Le Clézio, el Nobel francés que descubrió la literatura fuera de Europa

La participación de J.M. G. Le Clézio fue de las más esperadas en la Feria del Libro de Bogotá y no defraudó al público que encontró a un escritor nada solemne, cuyo despertar como contador de historias le vino, según contó, durante su estancia en Panamá, México y África. Aquí un resumen de su charla en la que estuvimos presentes.

                                                                                                   (Fotos: Lorena Cantor)
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Por Jaime Cabrera Junco desde Bogotá


Era la primera vez que se presentaba un premio Nobel en esta feria del libro y eso bastó para que los colombianos sintieran mucha curiosidad de conocer a Jean-Marie Gustave Le Clézio, aun aquellos que no habían leído una sola línea de sus obras y que ni siquiera lo habían visto en fotos. El solo rótulo de Nobel era de por sí un atractivo para el público que colmó la sala José Asunción Silva, la más amplia de Corferias, con una capacidad para 400 personas.


Con un cierto parecido a Robert Redford, aunque más alto y delgado, Le Clézio ingresó al proscenio sin la ínfula de escritor consagrado y con más de 50 obras a cuestas. Junto con el escritor colombiano Óscar Collazos, quien dirigió la charla, el narrador francés se dejó llevar por el derrotero trazado por su anfitrión y respondía a sus preguntas con un español más que aceptable gracias a los años de juventud vividos en México y Panamá.


Aunque su obra es denominada existencialista, se desmarcó de esta corriente al recordar que por más proclamas y consignas los escritores y pensadores no evitaron la guerra de Argelia (1954-1962). Por eso consideró que fue «una bendición» haber descubierto entonces al norteamericano J.D. Salinger, quien lo ayudó a entender que un escritor podía existir sin ningún compromiso con la sociedad.



EL NOBEL DEL DESARRAIGO

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Sin embargo, más que la influencia de un escritor, el Nobel mencionó como un momento capital para su oficio el haber conocido otras culturas, especialmente la aborigen de Panamá, donde convivió durante cuatro años con la comunidad Embera-Wounaan entre 1970 y 1974. «En la selva (panameña) no pude escribir nada, pero recuerdo que me pasó algo muy importante. Escuché a una mujer cantar y me di cuenta que esto también era una forma de poesía. Entendí que la literatura podía existir sin los libros. Esto me dio confianza en el poder de las palabras», afirmó al evocar también su estancia en México algunos años antes y haber leído con fascinación a los cronistas españoles del mundo prehispánico. «Me di cuenta que la civilización europea no es la única, que hay que entender las otras culturas», agregó.


Con todo eso Collazos, su interlocutor colombiano, le mencionó algunas expresiones suyas en las que se refería a la literatura francesa contemporánea casi en tercera persona y le preguntó a quemarropa: ¿Se siente un escritor francés? A lo que respondió: «Me siento ante todo un mauriciano (Nota: su familia era las Islas Mauricio). A pesar de haber nacido en Francia fui atendido y viví con mauricianos. Fue positivo leer a los escritores franceses, eso fue una experiencia diferente».

Tras estas afirmaciones Le Clézio se reveló como un francés circunstancial y con la mirada puesta en otras culturas algo que se refleja en novelas  como Desierto y Revoluciones, esta última inspirada en las revueltas estudiantiles de México en 1968. Esto guarda relación con su «imperiosa necesidad de escuchar otras voces», pero sobre todo -afirmó con mucho aplomo- porque para él «la literatura es una especie de contestación a la realidad».


Durante la conversación de poco más de una hora parecíamos estar más ante un antropólogo que ante un escritor europeo, y esa apreciación dicha por Collazos no le incomodó en absoluto, pues nuevamente sacaba a relucir su fascinación por los mitos de las culturas de América y África y hasta los reivindicó como una manera de entender el mundo.


«Quiero escribir hasta el último momento de mi vida. Mi vida está ligada al acto de escribir. Para mí no hay nada más importante que tomar un papel y un lápiz», manifestó arrancando una ovación del público colombiano que al final de la conversación se llevó la impresión de haber estado ante un invitado más cercano y cálido de lo esperado, sin la aura de llevar consigo la placa de Premio Nobel de Literatura 2008.


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