Diez historias sobre García Márquez, «Cien años de soledad» y el Boom

GaboPostLucho1

A manera de homenaje a Gabo compartimos estos datos curiosos sobre la vida y obra del gran narrador colombiano. Esta selección, realizada por Luis Rodríguez Pastor, fue obtenida del libro Gabriel García Márquez: una vida, de Gerald Martin.

 

 

Selección de textos: Luis Rodríguez Pastor

A Rebeca Rodríguez

 

1. La destrucción de las cartas

Mercedes se había traído a Caracas la inmensa colección de cartas de Gabo que conservaba. Había seiscientos cincuenta folios. Al cabo de unas semanas él le pidió que las destruyera porque, según recuerda la propia Mercedes, «alguien podía robárselas». La versión de García Márquez es que siempre que estaban en desacuerdo en algo, ella saltaba: «No puedes decir eso porque en tu carta desde París me dijiste que nunca ibas a hacer una cosa así». Cuando quedó claro que Mercedes era incapaz de hacerlo —teniendo en cuenta el carácter de ambos, debió de ser una discusión cautelosa y en absoluto fácil—, él se ofreció a comprárselas, y destruyó todas [282].

 

2.«Lea esa vaina, carajo, para que aprenda, y no joda»

Un día Mutis subió los siete tramos de escaleras sin aliento, entró al apartamento sin saludar siquiera, dejó caer encima de la mesa los dos libros que traía y rugió: «Lea esa vaina, carajo, para que aprenda, y no joda». Si todos los amigos de García Márquez soltaban tantos tacos en aquella época es algo que no sabremos nunca, pero en sus anécdotas lo hacen. Los dos libros, de escaso grosor, eran una novela titulada Pedro Páramo, editada en 1955, y una colección de relatos titulada El llano en llamadas, publicada en 1953. Ambos eran del escritor mexicano Juan Rulfo. García Márquez leyó Pedro Páramo dos veces el primer día, y El llano en llamas al día siguiente. Asegura que nada lo había impresionado igual desde que leyó a Kafka por primera vez; que se aprendió Pedro Páramo de memoria, literalmente, y que no leyó nada más el resto de aquel año porque nada le parecía estar a la altura [314].

 

3. La dedicatoria de Cien años de soledad

GaboCienaAnioshEADA principios de setiembre, García Márquez había sacrificado una tarde de escritura para asistir a una charla que daba Carlos Fuentes a propósito de su nueva novela, Cambio de piel, en el Instituto de Bellas Artes. Al final de la presentación, Fuentes había mencionado a varios de sus amigos, entre ellos el colombiano, «a quien me ligan tanto nuestros ritos dominicales como mi admiración por su antigua sabiduría de aedo de Aracataca». Quizá simbólicamente, Fuentes afirmó en esta ocasión que ganarse la fama y la fortuna era una parte legítima de las aspiraciones de un escritor: «No creo que sea obligación del escritor engrosar las filas de los menesterosos». Después, Álvaro Mutis y su esposa Carmen habían invitado a Fuentes y Rita Macedo, Jomí García Ascot y María LuisaElío, Fernando del Paso, Fernando Benítez y Elena Garro, así como a García Márquez y Mercedes, entre otros, a una paella en el apartamento que la pareja tenía en Río Amoy. García Márquez había empezado a relatar anécdotas de su nueva novela al salir de la charla, en la calle, en el coche, y había continuado en el apartamento de los Mutis. Todos tenían ya más que suficiente, y sólo María Luisa Elío seguía prestándole atención. En aquel reducido apartamento lleno de gente, María Luisa le hizo seguir contando historias toda la noche, en particular la del cura que toma chocolate para levitar. Allí y entonces, por escucharlo con atención tan embelesada, prometió dedicarle a ella la novela. Él tenía el don de Scherezade; ella, la belleza [345].

