Juan Gabriel Vásquez: «Sigo escribiendo novelas porque hay cosas que no entiendo»

Su novela El ruido de las cosas al caer fue ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2011 y acaba de ser distinguida en Italia como la mejor obra extranjera traducida al italiano. El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez reafirma en esta entrevista su vocación por explorar el pasado de su país para tratar de entender el presente tomando como punto de partida sus dudas y temores.

 
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Por Jaime Cabrera Junco
 
 
Lleva escritas seis novelas, pero prefiere olvidar a las dos primeras por tratarse, según dice, de meros experimentos. Cuando le pregunto por estas dos obras dice que aunque últimamente las recuerda con mayor frecuencia, Persona (1997) y Alina suplicante (1999) son parte de su prehistoria como escritor y sostiene que es un insulto a los lectores imponerles estos libros fallidos. Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) presentó en la Feria del Libro de Bogotá su cuarta novela ‘oficial’, Las reputaciones (Alfaguara, 2013), y durante mi visita a ese evento conversé con él en uno de los ambientes bulliciosos de esa fiesta cultural.
 
 
 
En tus novelas hay una mirada hacia el pasado a partir de la cual se busca encontrar algunas claves para entender el presente. Si esa mirada la dirigimos hacia tu vida, ¿hay un momento clave en el que decides ser escritor?
(Piensa unos segundos) No, no. Hay un momento en el que decido dejar de ser todo lo demás, digamos. Yo comencé a escribir siendo niño, publiqué un cuento en un periódico escolar a los 8 años, la idea de relacionarme con el mundo a través de contar historias es algo que me ha acompañado toda la vida. Pero en la Colombia de los años 80 y 90 no era muy realista decir «voy a abandonar mis estudios de Derecho», que es lo que empecé a hacer, para ser novelista. Y me costó la mitad de la carrera darme cuenta de que tenía que dejar todo realismo a un lado porque leer y escribir era lo único que me interesaba, que me gustaba y que sabía hacer, entonces dejé la carrera -la terminé, pero nunca la ejercí- y me dediqué a tratar de aprender a escribir libros. Digamos entonces que fue un proceso de eliminar todo lo que me estorbara y no tanto una escogencia consciente.
 
 
¿Qué primeras lecturas fueron importantes para ti como lector y como escritor? Alguna vez mencionaste que leer Cien años de soledad fue una motivación para dedicarte a escribir
Sí, Cien años de soledad, que leí por primera vez a los 16 años, fue con toda probabilidad el primer libro que leí con ojo de escritor. A pesar de esa edad y de que la decisión de dedicarme a la literatura estuviera lejos, fue el primer libro con el cual tomé conciencia de que esto es un artificio, de que alguien tomó las decisiones técnicas y fue el primero de los libros que empecé a leer con esa admiración que te hace pensar: «yo quiero hacer algo parecido, yo quiero tratar de producir ese placer que este libro me ha dado», que es una de las motivaciones para dedicarse a la literatura: devolver un poco eso que uno ha recibido de los libros.
 
 
 
Y hablando de García Márquez, en un artículo que escribiste para El Malpensante decías que los jóvenes escritores colombianos no debían ‘cortar el tronco’ de Cien años de soledad sino sembrar un ‘nuevo árbol’. La influencia de Gabo es innegable, aun cuando ya no escribe se siguen publicando libros sobre él y es una marca fuerte en la literatura colombiana, con un peso similar al de Borges para la literatura argentina…
Yo creo que Borges es el único otro caso comparable a lo que García Márquez ha representado no solo en Colombia, pues sin García Márquez no habría Salman Rushdie, Peter Carey en Australia… el último Premio Nobel, Mo Yan, ha declarado su admiración por García Márquez, de manera que se trata de alguien que inventó una nueva manera de ver el mundo y tratar la literatura, y yo creo que Cien años de soledad es una de las novelas más importantes de la lengua.  Lo que viene después de 1967 es una relación compleja, tensa, y muchos escritores colombianos han optado por el camino del ninguneo, del desprecio o del rechazo, y a mí eso me parece una tontería porque nuestros clásicos están allí para que nos paremos sobre sus hombros y tratar de construir algo sobre la tradición. Sin tradición no hay creación, esto lo decía Carlos Fuentes. De manera que yo creo que hay muchas maneras de aprender de las novelas de García Márquez y también de las opciones literarias que tomó cuando empezó a escribir porque él es el primero de nuestros grandes escritores en decir que el escritor colombiano tiene derecho de alimentarse de la tradición que escoja, no tiene que ser la tradición colombiana ni de la lengua, puede buscar a Faulkner, a Kafka, a Hemingway y alimentarse de ellos, y esa es una lección muy valiosa.
 

