Daniel Alarcón: “No sé si me dan más bola en el Perú que en EE.UU.”

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Estuvo de paso por Lima y presentó su novela breve Los provincianos (Solar, 2013) durante la última Feria Internacional del Libro. En este diálogo nos cuenta cómo se gestó esta obra y recuerda con nostalgia sus años de lector adolescente desprejuiciado. Anuncia que en octubre aparecerá, en Estados Unidos, su último trabajo de largo aliento: At night we walk in circles.

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Por Orlando Mazeyra Guillén

Martes por la tarde. Tengo pactada una entrevista, a las cuatro y media, con Daniel Alarcón a propósito de su nueva novela Los provincianos; una hora después debo partir -en un bus-cama que me espera al frente del Estadio Nacional- a la ciudad de donde es oriundo su progenitor, el psiquiatra Renato Alarcón: «Mi padre es arequipeño, pero la experiencia fundamental que me sirvió para escribir Los provincianos en sí viene de Mollendo. De un tío abuelo que vivía en Mollendo y entonces mi viejo pasaba los veranos con este tío en la playa y, sí, yo tuve un viaje, en el 2005, subiendo desde Chile, por carretera y, porque me dio la gana, paré en Mollendo para ver si encontraba a mi familia».

—Algo no planificado…
—No estaba dentro de los planes: paré en Mollendo y me dije «a ver qué pasa». Y fue algo increíble porque toqué la puerta y, como no había anunciado que llegaba, fue una gran sorpresa. Me abrió la puerta la esposa de mi tío Lucho y me reconoció en el acto aunque nunca me había visto antes: «¡Ah, es el hijo de Renato!». Y ese tipo de cosas son espectaculares. Hay mucha ficción en Los provincianos pero hay mucho también del ambiente de la plaza, de Mollendo…

—El malecón…
—Claro, el malecón en una noche en que no es verano, donde no hay nadie, sólo los que viven allí, es algo muy particular. En la novela yo lo he exagerado, es casi una farsa, una comedia lo que he escrito, ¿no? Pero hay algo de real en el libro porque yo me acuerdo de todo lo que la gente hablaba de mi viejo, de lo inteligente que era: esas cosas sí son ciertas.

—¿Qué cosas recordaba más tu padre de su tierra?
—El culto a la «I» (como se le conoce popularmente al Colegio Nacional Independencia Americana, alguna vez la mejor institución educativa de Arequipa). Mis hermanas y yo crecimos con los mitos arequipeños. ¡Mi viejo acaba de marchar con los egresados de la «I» la semana pasada! Es una cosa muy seria, te digo. O sea, lo pongo en el libro porque tiene una resonancia para mí, significa algo y creo que este librito es más personal que cualquier otro, aquí no hay guerra… Ésta es una relación íntima padre-hijo y pueblo. Y el legado histórico, cultural o familiar que uno arrastra a donde quiera que vaya.

LosProvinciPOSTMaze—¿Una historia íntima que quizá sea un descanso antes de la novela que ya viene donde los personajes están más logrados? Hablo de algo más ambicioso.
—No sé si personajes más logrados. Más ambiciosa, sí. Los provincianos es un libro que he planteado como un ejercicio para conocer mejor a mis personajes. Me sorprendió mucho, al escribirlo, el desarrollo que le di. Por ejemplo, siempre he querido experimentar con el teatro, entonces fue algo natural, interesante. Un experimento que me ha gustado. Este libro está contextualizado dentro de una comedia y no tiene que funcionar como teatro, sino como parte de una novela corta. En consecuencia, tiene otras metas narrativas y, por lo tanto, otros requisitos narrativos.

—¿No crees que muchos de tus cuentos largos podrían ser catalogados como  novelas cortas?
—Bueno, a ver. Cuentos como Guerra a la luz de las velas o Ciudad de payasos son cuentos largos, ¿no? El puente es un cuento muy largo. Los provincianos vendría a completar la cuarteta de cuentos largos.

—¿No te interesa mucho que te encasillen en algún género?
—No. Porque a mí me interesa escribir de todo. Me interesa la novela como reto pero no tengo ningún apuro en ponerme a escribir otra novela. Por ahora estoy contento de haber terminado mi último libro (At night we walk in circles) que sale en octubre. Estoy contento trabajando la narrativa en radio, es otro de mis experimentos.

—Radio ambulante…
—Claro. Me fascina la crónica y me parece que uno de los retos más interesantes que puedes plantearte es tratar de narrar la realidad.