 

4.«Aún no sé si tengo una novela o un kilo de papel»

Por el modo en que García Márquez siempre lo ha contado, su regreso al mundo fue dramático y confuso, como si emergiera de un largo sueño. Era el año de la efervescencia cultural del swinging London. Indira Gandhi gobernaba ahora la mayor democracia del mundo y Fidel Castro, en cuya compañía conocería García Márquez a la dirigente india muchos años después, estaba ocupado organizando la primera Conferencia Tricontinental de estados latinoamericanos, asiáticos y africanos que iba a celebrarse en La Habana en agosto de 1967. Un actor conservador llamado Ronald Reagan se presentaba candidato a gobernador de California. China vivía un periodo tumultuoso y Mao proclamaría la Revolución Cultural unos días después de que García Márquez enviara el primer bloque de su precioso manuscrito a Buenos Aires. De hecho, García Márquez tuvo que abandonar enseguida el mundo mágico de Macondo y ponerse a ganar dinero. Se sintió incapaz siquiera de tomarse una semana de asueto para celebrarlo, pues temía que pagar las deudas acumuladas iba a llevarle años. Más adelante explicó que había escrito mil trescientas páginas —que al final quedaron en las cuatrocientas noventa que le envió a Porrúa—, que se había fumado treinta mil cigarrillos, y que debía ciento veinte mil pesos. Como es lógico, se sentía inseguro. Poco después de terminar asistió a una fiesta en casa de su amigo inglés James Papworth. Cuando éste le preguntó por el libro, García Márquez contestó: «Aún no sé si tengo una novela o un kilo de papel» [353].

 

5.«Ahora lo único que falta es que esa novela sea mala»

GaboMercedes2A comienzos de agosto, dos semanas después de escribir esa carta, García Márquez acompañó a Mercedes a la oficina de correos para mandar a Buenos Aires el manuscrito terminado. Parecían dos supervivientes de una catástrofe. El paquete contenía cuatrocientos noventa páginas mecanografiadas. Tras el mostrador, el funcionario de la estafeta anunció: «Ochenta y dos pesos». García Márquez observó a Mercedes rebuscar en el monedero. No tenían más que cincuenta pesos, de manera que sólo pudieron mandar la mitad del libro: García Márquez hizo que el funcionario fuese quitando hojas, como si se tratara de lonchas de jamón, hasta que los cincuenta pesos bastaron. Volvieron a casa, empeñaron la estufa, el secador y la licuadora. Regresaron a la oficina de correos y enviaron el segundo bloque. Al salir, Mercedes se detuvo y se volvió a su esposo: «Oye, Gabo, ahora lo único que falta es que esa novela sea mala» [355].

 

6. « Ningún editor me ayuda a mí a escribir»

En abril y mayo de 1968, la familia hizo su primera salida fuera de España, y recaló en París y en Italia, donde GiangiacomoFeltrinelli publicó la primera traducción de Cien años de soledad a una lengua extranjera. Los lanzamientos editoriales de Feltrinelli solían cobrar forma de happening, eran espectáculos mediáticos que pretendían exaltar la celebridad de las figuras del mundo literario. Sin embargo, aunque Feltrinelli lo presentó como el «nuevo Quijote», García Márquez se mantuvo fiel a su palabra y rehusó participar en el lanzamiento o la promoción del libro. Estaba plenamente convencido de que los editores explotaban a los escritores y que, como mínimo, tenían la obligación de ocuparse ellos mismos de velar por sus intereses en el negocio: «¿Qué no ayudo al editor en su programa de propaganda? Ningún editor me ayuda a mí a escribir» [379].

 

7.«¿Me quieres, Carmen?»

Al cabo de un tiempo empezó a visitar la oficina de Carmen Balcells entre las cinco y las siete varias tardes por semana, con el pretexto aparente de dejar las últimas páginas de El otoño del patriarca a buen recaudo —el archivo de Carmen Balcells empezó a recibir sustanciales tramos de la novela en fechas tan tempranas como el 1 de abril de 1969, y siguió recibiéndolas hasta agosto de 1974, con instrucciones estrictas de «No se debe leer. (Kamen)»—, pero también para usar el teléfono sin restricciones para sus tratos comerciales y sus ocupaciones confidenciales. Con esto mantenía los negocios fuera de casa, y tal vez le ahorraba a Mercedes enterarse de cosas que hubieran podido molestarla, como por ejemplo las grandes cantidades de dinero, que ahora ganaba a espuertas, y que su marido decidió donar a lo largo de los años venideros a los asuntos políticos y de índole diversa en los que se iría implicando cada vez a medida que transcurriera el tiempo. Además, Balcells empezó a actuar como una suerte de hermana, una confidente con quien compartir casi cualquier cosa, alguien que acabaría profesándole verdadero cariño y que haría cualquier sacrificio por él. «Cuando llevaba ya un tiempo en Barcelona —me dijo—, entraba y decía: “Prepárate, tengo un trabajo para Superman”. Ésa era yo. Y eso he sido desde entonces para él». (Aunque le gustara bromear de vez en cuando al respecto, años después, en el curso de una conversación telefónica, García Márquez le preguntó: «¿Me quieres, Carmen?». Ella le contestó: «No puedo responderte a eso. Eres el 36,2 por ciento de nuestros ingresos») [384].

