisa y provocativa introducción al mundo del plagio y la propiedad intelectual, inteligente y lúcido”. El fragmento que compartimos es de la edición española publicada por El hombre del tres y traducida por Manuel Cuesta.


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