Presentamos un texto del escritor Gregorio Martínez sobre esta obra en la que luego de hacer una comparación culinaria cita a Julio Ramón Ribeyro y finaliza recordando ciertos hoteles de Lima, «la corrupta».

Por Gregorio Martínez*
Solo al ver la envoltura -o sea las tapas, la cáscara- uno sospecha que Pandilla Interior, la novela de Juan Carlos Méndez, es obra literaria de otro lote en la narrativa peruana. Mejor dicho, que se trata del producto de un corte distinto, un fileteo diferente. Aunque corte también nos pierde en una púbica y sospechosa selva semántica infestada de ladillas. Desde el corte inglés -que nunca resulta diferente aunque lo pretenda- a lo que denominan corte, orgullosas, las mujeres indígenas de Guatemala hasta el corte parejo de la labor agrícola en una vendimia cantada, esto para no hablar ya del corte con cuchilla echada cuando el artista factura el passe-partout para una litografía.
Entonces, Pandilla Interior, con su Llanero Solitario en la carátula, erecto frente a un hotel-matadero, constituye el huachalomo de baja estofa que otras exquisiteces cosmopolitas llaman lomo fino, y allende los mares solomillo, y los amantes de la haute cuisine filet mignon. Pero como la real y verdadera culinaria siempre ha sido de baja estofa, de guisar y ahogar en olla con ajo y cebolla, prevalece huachalomo por ser más elocuente, derivado de huacho o huachac que en quechua significa solitario, huérfano como un huachito de la lotería de Huancayo.
Desde el inicio del relato de Pandilla Interior impresiona la particularidad. Uno percibe que el autor ha empezado por sacar los pies del plato. O quizás de la sartén. Menos mal que por fortuna, Méndez se salva de caer en las brasas. Principalmente porque se defiende con sus propios recursos. Como si hubiera escuchado la prédica literaria del poeta erotómano Mao Tse Tung: confia en tus propias fuerzas.
NOVELA SUI GENERIS
Este logro de Méndez me recuerda una entrevista en París con Julio Ramón Ribeyro. Eran ya los años de bonanza del autor de Gallinazos sin plumas, cuando era el delegado del Perú ante Unesco y vivía en un amplio y hermoso departamento que daba a un boulevard. Hablamos largo y secamos más de una botella de unos tintos Bordeaux Saint Emilion. Ribeyro señaló que en el Perú faltaban novelas sui generis, esas donde el autor se aparta de la cuadrilla y llena su plana por cuenta y riesgo. Creo que Pandilla Interior se ubica en ese lindero que mencionaba Ribeyro.
En cuanto a hoteles-matadero, tengo en la memoria el Yerovi de cuatro pisos, en Lince, en el jirón poeta Emilio Althaus, al borde de la Vía Expresa, justo en la desembocadura del puente peatonal que conecta con la avenida Las Américas de Balconcillo. A ese hotel-matadero, también con nombre de poeta, el abuelo de Nicolás Yerovi, llegó un milico cornudo, un capitán de las fuerzas armadas, con pistola en mano, y abrió a patadas cada cuarto hasta que encontró a su mujer.
Otro matadero notable, que por momentos veo reflejado en Pandilla Interior, era el Hotel Venezuela, propiedad de un tal ingeniero Luis Felipe Ricci -de los Ricci de Bella Unión, Acarí-, profesor de la Universidad de Ingeniería y político con aspiraciones presidenciales. En 1980, Ricci aprovechó el número de las libretas electorales de miles de parejas que durante años habían llegado a chingar en su hotel para fabricar planillones firmados por adherentes e inscribirse como candidato en unas elecciones. Un fulano que trabajó duro en esa faena de los planillones, y que estaba descontento con el pago, llegó a la revista Marka para ofrecer la denuncia y entregar muestras de la trafa. Por supuesto, quería una retribución. Lo que le podíamos dar en la revista Marka era poco, pues el semanario estaba de capa caída desde la salida de El Diario de Marka. Hablé con Paco Landa que era el jefe de redacción de El Diario para ir a medias en el pago y en la información. Paco Landa no le vio la punta al asunto y ofreció una bagatela que no alcanzaba a cubrir las expectativas del denunciante. De todos modos le di al fulano un billete menguado y en reciprocidad nos facilitó algunas pruebitas y ciertos datos. Lástima, le dije a César Lévano. Ahorita este fulano se va a Caretas y ya verás. Sin duda, me dijo César Lévano, Zileri tiene buen ojo. En efecto, el lunes Caretas salió con los planillones en la carátula. Pobre Ricci.
Pandilla Interior y su Llanero Solitario han dado en el clavo. En Lima, el hotel-matadero es una vieja institución. Lima la corrupta, como la llama Max Silva en otra novela, y como la llama también Herman Melville en Moby Dick, resulta en cada aspecto una tradicional e hipócrita matrona criolla.
Lima, ciudad donde se ve como delito que uno pueda ir a cualquier hotel con una pareja para tomar un cuarto y echarse un polvo o varios al hilo. Eso sí, en todo matadero hay una silenciosa pandilla interior de la cual, debido a la modernidad anti acústica, ya no se perciben ni los acecidos de arrechura. Ya no hay ese mar de quejidos que inundaba el ladillento Hotel Comercio, al costadito de Palacio de Gobierno, donde se alojó primero William Burroughs, en 1953, y después Allen Ginsberg, en 1960.
*Gregorio Martínez Navarro (Nasca, 1942). Es uno de los escritores más representativos de la narrativa afroperuana contemporánea. Autor de los libros de cuentos Tierra de caléndula (1975), La gloria del piturrín y otros embrujos de amor (1985), Biblia de guarango (2001) y Cuatro cuentos eróticos de Acarí. Sin embargo, dentro de sus obras destacan sus novelas Canto de sirena (1977) y Crónica de músicos y diablos (1991).
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