Leila Guerriero: “El perfil, la crónica es el momento del otro”

Su estilo de narrar historias y su magnífica capacidad de observación han elevado los perfiles y crónicas de Leila Guerriero a niveles de obras de arte, como dijera Mario Vargas Llosa al leer su último trabajo. Conversamos con esta gran periodista argentina que en esta entrevista, olvidándose de su rol habitual, se convierte en protagonista.

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Por Alberto Rincón Effio
Fotos y video: Bereniz Tello Muñoz

Veintiún años atrás, una desmelenada y lánguida señorita dejó en la recepción del periódico argentino Página/12 un cuento corto con la esperanza de verlo impreso en alguno de sus suplementos donde, de vez en cuando, también publicaban a autores desconocidos como ella. La sorpresa fue cuando a los cuatro días, su cuento había sido publicado, efectivamente, pero en la contratapa del diario donde firmaban grandes autores e, incluso, el propio director del diario, Jorge Lanata. Seis meses después la joven se estrenaba como flamante redactora de la revista del mismo periódico, Página/30, y su carrera empezaba así, casi por casualidad, como a veces ocurren los mejores descubrimientos.

Es una típica mañana limeña, gris y fría, pero el céntrico hotel de Miraflores donde nos espera Leila Guerriero parece desbordar, por el contrario, de pura energía y vitalidad. Mientras nos recibe –luego de unala larga sesión de entrevistas que lleva desde muy temprano– y nos acomodamos en la terraza del primer piso, advertimos que un puñado de periodistas se apila alrededor de nosotros a la espera de un turno para conversar con ella. El oficio de cronista le ha exigido, como a cualquiera de sus mejores pares, una paciencia y tolerancia tibetana, y no demuestraesto último cuando nos invita a dar inicio a la conversación con una frase –como nos tiene acostumbrados con su pluma– que da en el clavo: A sus órdenes.

Dices que: “con un buen principio lo demás es fácil, solo hay que estar a la altura, hacerle honor a esos primeros párrafos”. ¿Cuánto trabajas para lograr esos primeros párrafos?, ¿en qué momento dices: lo logré?
Yo nunca me siento a escribir si no tengo esos primeros párrafos, la frase de arranque o, por lo menos, la idea de cómo empieza esto. Es un trabajo previo a sentarme a escribir, pero previo de muchos días previos. Empiezo a pensar una vez que termino mi reporteo, vuelvo sobre todo mi material,lo reviso, lo anoto, lo subrayo, lo repaso –comoun buen estudiante con sus apuntes–y una vez hechos todos esos trabajos me hago la pregunta: ¿cómo empieza?Esta pregunta tan sencilla. Tengo claro que el principio además me va a condicionar toda la estructura. Con lo cual, tiene que ser un principio que me permita, que sea flexible, que me permita hacer caminos hacia el resto de la historia, digamos, más que cerrármelos. Es un trabajo de muchos días previos y cuando aparece y me doy cuenta lo someto a preguntas: ¿Es el mejor principio posible? ¿Lo estoy poniendo porque no tengo nada mejor o estoy convencida? ¿Le hace honor a la historia? ¿Estoy siendo arbitraria o soy injusta? ¿Refleja el carácter del personaje? ¿Me plantea una situación interesante para el lector?, ¿resultará un arranque que lo capture, que lo hechice, que lo tiente a seguir leyendo?, ¿lo va a desconcertar y ese desconcierto va a producir que se vaya del texto? Todas esas cosas me pregunto y finalmente empiezo a escribir.

LeilaPost2Tú tomas esta decisión o dices estos principios deben ser muy buenos por principios que has leído que te acuerdas, que te deslumbraron también…
Yo tengo una cosa rara. Siempre que compro un libro empiezo por el final. La frase del final. La frase del final nunca te revela: el asesino es el mayordomo, así que no complica en nada la trama del libro. Me parece que un autor se prueba también en esas cosas. Es probable el momento del principio y el momento del final yo los vea como dos momentos muy, particularmente, complejos del texto, entonces le tengo como un respeto muy particular. Sin duda, lo de pensar tanto en los arranques tiene que ver tanto como lectora.A mí me engancha más leer un arranque que me anima desde el principio a un libro que recién me engancha desde la página quince. Si el tema me interesa, por supuesto sigo, avanzo y le doy muchas oportunidades pero, probablemente, uno termina escribiendo como le gusta leer de alguna forma. Uno lleva a su propia escritura, sus vicios y hábitos de su lectura.

