«El rastro del oso», de Juan Carlos Mústiga

Compartimos el texto leído por Juan Carlos Méndez en la presentación del libro de relatos El rastro del oso (Editorial Nido de Cuervos, 2012), de Juan Carlos Mústiga, quien es, además, conocido en el mundo de la caza submarina. Acompañaron también al autor, Giovanna Pollarolo y el editor Renato Sandoval.


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Por Juan Carlos Méndez* (@aliasmendez en Twitter)

Quiero comenzar agradeciendo al maestro cuchillero Juan Carlos Mústiga por haberme invitado a presentar El rastro del Oso (Editorial Nido de Cuervos, 2012).

Y agradezco porque  la lectura ha sido como sentarse en un bar de Pucusana, rodeado de muchas -demasiadas- cervezas, ceviches, historias, sol, noche y mar, que fue así como precisamente conocí al autor de este libro.

Hace dos años fui comisionado por la revista Caretas para ir en busca de tiburones en el Mar de Grau. Y el señor Mústiga, quien ha sido capitán de la selección peruana de caza submarina, fue nuestro Virgilio con arpón. Un experimentado guía en el mar y en el bar, donde la vida siempre es más sabrosa.

Ahora toca ponerse un poco serio, solo un poco, porque esta presentación en realidad es una celebración, para hablar de este libro que se podría subtitular Las obras incompletas del señor Mústiga en el género relatoPorque, como ustedes ya saben, aquí reúne dos libros publicados previamente (A Pulmón (1986) y Una moral inquebrantable (1987)) a los que mañosamente añade otros de antigua cosecha pero de reciente factura.



BUCEAR EN LAS PÁGINAS

¿Por qué volver 25 años después sobre esos cuentos y sobre un género que parecía haber dejado atrás con las novelas Manual de pistola automática (2005) y Prisionero en la calle (2010)? La respuesta hay que bucearla entre las páginas y las características que hacen de El rastro del oso, un libro entrañable.

Un primer motivo, entonces, de que la entraña se convierta en literatura es que estas son historias cantadas por una voz que susurra al final de la madrugada. Ese momento en el que la gente respetable se va a dormir y los valientes se quedan firmes hasta quemar el último cartucho. Este es un libro, pues, donde la técnica literaria está magistralmente oculta, insospechada, gracias a ese relator, casi oral, que narra los avatares de un sujeto peruano, de barriga inflamada, algo trinchudo, que vaga por Estados Unidos, Europa y Pueblo Libre.  El autor sigue así el consejo más sabio de Julio Ramón Ribeyro: si el cuento se basa en una historia real debe parecer inventada y si es inventada debe parece real.

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Un segundo motivo es que este es un libro en movimiento. De San Bartolo a París, de Barcelona a Grecia, de Vancouver a La Victoria, de San Francisco a la playa Paraíso. A pesar de que está estructurado como un libro de cuentos, el lector sabrá darse cuenta poco a poco que lo que está leyendo se parece mucho a una novela porque un personaje insiste en aparecer. Un tal Farol o Farolete, que es escritor, que es traductor, que practica la caza la submarina, que vive en Free Town, que ha viajado por aire, mar y tierra y que sufre una continúa pena de amor por una mujer cuyo nombre cambia pero no el sentimiento que lo incendia, provocándole una sedienta soledad que solo puede aplacar empinando el codo a la manera de Gargantúa.

Un tercer motivo es que este libro es un homenaje a los compañeros de ruta. Efectivamente está dedicado a aquellos que han sabido permanecer en la memoria de este escritor que como se afirma en la contratapa del libro es del mar y la ciudad, que se debe a las personas y que, como en el poema de Kavafis, descubre que su destino es el camino, no la meta.

Así es. Las innumerables dedicatorias que coronan los cuentos confirman que este libro es una botella lanzada al mar.



CONFIESO QUE HA BEBIDO

Pero como los amigos, para un escritor, no son solo los de carne y hueso, también están esos epígrafes tan sugerentes firmados por Hemingway, Faulkner, Malcolm Lowry y Grahan Greene. Todos grandes borrachos pero sobre todo escritores clásicos, con una fe en el poder  de la palabra y hermanados por una convicción resumida muy bien por Carlos Fuentes: la experiencia gracias a la imaginación del verbo se puede convertir en conocimiento.

Entonces, vale la pena preguntarse, ¿cuál es el rastro del oso? ¿Cuáles son esas huellas que el señor Mústiga deja mientras camina sobre la arena literaria? 

Ya sabemos que la mejor literatura no tiene moraleja. Sin embargo, los grandes escritores tienen una teoría del mundo y de la vida que van transmitiendo, inoculando más bien, a sus lectores y que en este libro se hacen evidentes sobre todo en dos de sus mejores relatos: Altamira y la ciudad, donde un cazador elige no disparar a un bello animal aunque dicho cazador esté muriendo de hambre y en María Aurora de la Nostalgia, donde un hombre provocado por una mujer sedienta prefiere amarrarse el calzoncillo con rieles de tren antes de traicionar a un amigo.

El rastro del oso, entonces, es una ficción poblada de personajes que todavía creen en la amistad y la escritura. Que muestra un mundo de vagabundos ricos en honor y dignidad. Y que por la predominancia de escenas marinas, bares y amores rotos provoca una terrible sed no solo de lectura. ¡Salud!
*Juan Carlos Méndez es periodista y escritor. Ha publicado la novela La pandilla interior. Ha escrito la obra de teatro Tiernísimo Animal/ La luz de la lluvia, estrenada en 1999, y la pieza breve Cicatriz al final de la espalda, dirigida por Miguel Rubio. 


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