Un problema de nunca acabar: los libros inconclusos

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Hay casos en los que la vida de un escritor se acaba antes de que este concluya el libro que traía entre manos. Aunque la publicación de estas obras inacabadas podría ser considerada una forma de traición, es cierto también que a los lectores se les ha permitido ponerse en contacto con magníficas historias. Presentamos en este artículo un recuento de algunos libros inconclusos.

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Por Juan Carlos Fangacio

Escribir un libro. Y antes de terminarlo, morir.

Ese es el caso del argentino Juan José Saer, fallecido en 2005 antes de culminar su novela más ambiciosa, La grande. Como este, son muchos los casos de libros que han quedado inconclusos, aunque no siempre la muerte ha sido la culpable. Los motivos son muy variados y el fenómeno ha originado tantas anécdotas como frustraciones y enigmas. ¿Cómo leer un libro que no tiene fin?

La aparición de La grande no se salvó de la polémica. Luego de la muerte de su autor, muchos especularon que la novela fue dejada sin acabar adrede; es decir, que Saer no la concluyó por una decisión premeditada. Unos años antes de su fallecimiento, él mismo hablaba de un proyecto “inacabado, que no ha sido terminado, que sigue”. La idea de la obra trunca estaba allí.

“Un poema nunca se termina, solo se abandona”, dijo Paul Valéry.

Existe algo insondable y misterioso en un libro que nunca acaba (como el de arena), algo que exaspera y a la vez cautiva. Después de todo, ¿no es un libro sin fin un libro in-finito? Lo que sí es cierto es que eternas son las leyendas. Allí está Albert Camus, quien también dejó una obra sin término: El primer hombre. Corrían los primeros días de 1960 cuando el Facel Vega en el que viajaba el Nobel francés sufrió un accidente fatal. El escritor murió al instante y su manuscrito se encontró en una maleta dentro del coche. Como si se hubieran perdido en el trajín del violento accidente, a la obra le faltaban signos de puntuación, palabras y fragmentos enteros. El trabajo de edición fue complejo y recayó especialmente sobre Catherine, la hija de Camus. La novela fue publicada recién en 1994 y es para muchos críticos una de las mejores obras de su autor. Los tintes autobiográficos en la historia la vuelven, además, uno de sus trabajos más personales.

Samuel Taylor Coleridge soñó un poema de 300 versos, el Kubla Khan. Pero cuando iba por las 50 líneas escritas, fue interrumpido por “un visitante de Porlock”. Nunca más lo pudo terminar.

Probablemente lo peor ocurre cuando el trabajo inconcluso pudo ser la obra maestra de su autor. No hablamos, pues, de El hombre sin atributos de Robert Musil, que es una cumbre literaria pese a que con sus casi 1,800 páginas aún estaba por terminarse. Se trata, más bien, de los estrepitosos fracasos, de lo-que-no-llegó-a-ser. Truman Capote, por ejemplo. El famoso creador de A sangre fría quería que Answered Prayers fuera su En busca del tiempo perdido, su propia épica proustiana, nada menos. Pero después de esbozos, postergaciones, alcohol y drogas, semejante proyecto no alcanzó ni las 200 páginas.

Gustave Flaubert decía haber leído 1,500 libros para preparar su novela Bouvard y Pécuchet. Tampoco la acabó.

Aun menos fortuna tuvo Nikolai Gogol con Almas muertas. La que fuera anunciada como una monumental trilogía se estancó luego de la publicación de la primera parte. Cuando el ruso tenía prácticamente terminada la segunda de las tres entregas, lo invadió una profunda crisis depresiva, una confusión mental y espiritual que lo llevó a quemar su único manuscrito, asegurando que el demonio lo había poseído y motivado a escribir una obra maldita. Tras ese perturbador episodio, se recluyó en su casa, sin comer ni mantener contacto con la gente, y murió unos pocos días después.

Ulises, de Joyce. Quizá la novela más aclamada del siglo XX. Quizá la más abandonada por los lectores, también. ¿Un libro inconcluso es solo el que no se terminó de escribir? ¿O también aquel que no se terminó de leer?

 

TRAICIONES Y PUBLICACIONES

NabokovPostJuancaIncluso, a veces el enemigo está en casa. Dentro de la familia, esos grandes traidores. Le pasó a Nabokov, que ordenó destruir su novela The Original of Laura si es que no llegaba a revisarla antes de morir. Pero su voluntad no fue respetada. Después de 30 años de dudas y discusiones, la familia del escritor ruso –por entonces ya fallecido– decidió publicarla, tras lo cual varios críticos lamentaron la pobre calidad de su escritura. También lo sufrió Hemingway con El jardín del Edén y Al romper el alba, dos obras incompletas publicadas póstumamente por sus familiares y que, según los entendidos, tenían mucho que pulir. Pero ya nadie escucha esos reclamos que vienen desde la tumba.

Sanditon, de Jane Austen, es una favorita de los ‘continuadores’. Existen más de 15 versiones de escritores que han querido completarla.

Y si alguien puede ganarse las palmas por su audacia, ese sería Georges Perec. El delirante escritor francés que llevó a niveles impensables los experimentos lingüísticos y metaliterarios también dejó un libro inconcluso… que trata sobre un libro inconcluso: 53 días, un thriller policial sobre un hombre desaparecido y un misterioso manuscrito, con un enigma que debe resolverse con las notas sueltas que dejó el autor. No es de extrañar que Perec, fumador implacable y consciente del cáncer de pulmón que lo estaba matando, dedicara sus últimos meses de vida a construir este artefacto en el que podía jugar con su propia muerte.

Philip K. Dick murió dejando apenas unos apuntes de The Owl in Deadlight. Sin embargo, ya había cobrado por adelantado por la novela.

Pero, ya lo dijimos, no siempre la muerte es la que corta por completo a una obra. En el caso de Franz Kafka, podríamos decir que fue al revés: gracias a su muerte es que el mundo conoce su abrumadora genialidad. El sombrío y enfermizo escritor checo prácticamente nunca publicó en vida y se sabe que quemó el 90 por ciento de sus escritos, aterrorizado por la idea de que sean leídos. Incluso, es anécdota harto conocida que, en su lecho de muerte, pidió que el resto de su obra corriera la misma suerte en el fuego. Pero su más cercano amigo, Max Brod, cometería una de las más sublimes traiciones en la historia de la literatura.

Con el fallecimiento de Kafka, Brod sacó a la luz lo que quedaba de su obra: diarios, cartas, decenas de relatos y varias novelas inconclusas. Las tres más famosas son El proceso, América y El castillo, en las que lo inacabado es casi una marca de fábrica. Y es que Kafka es por excelencia un escritor de la mutilación, un escribidor forzado e impotente, un sufrido por la palabra. Por eso, no hay autor que simbolice mejor la noción de lo incompleto. Con él los lectores caen siempre en una sensación de desamparo, como la de llegar al final de un libro y descubrir que la última página ha sido arrancada.

Y esa desazón no es un defecto literario. Es la esencia de lo kafkiano.

 

 



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