—Cuando hablabas precisamente de Radio Ambulante durante la presentación de tu libro en la FIL, dejaste entrever que quizá te gustaría vivir en Lima pero no durante el invierno. Es espantoso, ¿no?
—Por supuesto. Es difícil y tú que eres arequipeño debes sufrir terriblemente.

—Sí, para mí no hay problema en decir que detesto Lima, pero el migrante, el que quiere afincarse en Lima tiene una agenda: negar sus raíces, alabar la capital… la modernidad o algo así… dejar en claro que dejó un villorrio para llegar a la metrópoli.
—En parte, pero ya hay una generación súper-limeña que se siente muy orgullosa de tener raíces provincianas y que nunca las negarían. Ahora, eso me parece que es algo nuevo, es decir, la nueva generación de migrantes no siente la necesidad de negar sus raíces para sobresalir porque Lima ya no es la Lima de mis papás: de mi mamá que es limeña.

—Lima es todo…
—Lima es todo. Lima es una ciudad andina y no necesitas negar tus raíces andinas para tener éxito. Al contrario, de todas las historias de éxito en Lima, hoy en día la mayoría viene de gente que anteriormente era considerada migrante, o choleados por la clase pituca, ¿no? Pero ahora no pueden hacer eso.

—Pero está ahí el componente racista como, por ejemplo, la frase: «bueno, se han blanqueado con dinero». Que es una frase dura…
—¡Es horrible!

—Pero es algo muy peruano, Daniel…
—Muy peruano. El cholear: todos cholean a alguien.

—No es lo mismo un blanco de Lima que un blanco de Cajamarca o Arequipa porque el primero es costeño y los otros serranos.
—Todo eso está mal. Pero a lo que voy es que yo he conocido ahora, últimamente, más y más jóvenes que, como te decía, son muy limeños y no rechazan sus raíces andinas, más bien las celebran y eso me parece excepcional y creo que es parte de un cambio cultural que responde a un cambio económico. O de pronto es al revés, el cambio económico responde al cambio cultural, no sé. Pero van de la mano. Lima no es la ciudad de gente «blanca» que era en los años cuarenta o cincuenta.

 

DE LIBROS Y ESCRITORES

DaAlarconAmbulante—¿Tienes en claro qué libros te cambiaron la vida? A esos autores que uno ya lee prácticamente con «compromiso»…
—Sí, esas lecturas las recuerdo como momentos claves. Sí, y hay algo interesante que a mí me encantaría recuperar: la inocencia de un lector con hambre, el hambre adolescente que es una mezcla de ambición e ignorancia, y que permiten que uno lea sin prejuicios. O sea, lees a Turguéniev, sí, por supuesto, lo leí mucho. Leí mucho a los rusos, autores canónicos y todo lo que quieras pero leí mucha huevonada también…

—Cualquier libro que te cayera en las manos.
—¡Todo! Yo leía todo. Entonces aprendí mucho de diversos autores, de todo tipo y de diversos géneros…

—Además esa lectura anárquica te ayuda a separar la paja del trigo.
—Claro. Y además tú aprendes mucho de novelas de género, de novelas de ciencia ficción, novelas detectivescas, thrillers, todas esas cosas tú las asimilas y no sabes cómo te afectan y me gusta esa etapa, la recuerdo con nostalgia: quisiera volver a vivir esa época de cuando uno es adolescente y puede leer sin prejuicios…

—Esa etapa en la que leías sólo en inglés…
—Por supuesto. Yo comencé a leer novelas en español a los veinte años. La primera novela que leí en español fue Cien años de soledad, y precisamente me tardé casi cien años en terminar de leerla (reímos).

—Te costó mucho disfrutar de ese lenguaje tan rico, tan sensorial…
—Fue un sufrimiento. Además esa novela la leí en Acra (Ghana). No sé por qué se me ocurrió que ese era el mejor momento para, digamos, embarcarme en una nueva etapa de lectura, en español… allí en África cuando estuve solo, en otro continente. Aunque, claro, estaba con mi mejor amigo, y ambos estudiando en la misma universidad, pero como tenía mucho que asimilar de esta experiencia me pasaba horas con mi diccionario y esta novela tratando de descifrar la riqueza de García Márquez y me tardó tres o cuatro meses terminarla.

—¿Y de los grandes narradores latinoamericanos cuáles te parecen los más importantes?
—Obviamente, Vargas Llosa es importante para mí. No puedes ser escritor peruano sin haberlo leído e incluso sin haber asimilado parte de sus estructuras narrativas. Si tú lees una novela como Conversación en La Catedral o como La ciudad y los perros o La tía Julia y el escribidor, tú ves un análisis del Perú que es como muy frontal y muy agudo pero a la vez entretenido y ves el oficio en las estructuras narrativas: cómo juega con el tiempo.

