Philip Roth, ¿una apuesta por el Nobel de Literatura?

A una semana de que la Academia Sueca falle al ganador del Nobel de Literatura 2012, y aunque Philip Roth no es considerado entre los favoritos, presentamos un artículo que nos da a conocer una de sus mejores novelas, Pastoral Americana.

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Por Christian Ávalos Sánchez*

Aunque el portal de apuestas Ladbrokes.com no lo pone como un favorito al premio (en un rezagado 17 a 1, al igual que Cormac McCarthy), Philip Roth siempre será un favorito de los lectores a llevarse el codiciado Nobel de Literatura. Sea cual fuere la razón por la que no se pague mucho en las apuestas, ya se han dado casos recientes –Mario Vargas Llosa o Hertha Müller– en los que quienes ganaron el premio habían dado, poco antes de saberse el veredicto, un salto desde el fondo de la tabla de preferencias.

Al margen de ese detalle, a estas alturas, cabe preguntarnos lo que en su momento nos preguntábamos sobre nuestro ahora Nobel, Mario Vargas Llosa: ¿qué quitaría o qué pondría este premio en la carrera de Philip Roth? Sería, claro, el reconocimiento de la Academia Sueca a una gran trayectoria literaria que ya está más que consagrada por la gran legión de seguidores que Roth ha cosechado en todo el planeta, y por premios como el Príncipe de Asturias, que recientemente le ha sido concedido. Sin el Nobel, solo sería el integrante del otro selecto club al que también pertenecen Jorge Luis Borges o Franz Kafka. Al respecto, Marlon Aquino ya ha escrito en este blog sobre ese «mito escandinavo» que en poco tiempo podría llegar a su fin.

Si es que aún no has empezado a leer a este gran autor estadounidense, creo que un buen punto de partida es Pastoral americana.

PASTORAL AMERICANA, 1997

Esta novela, que le valiera el premio Pulitzer y la National Medal of Arts de su país, es protagonizada por Seymour Irving Levov, más conocido como ‘El Sueco‘, el desdichado heredero de una próspera fábrica de guantes de piel que ve desmoronarse su «sueño americano» de forma inevitable. Estrella de los deportes en épocas en que los padres judíos solo tomaban en cuenta los logros académicos de sus hijos, Seymour fue educado para ser un tipo correcto y responsable. Por ello, durante toda su vida, trató de que esta estuviera en función de lo que se esperaba de él. A pesar de ello, su padre, Lou Levov (quien levantara el emporio de guantes de piel), nunca entendió por qué se casó con una gentil católica, Mary Dawn Dwyer.

Nathan Zuckerman, álter ego de Roth, narrador de la primera parte de Pastoral americana, tal vez tenga la respuesta a eso:  

Entre los pocos alumnos judíos de tez blanca en nuestra escuela, donde preponderaban los judíos, ninguno poseía nada que se pareciera ni remotamente a la máscara vikinga inexpresiva y de mandíbula escarpada de aquel rubio con ojos azules nacido en nuestra tribu con el nombre de Seymour Irving Levov.


Para que el sueño americano le fuera concedido, Seymour debía convertirse en uno más, sin diferenciarse de los gentiles, si no quería ser víctima de ese velado antisemitismo del que dan cuenta las más de quinientas páginas de la novela. Sin embargo, el sueño se convierte en pesadilla cuando Meredith, la hija de Seymour y Dawn, llega a convertirse en una jainita terrorista que coloca una bomba en una oficina de correos.

americanPastoral3.jpg¿Pero qué hizo mal el Sueco Levov? ¿Acaso tiene algo de malo querer ser como los demás?, ¿ser admitido y admirado como un igual, pese a estar renunciando a una tradición milenaria y mezclarse con los demás gentiles para conseguir la aprobación de una sociedad tan temerosa de lo distinto?