JGVASQUEZPOST1Cuando te preguntan por los autores que te marcaron mencionas a Philip Roth y Max Sebald. ¿Qué deuda literaria le reconoces a estos escritores?

Yo publiqué Los informantes, la que oficialmente es mi primera novela, en el 2004, después de muchos años de preguntarme «¿cómo hacer esto de escribir sobre Colombia? ¿Cómo meter a Colombia en  literatura?» Había publicado un libro de cuentos sobre Francia y Bélgica, pero me costaba mucho trabajo conseguir el tono, los mecanismos para meter los episodios de la historia colombiana que me interesaban en una novela. Y encontré ciertas claves importantes en escritores de Estados Unidos como Philip Roth y Don DeLillo, quienes se enfrentan a la historia de su país desde el individuo, lo que hace toda gran novela. De manera que Philip Roth fue determinante porque hizo lo que estaba tratando de hacer, me mostró formas de hacerlo. Y luego el descubrimiento de Sebald, fue una cosa muy importante para mí, sus obsesiones son las mismas que yo tengo: la memoria, el pasado, la presencia de los muertos en nuestras vidas, y ver la forma que él les da me resultó tremendamente útil.
 
 
 
Hace unos años publicaste también en El Malpensante un artículo dedicado a Julio Ramón Ribeyro a partir su diario, La tentación del fracaso. Sostienes que los cuentos de Ribeyro «coleccionan pequeños moment
os de verdad íntima, pequeñas revelaciones o epifanías». ¿Cómo nace esta admiración tuya por Ribeyro?
Ribeyro fue un descubrimiento más tardío de lo que yo hubiera querido, pero de todas formas es un descubrimiento de juventud. Es probablemente el último de los grandes autores peruanos que llegué a leer, porque a los 20 años ya había leído toda la obra de Vargas Llosa y él se había vuelto una figura muy importante para mí. Después descubrí a Bryce. A Ribeyro lo descubrí cuando me fui a vivir a París, y el primero en hablarme de él fue el escritor colombiano Santiago Gamboa, quien había sido su amigo y que fue probablemente el primero en decirme «esto es lectura obligatoria», y el descubrimiento de sus cuentos después fue una revelación. Y allí comenzó esa relación y luego he seguido siendo lector de Ribeyro porque al ser un escritor relativamente secreto para mucha gente -increíblemente secreto-, todavía podemos seguir descubriendo cosas. Hace diez años leí sus diarios y fue un descubrimiento fantástico, creo que es uno de los mejores diarios de la lengua española, y esa relación no se ha agotado y seguimos siendo amigos (sonríe).
 
 
 
En ese artículo recordabas que estabas empezando a escribir una novela y cerraste el libro luego de leer las primeras páginas del diario de Ribeyro, quien se cuestionaba y dudaba sobre su talento…
Sí, en una de las primeras entradas del diario encuentras a Ribeyro muy joven, quien ya está diciendo que quiere dejar de escribir, que no le gusta esto, que está buscando la puerta de salida. El suyo fue un constante ejercicio de escepticismo sobre la labor del escritor, y a mí siempre me gustó mucho eso, esa incertidumbre sobre su propia posición, esa especie de lamento de que el tren del Boom Latinoamericano le estuviera pasando de largo porque él no era un novelista, y la reputación de estos escritores se sustentaba sobre grandes novelas épicas. Ese era el lamento al que él achacaba su propio reconocimiento. Entonces, él tiene una posición muy interesante en la literatura latinoamericana.
 
 
 
 
 
BUSCANDO RESPUESTAS EN LAS NOVELAS
 
 

LasreputaPOSTSu rostro se veía por varios de los ambientes la feria del libro. En el stand de Prisa, en gigantografías, en los programas de mano, y es que iba a presentar una nueva novela, una nouvelle para ser más exactos. Se titula Las reputaciones y es la historia de un influyente y temido caricaturista político llamado Javier Mallarino, quien ante la aparición de una mujer comienza a hurgar sobre un episodio trágico del pasado. Cuando comienzo a leer la novela veo que la escena comienza en el Parque Santander, en el centro de Bogotá. Y por eso en mi primera visita a esta zona de la capital colombiana lo primero que le pregunto a don Germán Cantor, uno de mis queridos amigos y guías durante mis días en Bogotá, es que me diga dónde queda ese lugar que menciona Vásquez en su novela. Unos días después, ya en la entrevista, le cuento este episodio al autor y él me comenta que a él también le pasó algo similar, pero con Vargas Llosa. Cuando visitó Lima en 2011 para promocionar su novela El ruido de las cosas al caer, en su tiempo libre visitó Miraflores y pidió que le muestren las calles Porta, Ocharán, Diego Ferré, que se mencionan en La ciudad y los perros. Esta búsqueda, coincidimos, complementa la lectura, ayuda a constatar que la ficción se nutre de la realidad aunque el Parque Santander donde Mallarino se sienta para que le lustren los zapatos sea una recreación personal, un lugar que solo se parece a la realidad, pero que no es el mismo. 