—Técnicas que había aprendido de uno de sus maestros: Faulkner, un autor precisamente norteamericano.
—¡Claro! Yo había leído a Faulkner pero no me había imaginado cómo escribiría Faulkner sobre el Perú y, por otro lado, Faulkner a veces siento que es como demasiado denso. Nunca me ha pasado eso con Vargas Llosa. El compromiso de Vargas Llosa es con la historia, quiere engancharte, quiere contarte una historia, o sea, lo básico de una novela: te voy a contar una historia y punto. Y él nunca pierde esa idea que es como su estrella: «eso es lo que yo voy a hacer, te voy a contar una historia», mientras que con Faulkner yo siento que… nadie lee una novela para llegar a la mitad. Tú lees una novela para llegar al final y para saber cómo termina. A veces, cuando leo a Faulkner, siento que no estoy leyendo para llegar al final.

—Hablando de Vargas Llosa. ¿Ya no hay autores a los que le interese la novela total?
—Yo no sé qué significa «novela total» y tampoco me interesa. Es algo que los críticos pueden decidir: tu novela es total o parcial… Digamos que es obvio que esta novela corta, Los provincianos, no es una novela total. Me parece que de pronto es absurdo pensar que una novela podría contar la historia de un país. Ciertamente los autores del boom eran muy ambiciosos y estaban en la etapa de crear los mitos nacionales. Tú lees El señor presidente de Asturias o Yo el Supremo de Roa Bastos y sientes que la meta explícita de los autores era crear una identidad nacional a través de la literatura. Entonces, como ellos ya lo hicieron, de pronto mi generación no siente la necesidad de hacer eso.

—Como que ya no hay ese compromiso político tampoco.
—También está el aspecto político: escritores que sentían la obligación de dialogar en su ficción con los grandes cambios políticos que se estaban dando en sus países y yo creo que, por ejemplo, el caso chileno es interesantísimo: escritores de mi generación que han escrito novelas que son sobre la dictadura pero la abordan de una manera muy íntima.

—Justo ha presentado su última novela Álvaro Bisama…
Ruido no tiene nada de la novela política tradicional latinoamericana pero habla de la dictadura renovando estilos y tiene, por momentos, una poesía frenética, un tono agresivo, chistoso, rudo… para nada ese drama político o histórico que vas a encontrar en muchas novelas del boom.

 

¿ESCRITOR PERUANO O NORTEAMERICANO? Y EL CANON LITERARIO

aLARCONpOST3—¿Esperas formar parte de la tradición literaria peruana o norteamericana? ¿De ambas? ¿Qué te interesa más?
—Es una muy buena pregunta. Me consideran un escritor peruano y eso me agrada, me gusta. No sé si me dan más bola acá, en el Perú, que en Estados Unidos. Es que en el Perú he publicado más que en los Estados Unidos. Recién voy a publicar mi segunda novela allá, en octubre. Siento que sí sería interesante formar parte del canon pero no es algo que uno puede ni planificar y además no es «realista» tener esas ambiciones. Uno escribe día a día y sale lo que sale.

—¿Qué opinas de la bolañomanía?
—Yo soy tan fan de Bolaño como muchos. El año pasado me pidieron que haga mi estante ideal: diez libros. Y, desde luego, es una pregunta que te la hacen hoy, das diez títulos y mañana quizá sean otros diez…

—Depende hasta del estado de ánimo…
—Exacto. Si está nublado o si está asoleado. Pero me agarraron en un día en que estaba con un feeling muy bolañesco y escogí Los detectives salvajes y 2666. Lo que a mí me gusta de Bolaño es que siempre me sorprende su intuición narrativa: él a veces dramatiza los momentos que tú dices «ah, esto lo puede pasar rapidito» y, luego, las escenas que son más dramáticas las pasa con dos frases. Y te sorprende. Te preguntas por qué hace eso, ¿no?

—Para descolocar al lector…
—Sí, es desconcertante, chistoso. Bolaño viviendo en España logró ser latinoamericano. El mejor novelista mexicano de los últimos treinta años resulta que es un chileno que vivía en España, ¿no? ¿Quién ha hecho un mejor retrato del D.F. en los setentas?

