Diego Trelles: «La literatura es una especie de maldición»

Marlon Aquino entrevista a Diego Trelles Paz, reciente ganador del premio de novela Francisco Casavella por su novela Bioy (Destino, 2012). Aquí un recorrido por la trayectoria artística de este joven escritor limeño que fuera comparado, por uno de los jurados del mencionado concurso, con el mismísimo Mario Vargas Llosa. La importancia de los premios literarios, la correspondencia que intercambió con Roberto Bolaño, los críticos que pueden cambiar de opinión «por dos pollos a la brasa», Borges y Bioy Casares, el peligro de la amnesia colectiva, el escribir como un acto consciente de humildad…. Aquí la entrevista.


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Por Marlon Aquino Ramírez*

Quise conversar con Diego Trelles Paz (Lima, 1977) ni bien terminé de leer la última página de su novela El círculo de los escritores asesinos. En ese entonces la novela solo podía leerse en la edición de la editorial española Candaya (ahora también en Borrador); me la había prestado un amigo que había conseguido el último ejemplar que quedaba en la librería El Virrey. Me llamó mucho la atención no solamente la estructura de la novela (un homenaje a El Quijote y a Los detectives salvajes), sino el gusto y la vehemencia con que era contada. Coordiné un encuentro con su creador vía Facebook, pero por diversos motivos, este no pudo darse. Casi un año después, me enteré por la prensa que Trelles había ganado un premio importante en España y que Gabi Martínez, uno de los jurados había dicho: «Si Mario Vargas Llosa tuviera treinta años y sus orígenes fueran otros, pero la potencia narrativa la misma, podría haber firmado este libro: «La ciudad y los perros 2.0″». Movido por la curiosidad decidí coordinar un nuevo encuentro, que ahora sí pudo darse.


¿Qué ha significado para ti obtener el premio Francisco Casavella? 
Ha significado una gran alegría, porque no tenía idea de si la novela se iba a publicar, no sabía tampoco cuándo y el premio ha permitido esta visibilidad y esa certeza de que voy a llegar a nuevos lectores que es siempre lo que todo escritor está anhelando.

Tienes entonces una visión positiva hacia los premios.
Sí, sobre todo en esta época en que la lectura se tiende a practicar detrás de una pantalla y casi todo el mundo, yo mismo, estamos aferrados a las redes sociales. Que la gente te regale su tiempo para leer tu novela es una alegría. Si los premios permiten eso, bienvenidos sean.

Esa imagen del escritor que está apartado de todo, que espera que su obra sea descubierta en el futuro, no va para nada contigo…
[Piensa] Lo que pasa es que hay una especie de malentendido, es pensar que uno escribe para sí mismo. Yo nunca he pesando de esa forma, siempre he escrito pensando que me gustaría que me lean. Pero no escribo condicionando mi escritura al lector, de hecho cuando uno lee Bioy se da cuenta de que no hay ninguna condescendencia. Me interesa que alguien pueda leer mis historias, porque eso es lo que soy: un narrador de historias. Entonces, con o sin premio, que tenga lectores, sean especializados o el más diletante es algo que agradezco, francamente lo agradezco.

Hablemos de tus inicios. Sé que estudiaste comunicaciones en la Universidad de Lima y te especializaste en cine y periodismo. El cine tiene una gran presencia en tus libros, y sé que dirigiste un cortometraje llamado Como si la muerte fuera para ellos, cuéntanos un poco de él.
Te puedo hablar primero del título, que sale de un verso de Eielson. Es algo que hago siempre, juego al collage, a la cita, al guiño escondido. El cine siempre ha sido siempre importante para mí, porque considero que he sido siempre una suerte de cinéfilo diletante, alguien a quien le hubiera gustado tener el talento del crítico cinematográfico. He visto mucho cine y estudié cine, y en un curso de verano este guión ganó un pequeño concurso y obtuvo el derecho de ser realizado. Yo fui el director y el guionista. Fue una experiencia muy rica y estresante también [ríe]. Es la historia de un crimen, parecida en algo a El círculo de los escritores asesinos. De todo esto me queda claro que quiero hacer una película, pero solo una [sonríe].