 
 
 
¿Es verdad que viajaste a París en 1996 porque soñabas perseguir el mito de los autores del Boom?
Para mí la literatura se había vuelto una obsesión malsana. Yo respiraba literatura, vivía literatura y de alguna manera creí eso que habían dicho García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar, que irse era saludable para el escritor y particularmente a una ciudad como París. Pero era una noción romántica e ingenua en las que las ciudades y libros no tienen que ver. El París que yo conocí era el París de Rayuela y de la literatura francesa que ha sido importante para mí, pero también era la ciudad donde se habían escrito grandes libros. La idea de que La casa verde, El coronel no tiene quien le escriba, Rayuela y antes de eso, novelas como el Ulises, de Joyce, algunos de los mejores cuentos de Hemingway…todo esto era para mí una especie de fetiche y luego al llegar a la ciudad comprendí que estuve equivocado todo el tiempo: que una ciudad como París no te da nada si no traes algo contigo. Pero no me arrepiento de haber tomado esa decisión, París fue importante para mí, me enseñó las virtudes de la soledad y de la disciplina, y pase muy buenos años allí.
 
 
 
Cuando publicaste tu libro de ensayos El arte de la distorsión comentaste que escribes desde tus dudas y temores, y lanzaste dos preguntas que ahora me permito hacértelas para ver si tienes alguna respuesta: ¿por qué se escriben novelas? y ¿para qué las leemos?
Bueno, me lo sigo preguntando, yo creo que no llegamos al fondo de estas preguntas, pero creo que sigo escribiendo porque hay cosas que no entiendo que me preocupan y que merecen esa pregunta sofisticada, larga y compleja que es una novela. Además, creo que la novela sigue dando una especie de comprensión de una zona de la realidad que no está al alcance de otras formas narrativas. Entonces eso para mí sigue siendo útil, en el sentido de que después de escribir una novela tengo una noción más rica o menos oscura de alguna pregunta que me hago, de algún rincón de nuestra experiencia…sobre el que antes tenía dudas y oscuridades, y eso está bien. ¿Cuál era la otra pregunta?
 
 
 
¿Para qué leemos novelas?
Bueno, en parte por vicio. La lectura de ficción es un vicio, los lectores de ficción lo hacemos en parte porque no podemos dejar de hacerlo, porque ese contacto con la palabra escrita es una necesidad visceral. Porque las historias nos permiten rebelarnos un poco contra la condición limitada de la vida, contra la idea de que solo tenemos una vida, en el sentido de que no hay resurrecció
n, y porque no podemos ser dos personas al mismo tiempo, no podemos ser hombres y mujeres al mismo tiempo y habitantes del siglo XXI y del siglo XIX a la vez. La mejor manera que he encontrado para vencer esa limitación, para ampliarla es la lectura de grandes novelas. Yo sigo sosteniendo que leer a Tolstói, Dostoievski,Shakespeare, Racine, García Márquez, Fuentes y Bolaño es una lucha a brazo partido contra esas limitaciones de la vida, de nuestra condición humana.
 
 
 
¿Ese mirar hacia atrás en la historia de Colombia son los demonios que te mueven a escribir?
Sí, a mí me gusta mucho esa idea de los demonios, que es muy vargasllosiana. Sí, yo creo que escribimos en cierta medida para sacarnos ciertas obsesiones. Escribo porque es una forma de hacerme preguntas sobre cosas que ignoro, y la novela es una manera de hacer esas preguntas e indagar en los lugares oscuros de nuestro pasado o de nuestro presente. La novela es una suerte de faro para ver qué hay en los rincones, detrás de las evidencias, y para mí el pasado colectivo colombiano se convirtió en esa zona llena de rincones oscuros y como novelista tengo esa especie de deformación profesional que es sentirme insatisfecho con cualquier versión de la realidad mientras no se cuente en una novela. Mientras no se cuente en una novela yo siento que no conozco hasta el fondo determinado rincón de nuestro pasado colectivo, y las novelas responden a eso.
 