—Precisamente un novelista mexicano, Jorge Volpi, ha dicho que Bolaño es el último escritor latinoamericano. ¿Eso no es un exceso?
—También se podría decir que fue el primero (ríe). García Márquez es colombiano, Vargas Llosa es peruanazo, Fuentes es mexicano. Los escritores del boom son muy de sus países y tenían, como te dije, el proyecto de crear una tradición literaria de sus países. Mientras que si tú lees la segunda parte de Los detectives salvajes, resulta que Bolaño imita todos nuestros acentos, ¡todos! Un chileno que se fue de Chile a los veinte años y que vivió una década importantísima en México y luego se fue a España, ¿qué es él finalmente? Pues, latinoamericano.

—Pasando a un tema banal, ¿es cierto que no te gusta que pongan tu fotografía en tus libros?
—Me obligaron. Lo que sucede es que cuando publiqué en Estados Unidos, la gente miraba mi foto y me decía tú eres muy joven como para haber escrito esto o me decían tú eres demasiado blanco como para haber escrito esto, es decir, me veían ‘poco latino’. Y tuve situaciones incómodas de este tipo, un poco racistas, con una visión muy alejada de la realidad de lo que es América Latina. En Estados Unidos tienes que ser más típicamente latino en genotipo: cara, tez… y resulta que los que vivimos en América Latina sabemos que los latinoamericanos venimos en todos los colores pero ellos, en Estados Unidos, tienen una idea que es muy gringa.

—Muy esteriotipada.
—¡Totalmente! Acá en el Perú me preguntan si soy peruano o extranjero y eso se entiende perfectamente y no hay ningún problema. En Estados Unidos es un poco más complicado y entonces decidí que sacaran mi foto del siguiente libro para no participar en esta cojudez… y comencé a publicar sin foto. Pero ahora mi nueva editorial me ha dicho tienes que publicar con foto y no me queda otra.

—¿Y qué libros quieres leer?
—Yo leo ahora menos de lo que me gustaría leer. Pero los que quiero leer son The Warmth of Other Suns de Isabel Wilkerson, que es la historia de la migración afroamericana del sur a las ciudades de Estados Unidos. Dicen que es un trabajo absolutamente épico. Transmigración de los cuerpos, la nueva novela de Yuri Herrera (sus dos primeras novelas, Trabajos del reino y Señales que precederán al fin del mundo me parecieron de lo mejor que se ha escrito en los últimos años), la nueva colección de cuentos de George Saunders y una relectura de Joseph Roth, La marcha Radetzky, que es una novela que tienen algo de Tolstói pero con sentido del humor, un humor negro.

—¿Cuánto te ha ayudado en tu oficio de narrador el haber estudiado antropología?
—Al comienzo me ayudó mucho pues contaba con herramientas que utilizan los antropólogos. Digamos, el antropólogo que escribe bien es un buen cronista y yo estudié en el Departamento de Antropología de la Universidad de Columbia con gente que escribía en el New Yorker, que escribía en Harper’s, en esas revistas que yo admiro porque no les preocupaba ser académicos, sino contar historias verdaderas sobre poblaciones marginales.

—¿Qué te gustó más de Arequipa?
—A mí me encanta ir a Arequipa, me encanta el viejo barrio de Miraflores donde vivía mi familia, en la calle Tarapacá. Mi abuelo vivió en la calle Puno. Para mí Arequipa es uno de esos lugares míticos por lo que representan para mi familia… es que tienes que entender cómo fue mi casa de chico: o sea, estábamos en Alabama pero vivíamos constantemente nutridos de un país que, a la manera de una ficción, mis viejos me narraban. Me contaban cómo era el Perú, cómo era Arequipa, cómo era Lima.

—Hay una pregunta final que la saco del diálogo entre el padre y el hijo de Los provincianos: ¿vivir siempre es actuar?
—Sí, de alguna manera. Pero no lo veo como algo malo. Uno puede actuar auténticamente, el hecho de que sea actuación no significa que sea falso.

—Y es en la ficción donde somos más auténticos…
—Yo siento que sí.

Apenas gano la calle la humedad limeña vuelve a imponer sus rigores. El hotel Westin me había sumido en una confortable ficción. Tomo apresurado un taxi rumbo a la avenida 28 de julio. Llego sobre la hora y descuido, por un instante, la pequeña bolsa donde traía los libros que Daniel me había autografiado y ésta desaparece. Nunca me habían robado en Lima aunque sabía que era cuestión de tiempo. Jamás pensé que debutaría con libros (que, por suerte, ya había leído).

—¿Le pasa algo? —pregunta la terramoza.
—No, nada —miento. Vivir es siempre actuar.

 



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