Percibo también que hay una intención de llevar adelante un proyecto, por ejemplo, en el sentido en que se repiten ciertos temas y enfoques. En el caso de tu primer libro Hudson, el redentor (que dices que está a caballo entre el cuento y la novela), ¿algo de lo que aparece en ese libro ha podido llegar hasta Bioy en cuanto a tema, a técnica narrativa?
Sí, porque Hudson el redentor aunque es un primer libro y tiene todas las costuras del primer libro. En él reconozco ya lo que yo llamo mi esencia narrativa, mi proyecto, que ha ido madurando. Yo no soy un escritor prolífico: Hudson…se publicó en 2001; El círculo de los escritores asesinos, en 2005, y Bioy, en 2012. Entre cada uno hay tiempo considerable y por las lecturas y el proceso de aprendizaje significa una evolución. Yo siempre he concebido mi literatura como un todo, como un proyecto a largo plazo. Por esa razón en El círculo…aparece Hudson, hay cameos, por ejemplo está el personaje El Chato. Y en Bioy hay pequeños guiños, aparece un personaje que dice un chiste que aparece en los otros libros. Es más, tengo un libro de cuentos que escribí mientras escribía Bioy y hay temas que se retoman de la novela. Entonces, hay estos juegos intertextuales que a mí me interesan mucho porque los escritores de los cuales bebí y aprendí lo hacían a cada rato. No solo en Onetti, sino desde antes, como Faulkner.


 
BOLAÑO Y LOS ESCRITORES ASESINOS

Los juegos intertextuales también se dan en Bolaño y él es una gran influencia en ti. Sé que mantuviste una correspondencia con él y que incluso escribiste una crónica que se llama «Nunca fui a Blanes». Nos puedes contar un poco más sobre ese contacto con Bolaño.

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Bolaño es acaso el escritor más grande de los últimos veinte años. Lo de Bolaño fue muy importante para mí. Me había ido a Francia a escribir El círculo… y me sentía, como dice en la crónica, como un huérfano. Yo había leído todo lo del Boom, casi a todos los escritores clásicos, pero necesitaba esa bocanada y todo eso que él decía en sus cuentos, en sus crónicas cuando hablaba de escritores jóvenes. Y tuve la suerte de hablar con él gracias al traductor al francés de Bolaño, Robert Amutio. En una carta que mandé a Caretas (una carta contra la guerra en Irak), puse el lugar desde donde la mandaba, Burdeos. Entonces, como Amutio había visto antes en la revista Quehacer que yo había escrito uno de los primeros artículos sobre Los detectives salvajes (artículo que estaba en Internet), él hizo la conexión y me escribió. Allí empezó una amistad con Robert que se ha mantenido y fue por él que pude entrar en contacto con Bolaño. Yo sabía que él le había mandado
una carta manuscrita a Enrique Lihn cuando era un joven poeta, y yo hice lo mismo. Y Bolaño le respondió a Amutio vía mail y le dijo: «Parece que Trelles no tiene correo electrónico» [ríe] y allí empezó una relación epistolar que fue corta y que ocurrió poco antes de que muriera. Le había pedido para encontrarnos en Barcelona, él no me respondió y dos meses después me enteré por Amutio que se murió. Entonces en esa crónica se habla del consejo que me dio, algo así como «cada día que pasa me voy dando cuenta que el acto de la escritura es un acto consciente de humildad». Entonces creo que ese consejo fue interiorizado por mí y creo que lo he mantenido.

Este tema de asesinar al crítico en El círculo de los escritores asesinos. ¿Cuál ha sido tu relación con la crítica peruana y extranjera? ¿Has sido bien interpretado o ha habido un acercamiento muy superficial a tu obra?
Bueno, habría que comenzar haciendo un mea culpa. No yo [ríe] sino el sistema. ¿De qué crítica, al menos periodística, estamos hablando, si la prensa cultural en este país es un mal menor? Cada vez menos suplementos culturales y menos espacios para poder ejercer la crítica. Acá, Ricardo González Vigil, Javier Ágreda y paramos de contar… Antes había más, ahora hay que tener mucha suerte. Respecto a mi relación con la crítica, nunca ha sido mala, no es que todas las críticas que he tenido han sido buenas, pero en general la visión es positiva. En realidad esto de matar al crítico parte simbólicamente de muchas cosas, porque el asesinato del crítico es el punto culminante de algo que se ha venido denunciando y tiene que ver con la idea de que la literatura está tan corrupta como el gobierno en que ocurre esa novela, el régimen de Fujimori. Está esa idea del crítico que vende su pluma, que puede cambiar de opinión por una flaquita o por dos pollos a la brasa. Eso ha ocurrido y sigue ocurriendo. Yo tengo un problema con eso, porque la literatura es lo que me importa y cuando veo la deshonestidad escribo sobre ella o mejor aún, contra ella.


