Faulkner, un grande entre los grandes

La influencia de William Faulkner ha sido determinante en muchos escritores, sobre todo en los del Boom Latinoamericano. ¿Qué caracteriza a la obra de este autor que se llamaba a sí mismo un granjero que escribía en sus ratos libres? Alina Gadea nos presenta una lectura de algunas de sus novelas imprescindibles.

 
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Por Alina Gadea Valdez*
 
Me impactó más que Nathaniel Hawthorne y su Letra escarlata; que Herman Melville y Moby Dick, y que Ernest Hemingway y El viejo y el mar. William Faulkner enfrenta crudamente temas que hasta ese momento habían sido tabú, como el racismo, el abuso, la promiscuidad, la injusticia, la segregación y la esclavitud. La total desolación que nos sirve paradójicamente de compañía al leerlo. 
 
 
Al mismo tiempo que mira al mundo con lúcido realismo, bucea en las profundidades del alma humana y de todos sus aspectos, por más sombríos que estos sean, y que puedan llegar a ser hasta despreciables. Maneja de manera magistral el monólogo interior. Recurso que fuera  iniciado por James Joyce en pleno auge del psicoanálisis de Freud, a comienzos de siglo XX, cuando salió a la luz el tema del subconsciente.  A partir de este punto el arte y la literatura en particular se transforman en algo profundamente subjetivo. Junto con el monólogo interior, el stream of consciousness  o corriente de conciencia descubre literariamente el inconsciente de los personajes. La acción transcurre por momentos dentro de la conciencia como un torrente incontrolable, tal como ocurre en el pensamiento y en los sueños. Plasmado en un texto, este adquiere dimensiones tan desbordantes como la imaginación de este autor. 
 
 
Faulkner marca un hito de modernidad en su estructura alucinada y muchas veces confusa, la que nos mantiene en vilo a través de toda la acción dramática. Sus escenas fragmentadas y caprichosas en sus enfoques nos llevan de un lado a otro en el tiempo, como pedazos de recuerdos sonoros y pensamientos visibles. Las páginas pasan a ratos como escenas de una película; no en vano escribió guiones para Hollywood hacia el año 1932. Su estilo reverberante y a veces entreverado nos hace viajar del fondo de nuestras más inconfesables pasiones al viejo sur de Estados Unidos con un lenguaje imposible de superar. Nos sitúa dentro de la conciencia y también objetivamente en espacio y tiempo. Nos hace saltar en los puntos de vista de muy disímiles personajes en una polifonía del sin fin de voces que intervienen con autoridad propia.
 
 
 
EL UNIVERSO FAULKNERIANO
 
 
De la cantidad de novelas de este prolífico escritor, no sé cual de ellas es más valiosa. Quizás Luz de agosto o  Las palmeras salvajes o ¡Absalón Absalón! y podríamos seguir con Mientras agonizo o El sonido y la furia, entre otras.  
 
 
Norteamérica es, en el universo faulkneriano, «el refugio de la desesperada furia de todos los parias, proscritos y condenados: el islote engarzado de un mar sonriente, preñado de furia y de un increíble color azul índigo, a medio camino entre lo que llamamos selva y lo que llamamos civilización, a medio camino entre el oscuro continente inescrutable del cual se raptaba violentamente la sangre negra y los huesos, la carne, el pensamiento, el recuerdo, las esperanzas y los deseos y la otra tierra fría a la cual se le condenaba«, como señala en ¡Absalón, Absalón!
 
 

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Así como este párrafo está el pasaje imborrable de Luz de agosto en el que Joe Christmas mata a su padre adoptivo de un silletazo al ser descubierto por él, fumando y tomando en un salón. Y hacia el final del libro, la escena en que asesina a la mujer francesa con la que vivía y a la que ya no soportaba. Recuerdo sus reflexiones sobre la relación física de un hombre y una mujer, que era como una marea en la que al comienzo el agua apenas toca nuestros pies, para luego llenar placenteramente el espacio en que estamos y finalmente rebalsarse y hacernos luchar para no ahogarnos. Es frecuente en él, la descripción de los complejos y variados procesos internos que todos sobrellevamos como seres humanos.   
 
 
Recuerdo especialmente aquella descripción de ¡Absalón, Absalón!, en que los negros salvajes recién llegados del África dormían como cocodrilos, desnudos y cubiertos en el lodo tibio para guarecerse del frío y de cómo solían luchar furiosos, sin ropa, cuerpo a cuerpo, hasta llegar incluso arrancarse los ojos con los dedos.   
 
