El último lector: No ilumina, pero transmite

Presentamos un comentario de Los provincianos (Solar, 2013), nouvelle del escritor peruano-estadounidense Daniel Alarcón, quien nos presenta la historia de un actor quien viaja con su padre a un pueblo costero del sur del país a solucionar un problema de herencia. 

PostLosProvincianos

 

Por Gabriel Ruiz Ortega*

A primera vista, Los provincianos (Solar, 2013), de Daniel Alarcón, podría ser el segundo título menor de su producción. El primer lugar sigue siendo para el imbatible cuentario El rey siempre está por encima del pueblo.

De este autor norteamericano se pueden decir muchas cosas. Hay quienes, guiados por su indiscutible prestigio, prefieren no hacerse tanto alboroto, lo aceptan como gringo y peruano, al parecer, el haber sido un “New Yorker Boy” es garantía más que suficiente. Tampoco faltan los otros, esos recalcitrantes que se niegan a aceptarlo como escritor latinoamericano por el mero hecho de escribir en inglés, porque lo que siempre hemos leído de él son, si aún alguien no lo sabe, traducciones.

Entre nosotros hemos hecho nuestro a Alarcón, quien a la fecha ha aparecido en las principales antologías de narrativa peruana contemporánea. Sus cualidades literarias son incuestionables, pero en esa adopción ha sido medular la carencia de escribas locales que cumplan a la perfección esa extraña dualidad que muy contadas veces presenciamos: el éxito comercial en proporción a la contundencia literaria. Por un lado, tenemos plumas talentosas pero sin el apoyo de los medios; por otro, escribas con todo el apoyo y cuyas líneas comienzan a caer al más mínimo cuestionamiento. Por eso es que vivimos en una burbuja, creemos lo que no es, pensamos que hay un nuevo Boom de narradores peruanos cuando lo cierto es que estamos siendo engañados por el amiguismo y los circuitos de poder.

No quiero detenerme en el carácter genérico de esta última entrega de Alarcón. Llámalo como gustes. Novelita. Cuento largo. Híbrido. En fin. Sea como fuere, Los provincianos no es, bajo ningún punto de vista, un libro que ilumine, tampoco es uno irregular, pero sí uno en el que se acrisola sus evidentes cualidades narrativas, un título que no fue escrito con afán de trascendencia, ni con ánimo de ambición, sino bajo la guía de un incentivo lúdico en cuanto a lo formal, lo cual le permite a Alarcón presentarnos un muestreo encapsulado de esa mirada interior sobre la violencia política peruana contemporánea y la bien trabajada configuración de personajes que le conocemos de Guerra a la luz de las velas y Radio Ciudad Perdida.

En cierta medida, y para ejemplificar la cuestión, Los provincianos es para Alarcón lo que Viajes por el Scriptorium para Paul Auster. Quienes conozcan su poética, se darán cuenta de que en estas páginas hay muchos rasgos y señas que nos ponen en bandeja sus tópicos recurrentes. Y los que todavía no, tienen ante sí una historia que se deja leer muy bien, porque eso es lo que es Alarcón: un contador de historias, pero no uno que dependa de la línea argumental, sino de la relación que pueda haber entre sus personajes, tal y como lo es ahora: Manuel, el padre, y su hijo Nelson, un actor que espera la visa para poder viajar a Estados Unidos, viajan a un pueblo costero del sur del país para solucionar un problema de un familiar fallecido, el del tío Raúl. En el trayecto y en la llegada se topan con situaciones y personas que le descubren a Nelson un pasado que solo conocía de oídas. Por ejemplo, más de uno lo confunde con su hermano Francisco, que sí vive desde hace muchos años en Estados Unidos, y aunque en principio él es presa del desconcierto, descubre que suplantar a su hermano hará que no se aburra entre los trámites burocráticos. La felicidad de ser otro es lo que más le atrae y juega con su asumida nueva identidad.

A ritmo de entrenamiento, Los provincianos demuestra en su brevedad lo que otras publicaciones peruanas, y muy bien promocionadas, no pueden en lo que va del año. Es cierto que esta novelita no aspira a más de sus simples objetivos, no obstante, nuestro autor hace una que otra diablura en un metro cuadrado, como insertar una obrita de teatro en la narración de Nelson, pero sin perder ese respiro que hasta en toda obra menor un genuino escritor nunca debe dejar de exhibir: la capacidad de transmisión.

 

*Gabriel Ruiz Ortega, nació en Lima, en 1977. Es autor de la novela La cacería (2005) y hacedor de tres antologías de narrativa peruana última: Disidentes (2007), Disidentes 1. Antología de nuevas narradoras peruanas (2011) y Disidentes 2. Los nuevos narradores peruanos 2000 – 2010 (2012). Es librero de Selecta Librería  y administra el blog La Fortaleza de la Soledad.


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