La experiencia de El Malpensante y sus ‘lecturas paradójicas’

Todo producto cultural demanda mucho esfuerzo e implica desde un inicio tomar riesgos impensables para un mercado que demanda entretenimiento barato. La revista colombiana El Malpensante ha cumplido 17 años y no solo resiste dignamente a nivel comercial sino que puede jactarse de haber formado a lectores escépticos e inconformes. Conversamos en Bogotá con su director, Mario Jursich, quien nos cuenta sobre la ‘filosofía malpensante’.


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Por Jaime Cabrera Junco


Estoy a bordo de un taxi que tomé en la céntrica avenida Caracas.  Es mi primer día en Bogotá y le pido al chofer que me preste el periódico que reposa sobre el freno de mano. Al hojear el diario me encuentro con el siguiente titular: «Malicia indígena». Me quedé unos segundos pensando en el significado de la frase y luego leí el artículo que reseñaba cómo algunas personas no respetan las filas para subir al TransMilenio. «Malicia indígena», pensaba y de inmediato lo relacioné con su equivalente peruano que curiosamente es ‘criollada’. Sin embargo, malicia indígena tiene también otro sentido y alude al escepticismo, al ver las cosas más allá de lo literal o, dicho en otras palabras, ser un malpensante. 


Son las once de la mañana y me encuentro en una casa antigua de paredes blancas de la calle 35. Aquí es donde se ubican las oficinas de la revista El Malpensante, una de las publicaciones culturales más importantes de Colombia y la más innovadora porque le quitó el corsé a la crítica literaria y se zurró en los límites de espacio y en quedar bien con todos. «Una revista para hablar bien y pensar mal», dice Mario Jursich, su actual director, quien junto a su amigo Andrés Hoyos -su antecesor en el cargo- lanzaron la revista al ruedo el 31 de octubre de 1996. Mario me invita a pasar a su oficina del segundo piso y empezamos la charla en una mañana nublada, tanto que si no fueran por las nubes inmensas diría que estamos en Lima.


Según has contado, la aparición de El Malpensante se dio en un momento que ahora es una tendencia en muchos países, como el Perú: los suplementos culturales o no existen o se han reducido a su mínima expresión
A mí me parece que la insatisfacción es un motor muy importante en muchos productos editoriales. En nuestro caso tenía que ver con que había un declive, una decadencia de los grandes suplementos literarios y simultáneamente eso iba aunado con un malestar por el estado de la crítica. A mí, al igual que Andrés Hoyos, nos parecía que la crítica que se hacía era poco orientadora para los lectores, básicamente se limitaba a ser informativa, no tomaba ningún tipo de riesgos a la hora de hacer evaluaciones y eso era muy poco atractivo para los lectores. Entonces uno de los propósitos que tuvimos fue que la revista introdujera un elemento polémico en la cultura y a lo largo de estos 17 años hemos intentado que esta sea una publicación muy inconforme con todo lo que publica. Hemos tenido muchísimas querellas, pero creo que eso es parte constitutiva de lo que debe ser la cultura. La cultura casi por definición debe ser polémica.


Pausa.

Sí, la polémica o lo políticamente incorrecto. «Cuesta una fatiga intensa conservar una buena opinión de sí mismo, quién sabe como harán algunos…», dice uno de los aforismos del libro El Malpensante, del escritor italiano Gesualdo Bufalino, del cual la revista toma su nombre. Cuenta Jursich que la revista la hicieron «al revés». Es decir, que en lugar de hacer un estudio de mercado para saber cuál iba a ser su público objetivo pensaron en un lector hipotético al que han ido ‘materializando’ con el tiempo. «Nadie estaba pidiendo una revista cultural ni una literaria, pero teníamos la intuición que había que crear ese tipo de público», sostiene Mario.


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Me llamó la atención esta afirmación tuya sobre que el rasgo definitorio de la mayoría de editores es la cobardía, el no tomar riesgos, el subestimar al lector… 
Entre el momento en que empezó la revista y hoy la actitud de los editores no ha cambiado mucho. A mediados de los 90 yo oía una serie de opiniones que me parecían que eran una cochina mentira. Siempre pongo el ejemplo de la extensión. Constantemente oías como un dogma que no había ningún lector colombiano que pudiera leer un artículo que tuviera más de dos páginas. Uno hacía el contraste con lo que publicaban en otras partes -textos muy extensos- y yo no lograba entender por qué no era posible aclimatarlo en Colombia. Entonces desde un primer momento empezamos a hacer una serie de experimentos con géneros, extensión, con ciertos temas y creo que eso es consustancial con el oficio que realizamos. Los editores tienen que tener muy inculcada la capacidad de tomar riesgos. Deben tratar de expandir constantemente la frontera. Por supuesto, en el proceso uno se puede equivocar e incluso se puede equivocar gravemente, pero la única manera de descubrir cosas nuevas, territorios insospechados es esa. Yo entiendo que en un gran medio probablemente sea más difícil hacer eso, ahí está la ventaja de publicaciones alternativas como El Malpensante.



¿Cómo se logra que un proyecto como El Malpensante  se sostenga en el tiempo? Algunas publicaciones tienen que recurrir a centros culturales o embajadas para poder continuar, pues al menos en el Perú se ha perdido la tradición revistera y el público no está dispuesto a pagar por una publicación a pesar de la calidad que tenga
Cuando uno hace una revista literaria o una publicación cultural, lo primero que debe esperar son grandes y amargas dificultades, y lo segundo que debe hacer, concomitante con eso, es no quejarse. Muchos encuentros de revistas a los que he ido parecen terapias de grupo en que constantemente se alega, con toda la razón, que las revistas reciben poco apoyo estatal, pero es igual para todas las publicaciones, entonces desde el comienzo, y esa es tal vez una diferencia de El Malpensante, nosotros quisimos intentar funcionar como una revista comercial, tratar de encontrar pauta publicitaria, de encontrar suscriptores. En Colombia el negocio de las revistas funciona mucho por suscripción y hemos hecho todo lo que ha estado a nuestro alcance para intentar que la revista funcione de una manera sana desde el punto de vista económico. Bueno, hemos cumplido 17 años, los pormenores serían excesivamente largos contártelos, pero nosotros logramos mantenernos a flote porque hay un público lector que la revista ayudó a crear y que sigue siendo muy fiel a nosotros.