Fuiste editora del libro Los Malditos donde se publicaron dos perfiles a dos peruanos poetas, ¿qué cercanía tenías con Martín Adán y César Moro?, ¿cómo los leíste?, ¿cuándo?
Había leído más a Moro que a Adán. La cercanía fue un poco cuando yo armé el mapa de Los Malditos. Fue una larga consulta de muchos meses–no necesariamente con los periodistas que terminaron escribiendo los textos– con editores, escritores, un montón de gente opinando y pasándome material. Y ahí me metí un poco más con la obra de los dos y con la vida (sobre todo) para ver si realmente daban como la categoría. Y la verdad es que aprendí mucho sobre ellos dos a través de los textos de Marco Avilés y Daniel Titinger que yo creo que son dos textos estupendos. Ellos dos son dos de mis periodistas favoritos, me parecen increíbles, creo que hicieron un trabajo alucinante de investigación, que lograron, que tuviera un sentido, que estuvieran contados estos dos personajes desde hoy, como una tarea de arqueología periodísticamente impresionante. Nunca había leído un perfil tan sólido y consistente de ellos como los que hicieron Marco y Daniel. Entonces te podría decir que mi cercanía era bastante porque yo tenía que saber; porque a la hora de editar no puedes ir como un incauto a empezar ahí.Pero el día que me enteré, tuve el 3D de estos señores gracias a los textos de Marco y Daniel. Fue una tarea muy grata trabajar con ellos dos.

«Sigo siendo la niña que si veo una ventana abierta me asomo», ¿es quizás esa tu descripción como cronista también? Una persona que se asoma inadvertida, casi invisible, a ver qué pasa.
Sí, absolutamente. La vez pasada estaba en Montevideo y pasé caminando delante de un cine abandonado. Una enorme sala de cine cerca de la plaza Cagancha. Estaba todo cerrado, no había nada y había una mujer sentada en las escaleras, una tarde horrenda, gris, de viento y frío. Bueno, no había ningún tipo de excusa para que yo permaneciera en ese sitio, pero yo estaba desesperada por saber, o sea, por la nada, por la misma nada. Y me quedé rondado, fui y miré, miré por las ventanas, contemplé la arquitectura, todo como a un metro de esta pobre mujer que lloraba. Así es mi curiosidad pero para nada, jamás hubiese hecho nada con eso tampoco, es la intimidad de otra persona. Pero,así como soy de hurgar, de querer saber hasta lo último de lo último, soy tremendamente discreta. Todo ese costado que podría parecer de una chusma como que queda en mí y poco de eso sale, salvo cuando estoy reporteando. Yo soy de las que quiere ver, no soy de las personas que pasan por un lugar donde ha pasado algo y da vuelta a la cara para no mirar. Sería una madre peligrosísima, yo jamás le taparía los ojos a un hijo mío para que no vea una escena horrenda. Yo siempre quiero ver, siempre quiero saber, hasta que no entiendo por qué pasa algo no me siento tranquila ni saciada.

 

 

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LeilaPost3Su tercer libro Plano Americano ha sido elogiado y resaltado, incluso, por el Premio Nobel peruano, Mario Vargas Llosa, quien le dedicó uno de sus artículos dominicales en El País de España. Dijo que ella practicaba aquella invisibilidad que exigía Flaubert de los verdaderos creadores: que como Dios debía estar en todas partes pero visible en ninguna.En plano americano, destacan veintiún perfiles de reconocidos escritores, artistas plásticos, periodistas, fotógrafos, diseñadores, cineastas y músicos hispanoamericanos como Nicanor Parra, Roberto Arlt y Homero Alsina. Leila Guerriero cuenta que la primera vez que vio a Nicanor Parra “fue como encontrarme con un animal mitológico. Cuando lo vi fue como un impacto. De pronto, ves al dragón allí”; por otro lado, del perfil que escribió a Roberto Arlt –a quien le dedica alrededor de ochenta páginas– cuenta que sintió una gran presión porque “mucha gente con un cabeza impresionante había escrito sobre él y había escrito casi todo” por eso tuvo que recoger todas las miradas posibles desde la crítica, desde la cosa más humana y su obra completa; finalmente, el perfil de Homero Alsina –a quien puede catalogarse como su maestro– confirma lo que ella misma dice que aprendió de su ‘escuela de la invisibilidad’: “Homero siempre decía que la primera persona solo debía usarse para contarle al lector una experiencia intransferible”. Para Leila Guerriero: “la historia de un periodista nunca es lo importante en una historia. El momento del perfil, el momento de la crónica es el momento del otro, el momento del entrevistado. La historia del periodista nunca debe estar delante de la historia que fue a contar. Digamos que, para decirlo brutalmente, el periodista no le importa a nadie”.