¿CÓMO HACER PARA DESCRIBIR EL HORROR?

Bioy tiene como escenario de horror uno de los periodos más ominosos y brutales de nuestra historia, la época de la violencia desatada por Sendero Luminoso. Año 1986: una terrorista es torturada por militares que siguen con emoción el mundial de fútbol. Año 2008: Humberto Rosendo, agente del Servicio de Inteligencia del ejército, se infiltra en una sanguinaria banda limeña, liderada por un hombre tan enigmático como su nombre: Bioy. De la mano de diversos narradores y en un inquietante vaivén temporal, somos testigos de una brutal incursión en la ciénaga de la barbarie y la deshumanización en la que también participaron quienes tenían como deber nuestra defensa.


Sobre Bioy ha circulado bastante esa declaración de uno de los jurados del premio Casavella en la que te compara con Vargas Llosa. En algunas declaraciones decías tú que era una comparación excesiva y que debían ser tomadas positivamente en la medida en que ayudan a la difusión. He podido ver que compartes muchas propuestas de Vargas Llosa, una de ellas, me parece, el intentar hacer una novela total, en el sentido de abordar la realidad desde diversos puntos. Bioy está llena de incursiones, desde diversos planos, lo policial, lo político, lo erótico, diversos planos abordados con distintos narradores. Esto me parece atípico en los escritores jóvenes peruanos, pues la narrativa tiende a ser más ligera. Novelas con bastantes páginas me parece que son infrecuentes. ¿Qué opinas sobre eso?
[Pienso unos segundos y emite un suspiro fuerte] Es curioso porque en el prólogo de El futuro no es nuestro, una antología que hice en el 2009 sobre escritores latinoamericanos jóvenes (que se presentará el 25 de octubre), yo hablo contra la novela total, en el sentido en que pienso que es otra época, que la misma realidad y la violencia de los cambios hacen cada vez más difícil que uno haga una novela que quiera explicarlo todo, y en un periodo de tiempo tan largo. Bioy no nació así, yo no empecé a escribirla pensando «voy a hacer una novela total», la forma se fue dando y cuando uno es escritor se va dando cuenta de que lo que te dicta la forma es la propia trama, los personajes y las peripecias. En un momento me di cuenta de que si quería hacer una novela sobre la violencia, tan cruenta, tan difícil de escribir con palabras, yo tenía que violentar no solo el lenguaje sino la estructura, y por eso este mundo se me fue un poco saliendo de las manos, llenándose de voces, saltando en el tiempo y en el espacio. Poco a poco me di cuenta de que tenía una novela que tenía cierta técnica muy parecida a la del Boom, y al mismo tiempo cierta concepción de novela total. Esto no fue adrede. Sobre tu pregunta acerca de los escritores actuales, no creas… Jeremías Gamboa, por ejemplo, está escribiendo una novela creo de seiscientas páginas. La extensión no es algo que debería ser considerado como seriedad en el trabajo. Los proyectos te demandan el tiempo que estos necesiten. Uno puede hacer una novela sobre cualquier cosa, en realidad lo importante es la forma.

¿Es muy importante para ti el desarrollo de una forma compleja en las novelas?
No, y de hecho estoy pensando que en mi próxima novela va a ser bastante lineal. No necesariamente complejidad es sinónimo de una buena novela. Hay novelas que son muy lineales y son estupendas. Te doy una como ejemplo: Luna caliente, de Mempo Giardinelli.

Tengo una gran curiosidad sobre las alusiones tanto a Borges como a Bioy Casares. De hecho, el nombre del protagonista de tu novela es Bioy Cáceres, un evidente juego sobre el nombre del narrador argentino. ¿Por qué esa alusión a estas dos figuras de la novela fantástica en una novela tan realista?
Creo que Ricardo González Vigil lo ha leído bien en su reseña. Bioy y Borges no solamente hicieron antologías del cuento fantástico, sino que también escribieron al alimón, bajo el seudónimo de Bustos Domecq, novelas y cuentos policiales. Evidentemente hay un juego allí, porque la columna vertebral de Bioy es policial y la alusión de Bioy Cáceres es por Bioy Casares. Hay un juego allí entre la columna vertebral policial y lo que hacían juntos Bioy y Borges, estos relatos que eran paródicos. Además, me encanta la resonancia que tiene el nombre Bioy, nunca he escuchado este nombre en Perú, y tiene la fortaleza casi como de golpe de puño que puede tener mi novela. Nace el nombre de eso, de rendir cierto «homenajito» a estos escritores que tuvieron que ver cómo se adapta el policial en Latinoamérica, sobre todo Borges. Y Bioy era el escritor que reivindicaba los mal llamados subgéneros.