Nuevo corte.

Esta vez sonó el celular de Mario. En realidad sonó tres veces durante nuestra charla, sin embargo la última interrupción se la agradecería mucho, pues quien lo llamaba era Juan Gabriel Vásquez, escritor colombiano, con quien por intermedio de Jursich pactaríamos una entrevista. «Somos muy amigos, yo acabo de presentar en la feria (del libro de Bogotá) su última novela», dice Mario al referirse a Las reputaciones. Además Vásquez es asiduo colaborador de la revista y hace unos años publicó un extenso artículo sobre Julio Ramón Ribeyro.

Bien, continuamos con la charla.  



Dada tu experiencia con El Malpensate, ¿qué elementos debe tener una revista cultural?
En el caso de El Malpensante el elemento cohesionador es que siempre buscamos que haya una prosa muy cuidada en todo lo que publicamos. Hacemos grandes esfuerzos para conseguir eso. Ahora, para nosotros la literatura no es un campo temático sino un enfoque, entonces además de publicar las cosas tradicionales literarias como cuentos, ensayos sobre libros y autores, poesía, también constantemente estamos echando miradas a terrenos aledaños que no tienen que ver con la literatura. En uno de nuestros últimos números, por ejemplo, presentamos una crónica de una norteamericana sobre los saborizantes artificiales de la comida. Creo que ese tipo de temas no eran habituales en una revista literaria hasta hace unos años. Bueno, yo creo que caben perfectamente y le interesan a nuestros lectores


Una revista como una caja de sorpresas…
Una revista debe generar curiosidad, es decir, que cuando los lectores abran la revista vean una serie de temas sorprendentes que despierten su apetito lector y número a número tratamos de reivindicar ese propósito. Me interesa mucho que los lectores se sientan constantemente desubicados, que no puedan adivinar qué es lo que viene en el siguiente número de la revista e intentar mezclas, finalmente una revista es un estilo tuttifruti. El Malpensante tiene un subtítulo que es «lecturas paradójicas», pues obedezco a ese espíritu, tratar de poner juntos materiales que en cierto sentido parecieran muy heterogéneos que hacen como una unidad misteriosa.



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¿Y cuál ha sido la propuesta más osada que has realizado en la revista?
Hace varios años, en 2004 para ser más exactos, nos llegó un texto que se llamaba Trescientos días en Afganistán. Cuando medimos su extensión, descubrimos con cierto horror que ocuparía todo un número de la revista, entonces pues decidimos jugarnos esa poderosísima carta. Estábamos convencidos de que era un texto que valía muchísimo la pena, cualquier editor sensato hubiera desaconsejado hacer eso, pero publicamos la revista con un solo texto y el resultado no pudo ser mejor, probablemente ha sido el número más exitoso que hayamos publicado en la revista. Y, con ese ejemplo, creo que se demuestra que uno debe tomar riesgos. Te insisto que en el momento que hicimos eso no teníamos ninguna certeza de que esto fuera a funcionar, incluso tomamos la decisión con vértigo, pero esas son las cosas que tiene que hacer un editor.



Si bien la revista cuenta con excelentes plumas y ha servido de referencia a otras revistas de la región, ¿cuál es el rasgo que dirías que distingue a El Malpensante?
Cuando la revista cumplió 15 años, Nicolás Morales, un crítico cultural, escribió algo que me gustó mucho. Decía que lo que unificaba a los lectores de El Malpensante era la capacidad de comprender la ironía. Me pareció como una definición muy buena de lo que nosotros intentamos hacer. Nosotros nos dirigimos a los lectores que entienden la ironía, que entienden las querellas, y que no se escandalizan con facilidad. 



Por todo lo que me has dicho, esto demuestra que una revista cultural sí puede funcionar y no está condenada al fracaso como creen sobre todo los propietarios de los medios 
Yo siempre soy bastante reacio a calificar lo que yo hago. Mi deseo, mi esperanza es que esto funcione. El Malpensante tiene lectores muy jóvenes, y me refiero a lectores de 14 años, si El Malpensante sirve como una universidad paralela que le crea una mente más compleja, pues me parece que esto no ha sido en vano. Pero para ir a lo que me estás diciendo, yo te diría que funciona… desde que nosotros empezamos con un estilo mucho menos complaciente, hay otras publicaciones que han acogido eso con gusto, y hoy en día la cultura colombiana es mucho más dinámica de lo que era hace diez años. Creo que no hay duda de eso. Hay mucho más publicaciones y en ellas hay un espíritu menos ortodoxo del que hubo en el pasado. La revista siempre quiso crear un tipo de lector que tenga la cabeza menos cuadrada, y si a lo largo de estos 17 años hemos conseguido que un grupo de lectores examine las cosas con un ojo más fino, yo me daría ampliamente satisfecho.





CINCO LIBROS RECOMENDADOS POR MARIO JURSICH

1. Las cataratas, ensayo de Eliot Weinberger. 

2. Musicofilia: Relatos de la música y el cerebro, de Oliver Sacks.

3. Entre dientes, crónicas de Martín Caparrós sobre comida.

4. Plano americano, libro de perfiles de Leila Guerriero.

5. Antología de los poemas de Edward Hirsch.



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