«El desierto y su semilla», una maldita implosión

El argentino Jorge Baron Biza escribió una de las novelas más viscerales de la literatura contemporánea. Uno de esos libros en los que el escritor pone todas las cartas sobre la mesa; tanto así que no pudo soportar el éxito de su obra y cuando la crítica se rendía ante él, se quitó la vida. En este post, Alberto Rincón Effio comenta El desierto y su semilla, un libro que no solo vale la pena leer sino desmenuzar e interiorizar.


POSTELDESIERTO1.jpg


Por Alberto Rincón Effio*

Mucho se ha escrito acerca de la historia de Jorge Baron Biza y su emblemática novela: El desierto y su semilla; escritores como Enrique Vila-Matas y Alan Pauls han coincidido en sus elogios y en el mismo pesar por el final intempestivo y misterioso del escritor. Por un lado, Vila-Matas señala: «Cuando El desierto y su semilla estaba recibiendo un alud de buenas críticas, imprevistamente su autor -al que algunos amigos míos trataron porque trabajó con ellos en el periódico Página 12 y hablan muy bien de él- se suicidó arrojándose desde la duodécima planta de una casa de pisos de la ciudad de Córdoba. Recuerdo que cuando, cada vez más impresionado, leí en Internet lo del suicidio del hijo, quedé más bien frustrado y me dije: «Qué gran pena no poder continuar leyendo. Apenas acababa de conocer la existencia de Jorge cuando se me ha matado». Por otro lado, Pauls anota: «Baron Biza no se mata por el peso de una genética suicida, ni por fidelidad a la tradición familiar, ni por las penurias económicas. Se mata porque su cuerpo no da más, y quizá, también, porque entiende hasta qué punto ese libro único que escribió y que lo hizo un escritor abolió en él la posibilidad de escribir cualquier otra cosa. Único, en ese sentido, no quiere decir sino letal. La novela lo funda como escritor al mismo tiempo que lo aniquila. Más que una operación de conjura, El desierto y su semilla  es una condena. El maldito aquí no es Baron Biza sino su libro, que se cierra sobre su autor como una trampa».


Rechazado por las principales editoriales argentinas y por la lista de finalistas del premio Planeta (1997), El desierto y su semilla alcanzó un mediano revuelo en los últimos años de vida del autor, el cual, dijo de su obra: «El sufrimiento no legitima la literatura. Lo que legitima la literatura es el texto», en referencia al innegable desgarro personal, familiar e íntimo que existe en la historia -más allá de los sucesos que cuenta, que ya son dolorosos y conocidos por la mayoría de argentinos- sino por lo que le significó ser el miembro supérstite de una familia que parece marcada con la maldición del suicidio y que dejó en las manos de Jorge el deber de escribirlo todo.  En la solapa del libro reza lo siguiente (una muestra más de esta joya literaria del desagravio): «Una gran corriente de consuelos afluyó hacia mí cuando se produjo el primer suicidio en la familia. Cuando se desencadenó el segundo, la corriente se convirtió en un océano vacilante y sin horizontes. Después del tercero, las personas corren a cerrar la ventana cada vez que entro en una habitación que está a más de tres pisos. En una secuencia como ésta quedó atrapada mi soledad. Por lo demás, nací en 1942, me formé en colegios, bares, redacciones, manicomios y museos de Buenos Aires, Friburgo del Sarine, Rosario, Villa María, La Falda, Montevideo, Milán y Nueva York. Leí Mann, traduje Proust. Viví treinta años de mi trabajo como corrector, negro, periodista (desde publicaciones de sanatorios psiquiátricos hasta revistas de alta sociedad) y crítico de arte«.


Como acota con acierto nuevamente Alan Pauls sobre el texto de la solapa: «Raúl (padre de Jorge) se pega un tiro en 1964; Clotilde (su madre) se defenestra en 1978; la hermana menor, María Cristina, azafata, se mata con una sobredosis de barbitúricos en 1988. Esa es la tragedia familiar. La de Jorge aparece en ese ‘por lo demás’ que articula el texto de solapa, bisagra irónica que pone en evidencia hasta qué punto la vida del autor no es mucho más que un despojo, el excedente del capital de experiencia de quienes lo trajeron al mundo. El desierto y su semilla  es la autobiografía de un sobreviviente: alguien para quien la vida verdadera solo puede enunciarse en pasado porque ya ha sido vivida por otros«.



LA FORJA DEL MALDITISMO

PortadaElDesiertoPOST2.jpg

En 1930, Raúl Barón Biza, padre de Jorge (millonario, aventurero, excéntrico escritor de novelas pornográficas y satánicas) conoció y se casó con una bella aviadora conocida como Myriam Stefford -una de las pioneras en obtener una licencia en la Argentina- quien antes del primer aniversario de matrimonio se estrelló junto a su instructor Luis Fuchs. Raúl, abatido en su desgracia, alzó en ese mismo lugar, un mausoleo de 82 metros de altura, hormigón armado y hierro con los restos de su amada en su interior. La leyenda dice que Raúl enterró las joyas de Myriam junto con ella y lanzó una maldición a quien osara profanar la tumba. Años más tarde, volvió a casarse, esta vez con Clotilde Sabattini -la bella hija del fundador de la Unión Democrática opositora a Perón y firme detractora de Evita- quien terminaría detenida y exiliada por el régimen peronista y con quien tuvo a Jorge y María Cristina. Jorge a los cuatro años tuvo que recalar en Suiza (arrastrado por un primer exilio político de la familia), a los ocho terminó junto a su madre en la cárcel de mujeres del Buen Pastor y a los nueve con toda su familia asilado en Montevideo.


