La palabra de Julio Ramón Ribeyro

Escéptico y de autentica modestia frente a su talento, Ribeyro refleja en sus cuentos -con singular maestría- la grisura y desencanto de sus personajes. Presentamos un artículo de la escritora Alina Gadea que nos recuerda estos aspectos de nuestro gran narrador.

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Por Alina Gadea Valdez*

Hace unos años, después de leer Silvio en el Rosedal, decidí ir a Tarma. Quería conocer el lugar para descubrir qué había tenido Julio Ramón Ribeyro en la mente para escribir semejante historia. En el camino me imaginaba a Silvio en el huerto, en el que “las rosas rojas parecían bocas de mujeres coquetas”.

Al llegar, me tomó tiempo encontrar el lugar, pues no hallaba nada parecido a la hacienda descrita y porque su nombre verdadero resultó ser La Florida. No puedo negar que me decepcionó un poco su aspecto; vetusto y venido a menos. No en vano habían pasado tantos años. Además de la reforma agraria y, después, el terror.

Vi los arcos por los que Silvio contemplaba el cerro de Acobamba y sentí la soledad y el silencio del atardecer serrano. Después, con cierta sorpresa, supe por el encargado, que uno de los dueños era un señor italiano al que le gustaba tocar el violín. Adiviné a Silvio, ese ser melancólico que pasó por la vida como una sombra, añorando una existencia distinta que no pudo encontrar en ningún lado. Ni en la ferretería de Miraflores frente a la máquina registradora, ni tampoco en Tarma, contemplando el paisaje. Ni aun tocando el violín, para nadie, al margen de todos, en una fiesta en su propia casa.

Reflexioné en que alguna vez oí decir que los novelistas son seres triunfadores. Cazadores que se proponen una meta y no se detienen hasta alcanzarla. Que, por el contrario, los cuentistas son personas más intermitentes y menos tenaces. Que por temperamento son de impromptus, más inspiradas y menos metódicas, pero no menos talentosas, que escriben por impulso. Cortázar dijo que una novela para ser buena tiene que ganar por puntos pero que el cuento tiene que ganar por knock out. Esto es lo que consigue Ribeyro tal como lo hizo Chejov. Es el amo del subtexto en el cuento moderno. Con su particular poética, de lenguaje sencillo y fino, además de una trama aparentemente simple, nos lleva línea a línea, hacia una historia profunda que subyace intensamente por detrás de las palabras. Es un autor que diciendo lo justo, lo muestra todo. Y muchas veces nos da una estocada mortal en la última frase con un poder lapidario. Quizás lo que más me guste de él es que pese a lo aparentemente trivial de las historias, todo lo relatado por él adquiere una trascendencia universal.

 

NARRADOR DE LO MARGINAL

Moderno en sus relatos, sean fantásticos o realistas -personalmente disfruto más estos últimos- los personajes distan mucho de tener características heroicas o de llevar a cabo vidas épicas. Por el contrario, son los seres comunes, de vidas cotidianas, los antihéroes, iguales a cualquiera de nosotros, que viven muchas veces sus historias al nivel de sus conciencias. Todo parece estar contenido dentro de ellos.

Por otro lado, el cuento se acerca más a la poesía; por su concreción; porque penetra en la esencia de las palabras; porque no puede darse el lujo de equivocarse ni irse por un camino distinto a aquel que debe seguir el desenlace. ¿Quién como Ribeyro?

cuentosJulioRSe sentía, según contó, influenciado por los autores franceses que leyó durante su adolescencia, etapa en que todo nos impresiona más. Y dijo que admirando a Faulkner y a Joyce, por sus recursos novedosos, no se identificó con ellos, pues buscaba algo más sencillo y menos “amanerado”, y que así encontró su propio camino. Confesó escoger personajes marginales, no integrados al mundo oficial, porque él mismo sentía que llevaba una vida bastante marginal por razones desconocidas hasta para él mismo.

Y así lo percibimos; como un ser algo solitario, escéptico y de autentica modestia frente a su talento. Algo insatisfecho, tal como lo son la mayoría de escritores. Y sin ir muy lejos, tal como lo son todos sus personajes. Quizás por eso tan entrañables. Limeños desencantados, con un vacío existencial, de vidas grises, cuya soledad roza a veces lo patético. Destinos predeterminados por la mediocridad de la que no podrán salir, aunque algunos de ellos procuren hacerlo. Como ese ser infinitamente solitario que se sienta en medio de una sala de cine sin importarle la película, con tal de sentir que hay otras personas cerca de él y termina viviendo una decepcionante aventura nocturna. Como ese alienado Bobby, que sin poder aceptar su propio ser, encontrará un final trágico al igual que la linda rubia del barrio.

A veces ahonda en el contexto social con una actitud de denuncia, tal es el caso de esas vidas en medio del polvo de un acantilado, surcada por el esfuerzo infructuoso, la miseria y la muerte; el abuso y la injusticia. Cada uno a su manera son reflejos de nuestra idiosincrasia limeña. Y más allá de esto, Ribeyro habla magistralmente por estos personajes que no pueden hacerlo por sí mismos. Que están atrapados en vidas rutinarias. En destinos opacos. Celebrando con un espumante corriente, en el sótano de algún ministerio, en el que han pasado la mayor parte de sus vidas o gastando todo su dinero en una fiesta para impresionar a un invitado que nunca llegará. Sus temas pasan por la familia, el amor, la muerte, el conflicto y siempre volcado hacia el yo y frecuentemente a la nostalgia del pasado. Así, nos contará la historia de un hombre olvidado por todos en una azotea, en la que a parte de unos trastos viejos, se encuentra la amistad y la ilusión de la niñez. Y de las querellas en una vieja quinta miraflorina, que encierran en el fondo de su decadencia, la cercanía humana y el vacío imposible de llenar de la muerte.

Desde la huerta del Rosedal, ya sin esas rosas rojas o desde el malecón de Miraflores, ya convertida -como él dice- en una urbe vocinglera y sin alma, es hermoso recordarlo con las palabras del cuento Los otros:

Presente y pasado parecen fundirse en mí al punto que miro a mi alrededor turbado, como si de pronto fuese a surgir de la sombra la sombra de los otros. Pero es solo una ilusión. Los otros ya no están. Los otros se fueron definitivamente de aquí y de la memoria de todos salvo quizás de mi memoria y de las páginas de este relato donde emprenderán tal vez una nueva vida, pero tan precaria como la primera, pues los libros y lo que ellos contienen se irán también de aquí como los otros.

Afortunadamente, la palabra de Julio Ramón nunca se irá de las páginas de sus relatos ni de la memoria de ninguno de nosotros.

 

 

 

*Alina Gadea Valdez. Es abogada, graduada en la Universidad Católica. Ha participado en varias antologías de cuentos entre ellas, Primeras Historias, Matadoras (Estruendo mudo) y Disidentes 1 (Editorial Altazor). Obtuvo el premio Copé Bronce 2006, en la XIV Bienal de Cuento de Petroperú, por el cuento La casa muerta. En el 2009 publicó su primera novela Otra vida para Doris Kaplan (Borrador Editores). Ha publicado la novela Obsesión (Editorial Altazor), thriller psicológico que retrata una Lima brumosa en la que se entrecruzan personajes complejos que buscan una existencia más intensa.
 
 


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