Mientras huya el cuerpo: Del narrar cómo se va escribiendo una novela y de sus peligros

Presentamos una mirada crítica a la última novela publicada por el escritor Ricardo Sumalavia, a quien entrevistáramos hace unos meses. Jim Anchante sostiene que lo neopolicial en Mientras huya el cuerpo es un mero pretexto para involucrarnos en el proceso de la escritura.

 
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Por Jim Alexander Anchante Arias*
 
Tuve la oportunidad de conocer personalmente a Ricardo Sumalavia (Lima, 1968) en mi primer stage, a comienzos de este año, en Bordeaux, ciudad en la que reside con su familia desde hace algunos años. Su inteligencia y fina conversación sobre literatura me motivó a indagar un poco más en sus libros de cuentos, de los cuales ya había leído algunos tiempo atrás, y en especial en su novela Que la tierra te sea leve (2008). Manejo de un realismo que se va construyendo a lo largo del texto, guiños metatextuales combinados con referencias autobiográficas y, en cuanto a sus personajes, una sensación de latente resignación frente a lo que les sucede, matizado con humor y cierta ironía. Estos son, a mi parecer, algunos de los aspectos que caracterizan su narrativa. A continuación quisiera realizar algunos comentarios de su última novela, Mientras huya el cuerpo (Estruendomudo, 2012).
 
Según me confesó el mismo Ricardo semanas atrás, la idea de colocarle el rótulo de «novela neopolicial» a su texto (en la carátula del libro) fue de su editor. Sin embargo, ya ese «paratexto» va a condicionar, en cierta medida, las expectativas del lector para con el libro (como todo paratexto, en realidad). No sé si les habrá pasado a sus otros lectores, pero en mi caso, la primera lectura del texto estuvo marcada por el prejuicio de saber qué tenía de «neopolicial» esta novela. Y para ello se suele partir de los aspectos convencionales del género: aparición de un crimen misterioso y que será investigado por un sutil detective, aventuras de distinta índole (tanto fáctica como intelectual) y un desenlace marcado por el develamiento del misterio. Aunque también debemos tener en cuenta que, desde la aparición de este género en Occidente con los relatos del maestro Edgar Allan Poe, mucha agua ha corrido por esta rivera (novela negra, de gánster, thriller, etc.). Sumalavia -o su narrador- es consciente de ello. Porque un primer aspecto que debemos considerar es que el narrador de esta novela (uno de los narradores) no es el típico ayudante del genial detective, como la tradición estableció, sino un escritor que reflexiona sobre cómo está construyendo su relato: «No recuerdo exactamente por qué decidí llamarlo Apolo». 
 
 
 
HISTORIAS ENTRALAZADAS
 
Es esta una novela de historias entrelazadas. En una de esas historias destaca el ex policía Apolo. En la otra historia, el narrador-escritor nos muestra cómo, a través de sus recuerdos y experiencias personales, va configurando la trama y a los personajes de la primera historia (la inspiración del mencionado sería un tal Apolinario). A partir de esto, podemos afirmar que esta novela se puede incluir en el tipo de literatura conocido con el nombre de «metaficción». Ello, más que una novedad, involucraría al libro en una tradición de la novela moderna que empieza hace siglos con  El Quijote (algunos han ido incluso más atrás). Por ende, intuí que esto de lo «neopolicial» debía ir por otro lado.
 
En pocas palabras: en esta novela no hay un crimen y, si lo hay, quien lo cometió se auto-ajustició segundos después, o si hay otros culpables, su culpabilidad está enrarecida por el hálito de la ambigüedad (después volveré a ello). No. Por aquí no va, a mi parecer, la relevancia del libro. Y el rótulo de «neopolicial» como elemento paratextual es uno de los distractores que aparecen en tanta literatura. No. Esta novela no es «neopolicial». Es una novela sobre la identidad, sobre la existencia.
 