Así, la pareja de esposos Barón-Sabattini sufrió desde un principio -debido al carácter desaforado e iracundo de Raúl y a los incontables trances políticos de Clotilde- conflictos, reconciliaciones y una separación indefinida que terminó con la relación en 1964. Ese año, la pareja fue citada al departamento de Raúl junto a sus abogados de ambos para firmar el acuerdo definitivo de divorcio. Acomodados en la sala, los asistentes fueron invitados por el anfitrión a tomar un vaso con whisky y cuando Raúl volvió con uno para Clotilde se lo vertió en el rostro desencadenando una escena de espanto. El líquido vertido era Vitriolo (ácido sulfúrico) y conmocionada y en shock, Clotilde fue llevada rápidamente al hospital por los abogados a rastras mientras los lamentos de dolor y sufrimiento hacían eco en el camino. Raúl, mientras tanto, cargó una pistola que guardaba en su mesa de noche, colocó el retrato de su añorada Myriam Stefford delante suyo y sentado en un mueble de la casa acabó con su vida esa tarde con un tiro certero en la cabeza. Empieza a
hí el relato del hijo escritor.



LA NOVELA DE LA IMPLOSIÓN

Es en ese momento cuando Jorge Baron Biza (in media res), da comienzo a su novela: «En los momentos que siguieron a la agresión, Eligia estaba todavía rosada y simétrica, pero minuto a minuto se le encresparon las líneas de los músculos en su cara, bastante suaves hasta ese día, a pesar de sus cuarenta y siete años y de una respingada cirugía estética juvenil que le había acortado la nariz. (…) La cara ingenuamente sensual de Eligia empezó a despedirse de sus formas y colores. Por debajo de los rasgos originarios se generaba una nueva sustancia: no una cara sin sexo, como hubiera querido Arón, sino una nueva realidad, apartada del mandato de parecerse a una cara. Otra génesis comenzó a operar, un sistema del cual se desconocía el funcionamiento de sus leyes».


JorgeBaronBizaPOST3.jpg

Los hechos que continúan a este acontecimiento atroz son los que generan y sustentan la novela. El marco sombrío de la historia principal: la reconstrucción facial, anímica y existencial de Eligia en Milán junto a su hijo Mario (luego del suicidio de Arón, el transgresor); el marco histórico y contextual: el embalsamiento de Evita Perón. Guillermo Saccomanno en Página 12 describe este guiño literario de esta manera: «Lo que en la muerta es el embalsamamiento, en la viva es la cirugía plástica en Milán, coincidentemente la ciudad donde su enemiga yace sepultada en secreto. Mario, el narrador, hereda el antiperonismo visceral de sus padres y lo proyecta en su relato. Así como la Fusiladora prohibió que se nombrara a Perón y Evita una vez derrocado el régimen, así Jorge Barón Biza en su novela no escribe (no pronuncia siquiera) sus nombres. Alude al General, a su mujer y a su partido. La alusión carga el odio de la ‘alta sociedad’ hacia el peronismo».


En este viaje que se describe como infinito, pero que acaba con la vuelta a su país, y en donde el protagonismo de la madre y su desfiguración parecen desenrollar la madeja de la narración, página a página el reflector se fijará sobre el narrador de la historia, Mario, quien obligado a seguir una a una las reflexiones médicas, los pasos para que su madre se reintegre a la imagen humana que no encontrará, incluso, luego de la operación y la reinvención del retrato de familia destruido después del suicidio de su hermana, perdido en una ciudad que lo absorbe y lo sumerge entre otros sujetos caídos en desgracia, perece al alcohol, la prostitución y las drogas; los mismos vicios que su padre nunca pudo apartar y terminaron por convertirlo en un monstruo. Es decir, esta novela disecciona lo más profundo y desconocido que tiene un individuo: lo que tenemos o en qué nos convertimos cuando desaparece la piel; una narración íntima y visceral que solo pudo contarse intuito personae, a través de Jorge Baron Biza, a pesar del costo existencial que le significó.


Así, a los cincuenta y nueve años, Jorge Baron Biza se defenestró por la ventana de su departamento desde un doceavo piso en la ciudad de Córdoba. Las últimas páginas de El desierto y su semilla, Mario (Jorge) anota: «Mi salud no está a la altura de las esperanzas que traigo del balcón; me aparté demasiado de la vida; vomito todos los días, tarde o temprano yo también seré sólo un texto«. Hoy, convertido solo en un texto, no queda más que leerlo y disfrutarlo.
*Alberto Rincón Effio (1984). Escritor, periodista y editor. Ha colaborado con reseñas para la revista Literal Magazine y ha publicado el cuento El Cuadro para la revista Un Vicio Absurdo (2012). Fue redactor de la página política del diario El Comercio y actualmente es editor de proyectos de la revista Etiqueta Negra.


No hay comentarios

Añadir más