 
 
 
 
LOS PERSONAJES COMO SOPORTE DE LAS HISTORIAS
 
 

JGVasRUIDOEl ruido de las cosas al caer puede leerse como la historia de una amistad frustrada, aunque es por sobre todo la investigación del pasado de un hombre y su país.  Hay una frase de William Faulkner que Juan Gabriel Vásquez suscribe y parece que la guardara entre sus documentos de identidad: «el pasado no está muerto, ni siquiera ha pasado». Sostiene que el «clima moral» de esta novela, que acaba de ganar en Italia el premio a la mejor traducción, lo tomó, sin darse cuenta, de La vida breve, de Juan Carlos Onetti. Cuando me encontré con Juan Gabriel para esta entrevista debo reconocer que al principio fue difícil romper el hielo y lograr una conversación fluida. Mientras buscábamos un lugar menos bullicioso en la feria -cosa imposible en un sábado por la tarde-, era yo quien propiciaba el diálogo evitando, claro está, los lugares comunes como hablar del clima, de fútbol o de política. Cuando nos sentamos a conversar ya con la cámara encendida, la situación cambió y Vásquez parecía en su elemento. El hielo se había roto.

 
 
Sobre tu novela El ruido de las cosas al caer, Héctor Abad Faciolince la definió como «el objeto verbal mejor logrado de la literatura colombiana de los últimos tiempos». ¿Respecto a las anteriores novelas, esta es tu obra más visceral?
Es la novela que tiene relación más directa con mi experiencia y trata de explorar un momento histórico que yo viví, me afectó y sobre el cual empecé a hacerme preguntas hace mucho tiempo. En ese sentido, hay una especie de compromiso más directo y la novela habla de mis miedos, de mis ansiedades, en lugar de hablar de las de mis abuelos a través de mis intereses y mis obsesiones. Entonces, supongo que sí, es la más visceral, pero también es la más pensada desde un punto de vista de estructura y estilo, pero supongo que eso no quita lo visceral de su contenido.
 
 
 
En ese proceso de indagar el pasado es necesario documentarse, incluso como sabes Vargas Llosa visita los lugares de los que escribe. ¿Cómo hace el novelista para que la historia no desplace a la ficción y se crea que estamos ante obras con alguna intencionalidad política?
Bueno, un posible método es no comenzar las novelas con un tema abstracto. Mis novelas parten de personajes ficticios que ya están allí conmigo varios años, que me han generado la suficiente curiosidad como para escribir sobre ellos y averiguar qué hay detrás de ellos y de qué me están hablando y si uno le da la prioridad a los personajes esa es la mejor manera para evitar esos riesgos que son constantes. Estoy de acuerdo con que no hay nada peor que una novela tan bien documentada que parezca que la situación ficticia es un simple apéndice de los documentos. Yo imagino primero un personaje, una situación ficticia que me interesa tanto que tengo que documentarme sobre ella para poder desarrollarla, pero la ficción va primero siempre.
 
 
 
He notado durante mi estancia en Bogotá que en cuanto a libros hay mucho interés en indagar sobre la historia reciente del país. Pero también en la televisión hay una cierta mirada a través de series que recrean la vida de Pablo Escobar o de los hermanos Castaño, cabecillas de los grupos paramilitares. ¿Cómo ves tú, como narrador, esta revisión que se hace de la historia de Colombia?
Bueno, creo que más allá de la calidad de los productos y de la pertinencia de lo que nos digan unos y otros, eso es simplemente testimonio de que no hemos entendido muy bien qué fue lo que pasó en los años del narcoterrorismo. No hemos llegado al fondo de eso, entonces la razón de que hayan aparecido estas series de televisión, libros de periodismo, novelas sobre algo que pasó hace 30 años, eso responde simplemente a que no hemos entendido muy bien. Eso es lo que pasa en las sociedades en conflicto en que salen novelas y salen historias en general y no importan su formato porque las historias son una manera que tenemos de explorarnos a nosotros mismos y de tratar de explicarnos qué es lo que nos sucede.
 
 
 
¿Y qué sientes cuando Vargas Llosa dice que eres una de las voces más originales de la nueva literatura latinoamericana?
Una gran satisfacción. Yo podría hacer muchos chistes fáciles y ponerme un poco cínico con esto, pero no puedo. Lo
que siento es que Vargas Llosa fue una de las figuras literarias más importantes para mi vocación. De él y de su ejemplo aprendí el valor del rigor, de la disciplina, de la terquedad, la dedicación exclusiva a este oficio. Aprendí que la única manera de ser escritor es serlo las 24 horas al día. Él es para mí un gran modelo en muchas cosas, además de que yo sea un admirador de su obra de ficción, entonces que después de todo ese proceso en el que fue muy importante tenga él un buen concepto de mis libros es muy satisfactorio, no puedo decirlo de otra manera.
 
 
 
 
 
 
CINCO LIBROS RECOMENDADOS POR JUAN GABRIEL VÁSQUEZ
 
1. El Aleph, de Jorge Luis Borges.
 
2. La vida breve, de Juan Carlos Onetti.
 
3. Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
 
4. La guerra del fin del mundo, Historia de un deicidio, El pez en el agua, de  Mario Vargas Llosa.
 
5. Rayuela, de Julio Cortázar. 
 
 
Extra: 
 
Terra nostra, de Carlos Fuentes.


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