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Anteriormente hemos mencionado que Sumalavia nutre sus ficciones de referencias autobiográficas (su pasado limeño y sus viajes como profesor universitario). Este libro no es la excepción. Sin embargo, con mayor énfasis el narrador (uno de los narradores) de la ficción problematiza sobre la identidad en literatura: cuánto hay del autor (real) en un  personaje, pero cuánto hay también del personaje en el autor y en los otros. Por eso, este narrador, recordando las famosas frases «Emma Bovary c’est moi» y «yo soy el otro», llega a problematizar sobre quién es cuando escribe (o si es alguien). Y ello se vincula directamente con otro paratexto: el título, que a su vez se discute en la historia del narrador-escritor y la alusión a una frase traducida de Beckett: no el cuerpo que se va yendo al diablo, sino que va huyendo. Si alguien puede reconstruir a un autor (a través de la traducción o de la creación, que en gran medida tienen de lo mismo), ¿por qué no hacer lo propio con nosotros? Pero ¿quién lo hace por nosotros? El paso del tiempo y la inexorable pregunta de quién hemos sido, somos o seremos, y si eso tiene alguna importancia. Nuestras vidas como una ficción (metaficción) que se va narrando de a pocos, en muchos casos sin justificación alguna ante la inminencia de la muerte.
 
 
 
RE-CREAR LA REALIDAD
 
Es una metaficción. Nos va mostrando las dudas y los tanteos del orfebre de la palabra (la mención de los tipos de ficción a partir de los cuentos borgianos sería la mejor muestra). Pero (o por ello) también es un libro cargado de angustia. Angustia de ir perfilando a un personaje y que en esa labor se vaya pensando en el «perfil» (los perfiles) que nos caracteriza. Eso, sin duda, permite tambalear en cierta medida la imagen de nuestro «rol» en la vida que creemos la Realidad. A continuación, un fragmento en que se evidencia esta angustia de manera explícita, este escepticismo del narrador-autor frente a su materia re-creada:
 
«Pude ser como mis jóvenes vecinos y pasar de policía a asaltante. O pude estar en esta redada policial y capturar, sin haberlo conocido aún al joven que hubiera sido mi cuñado o el que lo encapuchaba y le daba golpes para obtener algunas informaciones pude ser como ese primer Apolo y ejecutar al muchacho enamorado. O pude ser como Apolinario y velar muertos que no conozco. O ser el viejo Apolo atado a una silla; desnudo, observando la fotografía de unos muertos, de una fotografía tomada por el hijo de una mujer llamada Rebeca. Pude ser ese hijo o un fotógrafo que decide reunirlos y hacer la toma final. A todos. Todos mirando al obturador, aguardando el disparo y la luz que irremediablemente nos cegará por unos instantes»
 
Volviendo al asunto de lo neopolicial, podemos decirle al lector que no busque en este libro, como eje, un conjunto de peripecias en torno a un crimen. Diríamos más bien que el asesinato, el crimen, es una excusa en el libro para adentrarnos en este pozo o túnel de angustiosas reflexiones sobre la vida y la muerte, y sus rituales. 
 
No quisiera terminar sin volver al asunto de la ambigüedad, la cual es manejada con destreza por el autor. Además de las dos historias (centrales) mencionadas, aparecen otras más que van configurando un tumulto de sucesos en apariencia fragmentarios, pero en general con una conciencia estructural. Sin embargo, considero que se deja una puerta abierta a la posibilidad (las posibilidades) de que realmente, alguna de estas historias, se trate de otra cosa (lo mismo se puede afirmar de su anterior novela). 
 
A ciertos amigos cercanos he manifestado que Ricardo Sumalavia es un escritor que conoce su oficio. Ahora me atrevo a afirmarlo para un público mayor. Mientras huya el cuerpo es una muestra de este manejo sutil de los hilos narrativos (corremos el peligro de estar suspendidos de uno de estos hilos). Definitivamente recomiendo esta novela de este fino escritor y que demanda cierto esfuerzo al lector. Como pocos en esta época. De ahí mi admiración. 
*Jim Alexander Anchante Arias (Callao, 1979) es escritor, crítico y profesor universitario.


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