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Cuando le pusiste el título a la novela ¿inmediatamente llegaste a él o pensaste en títulos alternativos?
Tenía otro título la novela y lo cambié…

¿Cuál?
[Ríe a carcajadas] No, no quiero hablarlo. Tenía un título que era muy largo, hasta que me di cuenta que mis otras dos novelas tenían títulos muy largos. El título Bioy surgió casi cuando había terminado el primer capítulo. Afortunadamente cuando gané el premio no me pidieron cambiarlo, algo que a veces ocurre.

La novela toca un tema muy sensible, muy duro, como es el tema del terrorismo en sus épocas más crudas. Comienza la novela en el año 1986, se juega el mundial de fútbol y en la primera escena una terrorista, una sospechosa de terrorismo, es torturada. Te he escuchado decir que la novela busca conservar la memoria política de lo que ocurrió en estos años. Yo creo que eso delata una gran confianza en el poder de la literatura. Es decir, es darle un gran valor y confiar en que la literatura pueda tener un efecto positivo en los lectores, en este caso en los peruanos, en recordar lo que ocurrió en el país. ¿Es muy grande tu confianza en la literatura?
Personalmente, sí, pero yo no he venido a pregonar nada. Es decir, si a mí me preguntan de qué va tu novela yo respondo más o menos de qué va. Pero la novela ya no me pertenece una vez que la termino. Yo no puedo pensar que mi novela va a ser leída de la manera en que yo quisiera, y no sé si quiero tampoco que se lea de alguna manera. Así que, en un país donde muy poca lee, yo no sé qué confianza pueda tener en que mi novela vaya a cambiar algo. Me gustaría sí pensar que la gente que la lee puede volver a recordar lo que fue eso, por cosas muy prácticas ¿no?, que tienen que ver con el presente. Recuerda que quieren indultar a Fujimori, que casi vuelve el fujimorismo al poder, que hay un Movadef y que hay un mercado al que no le interesa que la gente recuerde lo que pasó. Esta tendencia del borrón y cuenta nueva es la más nociva para cualquier país. Es algo absolutamente peligroso, porque permite que esta barbarie pueda volver a ocurrir. En Chile, ocurrió algo que se llamó el «blanqueo de Chile», que consistía en que los niños de la escuela se olvidasen de lo que ocurrió en 1973. Y funcionó. Casi el setenta por ciento de niños en una encuesta, que me parece se hizo a mediados de 1990, no sabía quién era Salvador Allende y no sabía que había pasado en 1973. Y hace poco en Chile quisieron cambiar el título a la dictadura. Mi novela, si puede contribuir a que no nos olvidemos que en este país hubo un conflicto muy sangriento y muchísimos muertos… Si mi novela contribuye a que la memoria colectiva derrote a la amnesia, en alguna persona, por mí todo bien.

Ahora, el tema de la catarsis. Bioy es una novela muy dura, muy fuerte, va al corazón de la maldad. La catarsis se podría dar en el lector, como dices tú, quizás uno lo experimente. ¿Hubo también en ti algo de catarsis al momento de escribir la novela, algún tema…?
Escribir Bioy fue muy duro, fue horrible. La novela no solamente se reduce al conflicto interno, no solamente se reduce a la época de 1980, va saltando y aparte tiene otros géneros. Pero el primer capítulo fue muy duro. De hecho empieza así, diciendo «cómo hacer para describir el horror cuando es más fuerte que cualquiera de mis palabras». Fue duro porque yo no tuve ninguna condescendencia, no quería. Precisamente la catarsis supone eso, ese bajar al infierno para salir purificado. Y para mí escribirla sí fue muy duro, porque lo que se narra ahí no es algo de lo cual nadie pueda sentirse orgulloso. No sé si al final salí yo purificado. Hay una visión bastante nihilista de las cosas en esa novela, pero no fue un proceso agradable aunque me gusta escribir.

