El último lector: Víctor Hurtado no escribe, cincela

En nuestra sección de crítica de textos recientemente editados, presentamos un comentario sobre el libro Otras disquisiciones, del periodista Víctor Hurtado, quien en sus artículos derrocha una prosa ingeniosa y con piruetas que puede volver el tema más anodino en uno digno de recordar.

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Por Gabriel Ruiz Ortega*


Empecemos:

Otras disquisiciones (Lápix Editores, 2012), del reconocido periodista Víctor Hurtado, es una publicación esencial, digamos un libro fascinante, un digno expatriado de la sección Chauchilla que toda biblioteca, así se precie de exquisita y ecléctica, no es libre de tener. Se trata de uno que hay que tener a la mano, pero no cerca, su uso se justifica una vez se hayan agotado todas nuestras referencias bibliográficas previas. Aquí hay seriedad, pero también mucho relajo. Aquí no hay información, sino estilo del bueno. Hay sabiduría, pero ante todo ironía.


Basta leer un par de líneas para llegar a la certeza de que el autor ha leído y lee, al punto que podríamos especular que le es imposible ver la vida sino es por medio de la lectura. A esto podríamos añadir una patente sensibilidad de cascarrabias y un jodiente ánimo festivo. Hurtado eleva la fugacidad del texto periodístico a un nivel literario que se agradece. Algo así no veía desde Mal menor de Jaime Bedoya.


La presente selección de artículos y ensayos fueron publicados en diarios y revistas de Costa Rica, en donde el autor reside desde hace muchos años. A medida que los leía, pensaba, barajaba la idea, primero a manera de especulación, sobre la continuidad de este tipo de textos en la prensa peruana, principalmente en el periodismo de opinión. Leía, pasaba páginas y en principio dije que sí, a lo mejor llevado por un incierto entusiasmo, pero luego acepté la realidad, que no. Esta clase de textos no tienen lugar en nuestra prensa, y si tuvieran un nicho, su publicación sería esporádica, a lo mucho tres en un semestre.


Basta ver nuestra cartera de columnistas, la mayoría de los mismos obligados a usar un lenguaje funcional, porque eso es lo que exige en teoría el discurso periodístico. En esta cartera, sumemos también a uno que otro blogger, podemos encontrar a no pocos escritores, para quienes su práctica significa un partido de entrenamiento (o en todo caso, una pichanga), o sea, un descanso de las hechuras mayores, de esos proyectos narrativos llamados a cambiar el devenir de nuestra patética actualidad literaria. En apariencia, el periodismo frente a la literatura, es, por donde se le mire, un oficio menor.



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Por otra parte, y quien lo niegue es porque es un habitante de Saturno, una columna de opinión es una tribuna de autopromoción, en especial para las plumas de cierto reconocimiento, atados a la obligación de presentar cualquier libro, sea el mamarracho que sea, cada dos años; estos espacios les ayuda a no desaparecer del todo ante el pueblo letrado. Están ahí sin estar, y eso es lo que les importa. Más de uno anhela sus centímetros cuadrados. Allí está el poder. El periodismo como medio, no como fin. He leído y leo los artículos de más de un destacado narrador local en diarios, pero pocos, realmente pocos textos, van a quedar. La mayoría de esos artículos mueren a las horas, sufren un letal envejecimiento prematuro. Solo los capos pueden inyectar chispazos literarios en este mentado discurso funcional. Se puede y para hacerlo hay que tener maña, tal y como lo hizo Fernando Ampuero con Viaje de ida.


Es por ello que Hurtado sorprende. Aunque no debería sorprender. Más de uno aún guarda en la memoria lectora Pago de letras, pero esta nueva publicación la supera en todo sentido. Vemos a un Hurtado más universal, por decirlo de algún modo; ambicioso, y debido a esa ambición constatamos su alcance, como también sus falencias, falencias no ligadas al defecto, por cierto.


Si estuviéramos en un partido de fulbito, Hurtado haría diabluras. Su prosa y su mirada ingeniosa, ni hablar de su tendencia natural a la adjetivación, y si esta es zahiriente, tanto mejor, hacen de él un 10 a la antigua, preocupado en las huachitas y los autopases, siempre atento, pero sin prestar atención, al aplauso de la platea, que sin duda lo aplaude, porque debido a su capacidad para los vericuetos verbales, puede convertir el tópico más anodino en uno para recordar, brindarnos otra mirada de los grandes clásicos de la literatura, de cómo es que se debe leer en estos tiempos de prisas, de lo difícil que es ser uno mismo en el baile de máscaras en que vivimos. Pues bien, en estas páginas también hay un risueño mensaje subliminal que las recorre: leamos y no seamos estúpidos es su consigna, su cruzada personal.



Pero las siete secciones de OD pueden llegar a cansar. 391 páginas en total. A todos nos gusta el ingenio, las huachitas, los autopases, o lo que el talento pueda generar, pero en el exhibicionismo se pierde demasiada esencia. Debió haber una selección y no una recopilación. Tanto muestreo estilístico hizo que terminara extenuado y un tanto amargado de la vida. Este libro hay que disfrutarlo como el vino, beberlo de a pocos; no asumirlo como un vaso de chela. Este trago es otra cosa, una experiencia que debemos conocer, pero no en un solo viaje, sino en visitas espaciadas.






*Gabriel Ruiz Ortega, nació en Lima, en 1977. Es autor de la novela La cacería (2005) y hacedor de tres antologías de narrativa peruana última: Disidentes (2007), Disidentes 1. Antología de nuevas narradoras peruanas (2011) y Disidentes 2. Los nuevos narradores peruanos 2000 – 2010 (2012). Es librero de Selecta Librería y administra el blog La Fortaleza de la Soledad


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