 
La complejidad de los seres humanos queda plasmada en Las palmeras salvajes; lo contradictorio de la personalidad: frente al loco abominable, aquel médico impecable aunque pusilánime, que termina por hacer abortar a su propia mujer. Nos desborda con un lenguaje que es una corriente que fluye tan abundante y exuberante como el mismo desborde del río Misisipi, en el que están a punto de ahogarse  sobre una balsa. En esta joya traducida por Borges, nunca olvidaré cómo aquel loco, capaz del vocabulario más duro y hasta soez, vuelca, a pesar de sí mismo, su lado solidario en toda su humanidad luchando por salvar a la mujer embarazada de ese caudal que iba a terminar con su vida y la del hijo. El hombre había dicho que ese chico era algo como un sucio pedazo de carne que latía en las entrañas de ella. Pero se redime de todo lo dicho y de todas sus fechorías y años de cárcel, en el esfuerzo denodado en que la mujer y el hijo que espera sobrevivan. 
 
 
Es
imposible leer
¡Absalón, Absalón!, sin que se nos queden grabadas las terribles frases del Coronel en el Ciento de Sutpen cuando le ordena a la hija de la esclava negra, Clitemnestra que vaya con la hija que acaba de parir y que además es de él, a las cuadras con los animales.  Queda pensar si el coronel Sutpen tendría en su conformación algo de la psicología de aquel antecesor escocés que llegó a Norteamérica y luchó en la Guerra de Secesión
 
 
 
EL GRANJERO QUE ESCRIBÍA
 

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Faulkner fue un alumno que faltaba mucho a la escuela, motivo por el que se demoró en terminar sus estudios. Era aficionado a pilotar aviones. Trabajó en el correo en donde además de pasarla leyendo en vez de atender a los clientes, también se dedicó a abrir la correspondencia ajena antes que llegara a su destino. Durante su vida asumió distintas caretas, desde la de un dandy a la del bohemio. Y decía no ser un escritor profesional sino solo un granjero que escribía en su tiempo libre. Es conocido que consumía grandes cantidades de Bourbon después de la cena y que, a su manera, era «disciplinado con el alcohol», que dormía bebido y trabajaba al día siguiente obsesivamente durante todo el día. 
 
 
Una de las cosas que más me impacta es su poesía: la belleza musical de las frases, su sonoridad, sus matices y su intensa visceralidad. La profusión de sus descripciones, reflexiones, diálogos, monólogos, muchas veces llega a aturdirnos; crece llena de errores, contradicciones y repeticiones maravillosas que nos confunden pero que al mismo tiempo nos deleitan. Nos mece en sus frases a veces interminables. Nos asombra con sus temas profundos y trascendentes. Nos estremece con su crudeza. Frente a esa lírica, también nos deja sin aliento con sus frases terribles: «Él ya les ha dado la vida: no puede hacerles mayor daño. Ahora deben defenderse contra sí mismos. Odiaba a mi padre por haberme engendrado La habitación tenebrosa que se abría ante él repitió su palabra con el tono hueco y profundo de los cuartos vacíos»
 
 
La mítica Yoknapatawpha es, sin duda, la antecesora de Macondo y dentro de ella, vive un microcosmos donde él reproduce los dramas más variados, derivados recurrentemente de la antigua Guerra de Secesión. Recoge los mitos del viejo Sur, dentro de una atmósfera siempre  polvorienta y candente al pie del Missisipi. Este es un mundo fascinante lleno de complejidad en que el destino es algo fundamental y frecuentemente asociado a una mujer predominante dentro del pueblo, como lo son Miss Coldfield, Emily o Alice Bundren. Mujeres sin las cuales tal vez no hubieran existido personajes como Fermina Daza o Ursula Buendía. Pienso que de no ser por él, probablemente no hubiera existido la Literatura Latinoamericana como tal. 
 
 
Los lectores nos hubiéramos perdido de algo grande y tampoco seríamos los mismos
 
 
 
 
 
 
*Alina Gadea Valdez. Es abogada, graduada en la Universidad Católica. Ha participado en varias antologías de cuentos entre ellas, Primeras HistoriasMatadoras (Estruendo mudo) y Disidentes 1 (Editorial Altazor). Obtuvo el premio Copé Bronce 2006, en la XIV Bienal de Cuento de Petroperú, por el cuento La casa muerta. En el 2009 publicó su primera novela Otra vida para Doris Kaplan (Borrador Editores). Acaba de publicar la novela Obsesión (Editorial Altazor), thriller psicológico que retrata una Lima brumosa en la que se entrecruzan personajes complejos que buscan una existencia más intensa. 
 
 


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