Esta historia inicia con un emocionado Nathan Zuckerman que nos cuenta sus años de juventud en el instituto de Weequahic de Newark, en donde él sostiene una extraña amistad con Jerry, el amargado hijo menor de los Levov, en el barrio judío donde ambos crecieron y donde conoce al Sueco, el gran deportista. Estando ya adultos, Seymour Levov encuentra a Nathan «Skip» Zuckerman en un estadio de béisbol. Para este, encontrar a su ídolo de juventud fue un gran acontecimiento. Diez años después, el Sueco citó a Zuckerman –quien es escritor– para que le ayude a escribir una necrológica sobre su padre Lou. El encuentro, para Nathan, no solo resulta decepcionante y aburrido (por la conversación simplona de quien fuera objeto de su adoración juvenil), sino también extraño, pues en el fondo Zuckerman sospechaba que el Sueco trató de decir algo que al final no pudo expresar. Tiempo después de esta conversación, Nathan se encuentra con Jerry, quien era ahora cirujano plástico, el cual le cuenta que Seymour había muerto de cáncer.

Esta serie de sucesos es como una herida abierta del corazón mismo de una familia judía estadounidense. Vemos no solo cómo el exaltado patriotismo de la época eclosiona en los constantes y violentos disturbios de la década de 1970, sino también cómo estos erosionan la unión aparentemente feliz de una familia, la que también se va consumiendo por muchas otras cosas, frustraciones, traiciones –como las infidelidades de Dawn y de Seymour–, celos y rencores que desembocan en los actos terroristas de Meredith (Merry).

La inicial rebelión de la hija contra la política de Richard Nixon respecto a la guerra de Vietnam va mutando desde una violenta disconformidad demostrada en las constantes peleas entre ella y su familia hasta largos periodos de ausencia de casa en extrañas compañías que Merry nunca presenta a su familia. ¿Qué la aleja tanto de ellos? Además del odio hacia su madre (ex reina de belleza, finalista de Miss América), la eterna pasividad de su padre, enrostrada luego por el propio Jerry, quien, aprovechando la vulnerabilidad del Sueco tras enterarse de que su hija era una fugitiva de la justicia, le encara todo en uno de los clímax más altos de la novela: el Sueco nunca hizo nada aparte de lo que esperaban de él, siempre hizo «lo correcto», siempre fue lo que otros querían que fuera. Nunca fue él mismo.

Yo no había leído nada de Philip Roth antes de esta novela, pero creo que empezar con este texto basilar de su narrativa fue un saludable comienzo. Es imposible no dejarse atrapar por lo vivencial de sus páginas, escritas por quien conocía muy bien lo que narra. Como si Roth fuera un Levov más que asiste con ellos a cincuenta años de historia estadounidense, desde la llegada del padre de Lou Levov a América. Para mí, la asociación con El Padrino es aquí inevitable.

Asistimos, en resumen, al desencantamiento del Sueco Levov, a la demolición de su vida «típicamente americana», que le fue prometida en su juventud. Demasiadas penas acumuladas para una persona convencional, acostumbrada a lo permitido, a lo estándar, a lo socialmente aceptado.

¿Qué si no impotencia pudo sentir Seymour en la cena del Día de Acción de Gracias (el día de la «pastoral americana», en donde judíos y gentiles se reúnen en una mesa en una celebración que no responde a ningún credo, el único día del año en que todos hacen una tregua y sientan a comer lo mismo), rodeado de su mujer, falsos amigos y con el fantasma de una hija ausente (una terrorista jainita buscada por un crimen confeso)? La vida se le había ido de las manos. Eso tenía de malo la vida de Seymour Levov.

Para quienes ya la leyeron, ¿qué les pareció? ¿Qué otras novelas de Philip Roth recomendarían? ¿Tendremos prontas noticias de la consagración de este escritor con el premio de la Academia Sueca?

*Christian Ávalos Sánchez (Paramonga, 1982). Estudió Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Corrector de estilo y editor, publicó el cuento «El corazón de Estela» en el número 16 de la revista electrónica El Hablador. Colaborador del blog Lee por Gusto.



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