«El túnel», de Sábato: la más terrible de las pasiones

Alina Gadea nos presenta ahora una lectura personal de “El túnel”, de Ernesto Sábato, una novela que estremece y nos llevará por los caminos oscuros de la psiquis de su personaje principal, Juan Pablo Castel.

 

Los celos; ese monstruo de ojos verdes que atisba en la conciencia.

 

Por Alina Gadea Valdez*

 

“Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne”.

Sábato nos sacude desde la primera frase, planteándonos de entrada la premisa a partir de la cual se desarrollará toda la historia. Una historia que es la radiografía alucinada de uno de los estados más terribles en que puede encontrarse un ser humano: los celos. El narrador es el personaje que comete el asesinato y lo da a conocer de la manera más concreta y directa.

Lo que para otro autor hubiera sido el dato escondido o en todo caso el desenlace inesperado de la acción dramática, en Sábato es el hecho claro y contundente que nos llevará por los caminos más oscuros y tortuosos de la psiquis de un hombre carcomido por la desesperación de amar a una mujer que no le pertenece, obnubilado por una pasión desquiciante y no correspondida. No al menos con la intensidad ni la entrega deseada.

El estilo conciso, preciso, analítico, digno de un científico como Sábato no hace más que acrecentar el drama descrito al interior de la mente del pintor. Crudo por ratos y otras veces lleno de delicadeza, como el fiel reflejo de los cambios abruptos por los que atraviesa de la ferocidad a la ternura absolutas. Desde gritarle puta, hasta acurrucarse en su pecho, y así quedaron un tiempo quieto, sin transcurso, hecho de infancia y de muerte.

Así narra el proceso por el que se enciende la chispa de su loco enamoramiento, que ni la misma muerte podrá apagar: sombríos pensamientos se movían en la oscuridad de mi cabeza, como en un sótano pantanoso; esperaban el momento de salir, chapoteando, gruñendo sordamente en el barro.

 

 

CELOS, ASESINATO Y CEGUERA

Página a página, línea a línea, queremos saber el porqué. ¿Qué motiva a un hombre a terminar con la vida de la mujer amada? ¿Cómo pueden los celos llegar a convertirse en ese monstruo de ojos verdes que atisba en la conciencia, como el Otelo de Shakespeare? ¿Qué proceso interno tan tormentoso puede llevar a una persona a matar a otra, presa de la más terrible pasión?

Cualquier persona con un poco de experiencia de vida, sentirá en mayor o menor medida, una identificación con Juan Pablo Castel. Y los que no, de todos modos lo podrán imaginar. Sus reflexiones originales, profundas, ácidas sobre la vida. Su visión descarnada de los seres humanos y sus miserias, sus errores, su mediocridad.

No podía faltar en cabeza del marido, Allende, el tema de la ceguera, tan acendrado en Sábato, y que conlleva todo un correlato filosófico, una metáfora de lo que no podemos ver en la vida. De lo obtusos que somos.

Personalmente como mujer, me cautiva el hecho de que sea la mujer y no el hombre, en esta novela al menos, el personaje que causa el desequilibrio en la pareja y no al revés, como el manido esquema tradicional nos tiene acostumbrados. El hecho de que María sea libre y haga con su vida lo que ella quiera, con quien ella quiera y que no entregue sus sentimientos. Ella dice una frase lapidaria, como casi todas las que pronuncia a lo largo del texto: “la felicidad está rodeada de dolor”. Castel siente que jamás llegará a unirse con ella en forma total y que deberá resignarse a tener frágiles momentos de comunión, tan melancólicamente inasibles como el recuerdo de ciertos sueños, o como la felicidad de algunos pasajes musicales.