 

8. « Para Mercedes y Gabo, en su cama»

GaboPremioNobelCuando Neruda recaló en Barcelona, en el verano de 1970, encontrarse con García Márquez era uno de sus principales objetivos. Después García Márquez le escribió a Mendoza: «Lástima que no vieras a Neruda. El lagarto nos dio una espantosa lata en el almuerzo, hasta el punto de que Matilde tuvo que mandarlo a la mierda. Lo tiramos por una ventana y trajimos a Pablo a hacer la siesta aquí, y mientras volvieron al barco pasamos un rato estupendo». Fue ésta la ocasión en que Neruda, todavía amodorrado por su sagrada siesta, le dedicó un libro a Mercedes. García Márquez recuerda: «Mercedes me dijo que le iba a pedir su firma a Pablo». “¡No seas lagarta!”, le dije y me escondí en el baño. “Lagarta no”, respondió Mercedes con mucha dignidad y le pidió el autógrafo a Neruda, que dormía en nuestra cama. Él escribió: “A Mercedes, en su cama”. Miró la dedicatoria y dijo: “Esto queda como sospechoso”, y agregó: “Para Mercedes y Gabo, en su cama”. Se quedó pensando. “La verdad es que ahora está peor”. Y agregó al final: “Fraternalmente, Pablo”. Muerto de risa, comentó: “Quedó peor que al principio, pero ya no hay nada que hacer”» [388].

 

9.«¿Alguno de ustedes sabe escribir?»

Una semana antes de Navidad, Cortázar y su mujer, Ugné, fueron en coche a Barcelona, vía Saignon. Tras su llegada, todos los escritores [Cortázar, Donoso, Fuente, García Márquez y Vargas Llosa]y sus esposas fueron a comer a un restaurante típico, La Font delsOcellets, en el barrio gótico. Allí se estilaba que los clientes anotaran sus pedidos en una hoja impresa, pero todo el mundo estaba tan absorto en la conversación que al cabo de un rato el impreso seguía en blanco, y el camarero se quejó al propietario del local. Éste salió de la cocina con cara de pocos amigos y, con un marcado sarcasmo catalán, dijo la informal frase: «¿Alguno de ustedes sabe escribir?». Se hizo el silencio, en parte fruto de lo embarazoso de la situación, en parte divertido. Al cabo de un momento Mercedes repuso: «Yo, yo sé», y empezó a leer la carta en voz alta y pidió la comida para todos [390].

 

10. Salvado a último última hora

Alguien que respetaba a García Márquez aun más que Castro y lo trataba en este caso como a un hermano mayor, más sabio, aunque igual de irreverente, era el general Torrijos de Panamá. Felipe González me contó con posterioridad que el recuerdo más duradero que conservaba de Torrijos y García Márquez era el de la ocasión en que los dos se tomaron una botella de whisky en una de las casas de Torrijos. Después de mucha jarana y «cachondeo», se desató una tormenta tropical. Los dos hombres salieron corriendo del balcón en el que estaban bebiendo y se revolcaron por el césped bajo la intensa lluvia, pataleando en el aire y desternillándose de risa como dos chiquillos a los que, sencillamente, les encantaba estar juntos. García Márquez visitó a Torrijos a finales de julio con el venezolano Carlos Andrés Pérez y Alfonso López Michelsen, de quien García Márquez esperaba que ganara las elecciones en Colombia al año siguiente; pasaron el fin de semana en la bella isla de Contadora. García Márquez prolongó su estancia unos días con su amigo militar y luego volvió a México, en un momento en que todo el planeta, incluso América Latina, contemplaba embobado la boda televisada del príncipe Carlos y lady Diana Spencer en Londres. Sin embargo, el 31 de julio se llevó uno de los peores reveses que García Márquez había sufrido jamás en lo personal, y el más grave en lo político desde la muerte de Salvador Allende en 1973, cuando tuvo conocimiento de que Torrijos había muerto en un accidente aéreo en las montañas de Panamá. García Márquez había decidido a última hora no acompañarlo en aquel vuelo [467].

 

Más artículos y comentarios del autor en Luis Rodríguez Pastor – Página Abierta.

 



No hay comentarios

Añadir más