Haruki Murakami: el pájaro que da cuerda a nuestro mundo

Aunque este año no ganó el Nobel, el escritor japonés Haruki Murakami tiene los méritos para ser considerado un gran escritor. En este artículo la escritora Alina Gadea nos acerca a la obra de este autor y hace una interesante lectura de su novela Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.


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Por Alina Gadea Valdez*

Recuerdo una entrevista que le hicieron a Gabriel García Márquez en la que le preguntaban cuándo había decidido ser escritor. Él contestó que fue después de leer la primera frase de La Metamorfosis, de Franz Kafka: 

«Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en  coleóptero». 

-Si esto se puede hacer, entonces yo quiero ser escritor–  se dijo para sí, el que sería muchos años después el Premio Nobel colombiano. 

Podríamos decir después de leer cualquiera de los libros de Haruki Murakami que si alguien escribe así, entonces nosotros queremos leerlo siempre. 

Murakami, al igual que Kafka y que García Márquez, nos enfrenta directamente con eventos imposibles, con situaciones irreales y personajes absurdos, dentro de una dinámica natural y cotidiana. Pero lo hace, desde su mundo, el de Japón, el del siglo XXI, muchas veces entre el  metro de Tokio, los recuerdos de amores adolescentes, el jazz o las medusas de un acuario. 

Nosotros, subyugados por su prosa surrealista, aceptamos todo lo que nos propone como válido, desde la primera premisa. Hipnotizados por el poder de su imaginación. Y nos permitimos, en un acto que parece de realismo mágico, volar, lejos del piso plano y duro de la realidad. Accedemos así a un mundo al que sin estas lecturas, no nos hubiéramos podido siquiera acercar. 
 

CRÓNICA DEL PÁJARO QUE DA CUERDA AL MUNDO

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Siempre pensé que Murakami debería ser Premio Nobel, pero ya sabemos que este año, al menos, todavía no ha ocurrido. Se lo merece porque sencillamente leerlo es una experiencia única: es entrar en un sueño donde todo es posible. Y hasta lo más irracional nos resulta aceptable y más allá de eso, nos sentimos identificados con las sensaciones de los personajes más absurdos y las historias más extrañas.  

Al leerlo, escapamos de la realidad y eso nos hace sentirnos  libres, como cuando soñamos. Curiosamente eso mismo ocurre en alguno de sus misteriosos personajes. Recuerdo a una mujer en la Crónica del pájaro que da cuerda al mundo; una japonesa delgada, llamada Malta Kanoo: una adivina con un sombrero de charol rojo que la hacía claramente distinguible en medio de la muchedumbre, en la estación del metro de Tokio. El impensable trabajo de su hermana consistía en entrar dentro del sueño del cliente y hacerle vivir algo imposible de alcanzar por sí mismo en ese momento. Una prestación de servicios tan inusitada como son todas las propuestas que nos hace Murakami. Coincidentemente, siento que él hace lo mismo que ese personaje: compramos uno de sus  libros y con él estamos comprando un sueño producido por él y proyectado en nuestra mente, por el tiempo que dure nuestra lectura, y aun después, durante la noche y al despertar. Y que probablemente nos acompañe como una sombra que se queda con nosotros para siempre, en algún recoveco de nuestro ser. 

Así quedó impresa en mí, la sensación de soledad de Tooru Okada, en el episodio en que se adentra en un pozo oscuro, a raíz del abandono de su esposa Kumiko. Ese pozo húmedo, silencioso y sombrío que es real en la narración, tanto como su deseo de permanecer durante días, oculto en él. Es la metáfora de la nostalgia más profunda que puede sentir un ser humano. No pude evitar identificarme con un hombre que no sabe qué hacer de su vida y que ve los días pasar, recostado en un sillón. La monotonía en ese solitario departamento, preparando unos espaguetis, mientras espera en vano, una llamada de teléfono que no se da. La añoranza por la desaparición del gato Noboru, tras la de la mujer, encarna de manera cotidiana, la sensación de abandono y el desconcierto ante la existencia; ¿quién no las ha sentido alguna vez? Expresadas de ese modo se quedan con nosotros reconfortándonos de alguna manera.  


LA CRUELDAD EN SU PUNTO MÁXIMO

Frente a estas sensaciones subjetivas, tratadas con tanta sutileza, con un lenguaje delicado, directo y sencillo está la crueldad en su punto máximo. Aparece en el episodio de la Segunda Guerra Mundial. Es inimaginable a lo que podemos llegar los seres humanos. Narrado de forma espeluznante, más que visceral. Vemos de cerca, cómo despellejan vivo a un hombre, podemos sentir el olor de su sangre y observar lo que queda de él como  un amasijo de carne, convulsionando sin piel y sin poder morirse. El amigo es obligado a observar toda la escena y sobrevive a pesar de él mismo. No pudiendo tampoco morir. Es un hombre que queda como una cáscara vacía. Que se ha convertido en algo como un saco que alberga unos órganos; un corazón que sigue latiendo sin alma. Esta escena toca una fibra en lo más profundo de nosotros mismos, sea quien sea el lector. 

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Murakami, para mí, es como esos eventos que nos suceden rara vez en nuestras vidas y que cambian nuestra manera de ver el mundo. Desata algo intenso en nuestra esencia; una nostalgia profunda por el paraíso perdido; un miedo incontrolable ante la crueldad del mundo; nos paraliza con un erotismo contenido y por ello más intenso. 

El personaje de Tooru y sus extrañas experiencias no quedan en nosotros como algo inventado, sino como lo más auténtico en la vida de un hombre que existe en alguna dimensión. Al menos para los lectores. 

Nos parece haber vivido junto a él, su desa
zón, recostados en el sofá de su departamento, como fantasmas, espectándolo todo. O como él mismo dice, como un alma oculta. Tooru vive. Casi podemos conversar con la rara adolescente, May Kasahar, que aparece y desaparece frente a él. Ver el lunar azul que crece en la cara de Tooru. Ese pozo oscuro por el que baja. Oír el silencio inmenso, indescriptible del mundo que es tan fuerte que hace que el personaje y el lector sientan ambos los latidos de su corazón y hasta de su torrente sanguíneo

Y muchas veces al despertar, oímos un ric ric y pensamos que es hora de levantarse, que hay un pájaro,  en alguna arboleda cercana a la ventana de nuestro cuarto, que le está dando cuerda al mundo.  



*Alina Gadea Valdez. Es abogada, graduada en la Universidad Católica. Ha participado en varias antologías de cuentos entre ellas, Primeras HistoriasMatadoras (Estruendo mudo) y Disidentes 1 (Editorial Altazor). Obtuvo el premio Copé Bronce 2006, en la XIV Bienal de Cuento de Petroperú, por el cuento La casa muerta. En el 2009 publicó su primera novela Otra vida para Doris Kaplan (Borrador Editores). Acaba de publicar la novela Obsesión (Editorial Altazor), thriller psicológico que retrata una Lima brumosa en la que se entrecruzan personajes complejos que buscan una existencia más intensa.


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