Hay un conflicto declarado y una trasgresión implícita en ello y creo que uno de los puntos más solventes de la novela es la presunta relación, no declarada del todo, que María sostiene con tres hombres a la vez.
Además del lenguaje y la profundidad de las reflexiones y la descripción de la complejidad que revisten los procesos internos entre dos seres humanos: advertía que ella había empezado a serme indispensable (como alguien que uno encuentra en una isla desierta) para convertirse más tarde, una vez el temor de la soledad absoluta ha pasado, en una especie de lujo que me enorgullecía, y era en esta segunda fase de mi amor donde habían empezado a surgir mil dificultades.

 

 

UN PERSONAJE CONFLICTUADO

La construcción del personaje del pintor, ser escéptico, algo cínico, crítico, incisivo y profundamente nervioso y maniático. Susceptible y de genio temperamental como la mayoría de artistas. María lejana e inaccesible, misteriosa, libre y carnal. La gente alrededor de determinados circuitos sociales, superficial y frívola, el entorno distanciante, acrecientan aun más la profundidad de ambos personajes.

El infierno de las emociones delirantes. Los sueños enloquecidos. Las impresiones absurdas, la imaginación desbocada que acompañan a un ser azotado por una pasión mortal: sentía que en esa casa renacían en mí los antiguos amores de la adolescencia, con los mismos temblores y esa sensación de suave locura, de temor y de alegría. Cuando me desperté. Comprendí que la casa del sueño era María.

Castel se pierde en su soledad en medio de dudas y auto interrogatorios desquiciantes respecto no solo a la relación de María con Allende sino también con Hunter. Tormento que lo envuelve como una liana que fuera enredando y ahogando los árboles de un parque en una monstruosa trama.

Los pensamientos representados tal como aparecen en la mente, como una avalancha inconexa de diálogos, personas, situaciones, trozos de sueños, María con ojos impenetrables, una mujer inmunda besándolo, pulgas picándolo, Hunter hablando de novelas policiales, la catedral en una noche negra.

Las frases llenas de contradicciones como el ir y venir de la conciencia, la complejidad de los sentimientos representada en monólogos incoherentes: todo era milagroso, alucinante, y ahora todo era sombrío y helado, en un mundo desprovisto de sentido, indiferente. Por un segundo, el espanto de destruir el resto que quedaba de nuestro amor y de quedarme definitivamente solo, me hizo vacilar.

Las sensaciones que anteceden el terrible desenlace, un impenetrable muro de vidrio entre los dos, sentimientos de culpa, odio y amor. ¡Qué implacable, que fría, qué inmunda bestia puede haber agazapada en el corazón de la mujer más frágil. Nos dice Juan Pablo Castel decido a terminar con todo.

Él como en un desierto negro, atormentado por infinitos gusanos hambrientos, devorando anónimamente, cada una de sus vísceras. Sintiéndose el imbécil, el ridículo hombre del túnel.

Y al intuirla desde fuera de la casa entrando al cuarto de Hunter: no tengo fuerzas para decir que sensación de infinita soledad vació mi alma. Sentí como si el último barco que podía rescatarme de mi isla desierta pasara a lo lejos sin advertir mis señales de desamparo. Mi cuerpo se derrumbó lentamente, como si le hubiera llegado la hora de la vejez.

El climax de la muerte y finalmente, una caverna negra que se iba agrandando dentro de su cuerpo.

 

 

 

 

*Alina Gadea Valdez. Es abogada, graduada en la Universidad Católica. Obtuvo el premio Copé Bronce 2006, en la XIV Bienal de Cuento de Petroperú, por el cuento La casa muerta. En el 2009 publicó su primera novela Otra vida para Doris Kaplan (Borrador Editores). En 2012 publicó la novela Obsesión (Editorial Altazor), thriller psicológico que retrata una Lima brumosa en la que se entrecruzan personajes complejos que buscan una existencia más intensa. Su cuento La casa muerta ha sido incluido en la Antología del cuento peruano 2001-2010, edición a cargo del crítico Ricardo González Vigil que será presentado próximamente en la Feria del Libro de Lima.



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