Bioy se lee rápidamente porque tiene mucha acción, porque está ese humor negro del que hablas y que lo veo especialmente en una parte de la novela, que es cuando se empiezan a leer los post que va publicando uno de los personajes en un blog. Se habla allí de literatura. Esa parte de la novela me parece una suerte de guiño a El círculo de los escritores asesinos, porque se hace ahí una suerte de pequeña crítica literaria. ¿Por qué decidiste colocar allí ese tema?
Es un anticlímax y está adrede. Quien siga la novela va a llegar al final de la segunda parte como con sed, queriendo saber qué pasa con Humberto Rosendo y de pronto entra el tercer capítulo, que es un blog y es mi acercamiento al mundo tecnológico, a este tema que yo siento ha sido poco explorado en la literatura. Uno de mis temas es la literatura y la maldad, si quieres ponerlo de esa forma. Y a mí me interesa mucho explorar ese tema porque creo que es rico en historias, entonces, me interesaba, por un lado, el tema de la tecnología, de la interacción social, condicionada por la violencia del cambio, y al mismo tiempo me interesaba el tema de la literatura, que tiene guiños a El círculo… definitivamente. Entonces digamos que es una digresión consciente que realmente me sirve para cerrar los enigmas que han sido abiertos en la primera y segunda parte. Lo que pasa es que a algunos lectores no les gusta. Pero yo quería hacer que el lector me siguiera por este anticlímax, que yo disfruté mucho escribiendo, porque es la parte más graciosa de Bioy. Tiene un humor bien macabro.

Y dado que hay bastante acción en la novela, está este tema de la banda de criminales, está este agente que se infiltra, Humberto Rosendo… me preguntaba si a ti te gustaría que esta novela se llevase alguna vez al cine, ¿o crees que perdería mucho de su poder comunicativo?
No, yo creo que las novelas que son llevadas al cine son tan respetables como la misma novela si es que el que las ejecuta tiene un sello personal. A mí me gustaría que si una de mis novelas es llevada al cine la haga un autor, no me interesa el cine comercial. Es decir, me gusta el cine comercial cuando hay la mano de un director detrás, cuando hay una visión. Si alguien quiere realmente intervenir Bioy, adelante, pero que sea con estilo, que sea a través de una película que tenga sustancia, que muestre desde otro ángulo esta historia. Ahora, es curioso porque si bien mis novelas tienen mucho del séptimo arte, es decir, en la técnica de la escritura está presente la disciplina cinematográfica, sí creo que son difíciles de llevar a la pantalla. Aquel que se atreva tiene que ser bastante infiel a la trama, pero no me gustaría que la haga cualquiera…

¿Quién te gustaría que la dirigiera? Imaginemos…
¿De dónde? ¿De Perú?

En general.
Bueno, el mismo libro lo dice ¿no? O sea, Scorsese ¿no? Me estás haciendo quedar en ridículo [risas] porque jamás de los jamases… Pero si tuviera que elegir, si este fuera pues uno de estos sueños, evide
ntemente Martin Scorsese. Buenos muchachos es una película que yo puedo haber visto cincuenta veces y que te puedo recitar parlamentos enteros y que cito en el libro. Pero hay otros… Paul Thomas Anderson me parece brillante… sería increíble.


¿PARA QUÉ ESCRIBIR?

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Ahora, cuando hablábamos de esta correspondencia que mantuviste con Roberto Bolaño, me mencionabas una frase que él dijo y que a ti te sirvió mucho: «El acto de escribir es un acto consciente de humildad». Yo cuando leía la novela y veía su estructura compleja, me preguntaba: pero para escribir un tipo de novela como esta ¿no se requiere ser, más bien, soberbio, que humilde? 
Valiente. No soberbio. Soberbio no hay que ser nunca. Valiente. Y eso creo que es algo que los chicos que están empezando a escribir deben tener claro. Si vas a escribir pensando en lo que te puede dar la literatura en términos de glamur, de salir en los periódicos, de premios… vas muerto, no tiene nada que ver con la literatura eso. O sea, hay gente que piensa que los cinco años de la escritura de Bioy fueron un cague de risa. No, fueron duros, la literatura es dura, la literatura es una confrontación diaria, y es una frustración diaria. Hay que ser valiente si es que realmente vas a tomar la literatura en serio. Si la literatura te parece la cosa más bacán y salir en los periódicos es tu objetivo, no vas a llegar a ningún lado, eso es lo que yo creo.

Entonces ¿cuál es el beneficio que te reporta a ti la literatura?
Es que uno no ve las cosas en términos de beneficio. Yo nunca me metí a escribir pensando en que me va a dar algo ¿no? No estoy diciendo que no agradezco algunas cosas que me ha dado. Me ha permitido viajar, conocer gente interesante, leer a gente interesante, que es lo que uno quiere cuando es escritor, intercambio.

