David Cronenberg: Pasiones de un cineasta lector

El canadiense David Cronenberg ha demostrado que el paso de los libros a la gran pantalla no siempre termina en fracaso. Con adaptaciones de obras de William Burroughs y J.G. Ballard dejó a la crítica cinematográfica y a la literaria satisfechas. Cosmópolis, su más reciente película basada en la novela homónima de Don DeLillo, es otra muestra de su talento.


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Por Juan Carlos Fangacio*


Se ha dicho que el canadiense David Cronenberg tiene una predilección por adaptar libros ‘inadaptables’. Algo de cierto hay en eso. Pero el solo hecho de que sus películas logren resultados tan destacados en la siempre difícil transición del papel a la pantalla sirve para derribar barreras y supuestas imposibilidades. Cosmópolis (2012) es la más reciente prueba de ello. Basada en la novela de Don DeLillo, del 2003, narra un solo día en la vida del joven multimillonario Eric Packer, que recorre Nueva York en una limusina. La historia está ubicada en un futuro cercano, pero que, a casi 10 años de publicada la obra, parece más la crónica de unos sucesos contemporáneos. Y es que DeLillo habla de una realidad sitiada por los «golpes de Estado financieros» y una panorama distópico con manifestantes que recuerdan a los actuales ‘ocupas’ de Wall Street.

Pero ese contexto no es el centro de Cosmópolis. En realidad lo es su protagonista (Robert Pattinson), que se apodera de todo el metraje (aparece en casi todas las escenas) y logra captar la esencia de la obra literaria. En la novela, son los diálogos hipnóticos y desvariados los que toman el control de la historia. Cronenberg adapta esto a un guión con líneas tomadas directamente del libro, lleno de referencias a la tecnología, al capital, a las corrientes de información. La mayor parte de la acción se desarrolla dentro de la limusina («me siento cómodo en los autos», ha confesado el cineasta) y eso le permite poner en práctica una adaptación que se centra más en la construcción de atmósferas y estructuras, al momento de darle un giro a la novela original.

«Hay que traicionar al libro para ser fiel al libro», dice Cronenberg sobre su frecuente utilización de obras literarias al momento de hacer películas. Y tiene razón, porque si bien es un director que suele respetar y ceñirse a los diálogos originales, se atreve a tomar varias libertades en otros puntos. También hay que tomar en cuenta los temas recurrentes que fascinan al director: la sexualidad, la violencia, las alteraciones corporales, los efectos de las drogas. Ejemplo de ello es El Almuerzo Desnudo (1991), la compleja adaptación de la famosa novela de William Burroughs. De nuevo, el director logra transferir literalmente mucha de la prosa onírica y lisérgica del libro. Pero su mayor virtud recae en dos aspectos: la posibilidad de convertir la caótica estructura de la novela en una narración cinematográfica; y la forma en cómo plasma en imágenes muchas de las descripciones alucinadas que Burroughs destila página a página.

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Hay que resaltar, además, que en El Almuerzo Desnudo Cronenberg se atreve a ir más allá cuando realiza una película sobre la creación artística. El personaje de William Lee (alter ego de Burroughs) es quien escribe la propia novela que vemos. Así, la narración se convierte en una suerte de «cinematografía metaliteraria» y versa sobre el proceso de escritura y todos sus tormentos.

En la polémica Crash (1996) -una visión malsana pero extraordinaria sobre un grupo de personas obsesionadas con el sexo y los accidentes automovilísticos– Cronenberg da una nueva muestra de audacia: el lenguaje que emplea J.G. Ballard en su novela es explícito, escatológico y ultraviolento. Lo que el director lleva a la pantalla es, en buena parte, eso mismo. Pero también lo convierte en climas enrarecidos, en escenas fugaces e impactantes, en un ritmo narrativo seductor. La clave de misterio en la película y su fijación por los detalles (lo metálico, las cicatrices, las expresiones orgásmicas) son un paradigma de la transposición. Otra historia que, para muchos, resultaba imposible de filmar por su extraña y excesiva mezcla de sexualidad y lesiones, pero que Cronenberg sobrelleva con enorme destreza («me siento cómodo en los autos», recordemos).

Otras adaptaciones destacadas son las de Dead Ringers (1988), de la novela Twins de Bari Wood y Jack Geastand; La Mosca (1986), basado en el cuento de George Langelaan; y La Zona Muerta (1983), en la que altera una serie de detalles, pero conserva el tono oscuro de la obra de Stephen King, anteponiendo los problemas psicológicos del protagonista sobre los asuntos paranormales. Hay que mencionar también la formidable versión del cómic que hizo en Una Historia Violenta (2005) y dos adaptaciones teatrales que se convirtieron en dos de sus mejores películas: M. Butterfly (1993) y la reciente Un Método Peligroso (2011), ejemplo notable de cómo llevar a la pantalla un relato básicamente epistolar.

Por último, resulta imposible ignorar que, pese a este gran número de adaptaciones, Cronenberg ha sabido erigirse también como un gran autor de historias originales tan poderosas y cautivantes como Cromosoma 3 (1979), Videodrome (1983) o eXistenZ (1999), esta última que, incluso, siguió el camino inverso al ser adaptada de la película a una novela a cargo de Christopher Priest. Justa retribución para un creador de imaginación prodigiosa y talento que desborda la simple separación entre los libros y la cámara.
*Este artículo aparece en el número 32 de la revista de cine Godard!, que acaba de salir a la venta. Más información en su página de Facebook ingrese en este enlace.


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