 

Juan Villoro dice que “Escritores y periodistas se envidian como los solteros y los casados por razones tristemente imaginarias”, cataloga la crónica como «El ornitorrinco de la prosa’ y dice que ‘Una crónica lograda es literatura bajo presión». Julio Villanueva Chang, algo más sencillo, sostiene que «Si el narrador es quien apaga la luz, el cronista, por el contrario, debe ser quien la enciende». Tú has dicho que «La crónica es el reino de la mirada». Estas tres formas de definirla, ¿qué significan?, ¿qué quieren decirnos ustedes con esto?
Juan cuando dice esta cosa de ‘El ornitorrinco de la prosa’, creo que tiene mucha razón, que plantea esto que la crónica admite una parte ensayo, reportaje, como un texto que admite muchos géneros dentro de sí, y creo que esa es una definición preciosa. Cuando Julio dice que ‘El cronista es el que enciende la luz’, coincido. Siempre uso esta imagen: Me parece que el cronista es quien entra en una caverna oscura con un lector y va encendiendo una linterna y mostrándole las paredes, distintas partes de la cueva, hasta que el lector se hace una idea. Cuando apaga la linterna, el lector no ve. Suena un poco elitista, como si el cronista fuera el que va guiando, pero de alguna forma digo‘vos sos los ojos del lector ahí en esa crónica’. El lector no se va a enterar de nada que no esté puesto ahí. Cuando digo que es el reino de la mirada, lo que quiero decir básicamente es que, por ejemplo, puedes mandar a un gran cronista como Julio Villanueva Chang, Juan Villoro o Martín Caparrós a ver la misma cosa y los tres van a volver con un texto igual de interesante pero con una mirada diferente, y creo que eso lo permite la crónica. Es un género opuesto a la noticia. Si vas a mandar a tres periodistas a cubrir la misma noticia no vas a tener eso. Mandas a tres tipos a hacer una crónica sobre el terremoto de Japón vuelven los tres con tres textos impresionantes. Siempre van a haber los datos, las víctimas van a ser tantas, Japón va a ser un país con una historia determinada, pero no la mirada.

En Frutos extraños tu texto sobre ‘Algunas mentiras sobre el periodismo’ reconoces que tu educación en el periodismo se lo debes al periodismo bien hecho, confiesas que canibalizaste a los demás, yo te pregunto: ¿de quiénes te nutriste principalmente y a quiénes le dejaste solo los huesos?
Creo que felizmente a ninguno le deje solo los huesos.Lo mío es como un Frankestein y en ese Frankestein hay mucho de ficción, mucho de autores de ficción y muchos autores de no ficción, te diría que canibalicé (pobre) sin duda a Martín Caparrós, a ese sí lo debo haber dejado los huesos. Él siempre fue para mí una inspiración y lo sigue siendo.Me parece además el ejemplo del periodista inquieto que va, o sea, es la persona más joven que conozco. Es un tipo que viaja, que siente curiosidad, es una máquina de curiosidad y escribe divinamente bien. Yo leo cada vez a Caparrós y aprendo a mirar en cada libro que él escribe. Después te diría que una de las lecturas que me marcó muchísimo, desde el lado de la ficción en los últimos años, es una norteamericana que se llama Lorrie Moore. Después de haberla leído a ella, me cambió completamente la manera de escribir. Como se te va quedando un estilo pegado y decís: ¡Wow, también se puede hacer así!

“Entre la espada y la pared siempre puedes elegir la espada”, es una frase que te escuché. ¿Es un consejo para los cronistas?
No. En absoluto. A mí no me gusta dar consejos. Ni para los cronistas ni para los verduleros. Es algo que aplico a mí, a mi vida. Esa es una frase que me dijo un profesor de literatura cuando yo era muy joven. Yo le dije algo así como: ‘bueno, hice esto porque no me quedaba más opción’ y me dijo: ‘entre la espada y la pared siempre puedes elegir la espada’. Y a mí eso me abrió como un mundo a decir: ‘claro,o sea, siempre hay una opción, no hay excusas’. Y yo digo así, no hay excusas, si salió mal, no hay excusas.

Dices: “Falta contar historias más felices”. ¿A veces se cuenta una verdad intermedia?, ¿falta contar muchas cosas?
Yo creo que sí. Me parece que, sobre todo, los periodistas latinoamericanos insistimos un poco, no lo sé, sin querer o queriendo, con las mismas historias de siempre: el mártir, el conflicto, la guerra. Y yo siento que sí, que falta contar historias de gente común, o sea: ¿qué pasa cuando no hay rotos, muertos o desaparecidos?,entonces, ¿no hay historia?, ¿salen solo en las revistas de medicina preventiva?, ¿no podemos contar historias que no terminen mal? Es una pregunta que me hago muy a menudo y trato de hacer algo para que, tomandoel riesgo alguna vez, contar una historia feliz.

 

 

LOS CINCO LIBROS RECOMENDADOS POR LEILA GUERRIERO

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1. Pájaros de América, de Lorrie Moore.

2. Oración por Owen, de John Irving.

3. Día de la Independencia , de Richard Ford.

4. Suave es la noche, de Francis Scott Fitzgerald.

5. Música para corazones incendiados, de A.M. Homes.

 

 



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