Ahora, despojemos a la palabra «beneficio» de su sentido económico, material. Me refería a beneficio en general. Este poder hacer una catarsis, este poder de alguna manera sentirse conectado con alguien, con algo, a eso me refería.
Mira, yo siempre he pensado que la literatura es una especie de maldición. O sea, pensar que la literatura te puede traer felicidad… Onetti murió en su cama. Artaud estaba loco, murió de cáncer. O sea… no… no… es una vida bastante dura. Una vida que te puede conducir al suicidio. No… no tiene nada que ver, o sea ni siquiera me da dinero (risas). No… es un riesgo.

César Vallejo. ¿Qué significa para ti como escritor?
El poeta más grande de la lengua hispana, así de simple. Es el primer poeta que realmente viola el lenguaje. Uno lee a Vallejo, sobre todo en Trilce, y hay como este lenguaje casi de tartamudo, donde se expresa el dolor humano y la orfandad de una manera que nadie había sido capaz de expresar. Mi casa está llena de Vallejo. Es una influencia que está en todo lo que he escrito y está en Bioy, está oculto, a veces lo citan, pero a veces no.

¿Y en el caso de Cormac McCarthy, que también ha sido una de tus influencias, según has dicho? En él está este mundo casi, diría yo, sin esperanzas, este mudo duro, que no es un país para viejos. ¿Qué más has tomado tú de Cormac McCarthy, que crees no se ha señalado hasta el momento?
Bueno, la atmósfera. La atmósfera de Bioy es muy de McCarthy. Hay, definitivamente, un nihilismo y hay cierto aire macabro. Siempre se está hablando de la ausencia de Dios en Bioy. Dios no está mirando y eso está también en Vallejo, el Dios que no quiere mirar o el Dios que no está presente. Entonces, yo creo que esa mirada bastante dura de McCarthy está, además de un poco del lenguaje… Uno cuando lee a McCarthy se asusta, es un novelista que puede hacer novelas en las cuales te da miedo lo que va a pasar, pero no puedes dejar de leerlo, porque tiene tanta fuerza y aparte tiene estas descripciones de la frontera que yo nunca había leído en otro escritor. Que te genere eso, que te genere ese miedo un escritor es algo que yo había leído en Céline nada más. Céline tiene eso, da miedo. Y McCarthy es hijo de Faulkner y de Céline, para mí.

¿Y es lo que tú has querido hacer también, dar miedo con Bioy?
[Risas]. No sé si dar miedo o más bien tratar de recrear ese ambiente enardecido de los ochenta, ese ambiente en el cual no se sabe qué va a pasar. Y también ese ambiente en el cual puede haber masacres de comunidades enteras en las cuales no hay nada espiritual. Son solo animales comiéndose a los más débiles.

Bueno, Diego, finalmente, ¿qué es lo que estás escribiendo o estás próximo a publicar?
Tengo un libro de cuentos inédito, algunos de los cuentos han salido ya en revistas, acá y fuera del país, pero está listo el libro. Es un libro que escribí de manera paralela a Bioy. Y tengo un libro de crítica sobre la novela policial que es mi disertación, que va a ser publicado en España y que es un libro en el cual mi faceta como crítico puede ser vista. Es un libro que habla sobre la novela policial atípica en América Latina, heterodoxa, una novela policial que yo llamo alternativa. Y antes de saber que había ganado un premio ya había empezado con una novela que me va a tomar un tiempo. Como digo, uno nunca sabe cuándo acabará, pero en esas estoy.



CINCO LIBROS RECOMENDADOS POR DIEGO TRELLES

1. El Quijote, de Miguel de Cervantes Saavedra («de donde nace todo»).

2. Santuario, de William Faulkner («novela policial que Faulkner escribió dos veces porque la primera se la censuraron, porque parecía muy dura, lo curioso es que la que leemos ahora es la nueva versión y es durísima»).

3. Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline («una novela que no debe dejar de leerse, de, quizás el escritor francé
s más importante del siglo XX»).

4. Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy («la mejor novela de McCarthy»).

5. Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño («una novela que todos deberíamos leer, que me llevó a México más de una vez buscando la sombra difusa de una María Font, esta poeta promiscua»).
*Marlon Aquino Ramírez estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En 2008 publicó una colección de seis cuentos infantiles (Ediciones El Nocedal). Ha escrito reseñas para  la revista virtual de literatura El Hablador y el portal web Porta 9. El año pasado publicó su primera novela Las tristezas fugitivas, que puede ser adquirida en librerías y en Amazon.


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